viernes, 7 de noviembre de 2014

El mapa del merodeador


Yo!

¿Me echabais de menos?

¡Pues ahora acabareis echándome de más! Bueno, tal vez no, por eso de que soy genial y todo eso... xD En fin, aquí estoy, con energías renovadas, listo para haceros sufrir con 36 páginas de Word.

36 páginas de Word... ¿De verdad pensáis hacerme escribir capítulos de semejante cantidad cada dos días? ¿No os parece cruel? Dudo que pueda mantener el ritmo. Pero pensadlo, son 36 páginas, ¿Cuánto escribía antes? ¿La mitad? No me acuerdo, pero seguro que mucho menos. La actualización pasará a 2 por semana. Tal vez, y cuando digo tal vez estoy diciendo (prestad atención) que tal vez, en alguna ocasión y si tengo tiempo actualice tres por semana. No lo sé. Si os molesta tengo la solución, dividiros el capítulo. Son 36 páginas, leéis 10 un día, otras diez otro, y así hasta que salga el siguiente... Eso sí, esto es solo porque este tercer libro tiene capítulos de muchas páginas. Con el siguiente libro actualizaré más de seguido, que tiene menos.

Creo que eso es todo lo serio que tengo que comentar. ¿Hora de repuestas? Supongo que, como es natural, todos habréis olvidado ya que es lo que escribisteis, así que ir a revisarlo. Encontrareis allí las respuestas. (Os he respondido a todos e.e, y a algunos del capitulo anterior que no pude responder).

Al final estuve fuera más tiempo del planeado. ¡Lo he disfrutado! Pero echaba demasiado de menos vuestros comentarios... ahora mis desayunos son mucho más sosos, (Y no, no pienso echarles sal para que estén menos sosos).

Me gustaría decir que todo vuelve a ser como antes, pero desgraciadamente no es así. Se me ha olvidado como escribía antes xD Así que esta es una nueva versión de mi escritura. Ni mejor ni peor. Diferente. Aunque probablemente no lo notéis...

Todos los personajes y Harry Potter y el Prisionero de Azkaban son propiedad de J.K. Rowling

EL MAPA DEL MERODEADOR

—Yo leeré —dijo Susan Bones caminando hasta Ginny—. El mapa del merodeador.

Los tres merodeadores compartieron una mirada cómplice. Olvidando los años que habían pasado, olvidando que James moría y olvidando que Sirius había estado en Azkaban, olvidando que ya no eran esos revoltosos adolescentes que recorrían Hogwarts con una sonrisa maliciosa y los bolsillos llenos de bombas fétidas.

La señora Pomfrey insistió en que Harry se quedara en la enfermería el fin de semana. El muchacho no se quejó, pero no le permitió que tirara los restos de la Nimbus 2.000. Sa­bía que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse, pero Harry no podía evitarlo. Era como perder a uno de sus mejores amigos.

Harry asintió, su Nimbus 2000 había sido y aún era algo muy importante para él.

Lo visitó gente sin parar; todos con la intención de infun­dirle ánimos. Hagrid le envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas, y Ginny Weasley, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma había he­cho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerra­ba y se metía debajo del frutero.

Varios rieron mientras Ginny se ponía colorada y se giraba hacia Harry para disculparse por las molestias que le había causado la tarjeta, Harry, al mismo tiempo, se giró hacia Ginny para disculparse por haber metido la tarjeta debajo de un florero para que dejara de sonar.

El equipo de Gryffindor volvió a visitarlo el domingo por la mañana, esta vez con Wood, que aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en absoluto. Ron y Hermio­ne no se iban hasta que llegaba la noche.

Harry les sonrió agradecido.

Pero nada de cuan­to dijera o hiciese nadie podía aliviar a Harry, porque los de­más sólo conocían la mitad de lo que le preocupaba.

No había dicho nada a nadie acerca del Grim, ni siquie­ra a Ron y a Hermione, porque sabía que Ron se asustaría y Hermione se burlaría.

Ron asintió demostrando comprensión y Hermione bufó.

—Vamos, no creo que fuera a burlarme, solo te haría ver que no tiene sentido preocuparse por eso.

Ron alzó una ceja.

—Hermione, a esa edad eras tremendamente repelente, ¿Sabes?

El hecho era, sin embargo, que el Grim se le había aparecido dos veces y en las dos ocasiones había habido accidentes casi fatales. La primera casi lo había atro­pellado el autobús noctámbulo. La segunda había caído de veinte metros de altura. ¿Iba a acosarlo el Grim hasta la muerte? ¿Iba a pasar él el resto de su vida esperando las apariciones del animal?

Muchos tragaron saliva, estremeciéndose.

Y luego estaban los dementores. Harry se sentía muy humillado cada vez que pensaba en ellos. Todo el mundo de­cía que los dementores eran espantosos, pero nadie se des­mayaba al verlos... Nadie más oía en su cabeza el eco de los gritos de sus padres antes de morir.

James cerró los ojos, recordando como Ginny había leído antes las últimas palabras de Lily antes de morir. A pesar de lo que le había prometido a los del futuro no iba a poder simplemente volver y dejar que todo pase. No tenía inconveniente con morir el pero no podía permitir que Lily pasase por eso, que Lily tuviera que decir esas palabras, que tuviera que suplicar de esa manera, que tuviese que morir. No podía permitirlo. Tenía que hacer algo.

Porque Harry sabía ya de quién era aquella voz que gritaba. En la enfermería, desvelado durante la noche, contem­plando las rayas que la luz de la luna dibujaba en el techo, oía sus palabras una y otra vez. Cuando se le acercaban los dementores, oía los últimos gritos de su madre, su afán por protegerlo de lord Voldemort, y las carcajadas de lord Volde­mort antes de matarla... Harry dormía irregularmente, su­mergiéndose en sueños plagados de manos corruptas y vis­cosas y de gritos de terror, y se despertaba sobresaltado para volver a oír los gritos de su madre.

El corazón de Harry latía con fuerza mientras miraba el suelo. Aún tenía esos sueños. Siempre lo pasaba mal pero en este instante, con sus padres a su lado, todo era mucho peor. Mucho más doloroso. Recordó el momento en el que entró a la habitación y se los encontró en pie, esperando por él. Recordó los desayunos de estos días, las conversaciones simples e insustanciales que habían tenido, y sonrió. Fue una sonrisa aterradoramente triste. Cada vez que recordaba algo positivo sobre sus padres una carcajada fría hacía eco por el fondo de su cabeza mientras se oían unos agudos chillidos de súplica. Un par de lágrimas descendieron por sus ojos. Entonces sintió algo cálido. Abrió los ojos y se encontró apretujado contra el cuerpo de su madre. Le estaba abrazando. Sintió también una mano apoyada en su hombro. La de su padre.

—Harry... —dijo este en voz baja y con un notable eje de tristeza y desesperación—. Lo siento. Soy padre desde hace muy poco y, sinceramente, no sé qué debo hacer en situaciones como esta. No sé qué debo decir, ni cómo debo actuar... Solo puedo decir una cosa, y ya sé que no le vas a ver demasiado valor pero es todo lo que puedo decir... —hizo una pausa para respirar profundamente—. Estamos contigo, hijo. Te apoyamos—hizo otra pausa—. Te queremos.

Los ojos de Harry se abrieron con fuerza y las lágrimas comenzaron a fluir con mayor rapidez.

—Te queremos, Harry —dijo también Lily.

Harry se abrazó a su madre con más fuerza.

—Yo también os quiero —intento articular entre lágrimas—. Mucho.

James no pudo evitarlo y se abrazó a ellos también. A las dos personas que más quería. A las dos personas que menos quería que sufrieran y que tanto estaban sufriendo. ¡Tenía que evitarlo! ¡No podía permitir todo esto! Apretó los ojos con fuerza, lleno de impotencia.

Sirius tuvo que armarse de fuerza para no acercarse a su ahijado, el sentía que debía estar ahí para él, pero pensaba que ese era uno de los pocos momentos que iba a tener Harry para compartir a solas con sus padres así que quiso dejarlo así.

Todo el mundo se mantuvo en absoluto silencio hasta que los Potter estuvieron listos para continuar con la lectura.

Fue un alivio regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligado a pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco Malfoy.

Draco suspiró, ya harto de su yo pasado. Harto de lo imbécil e insensible que había sido todos estos años.

Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor. Por fin se había quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry. La mayor parte de la siguiente clase de Pociones la pasó Malfoy imitando por toda la mazmorra a los dementores.

Por favor, ¡Que alguien le lance algo a ese idiota! —bufó Sirius irritado.

Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un corazón de cocodrilo grande y viscoso.

Sirius y Ron se sonrieron.

Le dio en la cara y consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a Gryffindor.

¿Cincuenta? —preguntaron muchos molestos.

—Mereció la pena —aseguró el pelirrojo.

—Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me pondré enfermo —explicó Ron, mientras se dirigían al aula de Lupin, tras el almuerzo

Un pergamino rojo apareció en lo alto del comedor y comenzó a reír sin ganas.

Dale tiempo, unos tres años, y entonces sí que disfrutaras mucho —dijo con cierta molestia una voz que a muchos se les hizo familiar y desapareció.

Muchos compartieron una mirada preocupada.

—. Mira a ver quién está, Hermione.

Hermione se asomó al aula.

—¡Estupendo!

El profesor Lupin había vuelto al aula. Ciertamente, tenía aspecto de convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grandes y tenía ojeras. Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamen­te en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la enfermedad de Lupin.

—No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo?

—No sabemos nada sobre los hombres lobo...

—¡... dos pergaminos!

—¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no había­mos llegado ahí? —preguntó el profesor Lupin, frunciendo un poco el entrecejo.

Volvió a producirse un barullo.

—Si, pero dijo que íbamos muy atrasados...

—... no nos escuchó...

—¡... dos pergaminos!

El profesor Lupin sonrió ante la indignación que se di­bujaba en todas las caras.

—No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo.

—Ese es nuestro Lunático —dijo Sirius palmeando fuertemente la espalda de Remus.

—¡Oh, no! —exclamó Hermione, decepcionada—. ¡Yo ya lo he terminado!

Algunos rieron brevemente.

Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había llevado una caja de cristal que contenía un hinkypunk, una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque y aparentemente inofensiva.

—Atrae a los viajeros a las ciénagas —dijo el profesor Lupin mientras los alumnos tomaban apuntes—. ¿Veis el fa­rol que le cuelga de la mano? Le sale al paso, el viajero sigue la luz y entonces...

Sirius hizo un sonido aterrador mirando a los alumnos de primer año, que se encogieron en su asiento algo asustados.

El hinkypunk produjo un chirrido horrible contra el cristal.

Al sonar el timbre, todos, Harry entre ellos, recogieron sus cosas y se dirigieron a la puerta, pero...

—Espera un momento, Harry —le dijo Lupin—, me gus­taría hablar un momento contigo.

Harry volvió sobre sus pasos y vio al profesor cubrir la caja del hinkypunk.

—Me han contado lo del partido —dijo Lupin, volviendo a su mesa y metiendo los libros en su maletín—. Y lamento mucho lo de tu escoba. ¿Será posible arreglarla?

Harry suspiró levemente.

—No —contestó Harry—, el árbol la hizo trizas.

Lupin suspiró.

—Plantaron el sauce boxeador el mismo año que llegué a Hogwarts.

—Plantaron el sauce boxeador porque llegaste a Hogwarts —corrigió Snape en voz baja.

La gente jugaba a un juego que consistía en aproximarse lo suficiente para tocar el tronco. Un chico lla­mado Davey Gudgeon casi perdió un ojo y se nos prohibió acercarnos. Ninguna escoba habría salido airosa.

Lily fulminó a Sirius con la mirada.

—¿Qué? —preguntó este.

—¿No recuerdas porque casi perdió un ojo Gudgeon? —dijo la pelirroja con enfado.

—Lily, creo que ya te explique la situación  —replicó Sirius—. Si usé un conjuro para bajarle los pantalones fue porque pensé que tendría el autorreflejo de inclinarse para subírselos y así esquivaría la rama, ¡Yo intentaba salvarle! ¡Nunca pensé que fuera tan estúpido como para darse la vuelta para mirarme mal! Aunque bueno, si no se llega a dar la vuelta sí que habría perdido un ojo... Pensándolo así yo salvé su ojo, ¿Algo que decir ahora, señorita?

—Sí. Eres idiota, Sirius.

—¿Ha oído también lo de los dementores? —dijo Harry, haciendo un esfuerzo.

Lupin le dirigió una mirada rápida.

—Sí, lo oí. Creo que nadie ha visto nunca tan enfadado al profesor Dumbledore. Están cada vez más rabiosos porque Dumbledore se niega a dejarlos entrar en los terrenos del colegio... Fue la razón por la que te caíste, ¿no?

—Sí —respondió Harry. Dudó un momento y se le escapó la pregunta que le rondaba por la cabeza—. ¿Por qué? ¿Por qué me afectan de esta manera? ¿Acaso soy...?

—Por supuesto que no —dijeron Lily y Hermione al mismo tiempo.

—No tiene nada que ver con la cobardía —dijo el profesor Lupin tajantemente, como si le hubiera leído el pensamiento—. Los dementores te afectan más que a los demás porque en tu pasado hay cosas horribles que los demás no tienen.

Muchos tragaron saliva, incomodos.

—Un rayo de sol invernal cruzó el aula, iluminando el cabello gris de Lupin y las líneas de su joven rostro—. Los dementores están entre las criaturas más nauseabundas del mundo. Infestan los lugares más oscuros y más sucios. Disfrutan con la desesperación y la destrucción ajenas, se llevan la paz, la esperanza y la alegría de cuanto les rodea. Incluso los muggles perciben su presencia, aunque no pueden verlos. Si alguien se acerca mucho a un dementor; éste le quitará hasta el último sentimiento positivo y hasta el último recuerdo dichoso. Si puede, el dementor se alimentará de él hasta convertirlo en su semejante: en un ser desalmado y maligno. Le dejará sin otra cosa que las peores experiencias de su vida. Y el peor de tus recuerdos, Harry, es tan horrible que derribaría a cualquiera de su escoba. No tienes de qué avergonzarte.

—Cuando hay alguno cerca de mí... —Harry miró la mesa de Lupin, con los músculos del cuello tensos— oigo el momento en que Voldemort mató a mi madre.

La mandíbula de James temblaba con violencia y su mirada dejaba claro el odio que sentía por Voldemort. ¿Cómo había podido permitir que alguien dañara a Lily? ¿Cómo había podido permitir que Harry creciera sin padres? Sentía unas enormes ganas de desahogarse, de gritar, de golpear algo y de hechizar a Snape.

Lupin hizo con el brazo un movimiento repentino, como si fuera a coger a Harry por el hombro, pero lo pensó mejor. Hubo un momento de silencio y luego...

—¿Por qué acudieron al partido? —preguntó Harry con tristeza.

—Están hambrientos —explicó Lupin tranquilamente, cerrando el maletín, que dio un chasquido—. Dumbledore no los deja entrar en el colegio, de forma que su suministro de presas humanas se ha agotado... Supongo que no pudieron resistirse a la gran multitud que había en el estadio. Toda aquella emoción... El ambiente caldeado... Para ellos, tenía que ser como un banquete.

—Azkaban debe de ser horrible —masculló Harry

James miró de reojo a Sirius. Se había enterado de que había pasado trece años en Azkaban y, por supuesto, estaba preocupado.

Lupin asintió con melancolía.

—La fortaleza está en una pequeña isla, perdida en el mar. Pero no hacen falta muros ni agua para tener a los pre­sos encerrados, porque todos están atrapados dentro de su propia cabeza, incapaces de tener un pensamiento alegre. La mayoría enloquece al cabo de unas semanas.

—Pero Sirius Black escapó —dijo Harry despacio—. Escapó...

El maletín de Lupin cayó de la mesa. Tuvo que inclinarse para recogerlo:

—Sí —dijo incorporándose—. Black debe de haber des­cubierto la manera de hacerles frente. Yo no lo habría creí­do posible... En teoría, los dementores quitan al brujo todos sus poderes si están con él el tiempo suficiente.

Sirius se mordió ligeramente el labio, le dolía cada vez que Remus le llamaba Black.

—Usted ahuyentó en el tren a aquel dementor —dijo Harry de repente.

—Hay algunas defensas que uno puede utilizar —expli­có Lupin—. Pero en el tren sólo había un dementor. Cuantos más hay, más difícil resulta defenderse.

—¿Qué defensas? —preguntó Harry inmediatamente—. ¿Puede enseñarme?

James sonrió, satisfecho con el comportamiento de Harry, aunque estuviese claro que un niño de trece años no fuese a ser capaz de aprender a usar el encantamiento patronus.

—No soy ningún experto en la lucha contra los demen­tores, Harry. Más bien lo contrario...

Tonks suspiró suavemente y apretó la mano de Remus con cariño. Remus era increíblemente bueno realizando conjuros de todo tipo y si no era un experto usando el patronus no era por falta de habilidad. Desgraciadamente no era por eso. Era por falta de pensamientos felices. Tonks tomó una decisión. Ella se encargaría de que Remus pudiera realizar el encantamiento patronus con facilidad.

—Pero si los dementores acuden a otro partido de quid­ditch, tengo que tener algún arma contra ellos.

Lupin vio a Harry tan decidido que dudó un momento y luego dijo:

—Bueno, de acuerdo. Intentaré ayudarte. Pero me temo que no podrá ser hasta el próximo trimestre. Tengo mu­cho que hacer antes de las vacaciones. Elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo.

Lily frunció el ceño.

—¿Remus? ¿En serio estabas pensando en enseñar a un niño de trece años el encantamiento patronus? —preguntó entre extrañada y sorprendida.

—Hey Lily, él no es un niño de trece años, ¡Es Harry Potter! —dijo Remus con una sonrisa.

Lily iba a replicar algo pero acabó sonriendo ella también.

Con la promesa de que Lupin le daría clases antidemento­res, la esperanza de que tal vez no tuviera que volver a oír la muerte de su madre, y la derrota que Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de quidditch de finales de noviem­bre, el estado de ánimo de Harry mejoró mucho. Gryffindor no había perdido todas las posibilidades de ganar la copa, aunque tampoco podían permitirse otra derrota. Wood recu­peró su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de costumbre bajo la fría llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre. Harry no vio la menor señal de los dementores dentro del recinto del colegio. La ira de Dumbledo­re parecía mantenerlos en sus puestos, en las entradas.

Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente, volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había am­biente navideño. El profesor Flitwick, que daba Encanta­mientos, ya había decorado su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban.

Los ojos de los alumnos de primer y segundo año brillaron mientras se preguntaban si Filtwick iba a traer hadas ese año por navidades.

Los alum­nos comentaban entusiasmados sus planes para las vaca­ciones. Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hog­warts, y aunque Ron dijo que era porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas, y Hermione alegó que necesi­taba utilizar la biblioteca, no consiguieron engañar a Harry: se quedaban para hacerle compañía y él se sintió muy agra­decido.

James y Lily miraron a Ron y a Hermione sonriendo, verdaderamente encantados con los amigos que había hecho su hijo.

Para satisfacción de todos menos de Harry, estaba programada otra salida a Hogsmeade para el último fin de se­mana del trimestre.

—¡Podemos hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis padres les encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes!

Resignado a ser el único de tercero que no iría, Harry le pidió prestado a Wood su ejemplar de El mundo de la escoba, y decidió pasar el día informándose sobre los diferentes modelos. En los entrenamientos había montado en una de las escobas del colegio, una antigua Estrella Fugaz muy lenta que volaba a trompicones; estaba claro que necesitaba una escoba propia.

James asintió, su hijo no podía jugar partidos con una de las escobas del colegio.

La mañana del sábado de la excursión, se despidió de Ron y de Hermione, envueltos en capas y bufandas, y subió solo la escalera de mármol que conducía a la torre de Gryffindor. Habla empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo y silencioso.

—¡Pss, Harry!

Fred y George se miraron sonriendo.

Se dio la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vio a Fred y a George que lo miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.

—¿Qué hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Có­mo es que no estáis camino de Hogsmeade?

—Hemos venido a darte un poco de alegría antes de ir­nos —le dijo Fred guiñándole el ojo misteriosamente—. Entra aquí...

Harry les dio las gracias con la mirada, el mapa le había servido de mucho todos estos años y, seguramente, seguiría siéndole útil.

Le señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la iz­quierda de la estatua de la bruja. Harry entró detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente y se volvió, mirando a Harry con una amplia sonrisa.

—Un regalo navideño por adelantado, Harry —dijo.

Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado.

Muchos, la gran mayoría fruncieron el ceño extrañados, y lo fruncieron más todavía al ver las miradas que tenían James, Sirius y Lupin.

No tenía nada escrito. Harry, sospechando que fuera una de las bro­mas de Fred y George, lo miró con detenimiento.

—¿Qué es?

Eso era lo que se preguntaban todos.

—Esto, Harry, es el secreto de nuestro éxito —dijo Geor­ge, acariciando el pergamino.

—Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de que tú lo necesitas más que nosotros.

—De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Tuyo es. A nosotros ya no nos hace falta.

—¿Y para qué necesito un pergamino viejo? —preguntó Harry.

—¡Un pergamino viejo! —exclamó Sirius llevándose una mano al corazón y abriendo exageradamente los ojos en dirección a Harry.

—¡Un pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de dolor; como si Harry lo hubiera ofendido gravemente—. Explícaselo, George.

—Bueno, Harry.. cuando estábamos en primero.. y éra­mos jóvenes, despreocupados e inocentes... —Harry se rió. Dudaba que Fred y George hubieran sido inocentes alguna vez—.

Varios rieron también.

Bueno, más inocentes de lo que somos ahora... tuvi­mos un pequeño problema con Filch.

—Tiramos una bomba fétida en el pasillo y se molestó.

—Así que nos llevó a su despacho y empezó a amenazar­nos con el habitual...

—... castigo...

—... de descuartizamiento...

Molly frunció el ceño molesta. Estaba de acuerdo con que cuando sus hijos se comportaran mal les castigaran, pero nadie, excepto ella, podía amenazar a sus hijos con descuartizarles.

—... y fue inevitable que viéramos en uno de sus archi­vadores un cajón en que ponía «Confiscado y altamente peli­groso».

Ginny rodó los ojos sonriendo.

—No me digáis... —dijo Harry sonriendo.

—Bueno, ¿qué habrías hecho tú? —preguntó Fred— George se encargó de distraerlo lanzando otra bomba fétida, yo abrí a toda prisa el cajón y cogí... esto.

—No fue tan malo como parece —dijo George—. Cree­mos que Filch no sabía utilizarlo. Probablemente sospecha­ba lo que era, porque si no, no lo habría confiscado.

—¿Y sabéis utilizarlo?

—Si —dijo Fred, sonriendo con complicidad—. Esta pe­queña maravilla nos ha enseñado más que todos los profesores del colegio.

—¿Pero cómo conseguisteis aprender cómo funcionaba? —preguntó Remus con curiosidad.

Fred y George se encogieron de hombros.

—Fue bastante simple —dijo Fred—. Solo tuve que preguntarle a George, ¿Hey, George, si tu hubieras puesto una frase como requisito para desbloquear los secretos de este pergamino cual sería?

Los merodeadores les sonrieron satisfechos.

—Me estáis tomando el pelo —dijo Harry, mirando el pergamino.

—Ah, ¿sí? ¿Te estamos tomando el pelo? —dijo George.

Sacó la varita, tocó con ella el pergamino y pronunció:

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

—Como no —resopló Lily mirando con desaprobación a los merodeadores, de la misma forma que Molly miraba a sus hijos.

E inmediatamente, a partir del punto en que había tocado la varita de George, empezaron a aparecer unas finas lí­neas de tinta, como filamentos de telaraña. Se unieron unas con otras, se cruzaron y se abrieron en abanico en cada una de las esquinas del pergamino. Luego empezaron a aparecer palabras en la parte superior. Palabras en caracteres gran­des, verdes y floreados que proclamaban:



Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta

proveedores de artículos para magos traviesos

están orgullosos de presentar

EL MAPA DEL MERODEADOR



Todos en el comedor estaban completamente excitados por averiguar de qué servía ese tal “Mapa del merodeador”.

Era un mapa que mostraba cada detalle del castillo de Hogwarts y de sus terrenos.

—Wow —dijo Dean impresionado.

Pero lo más extraordinario eran las pequeñas motas de tinta que se movían por él, cada una etiquetada con un nombre escrito con letra diminuta. Estu­pefacto, Harry se inclinó sobre el mapa. Una mota de la esqui­na superior izquierda, etiquetada con el nombre del profesor Dumbledore, lo mostraba caminando por su estudio. La gata del portero, la Señora Norris, patrullaba por la segunda plan­ta, y Peeves se hallaba en aquel momento en la sala de los trofeos, dando tumbos.

Lily tenía los ojos muy abiertos.

—Eso es... Eso es... —empezó a murmurar.

—¿Increíble? —la ayudó Sirius.

—¿Impresionante? —probó James.

—¿Alucinante? —intentó también Tonks.

Pero la expresión de Lily delataba que ninguna de ellas se acercaba si quiera a lo que intentaba decir. Entonces se levantó de golpe.

—¡Entonces así era como eras capaz de saber siempre donde estaba! —dijo molesta.

—¿Es malo? —preguntó James inocentemente.

—¡Es enfermizo! ¡Es como el arma perfecta para un acosador! —exclamó la pelirroja.

—Pero sin el “como” —dijo Sirius sonriendo—. James fue un perfecto acosador con el arma perfecta para un acosador.

James le miró mal y luego se giró hacia Lily.

—Pero cariño...

—¡Ahora no pongas excusas, James! ¡Podías ver donde estaba en todo momento!

—Lily... —dijo Remus suspirando—. No lo hicimos para eso... Lo preparamos para apuntar todos nuestros conocimientos sobre el castillo y para poder preparar travesuras sin ser descubiertos.

—Y para que James pudiera dárselo a el hijo que iba a tener con Lily cuando este cumpliera once años —recordó Sirius con una sonrisa.

Lily alzó una ceja, sorprendida.

—Estás loco, James.

McGonagall ahora entendía muchas cosas que antes no tenían sentido.

—A pesar de que me molesta en gran medida un invento como ese, debo decir que es algo realmente increíble y que, sin duda, ni muchos magos expertos podrían haber creado un invento semejante. Estoy impresionada —los merodeadores sonrieron con satisfacción, pero McGonagall no había acabado—. Y ahora, señor Potter, ¿Haría el favor de entregarme ese mapa?

Los ojos de todos en el comedor se abrieron de golpe.

Harry, Ron y Hermione cruzaron una mirada. Harry estaba completamente en blanco y Ron no paraba de abrir y cerrar la boca como un estúpido.

—Profesora, ¿Cree que iba a permitirle a Harry tener un artículo semejante? El año pasado me encargué de quemarlo —aseguró Hermione.

Ron tuvo que usar toda su fuerza interior para no abalanzarse contra Hermione en ese mismo instante y comérsela a besos.

—¿Es eso cierto? —preguntó la profesora McGonagall.

Harry bufó fingiendo molestia.

—Tomaré eso como un sí.

Harry contempló al profesor Dumbledore, dudaba que él se hubiese creído la mentira de Hermione pero, aun así, Dumbledore no dijo nada.

Señorita Bones, puede continuar —dijo afablemente el director.

Y mientras los ojos de Harry reco­rrían los pasillos que conocía, se percató de otra cosa: aquel mapa mostraba una serie de pasadizos en los que él no había entrado nunca. Muchos parecían conducir...

Los merodeadores sonrieron.

—Exactamente a Hogsmeade —dijo Fred, recorriéndo­los con el dedo—. Hay siete en total. Ahora bien, Filch conoce estos cuatro. —Los señaló—. Pero nosotros estamos seguros de que nadie más conoce estos otros.

Filch sonrió, ahora iba a poder conocer todos los secretos del castillo.

¡FLASH!

Un enorme rayo cayó del techo del comedor y se estrelló contra el conserje, que desapareció en ese mismo instante.

Un pequeño pergamino descendió hasta las manos de Ron, que leyó con una sonrisa:

Me debéis una, inútiles.

Susan Bones parpadeó un par de veces, asimilando la situación, y continuó con la lectura. A nadie parecía importarle que Filch hubiese desaparecido.

Olvídate de éste de de­trás del espejo de la cuarta planta. Lo hemos utilizado hasta el invierno pasado, pero ahora está completamente bloquea­do. Y en cuanto a éste, no creemos que nadie lo haya utili­zado nunca, porque el sauce boxeador está plantado justo en la entrada.

Remus tragó saliva.

Pero éste de aquí lleva directamente al sótano de Honeydukes. Lo hemos atravesado montones de veces. Y la entrada está al lado mismo de esta aula, como quizás hayas notado, en la joroba de la bruja tuerta.

—Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta —sus­piró George, señalando la cabecera del mapa—. Les debe­mos tanto...

—Ahora podéis devolvérnoslo —dijo Sirius sonriendo.

—Vamos Sirius, le han dado el mapa a Harry, es suficiente —dijo Remus suspirando.

—Solo iba a pedir que nos dejaran ver los artículos de broma esos que se pasan el verano haciendo... —dijo Sirius.

—Será un placer —dijeron los gemelos.

—Hombres nobles que trabajaron sin descanso para ayudar a una nueva generación de quebrantadores de la ley —dijo Fred solemnemente.

—Bien —añadió George—. No olvides borrarlo después de haberlo utilizado.

—De lo contrario, cualquiera podría leerlo —dijo Fred en tono de advertencia.

—No tienes más que tocarlo con la varita y decir: «¡Tra­vesura realizada!», y se quedará en blanco.

—En serio —dijo Sirius impresionado—. Tenéis que enseñarme como hacéis para dividiros así los diálogos.

—Así que, joven Harry —dijo Fred, imitando a Percy ad­mirablemente—, pórtate bien.

—Nos veremos en Honeydukes —le dijo George, gui­ñándole un ojo.

Salieron del aula sonriendo con satisfacción.

Harry se quedó allí, mirando el mapa milagroso. Vio que la mota de tinta que correspondía a la Señora Norris se vol­vía a la izquierda y se paraba a olfatear algo en el suelo. Si realmente Filch no lo conocía, él no tendría que pasar por el lado de los dementores. Pero incluso mientras permanecía allí, emocionado, recordó algo que en una ocasión había oído al señor Weasley: «No confíes en nada que piense si no ves dónde tiene el cerebro.»

Arthur sonrió, satisfecho con que Harry tuviera eso presente.

Aquel mapa parecía uno de aquellos peligrosos objetos mágicos contra los que el señor Weasley les advertía. «Artícu­los para magos traviesos...» Ahora bien, meditó Harry, él sólo quería utilizarlo para ir a Hogsmeade. No era lo mismo que robar o atacar a alguien... Y Fred y George lo habían utilizado durante años sin que ocurriera nada horrible.

Harry recorrió con el dedo el pasadizo secreto que llevaba a Honeydukes.

Entonces, muy rápidamente, como si obedeciera una or­den, enrolló el mapa, se lo escondió en la túnica y se fue a toda prisa hacia la puerta del aula. La abrió cinco centíme­tros. No había nadie allí fuera. Con mucho cuidado, salió del aula y se colocó detrás de la estatua de la bruja tuerta.

¿Qué tenía que hacer? Sacó de nuevo el mapa y vio con asombro que en él había aparecido una mota de tinta con el rótulo «Harry Potter». Esta mota se encontraba exactamen­te donde estaba el verdadero Harry, hacia la mitad del co­rredor de la tercera planta. Harry lo miró con atención. Su otro yo de tinta parecía golpear a la bruja con la varita.

Lily tuvo que reconocer que, por mucho que le molestara, era un invento increíble.

Rápidamente, Harry extrajo su varita y le dio a la estatua unos golpecitos. Nada ocurrió. Volvió a mirar el mapa. Al lado de la mota había un diminuto letrero, como un bocadillo de tebeo. Decía: «Dissendio.»

—¡Genial! —dijeron muchos impresionados con la capacidad del mapa.

Los merodeadores, el trío y los gemelos estaban bastante molestos con todo esto. Ahora todos iban a conocer muchos de los pasadizos de la escuela, y eso ni les agradaba ni les convenía.

—¡Dissendio! —susurró Harry, volviendo a golpear con la varita la estatua de la bruja.

Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo sufi­ciente para que pudiera pasar por ella una persona delgada. Harry miró a ambos lados del corredor, guardó el mapa, me­tió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría y húmeda. Se puso en pie, mirando a su alrededor. Estaba totalmente oscuro. Levantó la varita, murmuró ¡Lumos!, y vio que se encontraba en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro. Levantó el mapa, lo golpeó con la punta de la varita y dijo: «¡Travesura realizada!» El mapa se quedó inmediatamente en blanco. Lo dobló con cuidado, se lo guardó en la túnica, y con el corazón latiéndole con fuerza, sintiéndose al mismo tiempo emocio­nado y temeroso, se puso en camino.

Los merodeadores sonrieron, orgullosos del comportamiento de Harry.

El pasadizo se doblaba y retorcía, más parecido a la ma­driguera de un conejo gigante que a ninguna otra cosa. Harry corrió por él, con la varita por delante, tropezando de vez en cuando en el suelo irregular.

Tardó mucho, pero a Harry le animaba la idea de llegar a Honeydukes. Después de una hora más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleró el paso. Tenía la cara caliente y los pies muy fríos.

Diez minutos después, llegó al pie de una escalera de piedra que se perdía en las alturas. Procurando no hacer rui­do, comenzó a subir. Cien escalones, doscientos... perdió la cuenta mientras subía mirándose los pies... Luego, de im­proviso, su cabeza dio en algo duro. Parecía una trampilla.

—Aún recuerdo como me choqué con ella la primera vez que fuimos —dijo Sirius acariciándose la cabeza.

—Ni que fuese la única vez que te chocaste con ella —dijo Remus divertido.

Aguzó el oído mientras se frotaba la cabeza. No oía nada. Muy despacio, levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija.

Se encontraba en un sótano lleno de cajas y cajones de madera. Salió y volvió a bajar la trampilla. Se disimulaba tan bien en el suelo cubierto de polvo que era imposible que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Harry anduvo sigilo­samente hacia la escalera de madera. Ahora oía voces, ade­más del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse.

Mientras se preguntaba qué haría, oyó abrirse otra puer­ta mucho más cerca de él. Alguien se dirigía hacia allí.

—Y coge otra caja de babosas de gelatina, querido. Casi se han acabado —dijo una voz femenina.

—¡Escóndete! —le urgieron muchos.

Un par de pies bajaba por la escalera. Harry se ocultó tras un cajón grande y aguardó a que pasaran.

—Bien hecho —dijo Sirius asintiendo con la cabeza.

Oyó que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la pared de en­frente. Tal vez no se presentara otra oportunidad...

Muchos contuvieron la respiración.

Rápida y sigilosamente, salió del escondite y subió por la escalera. Al mirar hacia atrás vio un trasero gigantesco y una cabeza calva y brillante metida en una caja. Harry llegó a la puerta que estaba al final de la escalera, la atravesó y se encontró tras el mostrador de Honeydukes. Agachó la cabe­za, salió a gatas y se volvió a incorporar.
—¡Genial! —dijeron muchos emocionados.

Honeydukes estaba tan abarrotada de alumnos de Hog­warts que nadie se fijó en Harry.

Ron y Hermione comenzaron a reírse y varios les miraron extrañados.

—¿Nadie se fijó en Harry Potter? —preguntó Hermione.

—Eso es nuevo —dijo Ron sonriendo—. Felicidades amigo, lo has conseguido.

Snape frunció el ceño, él siempre se había imaginado a Harry pavoneándose delante de todos los alumnos de cómo, gracias a su genialidad, había conseguido ir a Hogsmeade sin permiso. Snape ya era consciente de lo mucho que se había equivocado con Harry pero a medida que la lectura continuaba era más y más consciente de ello.

Pasó por detrás de ellos, mirando a su alrededor; y tuvo que contener la risa al ima­ginarse la cara que pondría Dudley si pudiera ver dónde se encontraba. La tienda estaba llena de estantes repletos de los dulces más apetitosos que se puedan imaginar.

Los alumnos de primero y de segundo escuchaban con atención.

Cremosos trozos de turrón, cubitos de helado de coco de color rosa tré­mulo, gruesos caramelos de café con leche, cientos de chocola­tes diferentes puestos en filas. Había un barril enorme lleno de alubias de sabores y otro de Meigas Fritas, las bolas de helado levitador de las que le había hablado Ron. En otra pa­red había dulces de efectos especiales: el chicle droobles, que hacía los mejores globos (podía llenar una habitación de glo­bos de color jacinto que tardaban días en explotar), la rara seda dental con sabor a menta, diablillos negros de pimienta («¡quema a tus amigos con el aliento!»); ratones de helado («¡oye a tus dientes rechinar y castañetear!»); crema de menta en forma de sapo («¡realmente saltan en el estómago!»); frági­les plumas de azúcar hilado y caramelos que estallaban.

—¿A alguien más le han entrado ganas de ir a Hogsmeade? —preguntó Sirius.

—Y que lo digas —dijeron muchos, ya acostumbrados a la presencia de Sirius y sin temerle como antes.

Harry se apretujó entre una multitud de chicos de sex­to, y vio un letrero colgado en el rincón más apartado de la tienda («Sabores insólitos»). Ron y Hermione estaban deba­jo, observando una bandeja de pirulíes con sabor a sangre. Harry se les acercó a hurtadillas por detrás.

—Uf, no, Harry no querrá de éstos. Creo que son para vampiros —decía Hermione.

—¿Y qué te parece esto? —dijo Ron acercando un tarro de cucarachas a la nariz de Hermione.

—Aún peor —dijo Harry.

Ron miró mal a Harry.

A Ron casi se le cayó el bote.

Varios rieron y Fred, George, Tonks, Sirius y James le sonrieron a Harry con aprobación.

—¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Qué haces aquí? ¿Có­mo... como lo has hecho...?

—¡Ahí va! —dijo Ron muy impresionado—. ¡Has apren­dido a materializarte!

—¿En serio has llegado a pensar eso, Ron? —preguntó Hermione divertida—. Era imposible que hubiese aprendido.

—¿Y por qué no? —replicó Ron—. Ha sobrevivido a una maldición asesina, ha sacado la piedra filosofal de una prueba preparada por el mismo Dumbledore y la ha protegido de quien tú ya sabes, ha matado un basilisco con la espada de Godric Gryffindor... Y no digo más porque estaría quitándole la emoción a los siguientes libros. Así que dime, ¿Cuántas de esas cosas te habrían parecido imposibles si no las hubiera conseguido?

Hermione tuvo que admitir que Ron tenía un punto, pero no dijo nada.

—Por supuesto que no —dijo Harry. Bajó la voz para que ninguno de los de sexto pudiera oírle y les contó lo del mapa del merodeador.

—¿Por qué Fred y George no me lo han dejado nunca? ¡Son mis hermanos!

Ron miró de mala manera a Fred y George pero estos le ignoraron totalmente fingiendo que tenían una muy interesante conversación a susurros.

—¡Pero Harry no se quedará con él! —dijo Hermione, como si la idea fuera absurda—. Se lo entregará a la profeso­ra McGonagall. ¿A que sí, Harry?

—¡Estás loca! —exclamaron muchos alarmados.

—¡No! —contestó Harry

Muchos asintieron energéticamente.

—¿Estás loca? —dijo Ron, mirando a Hermione con ojos muy abiertos—. ¿Entregar algo tan estupendo?

—¡Si lo entrego tendré que explicar dónde lo conseguí! Filch se enteraría de que Fred y George se lo cogieron.

—Pero ¿y Sirius Black? —susurró Hermione—. ¡Podría estar utilizando alguno de los pasadizos del mapa para en­trar en el castillo! ¡Los profesores tienen que saberlo!

—No puede entrar por un pasadizo —dijo enseguida Harry—. Hay siete pasadizos secretos en el mapa, ¿verdad? Fred y George saben que Filch conoce cuatro. Y en cuanto a los otros tres... uno está bloqueado y nadie lo puede atrave­sar; otro tiene plantado en la entrada el sauce boxeador; de forma que no se puede salir; y el que acabo de atravesar yo..., bien..., es realmente difícil distinguir la entrada, ahí abajo, en el sótano... Así que a menos que supiera que se encontra­ba allí...

James, Sirius y Remus se mordieron el labio y negaron con la cabeza, divertidos por el hecho de que Harry había estado preguntándose a ver si uno de los creadores del mapa conocía uno de los pasadizos ahí dibujados.

Harry dudó. ¿Y si Black sabía que la entrada del pasadi­zo estaba allí?

—¡Claro que lo sabía! —dijo Sirius indignado.

Ron, sin embargo, se aclaró la garganta y se­ñaló un rótulo que estaba pegado en la parte interior de la puerta de la tienda:



POR ORDEN DEL MINISTERIO DE MAGIA

Se recuerda a los clientes que hasta nuevo aviso los dementores patrullarán las calles cada noche des­pués de la puesta de sol. Se ha tomado esta medida pensando en la seguridad de los habitantes de Hogs­meade y se levantará tras la captura de Sirius Black. Es aconsejable, por lo tanto, que los ciudadanos finali­cen las compras mucho antes de que se haga de noche.

¡Felices Pascuas!




—¿Lo veis? —dijo Ron en voz baja—. Me gustaría ver a Black tratando de entrar en Honeydukes con los dementores por todo el pueblo. De cualquier forma, los propietarios de Ho­neydukes lo oirían entrar, ¿no? Viven encima de la tienda.

—Sí, pero... —Parecía que Hermione se esforzaba por hallar nuevas objeciones—. Mira, a pesar de lo que digas, Harry no debería venir a Hogsmeade porque no tiene auto­rización. ¡Si alguien lo descubre se verá en un grave aprieto! Y todavía no ha anochecido: ¿qué ocurriría si Sirius Black apareciera hoy? ¿Si apareciera ahora?

James volvió ponerse serio, todo esto sobre Sirius persiguiendo a Harry podía con él, a pesar de que sabía que, al parecer, en este momento todo estaba bien.

—¿Soy la única que piensa que Hermione buscaba quedarse a solas con Ron? —preguntó Ginny buscando quitarle la tensión al ambiente, cosa que logró espléndidamente, ya que las increíblemente rojas caras de Ron y Hermione hicieron que James sonriera, y eso hizo que Sirius, que también estaba algo tenso, se tranquilizara.

—Pues que las pasaría moradas para localizar aquí a Harry —dijo Ron, señalando con la cabeza la nieve densa que formaba remolinos al otro lado de las ventanas con parteluz. Vamos, Hermione, es Navidad. Harry se merece un descanso.

Hermione se mordió el labio. Parecía muy preocupada.

—¿Me vas a delatar? —le preguntó Harry con una son­risa.

—Claro que no, pero, la verdad...

—¿Has visto las Meigas Fritas, Harry? —preguntó Ron, cogiéndolo del brazo y llevándoselo hasta el tonel en que es­taban—. ¿Y las babosas de gelatina? ¿Y las píldoras ácidas? Fred me dio una cuando tenía siete años. Me hizo un agujero en la lengua.

Molly lanzó una mirada feroz a Fred, ¿Cómo era capaz de hacerle algo así a su propio hermano pequeño?

Recuerdo que mi madre le dio una buena tunda con la escoba. —Ron se quedó pensativo, mirando la caja de píldoras—. ¿Creéis que Fred picaría y cogería una cucaracha si le dijera que son cacahuetes?

Fred y George negaron con la cabeza varias veces luciendo decepcionados con la ocurrencia de Ron.

Después de pagar los dulces que habían cogido, salieron los tres a la ventisca de la calle.

Hogsmeade era como una postal de Navidad. Las tien­das y casitas con techumbre de paja estaban cubiertas por una capa de nieve crujiente. En las puertas había adornos navideños y filas de velas embrujadas que colgaban de los árboles.

A Harry le dio un escalofrío. A diferencia de Ron y Her­mione, no había cogido su capa. Subieron por la calle, incli­nando la cabeza contra el viento. Ron y Hermione gritaban con la boca tapada por la bufanda.

—Ahí está correos.

—Zonko está allí.

—Podríamos ir a la casa de los gritos.

—Os propongo otra cosa —dijo Ron, castañeteando los dientes—. ¿Qué tal si tomamos una cerveza de mantequilla en Las Tres Escobas?

A Harry le apetecía muchísimo, porque el viento era ho­rrible y tenía las manos congeladas. Así que cruzaron la ca­lle y a los pocos minutos entraron en el bar.

Estaba calentito y lleno de gente, de bullicio y de humo. Una mujer guapa y de buena figura servía a un grupo de pendencieros en la barra.

—¿Guapa y de buena figura? —repitió Sirius sonriendo pícaramente.

Harry, que no estaba acostumbrado a hablar de ese tipo de cosas, en una situación normal se habría ruborizado completamente. Pero en este caso, con sus padres presentes, se ruborizó más todavía.

—Ésa es la señora Rosmerta —dijo Ron—. Voy por las bebidas, ¿eh? —añadió sonrojándose un poco.

A Ron se le volvieron las orejas coloradas al ver lo obvio de sus intenciones.

Harry y Hermione se dirigieron a la parte trasera del bar; donde quedaba libre una mesa pequeña, entre la ventana y un bonito árbol navideño, al lado de la chimenea. Ron regresó cinco minutos más tarde con tres jarras de caliente y espumosa cerveza de mantequilla.

—¡Felices Pascuas! —dijo levantando la jarra, muy con­tento.

Harry bebió hasta el fondo. Era lo más delicioso que ha­bía probado en la vida, y reconfortaba cada célula del cuerpo.

Una repentina corriente de aire lo despeinó. Se había vuelto a abrir la puerta de Las Tres Escobas. Harry echó un vistazo por encima de la jarra y casi se atragantó.

El profesor Flitwick y la profesora McGonagall acaba­ban de entrar en el bar con una ráfaga de copos de nieve.

—¿Pero cómo puedes tener tanta mala suerte? —preguntaron Ginny y Malfoy al mismo tiempo.

Los seguía Hagrid muy de cerca, inmerso en una conversación con un hombre corpulento que llevaba un sombrero hongo de color verde lima y una capa de rayas finas: era Cornelius Fudge, el ministro de Magia.

Ginny no sabía si reír o si llorar por lo absurdo de la situación. No solo habían entrado los profesores en el lugar en el que Harry estaba, ¡Sino que el ministro de magia también! ¿Es que Harry tenía algún tipo de maldición?

En menos de un segundo, Ron y Hermione obligaron a Harry a agacharse y esconderse deba­jo de la mesa, empujándolo con las manos. Chorreando cer­veza de mantequilla y en cuclillas, empuñando con fuerza la jarra vacía, Harry observó los pies de los tres adultos, que se acercaban a la barra, se detenían, se daban la vuelta y avan­zaban hacia donde él estaba.

—¡Hacer algo! —les instaron muchos.

Hermione susurró:

—¡Mobiliarbo!

El árbol de Navidad que había al lado de la mesa se ele­vó unos centímetros, se corrió hacia un lado y, suavemente, se volvió a posar delante de ellos, ocultándolos.

—¡Genial! —dijeron muchos emocionados pero Hermione no se dio cuenta de ello porque Ron la había sujetado de los hombros y le había plantado un beso en los labios, dejando a Hermione completamente colorada.

—¡Hoo! El pequeño Roonie se está haciendo un hombre —dijo Charlie, burlón haciendo que Ron se diera cuenta de lo que acababa de hacer y delante de quienes.

Harry le palmeó varias veces la espalda.

—Es lo que tiene ser tan impulsivo —le dijo sabiamente—. Tienes que pensar un poco antes de hacer las cosas, mírame a mí, nunca haré algo parecido —añadió muy convencido.

Mirando a través de las ramas más bajas y densas, Harry vio las patas de cuatro sillas que se separaban de la mesa de al lado, y oyó a los profesores y al ministro resoplar y suspirar mientras se sentaban.

Luego vio otro par de pies con zapatos de tacón alto y de color turquesa brillante, y oyó una voz femenina:

—Una tacita de alhelí...

—Para mí —indicó la voz de la profesora McGonagall.

—Dos litros de hidromiel caliente con especias...

—Gracias, Rosmerta —dijo Hagrid.

—Un jarabe de cereza y gaseosa con hielo y sombrilla.

—¡Mmm! —dijo el profesor Flitwick, relamiéndose.

—El ron de grosella tiene que ser para usted, señor mi­nistro.

—Gracias, Rosmerta, querida —dijo la voz de Fudge—. Estoy encantado de volver a verte. Tómate tú otro, ¿quieres? Ven y únete a nosotros...

—Está hecho un pervertido, señor ministro —dijo Sirius divertido.

—Muchas gracias, señor ministro.

Harry vio alejarse y regresar los llamativos tacones. Sentía los latidos del corazón en la garganta. ¿Cómo no se le había ocurrido que también para los profesores era el último fin de semana del trimestre?

—No te preocupes —le dijo James comprensivo—. Suele pasar.

—Eso es porque no consideras a los profesores seres humanos —explicó Sirius—. Nos pasa a todos.

¿Cuánto tiempo se quedarían allí sentados? Necesitaba tiempo para volver a entrar en Honeydukes a hurtadillas si quería volver al colegio aquella noche... A la pierna de Hermione le dio un tic.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Ron.

—¡No lo hice yo! ¡El tic me salió solo! —aseguró Hermione.

—Le decía a Harry —aclaró el pelirrojo—. ¿Cómo lo haces para darte cuenta de todo?

Hermione se interesó también por la respuesta.

—La respuesta es mucho más simple de lo que parece —aseguró Harry. Muchos escuchaban atentamente—. Solo tienes que... Ser Harry Potter.

—Oh, venga ya Harry, no juegues conmigo —resopló el pelirrojo irritado.

—¿Prefieres que te diga que es gracias a que he crecido dentro de una alacena donde no pasaba nada y lo único que podía hacer era concentrarme en los pequeños detalles que tenía? ¿A que nunca he podido entrar en una conversación y lo único que he podido hacer ha sido observar los patrones de estas? ¿A que nunca he podido ir a ningún sitio y tenido que aprendérmelos de memoria gracias a fotos? —dijo Harry algo molesto.

Ron tragó saliva. Prefería la otra respuesta.

—Eeh... Continua, por favor, señorita Bones —pidió la profesora McGonagall.

—¿Qué le trae por estos pagos, señor ministro? —dijo la voz de la señora Rosmerta.

Harry vio girarse la parte inferior del grueso cuerpo de Fudge, como si estuviera comprobando que no había nadie cerca. Luego dijo en voz baja:

—¿Qué va a ser; querida? Sirius Black. Me imagino que sabes lo que ocurrió en el colegio en Halloween.

Todos sabían a que se refería el ministro. Nadie dijo nada.

—Sí, oí un rumor —admitió la señora Rosmerta.

—¿Se lo contaste a todo el bar; Hagrid? —dijo la profeso­ra McGonagall enfadada.

—¿Cree que Black sigue por la zona, señor ministro? —susurró la señora Rosmerta.

—Estoy seguro —dijo Fudge escuetamente.

—¿Sabe que los dementores han registrado ya dos veces este local? —dijo la señora Rosmerta—. Me espantaron a toda la clientela. Es fatal para el negocio, señor ministro.

—Rosmerta querida, a mí no me gustan más que a ti —dijo Fudge con incomodidad—. Pero son precauciones ne­cesarias... Son un mal necesario. Acabo de tropezarme con algunos: están furiosos con Dumbledore porque no los deja entrar en los terrenos del castillo.

—Menos mal —dijo la profesora McGonagall tajantemente.

—¿Cómo íbamos a dar clase con esos monstruos rondan­do por allí?

—Bien dicho, bien dicho —dijo el pequeño profesor Flit­wick, cuyos pies colgaban a treinta centímetros del suelo.

—De todas formas —objetó Fudge—, están aquí para defendernos de algo mucho peor. Todos sabemos de lo que Black es capaz...

—¿Sabéis? Todavía me cuesta creerlo —dijo pensativa la señora Rosmerta—. De toda la gente que se pasó al lado Tenebroso, Sirius Black era el último del que hubiera pensa­do...

Sirius sonrió.

—Rosmerta se merece que le haga una visita.

Quiero decir, lo recuerdo cuando era un raño en Hogwarts. Si me hubierais dicho entonces en qué se iba a convertir; ha­bría creído que habíais tomado demasiado hidromiel.

—No sabes la mitad de la historia, Rosmerta —dijo Fud­ge con aspereza—. La gente desconoce lo peor.

Todos se tensaron y James estaba completamente rígido.

—¿Lo peor? —dijo la señora Rosmerta con la voz impreg­nada de curiosidad—. ¿Peor que matar a toda esa gente?

Sirius gruño levemente.

—Desde luego, eso quiero decir —dijo Fudge.

—No puedo creerlo. ¿Qué podría ser peor?

—Dices que te acuerdas de cuando estaba en Hogwarts, Rosmerta —susurró la profesora McGonagall—. ¿Sabes quién era su mejor amigo?

James sonrió con orgullo.

—Pues claro —dijo la señora Rosmerta riendo ligera­mente—. Nunca se veía al uno sin el otro. ¡La de veces que estuvieron aquí! Siempre me hacían reír. ¡Un par de cómicos, Sirius Black y James Potter!

A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie.

Muchos tragaron saliva, sabiendo que eso sería un gran golpe para Harry. Y no se referían precisamente a la patada de Ron...

—Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteli­gentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca he­mos tenido dos alborotadores como ellos.

—Pobre Remus —dijo Sirius suspirando—. Nadie reconoce su existencia.

—Yo era un buen estudiante, ¿Recuerdas? No un alborotador.

—Ya —dijo James sonriendo—. De cara al público.

Remus no pudo contener una pequeña sonrisa.

—No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás.

—Gracias, Hagrid —dijo George sonriendo.

—¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran her­manos! —terció el profesor Flitwick

—¡Nosotros mismo lo decimos! —aseguraron ambos.

—. ¡Inseparables!

Ambos tragaron saliva, ninguno de los dos dijo nada.

—¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter con­fiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda cuan­do James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Harry no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.

Muchos lucían preocupados, preguntándose como iba a reaccionar ahora que lo sabía.

—¿Porque Black se alió con Quien Ustedes Saben? —su­surró la señora Rosmerta.

Sirius volvió a gruñir.

—Aún peor; querida... —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien Tú Sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba in­cansablemente contra Quien Tú Sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmedia­tamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien Tú Sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su me­jor defensa era el encantamiento Fidelio.

James asintió.

—Ha eso hemos llegado en nuestro tiempo.

—¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.

El profesor Flitwick carraspeó.

—Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito— que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien Tú Sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encon­trarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.

Muchos lucían impresionados, pero era lógico, era un encantamiento impresionante.

—¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.

Los ojos de James y de Lily se abrieron de golpe.

—Naturalmente —dijo la profesora McGonagall—. Ja­mes Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida an­tes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pen­sando en ocultarse él también... Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián se­creto de los Potter.

La respiración de James era fuerte y pesada, como si le costará hacerlo. Lily no paraba de parpadear, como se no fuese capaz de creer el pensamiento que golpeaba sin cesar su cabeza.

—¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta.

—Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien Tú Sabes de sus movi­mientos —dijo la profesora McGonagall con voz misterio­sa—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien Tú Sabes.

—¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black?

James cerró los ojos con fuerza. Quisiera o no ahora todo cuadraba en su cabeza. El encantamiento fidelio, el que acabo siendo realmente guardián de los secretos, su muerte y la de Lily, el hecho de que Peter no estuviese con ellos... Todo cuadraba. Y lo odiaba.

La tensión en el ambiente era palpable.

Lily trago saliva, pálida como la cera y con los ojos tan abiertos que parecía un cadáver de alguien al que acababan de apuñalar por la espalda. Lily abrió la boca.

—¡No digas nada! —ordenó Remus—. No digas nada ahora —repitió—. Espera a que acabe el capítulo.

Susan Bones, nerviosa y sintiendo cientos de miradas sobre ella, decidió seguir leyendo.

—Así es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio...

—¿Black los traicionó? —musitó la señora Rosmerta.

—Desde luego.

Ninguno entendía porque nadie se lanzaba contra Sirius.

Black estaba cansado de su papel de es­pía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien Tú Sabes. Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero como sa­bemos todos, Quien Tú Sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incó­moda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar...

—Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en silencio.

Sirius lucía fúnebre.

—Chist —dijo la profesora McGonagall.

—¡Me lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vio antes de que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las rui­nas, pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto... Y Sirius Black apareció en aque­lla moto voladora que solía llevar. No se me ocurrió pre­guntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él ha­bía sido el guardián secreto de Lily y James. Pensé que se había enterado del ataque de Quien Vosotros Sabéis y ha­bía acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice? ¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO! —exclamó Hagrid.

Eso solo hacía más extraña la situación. ¿Por qué James y Lily estaban rígidos y observaban el libro sin moverse ni un ápice? ¿Por qué Harry miraba atentamente sus zapatos? ¿Por qué Ron y Hermione estaban encogidos en sus asientos y dados de la mano? ¡¿Por qué nadie le hacía nada a Sirius Black?!

—Hagrid, por favor —dijo la profesora McGonagall—, baja la voz.

—¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Lily y a James? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien Vosotros Sabéis! Y entonces me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él...» ¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me dijo. Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja dema­siadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe...

Sirius tenía los ojos apretados con fuerza. Sentía rabia y furia... Dolor y tristeza... Impotencia...

Tras la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Lue­go, la señora Rosmerta dijo con cierta satisfacción:

—Pero no consiguió huir; ¿verdad? El Ministerio de Ma­gia lo atrapó al día siguiente.

—¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros...! —dijo Fudge con amargura—. No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter. Enloquecido de dolor; sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Black, él mismo lo persiguió.

Lily abría la boca y la cerraba sin cesar, queriendo decir algo pero sin poder hacerlo. Todo esto era demasiado para ella. Parecía a punto de quebrarse.

—¿Pettigrew...? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó la señora Rosmerta.

El estado de James no era mucho mejor que el de Lily. Tenía los ojos fijos en el libro e intentaba no parpadear, intentaba no sentir. Pero sentía. Y mucho.

—Adoraba a Black y a Potter. Eran sus héroes —dijo la profesora McGonagall—. No era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis imaginaros cómo me pesa ahora... —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado repentino.

Remus tenía una vena palpitante en la frente y la furia que reflejaban sus ojos haría que cualquiera pensará que había una brillante luna llena en el cielo y que Remus se estaba transformando.

—Venga, venga, Minerva —le dijo Fudge amablemen­te—. Pettigrew murió como un héroe. Los testigos oculares (muggles, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria...) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Di­cen que sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudis­te...?» Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.

Los corazones de James y de Lily comenzaron a acelerarse.

La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa:

—¡Qué chico más alocado, qué bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía que habérselo dejado al Ministerio...

—Os digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas... Lo ha­bría descuartizado, miembro por miembro —gruñó Hagrid.

—No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brus­quedad—. Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorrala­do. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departa­mento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a veces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes. Muggles gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante... Una túni­ca manchada de sangre y unos... unos trozos de su cuerpo.

Sirius tenía los ojos cerrados con fuerza. Recordaba cómo se había sentido en ese instante. Las sensaciones irracionales que había sentido. Como un par de días el mundo había dejado de tener sentido. Como ya nada importaba...

La voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron.

—Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue inves­tido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.

La señora Rosmerta dio un largo suspiro.

—¿Es cierto que está loco, señor ministro?

—Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fud­ge—. Ciertamente creo que la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew y de todos aquellos muggles fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio... Pero me quedé sorpren­dido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando con­migo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dio la im­presión de que se aburría. Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como os podáis imaginar; me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los dementores parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía dementores ante la puer­ta día y noche.

Muchos miraron a Sirius entre sorprendidos e impresionados, pero nadie dijo nada, nadie sabía cómo reaccionar ante toda esta información.

—Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunir­se con Quien Usted Sabe, ¿verdad?

—Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final —respondió Fudge evasivamente

—¡Espere ministro! —dijo Ron sin poder contenerse—. ¿Pero Quién Usted Sabe no estaba muerto?

—. Pero esperamos atra­parlo antes. Tengo que decir que Quien Tú Sabes, solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me es­tremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...

Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado su vaso.

—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.

Todos los pies que había ante Harry volvieron a sopor­tar el cuerpo de sus propietarios. La parte inferior de las ca­pas se balanceó y los llamativos tacones de la señora Ros­merta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron.

—¿Harry?


Sirius tragó saliva, ¿Cómo reaccionaría Harry?

Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron fijamente, sin saber qué decir.

Susan Bones levantó la vista del libro, claramente aliviada de poder dejar de leer.

—Bu-bueno... —comenzó la profesora McGonagall—. No creo que haga falta mencionaros que nos tomaremos un... descanso, por un tiempo.

—Chicos, salgamos a hablar —dijo Remus.

Sirius asintió y se puso de pie.

—Remus —llamó Lily.

—¿Qué pasa?

—Hay un problema.


El asiento de James estaba vació.



Si os soy sincero me habría gustado hacer de este capitulo algo super épico para volver con una gran entrada, pero no se me ha ocurrido nada alucinante. Bueno sí, me habría molado meter dragones, dementores, trolls y acromantulas y a todos muriendo. Que sobreviviesen solo Ginny, Harry, Ron, Hermione y Neville y que fueran perdices y comieran felices. Pero muchos os quejaríais :c

Os informaré sobre algo simple pero útil. He puesto en cada uno de los capítulos anteriores un link al capitulo siguiente. Así la lectura será más cómoda para los que empiecen a leer o a los que se les acumulen varios capítulos. (Es que subí algunos en desorden y si se sigue el orden del "Archivo del blog" uno como mínimo no coincide con el orden correcto).

Bueno, supongo que eso a sido todo. 

¿Como se tomarán Lily y James la traición de Peter? ¿Como reaccionaran?

17 comentarios :

  1. Bien!!! No podía creérmelo cuando e visto que habías actualizado

    Te llevo siguiendo desde verano pero no e comentado nunca... Pero estoy tan contenta de que hayas vuelto!!!

    La verdad sk yo prefiero que tardes un poco más y subas capitulo a capítulo... Pero es solo mi opinión

    Bueno solo decirte que me encanta tu fic y tenia muchas ganas de leer este cap, no solo por el paron si no por que es uno de mis caps favoritos y todos se iban a enterar de lo que "paso" con Sirius...

    Saludos!!

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  2. Daaaaaaaaait!!! Has vuelto!!!! *w* Se te ha echado muchísimo de menos >w< Wiiii pedazo capítulo has subido, y no lo digo solo por lo largo que es xD Con lo feliz que iba de que hubieras actualizado y vas y metes al principio una escena dramática no, hiperultramegadramática T^T Harry llorando y diciéndole a sus padres que les quiere, aww >.< *va a por pañuelos* De verdad que este capítulo es bestial, sueltan toda la información de golpe... lo bueno es que James y Lily al fin (al fiiin!!) van a saber lo que pasó... y lo rastrero y miserable que es colagusano. Y que se limpiará el nombre de sirius! >w<
    Lo que dijo Hermione de que quemó el mapa el año pasado... no se da cuenta de que cuando lleguen a ese año en los libros Mc Gonagall verá que no lo ha quemado? Con un poco de suerte para entonces ya se le ha olvidado xD Y estoy de acuerdo con los merodeadores y los gemelos, no me gusta que todos sepan sobre el mapa y los pasadizos... pero es inevitable ^^;; al menos filch no lo sabe xD Aish, se me ocurren tantas cosas que decirte que no sé ni qué decir xD He echado mucho de menos esta historia >.< Como dijo alguien en un comentario, para mí también era un escape entre tanto trabajo y examen (que hoy tuve uno de alemán y fue catastrófico ^^;; seis páginas de examen...T.T ). En fin, me alegro de que estés de vuelta :3 Nos vemos en el siguiente cap! ^^
    LaurieAngel

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  3. Aaaaaah! Nunca había comentado en tu blog (soy muy, tímida, ¿vale? me da cosa comentar aunque no sepas ni quién soy).
    Pero ver que has subido hace que merezca la pena. Omfg, en serio. Lo he abierto pensando: "aún no habrá vuelto, qer mismo lo miré y nada... seguro que me encuentro el aviso y nada nuevo" y pam. Ay, me voy a leer y te comento que me parece...

    (Después de muchos minutos leyendo...)


    Aaaaaah, por fin James y Lily lo compreden todo. El gran error de meter al malnacido de Pettigrew como guardián, pero... pero... ¡¿DÓNDE ESTA JAMES?!
    Me da miedo la que pueda liar.

    En cuanto a todo lo dmeás, creo que escribes igual que antes, incluso mejor que los últimos caps que subiste (cosas de volver a tener a ganas, supongo).

    En fin, gracias por haber vuelto y no haberlo dejado abandonado, ¡este fic es adictivo!

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  4. ¿Querias hacer una gran entrada? Entonces hubieses publicado dos capitulos seguidos, eso si es una gran entrada y no la estupidez que pensabas...

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  5. brujaflu: te extrañe no lo negare buen cap esperare el proximo cap cn muchas ansias

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  6. Me alegro de que hayas vuelto y con la misma energía que al principio.
    He leído muchas historias de este tipo y la tuya es la mejor.
    Un saludo

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  7. Lunatica-obsecionada O-O:

    HAZ VUELTO!! y con energias (y un enorme ego) renovadas !!
    (*fuegos artificiales tipo sortilegios weasley*)
    !!! WELCOME!!!!!
    ya te extrañaba, nos tenias pensando en ti cada dia... traviezo (*insertar voz del sombrerero loco*) y con 36 paginas, woo chico eso es genial, aunque sea de a 2 por semana esta hermosamente perfecto!!!! pero falto un detalle... CRUEL ES BUENO ok, no resisti la tentacion de escribirlo, perdona :) ... con el detalle de la escritura, datil, no importa como escribas, el entusiasmo al escribir es lo que le pone emocion!
    Volviste (suena como si hubieras hido a una mision a Azckaban o algo asi XD) y con el mejor hermosamente sexy capitulo de la historia, en mi opinion, EL MAPA DE EL (sexy) MERODEADOR!!! es tan hermoso que casi puedo saborearlo *-*
    espero que hallas disfrutado de tus -mini- vacaciones, hallas tomado suficientes batidos para someter a un caballo y hallas encontrado a tu potterico interior ...
    bienvenido seas, Dait alias Datil, Rey de... eh, del batido (?) como sea gracias por volver, ya hacias falta ...

    Besos y un batido

    Luny

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  8. Volviste, la esperanza casi se había perdido pero ahora el universo podrá ser entretenido haciendo que el aburrimiento y la diversión estén en equilibrio reinará una nueva era que traerá fics que alegrarán los corazones de cientos de lectores y tu eres el único que puede darle equilibrio al universo sólo tú el unico Elegido (marca registrada-anonimus-maximus-rey-amo-señor-del-anonimato)

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  9. Hola. me alegra en demasía que hayas vuelto jajajaj. estare deseando que salga el proximo capitulo. hasta entonces

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  10. siiiiiii!!! has vueltoooo:)
    oh dios mio! oh dios mio! que ganas de leer el próximo capítulo:D
    sigues escribiendo genial y yo personalmente prefiero que subas los capítulos enteros dos veces a la semana a que los subas partidos
    actualiza cuando puedas por favor
    besos, Nuria13C

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  11. Phoenix1993
    Me encanta estoy deseando que actualices

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  12. Al fim que bueno q actualisaste y el acp me encanto un saludo desde concepcion chile

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  13. Sí, efectivamente hacerte escribir 36 folios de cada capítulo es una explotación!! Bueno, la verdad es que ya había escuchado anteriormente el no voy a dejar la historia, voy a continuarla, etc., etc. para luego no ser cierto, así que me alegro que no seas de esos. Me congratula ;)

    Por lo demás estupendo, tienes energías renovadas y eso siempre se nota a la hora de escribir y más importante, a la hora de querer escribir.

    Me alegro, y mucho.

    Un saludo ;)

    SON

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  14. DAAAAAIIIIIIIIT!!!!!!!!!!!!!!!!! YOUR BACK!!!!OMG!! que emoción por dios!! Entre aquí por que tuve un `presentimiento de que habias actuailizado estaba Potterfics leyendo un fic y me dan ganas de entrar aquí otra vez pa ver si has vuelto porque tenía una sensacion rara en el estamago de que habias vuelto oyes!! Y ASI FUE!!!!! Modo FanGirl xD

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  15. hola dait, soy slak, el que te queria invitar un sanwuich y luego golpearte..... y consolarte cuando se quedo sin pila tu aparato de musica, perdon por jamas comentar aqui pero no sabia como y mi compu no le sirve el teclado (estoy usando el virtual desde hace 8 meses y es tedioso hacer comentarios asi)
    en fin que bueno que lo continuaste

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  16. Estoy muyyy feliz!!!! que bueno que has regresado, ya se te extrañaba y el capitulo te quedo super bien, me encanto y mas que esta largo =) esto merece un brindis con batido de chocolate salud!! jeje bueno pienso que es mejor que subas los capítulos completos aunque sea 2 por semana bueno me despido cuídate y que días vas a actualizar?? o sera aleatorio??

    Bueno cuídate mucho y aquí seguiré esperando tus actualizaciones sale =)

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  17. OH DIOS MÍO, HAS VUELTO, OH MY GAH! D:

    Lo juro, podría agarrarte a besos ahora que has vuelto, vaaale, ya sé que sólo comenté una vez en la cámara secreta (la de la varita y Pottermore, y mi zoofílica fantasía con Firenze (????) y blah, blah), pero es que... A veces la flojera T-T y, y... Nada, es la flojera... ¡Pero prometo acosart... errrr comentarte en los siguientes capítulos, prometidos!
    Admitiré también que entraba siempre con la esperanza de ver un capítulo nuevo y como no encontraba un carajo tenía diversas fantasías sobre tus posibles muertes (sorry nwn~), p-pero eso quedó en el pasado~ (Casi).
    Con respecto al capítulo, fantástico. Seh, yo también me hubiera inclinado a las acromántulas, pero fue un final de capítulo excepcional, dime que va a correr de rata, por favooooor~. Oh dios, James hará que corra sangre~.
    Te extraño en fanfiction :'( tengo una estrecha relación en esa página, Blogspot no es lo mío ni somos amigos en realidad, pero es la única manera de leerte, así que ni modo, a aguantarse...
    Esperaré impaciente al próximo capítulo~. Y no, no seré la primera en comentar, pero vale, seré al enos una jajajaja
    ¡Nos leemos, cuídate!
    Atte: LarousseLucy Ainsworth (<------ demasiado Corazón de Melón, no hagas caso~).

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