martes, 12 de agosto de 2014

El callejón Diagon


Tanto los personajes como todas las palabras que estén en negrita pertenecen a J.K Rowling.


EL CALLEJÓN DIAGON

El callejón Diagon—leyó la profesora Sinitra con una sonrisa en la boca.

Todos en el comedor se emocionaron al escuchar el nombre del callejón. Por fin aparecía en la historia un lugar que todos conocían.

Antes de que la profesora pudiera comenzar con la lectura la puerta del comedor se abrió, por ella entró Harry, muy serio, muy decidido. Ese semblante adulto y maduro en un joven de quince años impresionó a todos en la sala y todos siguieron su recorrido con la mirada. Harry caminó rápidamente y se sentó donde antes, junto a Ron y a Hermione, quienes, sin saber que decir, se limitaron a sonreírle.

—Acabas de marcharte con Hagrid. Te llevará al callejón Diagon —le dijo Hermione para que no se sintiera perdido por la lectura.

—Puede empezar, profesora —le dijo Ron a Sinistra, esta lo hizo rápidamente.

Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.

«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—. Soñé que un gigante llamado Hagrid vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi alacena.»

—¡Serás pesimista! —le dijo Ginny mientras le daba un golpe en la nuca y Ron y Hermione asentían con la cabeza.

Se produjo un súbito golpeteo.

«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó Harry con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito...

Ginny volvió a golpear a Harry bufando.

—¡Hey, vale ya! —le dijo Harry divertido. Ginny sonrió para sus adentros, contenta por haber borrado ese semblante serio de su cara, ahora no era el momento para estar tan serio.

Toc. Toc. Toc.

Está bien —rezongó Harry—. Ya me levanto.

Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.

Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior.

Todos le miraron divertidos, les gustaban las comparaciones de Harry.

Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid.

No hagas eso.

Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo.

—Tienes que pagarle —dijeron muchos rodando los ojos.

—¡Que Harry no sabía nada de este mundo, dejarle en paz! —les dijo Hermione y Harry le dedicó una sonrisa agradecido, era bastante molesto que a la gente le costase comprender algo tan simple.

¡Hagrid! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza...

Págala —gruñó Hagrid desde el sofá.

Todos asintieron varias veces y Harry rodó los ojos.

¿Qué?

—¡Que le pagues! —gritaron muchos.

—¡Que lo sabe! —dijo Ginny entre exasperada y divertida—. ¡Eso paso hace años!

Todos bajaron la cabeza, algo avergonzados.

Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca en los bolsillos.

El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo: manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té... Finalmente Harry sacó un puñado de monedas de aspecto extraño.

Dale cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.

¿Knuts?

Esas pequeñas de bronce.

Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.
Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.

Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.

—¡El callejón Diagon! —dijeron muchos emocionados, Sirius entre ellos pues le encantaba aquel callejón.

Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su interior acababa de pincharse.

Todos miraron a Harry sin comprender y como Harry no quiso dar ninguna explicación la profesora Sinistra retomó la lectura.

Mm... ¿Hagrid?

¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.

Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vaya a aprender magia.

Muchos le miraron con tristeza pero Sirius se empezó a reír como loco mientras Remus sonreía, todos le miraron sin comprender.

—Ahora ya lo sé, Sirius, he visto mi cámara —le dijo Harry rodando los ojos pero eso solo hizo que sus risas aumentaran.

—¿Tu cámara? ¿Una cámara? ¡Los Potter tienen muchísimas cámaras llenas en Gringots! Esa es solo para tus gastos escolares, cuando seas mayor de edad tendrás acceso al resto —dijo tranquilamente y volvió a reír—. ¡Un Potter preocupado por no tener dinero! ¡Si tu familia es una de las más ricas de Inglaterra! ¡Podrías vivir una vida de lujo durante siglos y te sobraría dinero!

Todos miraron a Harry impresionados y Ron, tras haber visto el pasado de Harry, pudo controlar la envidia que sentía.

—¿En serio? —pregunto Harry sin poder creérselo del todo, Remus asintió y a Harry se le ocurrió una idea. El no necesitaba mucho dinero, es más, tenía claro que cuando creciese trabajaría así que necesitaba menos todavía así que supo que debía hacer. Caminó hacia el señor y la señora Weasley quienes lo miraban extrañados.

—Saben, siempre quise poder ayudar en vuestra situación familiar —empezó Harry y vio que el señor Weasley iba a abrir la boca para replicar así que continuó—. Sé que no queréis que lo haga, por eso no he dicho nada hasta ahora pero ahora que sé que tengo más dinero del que voy a poder gastar así que nada de lo que digan o hagan impedirá que lo haga.

Y con eso dicho volvió a su asiento dejando no solo a Arthur y Molly con la boca abierta sino a todo el comedor. Molly fue a replicar algo y se puso de pie pero Harry la fulminó con la mirada.
—Voy a hacerlo diga lo que diga, he dicho. Puede continuar, profesora Sinistra.

Todos, completamente impresionados, tardaron un tiempo en volver a la realidad para seguir con la lectura, incluida la profesora.

—Gracias tío, en serio —le dijo Ron con una sonrisa.

—Eso ha sido muy amable por tu parte ¡Tal vez demasiado amable! —le dijo Hermione muy contenta.
Sirius y Remus sonreían muy complacidos mientras pensaban que, definitivamente, James y Lily habrían estado muy orgullosos de su hijo.

No te preocupes por eso —dijo Hagrid, poniéndose de pie y golpeándose la cabeza—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?

Pero si su casa fue destruida...

¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera parada para nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Come una salchicha, frías no están mal, y no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños.

—Ese es nuestro Hagrid —dijo Sirius con una sonrisa.

Mientras, los gemelos se acercaban a Harry.

—Harry, sobre esto… Ya nos habías dado dinero para abrir nuestra tienda y entiendo que eres una buena persona y todo eso... pero esto es demasiado —le dijo Fred con una sonrisa ladeada.

—No es un acto amable, es parte de mi egoísmo —dijo Harry de manera calmada—. Me sentiría mal teniendo tanto dinero y no usarlo para una buena causa.

—Pero… —empezó Geroge.

—¡Oh, vamos! No voy a cambiar de opinión —les aseguró Harry, y Fred y George no tuvieron más remedio que aceptarlo.

¿Los magos tienen bancos?

—Solo uno —dijo Bill orgulloso del banco para el que trabajaba.

Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos.

Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba.

¿Gnomos?

Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos, puedo decírtelo. Nunca te metas con los gnomos, Harry.

—Eso tenlo claro, Harry —le dijo Bill muy serio.

Entonces un papelito rojo apareció en el techo, Harry lo reconoció de inmediato; era un vociferador, el cual lo primero que hizo fue echar unas largas carcajadas mientras todos en el comedor lo miraban sin comprender.

Pues parece que Harry no lo tiene muy claro—dijo el vociferador mientras reía y todos lo miraron extrañados—. Harry, Ron y Hermione atracaron una cámara de Gringotts, lo veréis en el séptimo libro.

Todos miraron al trio, impresionados, cuando de pronto apareció otro vociferador.

¡James! ¡No hagas spoilers! —dijo una voz femenina enfadada desde el recién aparecido vociferador, entonces, de un bocado, se comió el otro vociferador y a si mismo dejando a todos en el comedor sin saber cómo reaccionar.

—¡Ronald Weasley! —gritó Molly enfadada—. ¡Cómo se te ocurre hacer semejante locura!

—Pero mama… —intentó excusarse Ron—. Aún no he hecho nada…

—¡No me pongas excusas Ronald! —entonces se dirigió a Harry y a Hermione—. Esto también va para vosotros, estoy muy decepcionada.

Los tres bajaron la cabeza, avergonzados, aunque todos ellos tenían claro que si entraron en Gringotts sería por una buena razón.

—¡Tío, eso es increíble! —les felicitaron los gemelos alucinados.

—Como era de esperar del trio dorado —dijo Neville mientras asentía.

—¿Trío dorado? —preguntó Harry extrañado.

—Oh, así es como os llama todo el mundo cuando estáis juntos; El trío dorado, el trío de oro… —le explicó Seamus mientras el trío le miraba sorprendido.

—No está mal —le dijo Sirius—. Pero "Los Merodeadores" suena mucho mejor.

Remus rodó los ojos. Canuto y sus ganas de estar por encima de los demás…

Sinistra, aunque tan impresionada como el resto por la nueva noticia, decidió continuar.

Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—. En general, me utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti... sacar cosas de Gringotts... él sabe que puede confiar en mí. ¿Lo tienes todo? Pues vamos.

Dumbledore asintió, él sabía que podía confiar en Hagrid.

Harry siguió a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía estaba allí, con el fondo lleno de agua después de la tormenta.

¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando alrededor, buscando otro bote.

Volando —dijo Hagrid.

¿Volando?

Sí... pero vamos a regresar en esto. No debo utilizar la magia, ahora que ya te encontré.
Subieron al bote. Harry todavía miraba a Hagrid, tratando de imaginárselo volando.

—¡Harry! ¡No volaba como Superman, usaría algo para volar! —le explicó Hermione mientras Harry rodaba los ojos y muchos se preguntaban quién era Superman.

—Lo sé, Hermione.

Sin embargo, me parece una lástima tener que remar —dijo Hagrid, dirigiendo a Harry una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las cosas un poquito, ¿te importaría no mencionarlo en Hogwarts?

Por supuesto que no —respondió Harry, deseoso de ver más magia.

—Como todos los nacidos de Muggles —dijo Collin sonriendo mientras recordaba sus primeras veces viendo magia.

Hagrid sacó otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el borde del bote y salieron a toda velocidad hacia la orilla.

¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en Gringotts? —preguntó Harry.

Hechizos... encantamientos —dijo Hagrid, desdoblando su periódico mientras hablaba—... Dicen que hay dragones custodiando las cámaras de máxima seguridad.

—¿Dragones? —preguntó Charlie alterado—. ¿Dragones encerrados bajo tierra? ¡¿Por qué no me lo dijiste, Bill?!

—No podía, hay un conjuro que nos lo impide —le explicó tratando de calmarlo.

—¡Es una crueldad, no pienso tolerarlo! —dijo Charlie muy cabreado mientras algunas personas sensatas en el comedor le daban la razón.

Y además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos de kilómetros por debajo de Londres, ¿sabes? Muy por de bajo del metro. Te morirías de hambre tratando de salir, aun que hubieras podido robar algo.

—¿Y vosotros como salisteis? —les pregunto Terry asombrado.

—¿Y tú eres un Ravenclaw? —replicó Ron—. Eso pasará en dos años.

Ernie bajó la cabeza avergonzado y se escucharon varias risitas así que Sinistra continuó rápidamente con la lectura para que no se sintiera mal el pobre.

Harry permaneció sentado pensando en aquello, mientras Hagrid leía su periódico, El Profeta.

Muchos gruñeron ante la mención del profeta debido a las recientes mentiras que contaba.

Harry había aprendido de su tío Vernon que a las personas les gustaba que las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había tenido tantas preguntas que hacer en su vida.

—Podías haberme preguntado, no me habría importado —le dijo Hagrid sonriendo.

Molly sonrió al ver lo educado que era Harry, ella le tenía por un hijo más.

El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de costumbre —murmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.

¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Harry, sin poder contenerse.

—Por supuesto —replicó Fudge sintiéndose ultrajado.

Por supuesto —respondió Hagrid—. Querían que Dumbledore fuera el ministro, claro, pero él nunca dejará Hogwarts,

Todos miraron al director, esperando que lo confirmara.

—Asi es, no pienso dejar Hogwarts nunca —aseguró y todos aplaudieron al mejor director que Hogwarts había tenido y que, seguramente, fuera el mejor que podría tener. Fudge le miró extrañado ¿Entonces Dumbledore no quería quitarle el puesto de ministro?

así que el viejo Cornelius Fudge consiguió el trabajo. Nunca ha existido nadie tan chapucero.

Muchos rieron ante ese comentario y Fudge gruño. Percy negaba con la cabeza, él sabía que el ministro era un gran ministro, él siempre tenía la razón.

Así que envía lechuzas a Dumbledore cada mañana, pidiendo consejos.

Todos miraron a Fudge extrañados ¿Le tacha de loco y le pide consejos? El ministro se sonrojó de manera furiosa he indico rápidamente a Sinistra que siguiese leyendo.

Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?

Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.

¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? —le preguntaron muchos extrañados, la respuesta era más que obvia.

¿Por qué? Vaya, Harry, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.

Todos asintieron, eso era lo mejor.

En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del muelle. Hagrid dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la calle.

Los transeúntes miraban mucho a Hagrid, mientras recorrían el pueblecito camino de la estación, y Harry no se lo podía reprochar: Hagrid no sólo era el doble de alto que cual quiera, sino que señalaba cosas totalmente corrientes, como los parquímetros, diciendo en voz alta:

¿Ves eso, Harry? Las cosas que esos muggles inventan, ¿verdad?

Todos rodaron los ojos, divertidos, mientras que los de Arthur brillaban, a él le encantaban las cosas que los muggles inventaban para poder arreglárselas sin magia.

Hagrid —dijo Harry, jadeando un poco mientras correteaba para seguirlo—, ¿no dijiste que había dragones en Gringotts?

Bueno, eso dicen —respondió Hagrid—. Me gustaría tener un dragón.

—¿Te gustaría tener uno? —le preguntaron muchos, como si estuviera loco.

¿Te gustaría tener uno?

Muchos rieron por la coincidencia.

Quiero uno desde que era niño... Ya estamos.

Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde. Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las monedas a Harry para que comprara los billetes.

La gente los miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos asientos y comenzó a tejer lo que parecía una carpa de circo color amarillo canario.

¿Todavía tienes la carta, Harry? —preguntó, mientras contaba los puntos.
Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.

Bien —dijo Hagrid—. Hay una lista con todo lo que necesitas.

Harry desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

UNIFORME

Los alumnos de primer año necesitarán:

Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).
Una capa de invierno (negra, con broches plateados).
(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)

LIBROS

Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.
Teoría mágica, AdalbertWaffling.
Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.
Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.
Filtros y pociones mágicas, ArseniusJigger.
Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.
Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.

RESTO DEL EQUIPO

1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.

SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.

Muchos miraron a Harry, algunos sonriendo y otros con envidia o furia.

¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se preguntó Harry en voz alta.

Sí, si sabes dónde ir —respondió Hagrid.

Harry no había estado antes en Londres.

Muchos gruñeron nuevamente recordando cómo habían tratado a Harry sus tíos.

Aunque Hagrid parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria. Se quedó atascado en el torniquete de entrada al metro y se quejó en voz alta porque los asientos eran muy pequeños y los trenes muy lentos.

No sé cómo los muggles se las arreglan sin magia —comentó, mientras subían por una escalera mecánica estropeada que los condujo a una calle llena de tiendas.

Muchos asintieron, dándole la razón a Hagrid, incluso Malfoy que odiaba al semi-gigante le dio la razón.

Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a la muchedumbre. Lo único que Harry tenía que hacer era mantenerse detrás de él.

Muchos rieron imaginándoselo.

Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De verdad habría cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos? ¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por los Dursley?

—Harry… Esos no tienen sentido del humor —le recordó Ron sonriendo.

Si Harry no hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor, podría haberlo pensado.

Muchos asintieron.

Sin embargo, aunque todo lo que le había dicho Hagrid era increíble, Harry no podía dejar de confiar en él.

Todos los que conocían a Hagrid sonrieron, sabían que se podía confiar en él. Hagrid sonreía también, alegrándose de la confianza que Harry depositaba en él.

Es aquí —dijo Hagrid deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso.

Todos se alegraron de que se nombrara por fin un lugar que conocían, ahora, tal vez y con un poco de suerte, algunos de ellos podrían aparecer en la historia.

Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Hagrid no lo hubiera señalado, Harry no lo habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, Harry tuvo la extraña sensación de que sólo él y Hagrid lo veían.

—Y así es —afirmó la profesora McGongagall.

Antes de que pudiera decirlo, Hagrid lo hizo entrar.

Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron. Todos parecían conocer a Hagrid. Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:

¿Lo de siempre, Hagrid?

—¡Mas te vale no haber bebido estando con Harry! —dijo Molly algo alterada pero se relajó cuando vio a Hagrid negando con la cabeza.

No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Hagrid, poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a doblar las rodillas.

Todos rieron ante eso.

—Lo siento Harry —se disculpó el semi-gigante—. Es difícil controlarse.

Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—. ¿Es éste... puede ser...?

Harry rodó los ojos, odiaba ese trato por parte de todos.

El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.

Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter... todo un honor.

Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.

Bienvenido, Harry, bienvenido.

Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba radiante.

Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harry se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.

Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.

Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.

Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.

Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.

¡Yo lo he visto antes! —dijo Harry, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción—. Usted me saludó una vez en una tienda.

¡Me recuerda! —gritó Dedalus Diggle, mirando a todos—. ¿Habéis oído eso? ¡Se acuerda de mí!

Harry estrechó manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo.

Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.

¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Harry, el profesor Quirrell te dará clases en Hogwarts.

Muchos bufaron ante esa "excusa" de profesor mientras que Harry, Ron y Hermione bufaban por otra razón muy diferente.

P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry—. N-no pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.

—Harry, ¿Crees que en ese momento quien-tu-sabes ya estaba en su… Ya sabes —le dijo Ron mientras se señalaba la parte trasera de su cabeza.

—No, si estuviera en ese entonces cuando le apreté la mano le abría dolido.

¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?

D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter?

—Por favor, claro que la necesita —bufó Remus—. Todos la necesitan.

Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros. —Pareció aterrorizado ante la simple mención.

Dean dejó escapar una risita, recordando lo aterrorizado que parecía siempre que se nombraban los vampiros en clase.

Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a Harry. Éste tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Hagrid se hizo oír.

Snape negó con la cabeza pensando que, como no, Potter estaba encantado con su fama.

Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry.

Doris Crockford estrechó la mano de Harry una última vez y Hagrid se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.
Hagrid miró sonriente a Harry

Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famoso. Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla.

¿Está siempre tan nervioso?

—Si —dijeron casi todos los que habían conocido a Quirrell.

—No realmente… —murmuró Harry y soltó un suspiro.

Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces cogió un año de vacaciones, para tener experiencias directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera... Y desde entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura... Ahora ¿adónde vamos, paraguas?

Todos rieron divertidos al ver a Hagrid hablando con su paraguas.

¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harry era un torbellino. Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.

Tres arriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Un paso atrás, Harry

Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.

El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

Bienvenido —dijo Hagrid— al callejón Diagon.

Todos aplaudieron fuertemente emocionados.

Sonrió ante el asombro de Harry Entraron en el pasaje. Harry miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.

Sí, vas a necesitar uno —dijo Hagrid— pero mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.
Harry deseó tener ocho ojos más.

—Como todos cuando van allí por primera vez —le dijo Hermione sonriendo.

Movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos...».

Molly se puso roja instantáneamente, no podía asegurar que fuera ella pero muchas veces se quejaba de los precios. Además de que, bueno, si, ella era… un poco regordeta.

Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco». Varios chicos de la edad de Harry pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Mirad —oyó Harry que decía uno—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.»

Todos los fanáticos del Quidditch o de las escobas en general abrieron mucho los ojos ante la mención de esa escoba que, a pesar de que ya no era una de las más rápidas seguía destacando sobre muchas. Harry sonrió con nostalgia al recordar su vieja Nimbus.

Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca había visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna...

Gringotts —dijo Hagrid.

Bill se movió en su asiento, emocionado por la mención del banco para el que trabajaba.

Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había...

Sí, eso es un gnomo —dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que Harry. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harry pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.

Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.

Muchos se estremecieron al escucharlo, daba mala espina.

Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí —dijo Hagrid.

—Pero todos sabemos que estos tres están más que locos —dijo Fred mientras señalaba al trio dorado mientras muchos reían.

Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes.

—Vaya Harry, eres un chico muy observador y te fijas en todos los detalles —comentó Luna y muchos asintieron, por lo que habían visto hasta ahora, Harry se fijaba en todo, este sintió como se ruborizaba y le sonrió a Luna.

Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y salir. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.

Buenos días —dijo Hagrid a un gnomo desocupado—. Hemos venido a sacar algún dinero de la caja de seguridad del señor Harry Potter.

¿Tiene su llave, señor?

La tengo por aquí —dijo Hagrid, y comenzó a vaciar sus bolsillos sobre el mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro sobre el libro de cuentas del gnomo. Éste frunció la nariz. Harry observó al gnomo que tenía a la derecha, que pesaba unos rubíes tan grandes como carbones brillantes.

—Sí, definitivamente eres muy observador —le aseguró Hermione impresionada. A ella le gustaba pensar que era muy observadora pero viendo lo observador que era Harry ella no podía compararse.

Aquí está —dijo finalmente Hagrid, enseñando una pequeña llave dorada.

El gnomo la examinó de cerca.

Parece estar todo en orden.

Y también tengo una carta del profesor Dumbledore —dijo Hagrid, dándose importancia—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.

Muchos miraron el libro con curiosidad.

El gnomo leyó la carta cuidadosamente.

Muy bien —dijo, devolviéndosela a Hagrid—. Voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!

Griphook era otro gnomo.

—¿No me digas? —dijo Malfoy sarcásticamente produciendo algunas risas y algunos gruñidos.

Cuando Hagrid guardó todas las galletas de perro en sus bolsillos, él y Harry siguieron a Griphook hacia una de las puertas de salida del vestíbulo.

¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? —preguntó Harry.

—Ya está. Ahora no se le va a quitar de la cabeza hasta que lo sepa —dijo Hermione negando con la cabeza, divertida.

—Vaya Harry, parece que tienes más curiosidad que tu padre y tu madre juntos —le dijo Remus sonriendo, Harry se ruborizó.

No te lo puedo decir —dijo misteriosamente Hagrid—. Es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.

—Eso Hagrid, tu auméntale la curiosidad —le dijo Ron a un Hagrid que estaba completamente rojo.

Griphook les abrió la puerta. Harry, que había esperado más mármoles, se sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas. Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subieron (Hagrid con cierta dificultad) y se pusieron en marcha.

Muchos se estremecieron recordando la velocidad hacia la que iban esos carros.

—Definitivamente odio esos carros —dijo Neville pálido con solo recordarlos, muchos le dieron la razón.

—¡Venga ya! Si es divertido —replicó Sirius sonriendo.

Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible.

—¿Por qué querías recordarlo? —le preguntó Ginny extrañada.

—Curiosidad Potter —le dijo Hermione mientras se encogía de hombros.

El veloz carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía.

A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos.

Muchos se frotaron los ojos imaginándose lo que tenía que escocer mientras aumentaba su admiración hacia Harry.

En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde.

Charlie se puso tenso ante la mención del dragón.

Iban cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.

Nunca lo he sabido —gritó Harry a Hagrid, para hacerse oír sobre el estruendo del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?

—¿En serio Harry? ¿En serio? Tienes mil preguntas para hacer ¿Y haces esa? —le dijo Ron extrañado.

—Y encima en ese momento… —dijo Neville estremeciéndose—. Habría sido mejor que le interrumpieses cuando estaba leyendo el profeta.

Hagrid asintió con ganas, no soportaba tener que pensar mientras estaba en eso carros.

Las estalagmitas tienen una eme —dijo Hagrid—. Y no me hagas preguntas ahora, creo que voy a marearme.

—Buena respuesta —dijeron los gemelos riéndose.

Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para que dejaran de temblarle las rodillas.

Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.

Todos escuchaban eso con los ojos muy abiertos.

—Y esa es solo la de los gastos escolares —le recordó Sirius.

Todos abrieron todavía más los ojos, incrédulos.

Todo tuyo —dijo Hagrid sonriendo.

Todo de Harry, era increíble. Los Dursley no debían saberlo, o se abrían apoderado de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían quejado de lo que les costaba mantener a Harry?

—¡Mantenerle! —rugió Molly enfadada—. ¡Le hacían dormir en una alacena, le daban los restos de la comida y ni si quiera le compraban ropa!

Todos gruñeron. Era probable que si los Dursley apareciesen en el Gran Comedor en ese momento completamente todas las personas intentaran hechizarlos.

Y durante todo aquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada debajo de Londres le pertenecía.

Hagrid ayudó a Harry a poner una cantidad en una bolsa.

Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil.

Todos asintieron con la cabeza.

Bueno, esto será suficiente para un curso o dos, dejaremos el resto guardado para ti. —Se volvió hacia Griphook—. Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?

—Una sola velocidad —dijeron Bill y Neville al mismo tiempo solo que Bill lo dijo sonriendo y Neville lo dijo resignado.

Una sola velocidad —contestó Griphook.

Fueron más abajo y a mayor velocidad.

—Sentí lo mismo cuando le dije que fuera más despacio —dijo Neville estremeciéndose.

—Eso es por que sospechan de la gente cuando les dice que vayan más despacio —explicó Bill y muchos gruñeron.

El aire se volvió cada vez más frío, mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al otro lado de una hondonada subterránea, y Harry se inclinó hacia un lado para ver qué había en el fondo oscuro, pero Hagrid gruñó y lo enderezó, cogiéndolo del cuello.
La cámara setecientos trece no tenía cerradura.

Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la puerta con uno de sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que no sea un gnomo de Gringotts lo intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapado —añadió.

Todos se estremecieron al escucharlo.

¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie dentro? —quiso saber Harry.

—¡Harry! —gritaron muchas chicas y algún que otro chico—- ¡No todos queremos saberlo!

Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa maligna.

Todos se estremecieron y fulminaron a Harry con la mirada.

Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de máxima seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó anhelante, esperando ver por lo menos joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía.

Todos miraron el libro con atención.

Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo. Hagrid lo cogió y lo guardó en las profundidades de su abrigo. A Harry le hubiera gustado conocer su contenido, pero sabía que era mejor no preguntar.

—Total, lo descubrirás de todas formas —le dijo Ron sonriendo.

Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el camino; será mejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.

Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.

—Por supuesto —le aseguró Remus.

Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid, señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry; ¿te importa que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts. —Todavía parecía mareado, así que Harry entró solo en la tienda de Madame Malkin, sintiéndose algo nervioso.

—Oh, no —murmuró Malfoy al recordar que había visto a Potter en ese momento.

Sus amigos Blaise y Theo le miraron extrañados pero Sinistra continuó con la lectura así que dejaron de prestarle atención.

Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.

¿Hogwarts, guapo? —dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo muchos aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.

Malfoy gruñó.

En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre un escabel,

—Mi rostro no es puntiagudo —se quejó Malfoy haciendo que todos comprendieran su comportamiento anterior; ese chico era Malfoy.

mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.

Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?

Sí —respondió Harry.

Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.

—¡Señor Malfoy! ¿Cómo se le ocurre? —preguntó McGonagall enfadada y Malfoy se encogió en su asiento.

Harry recordaba a Dudley

—¿Cómo te atreves a compararme con ese sucio muggle? —escupió Mafloy cabreado.

—Pues por lo que he visto sois bastante parecidos —replicó Luna de manera sincera.

—Tú no te metas, Lunática.

—¡Como te atreves! Pagaras por eso, Malfoy —dijo Ginny mientras le apuntaba con la varita de manera furiosa.

—¿Y qué piensas hacer tu? Asquerosa traidora a la sangre —dijo Pansy sonriendo burlona poniéndose delante de Malfoy pero su sonrisa desapareció en un instante por el potente hechizo Mocomurciélagos que Ginny le había lanzado.

—¡Silencio! —bramó la profesora McGonagall y agitando levemente su varita Pansy volvió a la normalidad—. Se le descontaran veinte puntos tanto a Gryffindor como a Slytherin por este estúpido comportamiento. Ahora sigamos.

Muchos gruñeron pero nadie le recriminó nada a nadie y la lectura continuó.

¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.

No —dijo Harry.

¿Juegas al menos al quidditch?

No —dijo de nuevo Harry, preguntándose qué diablos sería el quidditch.

—¡Mi ahijado no sabía lo que era el Quidditch! —dijo Sirius de manera dramática haciendo que muchos rieran y que la disputa anterior quedara olvidada.

—Obviamente, no sabía nada del mundo mágico —replicó Hermione rodando los ojos.

—¡Mi ahijado no sabía lo que era el Quidditch! —repitió Sirius más dramáticamente que antes y todos volvieron a reír.

Todos los que habían visto volar a Harry se preguntaron cómo podía hacerlo de esa manera si aún no había tocado una escoba en su vida.

Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a estar?

—¡Gryffindor! —exclamaron los leones orgullosos.

No —dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto.

—Reconocerlo es el primer paso —le dijo Ron de manera burlona palmeando su espalda.

Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no te parece?

—¡Hey! —exclamaron los Hufflepuff ofendidos.

Mmm —contestó Harry, deseando poder decir algo más interesante.

—Pero Harry, ¡Si "Mmm" es algo muy interesante! —dijo George burlón mientras este le miraba extrañado.

—Al menos mucho más interesante que cualquier cosa que diga Malfoy —dijo Fred sonriendo haciendo que varios rieran.

¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el chico, señalando hacia la vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a Harry y señalando dos grandes helados, para que viera por qué no entraba.

Ése es Hagrid —dijo Harry, contento de saber algo que el otro no sabía—. Trabaja en Hogwarts.

Oh —dijo el muchacho—, he oído hablar de él. Es una especie de sirviente, ¿no?

—¡Oye! —gruñó Hagrid sintiéndose ofendido.

Es el guardabosques —dijo Harry. Cada vez le gustaba menos aquel chico.

—Como a todos —dijo Ron.

Astoria, por su parte, intentaba echarle la culpa del comportamiento de Malfoy al padre de este. Ese Malfoy le desagradaba bastante, también el de ahora solo que en ciertos momentos veía a una persona más que decente en él y, como dicen muchos, del odio al amor ahí un paso.

Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su cama.

Algunos rieron discretamente.

Yo creo que es estupendo —dijo Harry con frialdad.

—¡Así se habla! —dijeron muchos.

—Me sentiría fatal si alguna vez Harry me habla con ese tono frió que usa a veces —le confesó Ron a Hermione, la cual asintió muy de acuerdo con el pelirrojo.

¿Eso crees? —preguntó el chico en tono burlón—. ¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?

Están muertos —respondió en pocas palabras. No tenía ganas de hablar de ese tema con él.

Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que le importara—. Pero eran de nuestra clase, ¿no?

—¡Serás grosero! —le gritaron muchas a Malfoy, aunque a este, que no parecía importarle, en el fondo estaba bastante asqueado consigo mismo. Sabía que a él le dolería mucho si muriesen sus padres, sobretodo su madre, y se sintió patético por su forma de comportarse pero tenía demasiado orgullo como para intentar cambiarla solo por eso.

Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres

Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te parece? No son como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo que debería quedar todo en las familias de antiguos magos.

—¡Serás subnormal! —le gritaron muchos poniéndose en pie muy cabreados.

—¡Silencio! —bramó Dumbledore—. Sigamos leyendo.

Y a propósito, ¿cuál es tu apellido?

Pero antes de que Harry pudiera contestar, Madame Malkin dijo:

Ya está listo lo tuyo, guapo.

Y Harry, sin lamentar tener que dejar de hablar con el chico, bajó del escabel.

Bien, te veré en Hogwarts, supongo —dijo el muchacho.

—Por desgracia —murmuraron ambos.

Harry estaba muy silencioso, mientras comía el helado que Hagrid le había comprado (chocolate y frambuesa con trozos de nueces).

—¿Cuándo comemos? —pregunto Ron ansioso.

—Cuando acabemos este capítulo —le dijo McGonagall con una sonrisa.

¿Qué sucede? —preguntó Hagrid.

Nada —mintió Harry. Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Harry se animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de color al escribir. Cuando salieron de la tienda, preguntó:

Hagrid, ¿qué es el quidditch?

Vaya, Harry; sigo olvidando lo poco que sabes... ¡No saber qué es el quidditch!

Muchos asintieron con la cabeza, entendiendo la gravedad del asunto mientras que a los que no les gustaba el Quidditch rodaban los ojos.

No me hagas sentir peor —dijo Harry. Le contó a Hagrid lo del chico pálido de la tienda de Madame Malkin.

... y dijo que la gente de familia de muggles no deberían poder ir...

Tú no eres de una familia muggle. Si hubiera sabido quién eres... Él ha crecido conociendo tu nombre, si sus padres son magos. Ya lo has visto en el Caldero Chorreante. De todos modos, qué sabe él, algunos de los mejores que he conocido eran los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Mira tu madre! ¡Y mira la hermana que tuvo!

Muchos asintieron con la cabeza de acuerdo con Hagrid y los profesores le dedicaron una sonrisa.

Entonces ¿qué es el quidditch?

Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es... como el fútbol en el mundo muggle, todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro pelotas... Es difícil explicarte las reglas.

—No es tan difícil… —se quejó Angelina, la actual capitana de Quidditch de Gryffindor.

—Comparado con los deportes Muggles si, bastante —le explicó Hermione.

¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?

Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son todos inútiles, pero...

Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harry desanimado.

—Lo siento —se apresuró a decir Harry mientras se levantaba y miraba a la mesa de Hufflepuff, solo sabía de Hufflepuff lo que acababa de decir Hagrid…

—Lo entendemos, no te preocupes —le dijo una joven pelirroja de Hufflepuff sonriendo, Susan Bones. Harry le sonrió de vuelta mientras pensaba que, definitivamente, esa no era la pelirroja con la que quería estar.

Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con tono lúgubre—. Las brujas y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin. Quien-tú-sabes fue uno.

Muchos asintieron y varios Slyhterin sisearon furiosos.

—¡Eso no quiere decir que no hayan salido buenos magos de Slytherin! —replicó Daphne, la hermana mayor de Astoria—. ¡Han salido muchos magos de provecho de nuestra casa!

—Es cierto —la apoyó Dumbledore con un brillo en los ojos—. Deberíais dejar de tener tantos prejuicios contra ellos.

Todos bajaron la cabeza, avergonzados.

¿Vol... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?

Hace muchos años —respondió Hagrid.

Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno de aquellos libros. Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que dejara Hechizos y contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las más recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, Lengua Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.

—¡Ese es mi ahijado! —dijo Sirius orgulloso de que Harry hubiese querido comprar ese libro.

Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley

Muchos rieron ante eso.

No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales —dijo Hagrid—. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.

Los profesores asintieron, mostrándose de acuerdo con la explicación de Hagrid.

Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido caldero de oro (en la lista decía de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitaron la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre que estaba detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, Harry examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada).

Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry

Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de cumpleaños.

Molly, Sirius y Remus miraron a Hagrid agradecidos por comprarle un regalo a Harry.

Harry sintió que se ruborizaba.

No tienes que...

Muchos miraron a Harry entre tristes porque nunca haya tenido un regalo decente y contentos porque por fin lo tuviera.

Era probable que fuera porque Harry era el protagonista del libro pero todos sentían ganas de apoyar a Harry en todo lo que le ocurría.

Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán...

Neville bajo la cabeza, avergonzado.

y no me gustan los gatos, me hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.

Harry sonrió recordando a Hedwig, le tenía muchísimo cariño a su lechuza y ella también a él.

Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala.

Se escucharon muchos "Aww" al imaginarse la linda lechuza medio dormida y Harry sonrió tiernamente. Hedwig era una lechuza muy orgullosa pero cuando estaba medio dormida se veía realmente adorable.

Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como el profesor Quirrell.

Todos sonrieron mirando a Harry, quien bajó la mirada avergonzado.

Ni lo menciones —dijo Hagrid con aspereza—. No creo que los Dursley te hagan muchos regalos. Ahora nos queda solamente Ollivander, el único lugar donde venden varitas, y tendrás la mejor.

Una varita mágica... Eso era lo que Harry realmente había estado esperando.

—Como todos —dijeron muchos.

La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C.». En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita.

Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha donde Hagrid se sentó a esperar. Harry se sentía algo extraño, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por alguna magia secreta.

Muchos asintieron demostrando que habían sentido algo parecido.

—¿A qué se debe eso, Dumbledore? —preguntó Remus Lupin.

—No puedo asegurarlo pero probablemente sea por la cantidad de varitas que hay en la tienda, la magia de estas acumuladas podría crear esa sensación.

Moody asintió, él pensaba lo mismo.

Buenas tardes —dijo una voz amable.

Harry dio un salto. Hagrid también debió de sobresaltarse porque se oyó un crujido y se levantó rápidamente de la silla.

Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.

Hola —dijo Harry con torpeza.

Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter. —No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.

El profesor Filtwick asintió varias veces recordando la espléndida capacidad de Lily Evans en su asignatura.

El señor Ollivander se acercó a Harry. El muchacho deseó que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.

—Y que lo digas —le dijo Cho con una sonrisa aprovechando la ocasión para decirle algo a Harry y ser ella quien hiciera que se ruborizaba, lo que pasó al instante y ella sonrió satisfecha mientras Ginny la miraba con los ojos entrecerrados.

Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones.

Esta vez fue el turno de McGonagall de sonreír orgullosa por su alumno, el cual, a pesar de ser travieso y arrogante era no solo un alumno excepcional sino también una muy buena persona.

Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry casi estaban nariz contra nariz. Harry podía ver su reflejo en aquellos ojos velados.

Y aquí es donde...

El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco.

—¡Que grosero! —se quejó Hermione sabiendo lo que a Harry le molesta eso.

Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...

Todos bajaron la cabeza.

Negó con la cabeza y entonces, para alivio de Harry, fijó su atención en Hagrid.

¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra vez... Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible... ¿Era así?

Así era, sí, señor —dijo Hagrid.

Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando lo expulsaron —dijo el señor Ollivander, súbitamente severo.

Eh..., sí, eso hicieron, sí —respondió Hagrid, arrastrando los pies—. Sin embargo, todavía tengo los pedazos —añadió con vivacidad.

Pero no los utiliza, ¿verdad? —preguntó en tono severo.

—Oh, no, por supuesto que no —dijeron Fred y George burlones.

Oh, no, señor —dijo Hagrid rápidamente. Harry se dio cuenta de que sujetaba con fuerza su paraguas rosado.

—Es realmente un chico muy observador, señor Potter —le dijo la profesora McGonagall bastante impresionada.

Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mira da inquisidora a Hagrid—. Bueno, ahora, Harry.. Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?

Eh... bien, soy diestro —respondió Harry.

Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.

De pronto, Harry se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel momento le medía entre las fosas nasales, lo hacía sola. El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.

Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Cógela y agítala.

Harry cogió la varita y (sintiéndose tonto)

—Todos nos sentimos así —le dijo Hermione sonriendo de manera comprensiva.

—Yo no —dijo Ron tranquilamente.

—Porque tu si eres tonto —le dijo Ginny.

—Buena esa, Gin-Gin —dijeron los gemelos mientras reían junto a muchos otros.

la agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.

Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba...

Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.

No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.

Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.

—Yo probé ocho, Ollivander estaba muy alegre —dijo Seamus alegremente—. ¿Tu cuantas probaste, Harry?

—Más de quince, no sé cuántas —dijo mientras se encogía de hombros y todos le miraban extrañados. Ollivander tenía cierta capacidad de saber que varita necesita cada mago así que con unos pocos intentos conseguía darle la adecuada, Harry realmente era un cliente difícil.

Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.

Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. Hagrid lo vitoreó y aplaudió

Lo mismo ocurría en el comedor por parte de la mesa de Gryffindor los cuales habían empezado a aplaudir desde que escucharon de qué color eran las chispas.

y el señor Ollivander dijo:

¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso...
Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso... muy curioso».

Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?

El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.

Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de don de salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.

Todos miraron el libro sin creer lo que escuchaban, era realmente algo cruel darle la varita hermana de la que mato a sus padres.

Harry tragó, sin poder hablar.

Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.

Todos se estremecieron en la sala.

Harry se estremeció. No estaba seguro de que el señor Ollivander le gustara mucho.

Todos asintieron, sentían lo mismo que Harry.

Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.

Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry y Hagrid emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Harry no habló mientras salían a la calle y ni si quiera notó la cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con una serie de paquetes de formas raras y con la lechuza dormida en el regazo de Harry.

Muchos sonrieron ante la linda imagen que era ver a la lechuza durmiendo tranquilamente en el regazo de Harry.

Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington. Harry acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Hagrid le golpeó el hombro.

Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren —dijo.

Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a comer en unas sillas de plástico. Harry miró a su alrededor. De alguna manera, todo le parecía muy extraño.

¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo Hagrid. Harry no estaba seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su vida y, sin embargo, masticó su hamburguesa, intentando encontrar las palabras.

Todos creen que soy especial —dijo finalmente—. Toda esa gente del Caldero Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander... Pero yo no sé nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famoso y ni siquiera puedo recordar por qué soy famoso.

—Y es por eso por lo que odio mi fama —sentenció Harry asombrando a muchos. Snape no creía lo que oía ¿Potter odiando la fama que le dan? Tenía que ser mentira, si, no podía ser verdad.

No sé qué sucedió cuando Vol... Perdón, quiero decir, la noche en que mis padres murieron.
Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y las espesas cejas había una sonrisa muy bondadosa.

No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido. Todos son principiantes cuando empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú mismo. Sé que es difícil. Has estado lejos y eso siempre es duro. Pero vas a pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.

Todos asienteron, Hogwarts era genial.

Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo llevaría hasta la casa de los Dursley y luego le entregó un sobre.

Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envías una carta con tu lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré pronto, Harry.

El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a Hagrid hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla, pero parpadeó y Hagrid ya no estaba.

—Y aquí acaba el capítulo, hora de comer —declaró la profesora Sinistra.

Momentos después el comedor se llenó de comida.

—¡Genial! —exclamó Ron mientras se servía un poco de todo—. Por cierto Harry, ya falta poco en la historia para que nos conozcamos.

—Bien, quiero saber cómo te describe Harry —dijo Hermione sonriendo, ciertamente las descripciones de Harry eran muy graciosas. Run gruñó.

—Lo llevas peor que yo, Hermione, al principio no nos caías bien por lo que posiblemente Harry tenga algún pensamiento despectivo hacia ti. Agradece que sea Harry porque yo te detestaba de todas las maneras —dijo Ron recordando como al principio no se llevaban bien.

—Bueno, no creo que haya demasiados pensamientos negativos hacia ti pero tal vez los haya así que me disculpare cada vez que aparezcan —le aseguró Harry, y Hermione, complacida por eso, empezó a comer sin preocuparse.

Cuando acabaron el profesor Dumbledore se levantó.

—Supongo que todos, al igual que yo, tendréis el trasero adolorido por pasar lo que llevamos de día sentados en madera así que, para cambiar eso, me gustaría que todos os levantarais.

Todos lo hicieron y Dumbledore hizo desaparecer las mesas y los bancos y llenó el Gran Comedor de cómodos y mullidos sillones colocados de tal manera que no había separación de casas. A pesar de eso cada casa se sentó con los suyos (excepto algún caso en especial). Harry se sentó junto a Hermione quien a su vez estaba sentada a la izquierda de Ron. A su izquierda Harry tenía a Ginny quien a su vez tenía a su izquierda a Michael Corner, su novio. Eso hizo que algo dentro de Harry gimiera sin que el entendiera del todo el por qué.

—Profesor Filtwick ¿Le importaría leer el siguiente capítulo? —dijo Dumbledore mientras le pasaba el libro.

—Será un placer —dijo mientras lo abría en la página correspondiente—. El viaje desde el andén nueve y tres cuartos.


3 comentarios :

  1. Ohh.... es tan divertido cuando aparece el vociferador de James diciendo que en el septimo libro Harry, Ron y Hermione entran a "robar" a Gringotts...

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  2. Oh esa molly. Realmente hasta no haber pruebas no puede andar gritando. Hahaha me encantaron las reacciones de este capitulo. Gracias.

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