El niño que vivió
Tanto los
personajes como los parrafos que estén en negrita pertenecen a J.K
Rowling.
EL NIÑO QUE VIVIÓ
—Bien. Entonces, comenzaremos la lectura del primer libro. Permitidme
comenzar a mí —dijo el director mientras cogía el libro que estaba situado
arriba del todo del montón que estaba a su lado—. Harry Potter y la Piedra Filosofal.
Harry, Ron y Hermione compartieron
una mirada cómplice mientras recordaban su primer año en Hogwarts, aquel en el
que habían impedido a-quien-tu-sabes robar la piedra filosofal y, sobretodo,
aquel en el que se habían vuelto amigos inseparables. Se escucharon varios
gruñidos, la mayoría provenían de la mesa de Slytherin pero por lo general la
gente estaba emocionada por el título del libro.
—Antes de nada ¿Qué hacemos con
el perro? —le preguntó Remus Lupin a Dumbledore. Este sonrió mientras sus ojos
brillaban.
—Puede transformarse, señor
Black.
El perro tardo menos de un
segundo en cambiar de forma, ahora era un hombre alto, peludo y con una sonrisa
burlona.
—¡Es Sirius Black! —Gritaron
varios aterrados.
—¡Arrestadle! —Gritó Umbridge.
—Que nadie toque al señor Black —dijo
Dumbledore con voz imponente, todos se giraron hacia él, incrédulos—. El señor
Black es inocente, se le acuso de un crimen que no cometió. En uno de los
libros se aclarará totalmente este asunto, estoy convencido.
Los allí presentes no podía creer
lo que oían. Sirius Black, el psicópata homicida ¿Era inocente?
—Por favor Dumbledore, no diga
tonterías, es un homicida —dijo Cornelius alterado por la aparición de Sirius.
—Dumbledore tiene razón, Sirius
es inocente —afirmo Harry poniéndose delante de este. Ron. Hermione, Ginny, los
gemelos y los miembros de la orden allí presentes se acercaron a Sirius como
señal de que apoyaban a Harry.
Los alumnos, asimilando lo que
ocurría, decidieron mantenerse al margen. No confiarían en el así de repente
pero no harían nada contra él. Umbridge y el ministro, sabiendo que no podían
actuar en ese momento decidieron esperar a terminar los libros para arrestarlo.
Sirius sonrió a su ahijado, el
cual le dio un fuerte abrazo, alegrándose de estar con él. Con un poco de suerte
estos libros probarían su inocencia.
—Una vez aclarado esto
comenzaremos la lectura —dijo Dumbledore abriendo el libro por el principio —. El niño que vivió.
Todas las miradas se dirigieron
instantáneamente hacia Harry y su cicatriz. Este bajo la cabeza, odiaba que
todos le miraran de esa manera.
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet
Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente.
Los alumnos se miraron unos a otros ¿Los
Dursley? ¿Quiénes eran? Casi nadie sabía quiénes eran y los que lo sabían no
dijeron nada.
Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con
algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías.
Nadie sabía que decir, pero
muchos asegurarían que esos Dursely eran muggles.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que
fabricaba taladros.
—¿Taladros? ¿Qué es un taladro?
—preguntó Pansy Parkinson, una alumna de Slytherin.
—Es una herramienta muggle que se
utiliza para hacer agujeros en las paredes, tiene un palo metálico que gira y
gira a mucha velocidad —dijo el señor Weasley muy orgulloso de su conocimiento
sobre los muggles. Hermione conocía la definición técnica pero no la dijo, la
definición del señor Weasley sería suficiente para que la gente se hiciese una
idea. Después de esta pequeña pausa Dumbledore continuó.
Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un
bigote inmenso
Varios rieron con la descripción,
Harry incluido.
La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de
largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor
parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para
espiar a sus vecinos.
—¡Cotilla! —gritó la señora Weasley.
Muchos asintieron, dándole la razón.
Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no
había un niño mejor que él.
“Como para todos los padres” Pensó la señora Weasley mientras miraba a sus hijos,
orgullosa.
Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un
secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se
supiera lo de los Potter.
Muchos comprendieron de golpe que
los Dursely eran los muggles con los que vivía Harry y le lanzaron miradas de
compasión. Este bajo la cabeza sabiendo que esto no era ni el principio de lo
que le esperaba.
—¡Hablan de ellos como si fueran
despreciables! ¿Quiénes se creen que son? —gruñó la profesora McGonagall.
Varios más gruñeron, la mayoría convencidos de que los Dursley era mala gente.
Los Potter eran considerados héroes en el mundo mágico, incluso había una
estatua haciendo honor de esa familia en el Valle de Godric.
La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían
desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía
hermana, porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más
opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.
—Y gracias a dios que lo eran
—dijo Tonks quien estaba comenzando a irritarse con esa familia.
Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los
Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también tenían un hijo
pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener
alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.
—¡Por favor! Seguro que Harry es
mucho mejor que ese estúpido niño —Dijo Hermione, también alterada. Ron asintió
y Harry les sonrió a ambos.
Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se
despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban
tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los
acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda
la región. El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa
para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras
instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.
Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora
Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no
pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra
las paredes.
—Que niño más mal educado —observó
Molly mientras muchos reían al imaginarse la escena.
Harry negó con la cabeza en señal
de desaprobación, Dudly siempre había sido igual.
«Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la
casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.
Muchos negaron con la cabeza al
ver como el señor Dursley no solo no corregía el comportamiento de su hijo sino
que lo aprobaba.
Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo
raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.
—¿Un gato mirando un plano? Ese
tío es idiota —afirmó Dean Thomas mientras muchos reían.
La profesora McGonagall se
removió incomoda en su silla intuyendo que ella era el gato, por suerte para
ella nadie lo notó.
Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había
visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato
atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había
estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica.
—Porque eres idiota —repitió Dean
totalmente convencido. Mientras los alumnos reían McGonagall se sentía cada vez
más incómoda.
El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada.
Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle,
observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba
leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben
leer los rótulos ni los planos).
—En serio ¿Qué le pasa a ese tío
en la cabeza? —preguntó Dean, quien no podía creer que hubiera alguien tan
estúpido.
—Dean, piénsalo, son demasiadas
casualidades. Posiblemente ese gato sea un animago —sugirió Hermione. Muchos
alumnos se dieron cuenta de que si, era posible que esa fuera la razón. Varios
adultos asintieron con la cabeza demostrando que habían pensado que esa era una
probable causa de los actos de ese gato.
El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos.
Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros
que esperaba conseguir aquel día.
—¿Qué eran los taladros entonces?
—volvió a preguntar Pansy la cual había olvidado lo que eran.
—Herramientas muggle —dijo
Hermione simplemente, sabiendo que volvería a olvidarlo si le daba una
respuesta mejor.
Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente.
Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de
advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con
capa. El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula.
—¿Ridícula? Vestimos mucho mejor
que ellos —repuso una joven de Ravenclaw mientras todos asentían.
¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser
una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó
en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados.
El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no
eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde
esmeralda! ¡Qué valor!
—¿Qué tiene ese idiota contra el
verde? —Dijo un Slytherin mientras el resto siseaba enojado.
—Pues que da arcadas, serpiente
—contestó Ron mientras los de su casa le apoyaban y Fred y George le chocaban
los cinco.
—¡Silencio! Sigamos —dijo
Dumbledore en cuanto se dio cuenta de que podía empezar una disputa entre las
casas.
Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria;
era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo.
—No lo es, imbécil —dijo Sirius y
todos se giraron hacia él. Sirius se limitó a sonreírles, entendía que se les
parecía raro estar de acuerdo con el “Psicópata homicida Sirius Black”.
Sí, tenía que ser eso.
—¡Que no, estúpido! —insistió
Sirius varios rieron.
—Sirius ¿Sabes que estás hablando
con un libro? —le dijo Harry burlón mientras algunos reían de nuevo. Al ver a
Harry hablando de esa manera con Black empezaban a acostumbrarse a él.
El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al
aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.
—¿Qué eran los... —empezó a
preguntar nuevamente Pansy cuanto Hermione la interrumpió.
—¡Nada!
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su
oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría
costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno
día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta,
mientras las aves desfilaban una tras otra.
—Que exagerados...—comentó
alguien pero muchos pensaban lo mismo, es decir, solo eran lechuzas ¿No?
—Muchos de ellos no habrían visto
una lechuza en su vida, no es nada común para los muggles —explicó la profesora
Charity Burbage, los que habían nacido en familias muggles asintieron
confirmándolo.
La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera
de noche.
—Como acabo de decir —observó la
profesora Burbage con satisfacción.
Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin
lechuzas.
—Bah. muggles... —comentó alguien
con desprecio.
Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió
a gritar.
—Viendo como es el no me extraña
en absoluto el comportamiento de su hijo —le comentó la profesora Sprout a McGonagall
quien asintió, completamente de acuerdo.
Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió
estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de
enfrente.
Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que
estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué,
pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no
llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de
papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación.
—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
Los alumnos se miraron unos a
otros intuyendo de que hablaban. La muerte de los Potter. La noche en la que muchos
consiguieron años de paz. La noche en la que Harry quedo huérfano.
—Sí, su hijo, Harry...
Nuevamente todas las miradas se
dirigieron a Harry y a su cicatriz con forma de rayo. Este le hizo un gesto a
Dumbledore para que se apresurara a seguir leyendo.
El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió
hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.
Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a
gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y,
cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea.
Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba
comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial.
—Lo es —le dijeron Remus y Sirius
al unísono, Harry se limitó a sonreírles.
Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y
que tenían un hijo llamado Harry.
—Repito, ese tío es completamente
idiota —dijo Dean rodando los ojos.
Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se
llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No
tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante
cualquier mención de su hermana.
Snape entrecerró los ojos
recordando a Petunia, la hermana de su querida Lily. Petunia era estúpida, fea
y arrogante. No podía compararse con Lily.
Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...!
Lupin, Sirius e incluso Snape
gruñeron.
Pero de todos modos, aquella gente de la capa...
Más gruñidos.
Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros,
—¡No preguntes! —le dijo Hermione
a Pansy cuando esta había abierto la boca para, nuevamente, preguntar que eran
los taladros.
y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan
preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía
al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre
llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario,
su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan
chillona que llamaba la atención de los que pasaban:
—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme!
¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los
muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
Lupin le dirigió a Harry una
triste sonrisa. Era cierto, Voldemort se había ido pero se había llevado con él
a los padres de Harry.
Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.
Varios rieron imaginándose la
cara que puso el señor Dursley cuando el anciano le abrazó.
El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un
desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que
eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse
hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca
había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).
—¿No aprobaba la imaginación?
¿Cómo puede alguien no aprobar la imaginación? —preguntó una niña de primero.
Los demás rodaron los ojos, ese tío era realmente un idiota.
Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no
mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana.
En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que
era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.
—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.
El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa.
—¡Es McGonagall! —gritó Harry
mientras todos se giraban hacia ella. Ella le sonrió a Harry en señal de
aprobación. Todos miraron a Harry atónitos ¿Cómo lo había sabido?
—Es cierto pero ¿Qué te ha
llevado a pensarlo?
—Intuición, supongo... —dijo
Harry avergonzado por haber sacado conclusiones tan rápidamente, aun que, al
menos, era cierto. Harry tenía bastante confianza en su intuición.
Moody no pudo contener una
sonrisa, una buena intuición era una cualidad excepcional.
El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un
gato.
—No en un gato normal pero si en
Minnie —dijo Sirius sonriendo, todos se giraron hacia él.
—¿Minnie? —preguntó Hermione.
—Así era como nosotros llamábamos
a McGonagall. Se le ocurrió a tu padre —dijo Sirius mirando a Harry y
ensanchando más su sonrisa.
—Sí, es cierto —afirmó McGonagall
sonriendo con nostalgia—. Siempre pensé que era un mote estúpido hasta que
dejasteis Hogwarts.
Remus y Sirius sonrieron
satisfechos.
Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no
decirle nada a su esposa.
La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían,
le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, y le
contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»).
—¡Y estará orgullosa! —dijo Ginny
sorprendida.
El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que
acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de
que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese
a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil
verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de
estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol.
—La gente estaba muy alterada con
lo que acababa de pasar —observó Molly.
—Pero se pasaron, hasta los
muggles notaron que pasaba algo —le dijo Lupin, Molly sabía que era cierto pero
aun y todo era una noticia que tenía que compartirse a gran velocidad.
Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas
han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—.
Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo.
¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?
—Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las
lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan
apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en
lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas
fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de
las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una
noche lluviosa.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces
por toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel
cuchicheo sobre los Potter...
—Al unir estos hechos demuestra
que tal vez sí que tenga un cerebro en esa cabeza —dijo Fred haciendo que
muchos riesen.
La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no
iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con
nerviosismo.
Todos rodaron los ojos por su
dramatismo.
—Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada.
Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
—Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—.
Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente
con aspecto raro...
—¡Como si los Potter fueran los
únicos magos! —exclamo Malfoy enojado.
—¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley.
—Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya
sabes... su grupo.
—¡Su grupo! ¿Pero cómo se atreve
a hablar así de nosotros? —saltó Tonks que no daba crédito a lo que escuchaba.
La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor
Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido
«Potter». No, no se atrevería.
—Será cobarde... —gruñó Sirius.
En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
—El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
—Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.
—¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?
—¡Es Harry! —gritaron muchos,
perdiendo la paciencia.
—¿En serio eras capaz de convivir
con gente así? —le dijo Neville a Harry, este no fue capaz de responder y
volvió a mirar hacia el suelo.
—Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.
—¡No es vulgar! —exclamaron
muchos. Las voces de Ginny y Cho resonaron por encima de las del resto.
—Y nadie quiere tu opinión —gruñó
Sirius. Snape se sorprendió a si mismo cuando asintió al comentario de Sirius,
por suerte para el nadie pareció darse cuenta.
—Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de
abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.
—Como si nos importara —ladró
Sirius. Ese tío le sacaba de sus casillas.
—Sirius, es un libro ¿Sabes? —
volvió a decirle Harry mientras reía como sus compañeros. Sirius gruño.
No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la
señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó
lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El
gato todavía estaba allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera
esperando algo.
—Es Minnie, Minnie —empezó a
cantar Sirius alegremente. McGonagall suspiró, volviendo a entender por qué no
le gustaba ese apodo. Muchos alumnos rieron, empezando a acostumbrarse a la
presencia de Sirius.
¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver
con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de
unos... bueno, creía que no podría soportarlo.
—Al igual que nadie te soporta a
ti —dijo Harry, enojado con su tío.
Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida
rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello
dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de
quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los
sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley. Los
Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su
clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera
que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...
—Por desgracia tanto para ti como
para mi, estabas equivocado —murmuró Harry, solo Ron y Hermione pudieron
escucharle, y le sonrieron sabiendo a que se refería.
¡Qué equivocado estaba!
Todos sonrieron, suponiendo
porque estaba equivocado.
El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba
sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan
inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de
Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la
calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es
que el gato no se movió hasta la medianoche.
—Tuvo que ser divertidísimo ¿Eh,
Minnie? —le dijo Sirius burlón, McGonagall rodo los ojos y no se molestó en
contestar.
Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando,
y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido
de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.
—¡Dumbledore! —gritó Harry sin
ponerse a pensarlo. Todos se volvieron hacia él y luego hacía el anciano
director que se limitó a seguir leyendo.
En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y
muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría
sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que
barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros,
brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna.
Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna
vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
Todos se giraron hacia Harry,
incrédulos, buscando una explicación a como lo había sabido. Este se limitó a
encogerse de hombros.
—Eso ha sido tan increíble que ha
sido escalofriante —le susurró Ron sonriendo.
Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una
calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido.
Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse
cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo
contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver
al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:
—Debería haberlo sabido.
—Minnie no engañas a nadie —le
dijo Sirius con el mismo tono burlón de antes, McGonagall sintió de pronto unas
infantiles ganas de sacarle la lengua pero se contuvo pues su reputación como
profesora seria y responsable estaba en juego.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un
encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz
más cercana de la calle se apagó con un leve estallido.
Muchos dejaron escapar una
exclamación de asombro.
Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce
veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en
toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo
observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque
fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no
habría podido ver lo que sucedía en la calle. Dumbledore volvió a guardar el
Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó
en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió
la palabra.
—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.
Todos asintieron como si ellos se
hubieran dado cuenta por méritos propios de que ella era McGonagall, esta soltó
un largo suspiro.
Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le
dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura
cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato.
La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba
recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.
—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.
—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
Todos rieron durante un buen
rato.
—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una
pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
Todos asintieron, estar un día
entero sentado de esa manera dejaría tieso a cualquiera.
—¿Todo el día? ¿Cuándo podría haber estado de fiesta? Debo de haber
pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
Moody negó con la cabeza,
demostrando que no aprobaba el comportamiento de los magos que hicieron esas
fiestas.
La profesora McGonagall resopló enfadada.
—Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo
creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se
han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en
dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas
de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían
que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue
Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
Todos los que le conocían
asintieron con la cabeza sonriendo, Diggle era un buen hombre pero era muy...
peculiar.
—No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido
tan poco que celebrar durante once años...
Los adultos que habían vivido esa
época asintieron, fueron tiempos terribles. Los alumnos no eran capaces de
imaginar lo que muchos habían tenido que vivir.
—Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es
una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente
descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa
de los muggles, intercambia rumores...
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si
esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece
haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque
realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
—¡Si! Por supuesto que se ha ido
— saltó Umbridge quien estaba alterada por llevar mucho rato siendo ignorada
por todos. Percy estaba de acuerdo con ella, él siempre había pensado que
Potter mentía cuando decía que el innombrable había regresado.
Harry estaba a punto de saltar
cuando Ron le agarró del brazo y Hermione le tapó la boca. Nadie se dio cuenta
de lo que acababa de ocurrir.
—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le
gustaría tomar un caramelo de limón?
—¿Un qué? —preguntó Lavender
Brown, quien nunca había oído esa palabra. Dumbledore sonrió y siguió leyendo.
—¿Un qué?
Muchos rieron por la misma forma
de reaccionar entre su profesora y Lavender. Esta bajo la cabeza avergonzada.
—Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me
gusta mucho.
—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall,
como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos
—Y no lo era —comentó en voz alta
McGonagall con una mirada severa. Todos asintieron.
—.Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como
usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de
Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo
llamara por su verdadero nombre, Voldemort.
Muchos se estremecieron en sus
asientos al escuchar ese nombre. Harry rodó los ojos exasperado, además, ese no
era su verdadero nombre.
—La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero
Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse
cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe».
Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
Otro momento de gemidos
asustados.
—¡Por favor, solo es un nombre!
—gritó Harry poniéndose en pie—. Estáis siendo ridículos.
—No estamos siendo ridículos, es
solo que... —empezó a decir uno pero Harry le interrumpió.
—¡Voldemort! —Todos se
estremecieron y algunos dejaron salir un gemido asustado.
—¿A que ha veni...
—¡Voldemort! —repitió y todos se
estremecieron y gimieron nuevamente—. ¿Veis? Ridículo.
Entonces muchos empezaron a reír.
Empezando por los gemelos, Bill y Charlie y poco a poco se fue uniendo más
gente.
—En realidad te has pasado, tío
—le susurró Ron.
—Es cierto Harry, últimamente
estas tremendamente irascible —le confesó Hermione.
—Os creería si no os estuvieras
riendo también —les dijo Harry con una sonrisa y rió con ellos.
—Bueno, después de este, como
bien a dicho Harry, ridículo acto. Seguimos —dijo Dumbledore y Harry notó como
él también estaba sonriendo, eso le dio confianza.
—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall,
entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben
que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
Nuevamente un gemido recorrió el
comedor pero esta vez Harry se limitó a rodar los ojos. Entonces Fred y George
se acercaron a él.
—Harry, eso de antes ha sido...
—empezó Fred.
—...Completamente impresionante
—terminó George—. Tendremos que hacerlo nosotros también algún día, pero a lo
grande.
—Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes
que yo nunca tuve.
—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
Muchos se mostraron de acuerdo
con eso.
—Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la
señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
El Gran Comedor se llenó de risas
mientras McGonagall le lanzaba una mirada dura al director y Pomfrey se
ruborizó y bajó la mirada. Las risas parecían no cesar y el director tuvo que
interrumpirles para seguir leyendo.
La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por
ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que
finalmente lo detuvo?
Harry se estremeció en su
asiento. Hermione le agarró la mano con fuerza y Ron le dio unas palmadas en el
hombro en señal de apoyo.
Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más
deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo
el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a
Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente
que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta
que Dumbledore le dijera que era verdad. Dumbledore, sin embargo, estaba
eligiendo otro caramelo y no le respondió.
—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort
apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily
y James Potter están... están... bueno, que están muertos.
Una oleada de miradas de
tristeza, compasión y comprensión fueron dirigidas a Harry, este no las quería
pero no tuvo otra opción que responderles con una pequeña sonrisa.
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó
boquiabierta.
—Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...
Muchos en la sala dejaron escapar
un gemido, ya conocían la noticia y sus mentes la habían asimilado pero no
pudieron evitarlo. Los más cercanos a ellos que estaban en el lugar tuvieron
que hacer un gran esfuerzo para reprimir las lágrimas y alguno no pudo
contenerlas. Harry notó como Lupin tenía los ojos húmedos y vio como Sirius se
daba la vuelta para que nadie le viera la cara.
Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.
—Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry.
Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero
dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa
es la razón por la que se ha ido.
Los gemidos cesaron y todas las
miradas fueron hacia Harry quien las desvió rápidamente, incomodo.
Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
—¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de
todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es
asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo
sobrevivió Harry en nombre del cielo?
—¡Eso! ¿Cómo lo hizo? —pregunto
Zacharias Smith, un alumno de Hufflepuff. Dumbledore se limitó a seguir
leyendo.
—Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo
sepamos.
Dumbledore ya sospechaba la
respuesta en el momento en el que habló con McGonagall y ahora ya estaba seguro
de ella pero no quiso contarla. Los alumnos suspiraron decepcionados.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por
los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj
de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce
manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del
círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
—Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría
aquí, ¿no?
—¿Hagrid? —preguntaron algunos.
—Él fue quien me llevo a casa de
mis tíos —dijo Harry secamente.
—Ah.
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va
a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—Ya lo ha dicho Harry, para
llevarle a casa de sus tíos —dijo Neville.
—Lo sé, señor Longbottom, eso
pasó hace más de 14 años —replicó McGonagall de manera severa. Muchos rieron
mientras Neville bajaba la cabeza, avergonzado.
—He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia
que le queda ahora.
—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó
la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4
—¡Son irritantes! —gritaron
muchos en el gran comedor. Harry sonrió pensando que ciertamente eran muy muy
irritantes.
—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No
podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo
vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo
caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!
—¡Eso! —la apoyaron muchos a
coro.
—¿Sabéis que eso ya ha pasado no?
—ahora fue el turno de Neville de hacerse el listo y de el resto de bajar la
cabeza avergonzados.
—Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza
—¿Cómo va a ser ese el mejor
lugar para él? ¡Por favor! —dijo Molly con firmeza pensando que ella habría
cuidado de Harry encantada. Sirius y Lupin asintieron con la cabeza mucho más
energéticamente que el resto mientras se echaban la culpa a sí mismos por dejar
a Harry con gente tan despreciable.
—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una
carta.
—¿Una carta? ¿Piensa explicarlo
todo con una carta? —exclamó Tonks muy alterada. Dumbledore siguió leyendo.
—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—.
Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente
jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería
que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter!
Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.
Todos los alumnos de Hogwarts se
mostraron de acuerdo con ella ya que, ciertamente, habían crecido escuchando su
nombre.
—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus
gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber
hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de
que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para
asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego
dijo:
—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño
hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si
pensara que podía tener escondido a Harry.
Varios soltaron risitas,
imaginándose la escena.
—Hagrid lo traerá.
—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como
eso?
—A Hagrid, le confiaría mi vida
—declaró Harry de manera solemne mientras este se ruborizaba. Dumblendore
sonrió y siguió leyendo.
—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
Muchos se miraron entre ellos,
asombrados por la respuesta idéntica entre alumno y profesor.
—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a
regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado.
Tiene la costumbre de...
Hagrid su removió incomodo en su
asiento, él sabía que era bastante descuidado. McGonagall le pidió perdón con
la mirada pero este negó con la cabeza, señal de que sabía que era cierto y que
no le importaba.
¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba.
Algunos abrieron mucho los ojos,
expectantes por saber que era la causa del ruido.
Se fue haciendo más fuerte
mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó
hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una
pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
—¡Toma, la mía! —saltó Sirius
recordando su moto con una sonrisa.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la
conducía parecía un juguete.
Sirius bufó de manera infantil,
no le gustaba que dijeran que su moto era un juguete.
Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más
ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además,
tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría
casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de
la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En
sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.
Muchas soltaron un suspiro
imaginándose a un bebe removiéndose en unas mantitas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa
moto?
—Se la deje —dijo Sirius
orgulloso.
—Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando
con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó.
Lo he traído, señor.
Sirius volvió a asentir orgulloso
de si mismo mientras Harry rodaba los ojos.
—¿No ha habido problemas por allí?
—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que
los muggles comenzaran a aparecer.
Moody asintió, aprobando el acto
de Hagrid.
Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.
Nuevos sonidos provenientes de
las féminas, tales como “Aww”. Harry no pudo evitar que su piel se tornarse de
un leve rojo.
Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas.
Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de
pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma
curiosa, como un relámpago.
Harry se tapó la cicatriz con la
mano instintivamente, y fue una suerte pues todas las miradas se dirigían a
ella.
—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
—¿No puede hacer nada, Dumbledore?
—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo
tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de
Londres.
Muchos se removieron incomodos,
no les agradaba saber eso.
Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley
—¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
Harry sonrió, el adoraba a Hagrid
y le gustaba saber que el también sentía algo parecido.
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso,
raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un
aullido, como si fuera un perro herido.
—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los
muggles!
—Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran
pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito
Harry tendrá que vivir con muggles...
Muchos bajaron la cabeza. Remus y
Sirius se castigaban a sí mismos haber dejado que Peter les traicionara y por
dejar a Harry viviendo con esos muggles.
—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a
descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de
Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la
puerta que había enfrente. Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta
de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros
dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los
hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente.
La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía
haberlos abandonado.
—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer
aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
Harry se sintió repentinamente
mal; sus padres acababan de morir, le acababan de confinar a una vida de
infierno y ahora ellos se iban a celebrar.
—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a
Sirius. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la
moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un
estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore,
saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la
nariz por toda respuesta.
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y
levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de
la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un
resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una
esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de
las escaleras de la casa número 4.
—Buena suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de
su capa, desapareció.
—La necesité, pero nunca la tuve
—murmuró Harry dejando salir un pequeño suspiro, nadie le escuchó.
Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía
silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno
esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre
las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió
durmiendo,
Los que no dejaron salir un
ruidito para demostrar que les parecía adorable se limitaron a sonreír,
imaginándose la escena.
sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría
despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal
para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas
pinchado y pellizcado por su primo Dudley...
Sirius gruñó, él no iba a
permitir que tratasen mal a su ahijado. Por desgracia para él, eso había pasado
hace muchos años.
No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se
reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo,
con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».
—Aquí acaba el capítulo ¿Quién
desea leer el siguiente? —preguntó Dumbledore, cuyos ojos aún no habían
recuperado del todo ese brillo que tenían habitualmente. La profesora
McGonagall estaba a punto de ponerse en pie para ofrecerse a leer el siguiente
pero alguien fue más rápido.
—Yo lo haré, profesor —se ofreció
Hermione y sin esperar confirmación camino hasta el director y cogió el libro—.
El vidrio que se desvaneció.
Ummm.... es mi parecer o dejaste de nombrar a los profesores tanto? Por ser en este capitulo nombras a la profesora de estudios mugles Charity no-se-que-más...... y que recuerde en el tercer libro parece (no estoy segura) que ni aparece.
ResponderEliminar¿Es mi parecer o pusiste a Pancy como una hueca? Que pregunto lo mismo una y otra vez.... ¡por favor!
Bueno, tal vez si que haya exagerado un poco la estupidez de Pansy. Hermione ya dijo que Pansy era tan tonta como un troll y hasta la mismísima J.K. Rowling dijo que Pansy era el arquetipo de persona estúpida y sin personalidad, así que bueno, no creo que haya ido muy descaminado. Aunque sí, seguramente lo haya exagerado un poco.
ResponderEliminarY sobre los profesores... Hay muchas personas en Hogwarts, y hacer participar a todos me es imposible (me lío tan solo con las personas cercanas a Harry...). Pero tienes razón, intentare nombrar a los profesores de vez en cuando (o por lo menos que lean).