sábado, 9 de agosto de 2014

El vidrio que se desvaneció


Tanto los personajes como los párrafos que estén en negrita pertenecen a J.K Rowling.


EL VIDRIO QUE SE DESVANECIÓ

—Yo lo haré, profesor —se ofreció Hermione y sin esperar confirmación camino hasta su director y cogió el libro—. El vidrio que se desvaneció.

Harry sonrió sin pensarlo recordando lo que paso pero luego se estremeció, esa vez en el zoo había hablado parsel ¿Sabría Sirius que él hablaba parsel? ¿Qué diría cuando lo supiera?

—¿El vidrio que se desvaneció? —preguntó un joven de Hufflepuff sin entender a qué se refería.

—Se refiere a un caso de magia accidental, digo yo —dijo Sirius de manera casual, el alumno sintió un escalofrió. Era muy raro para el que Sirius Black le dijera algo así que asintió de manera nerviosa y dejo el asunto. Hermione empezó a leer.

Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto.

—Y no cambiará nunca —gruñó Harry.

El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años. Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.

—¿Harry? —le preguntó Ron buscando una explicación, todos le miraban expectantes. Harry le hizo un gesto a Hermione para que siguiera leyendo, él no quería dar ninguna explicación a nada.

Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.

¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!

—¡No le grites así a mi ahijado! —ladró Sirius cabreado.

—¿Pero esa quien se cree que es? —se quejó Ginny mientras muchos bufaban.

Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.

¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba.

—¡Soñaste con mi moto! —exclamó Sirius emocionado.

—Y más de una vez —le confesó Harry a su padrino.

Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.

Harry asintió en silencio, efectivamente, lo había hecho.

Su tía volvió a la puerta.

¿Ya estás levantado? —quiso saber.

Casi —respondió Harry

Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme.

—¿Te hacían cocinar? —le preguntó Ron sorprendido, muchos le miraron con un semblante parecido en la cara.

—Pero como se les ocurre ¡Es un niño! ¡Puede quemarse! —exclamó Molly enfadada.

Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.

Harry gimió.

Harry gimió.

¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.

Nada, nada...

El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los puso.

—¿Araña? ¿Has dicho una araña? —le preguntó Ron asustado, este tenía una rara fobia con las arañas.

Harry estaba acostumbrado a las arañas,

—¿Cómo vas a estar acostumbrado a las arañas? —insistió Ron sin creerse lo que escuchaba. Harry lo ignoró y Hermione se dispuso a seguir leyendo.

porque...

Y dejó de leer. Levantó la vista del libro y la dirigió a Harry con los ojos muy abiertos, seguido de eso nuevamente al libro y de nuevo a Harry.

—No —dijo únicamente mientras todos la miraban sin entender—. No. Dime que no es así, Harry, dime que no dormías ahí.

Más que una petición parecía una orden, fuese lo que fuese Hermione no quería admitir que fuese cierto. Harry, intuyendo a que se refería bajó la mirada.

—¿Hermione...? —preguntó Ron asustado. Hermione volvió a leer llena de furia.

Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había debajo de las esca leras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.

Y se desató el caos.

—¡¿Qué, que?! —gritó Draco Malfoy sin poder contenerse, incapaz de creer lo que acababa de escuchar ¿El arrogante, estúpido y famoso Harry Potter durmiendo en una alacena? No podía ser verdad. Miró a Hermione de una manera que parecía que le estaba suplicando que dijera que se lo acababa de inventar. Segundos después se dio cuenta de lo que acababa de hacer y observó a su alrededor, por suerte para él, Malfoy no había sido el único en gritar y nadie se había dado cuenta de que lo había hecho. Su reputación estaba a salvo.

La mayoría de los alumnos gritaron, pero nadie como sus amigos, que miraban a Harry buscando una explicación. Ron sentía tanta furia que casi le da un puñetazo a la víctima por no habérselo contado. Ginny lo miraba sin poder creérselo del todo. Hermione no sabía si reír, llorar o gritar por lo loco que sonaba todo esto. Cho lo miraba con los ojos muy abiertos. Lupin, como era costumbre en él, redirigió toda la furia que sentía hacia sí mismo, echándose la culpa de todo. Molly lanzo un agudo chillido, su pequeño Harry durmiendo en una alacena... Fudge miró a Dumbledore con furia, echándole la culpa del trato de Harry a el ya que él lo había llevado con ellos. Hagrid sentía tanta furia que se sentía capaz de lanzar volando la enorme mesa donde tenía apoyadas las manos. 

Umbridge sonreía con suficiencia, como si estuviera entendiendo de donde había salido ese carácter en Potter de llamar la atención y todo eso sobre inventar el regreso del innombrable.

Snape tenía los ojos muy muy abiertos. A él su familia lo había tratado fatal y siempre había sentido autocompasión por el mismo. Pero Potter... ¡En una alacena! ¡Por Merlin! Pero no podía sentir compasión por él, no podía permitírselo. No. Harry Potter era igual de arrogante que su padre y podía sentir afecto por el.

Pero sin duda, el que creó mayor revuelo fue Sirius.

—¡¿Cómo?! ¡El hijo de James Potter y Lily Evans durmiendo en una alacena! ¡Mi ahijado! ¡En una alacena! —exclamó Sirius sintiéndose ultrajado. Miró a su ahijado buscando una explicación por su parte pero este no levantó la vista del suelo. Sirius volvió a gruñir, una corriente de furia recorrió su cuerpo. Necesitaba descargarse—. ¡Dumbledore! ¡Tú has permitido esto!

Dumbledore se puso de pie y bajó la cabeza. Asumía la culpa pero sabía que, a pesar de esos tratos, la estancia en esa casa era esencial para su seguridad.

—¿Harry? —preguntó con una voz poco mayor a un susurro—. ¿Por qué nunca me lo dijiste?

Harry tenía la vista clavada en el suelo. Esperaba, deseaba ¡Suplicaba! que la tierra se lo tragase.

—Oh no, Dumbledore. ¡Ni se te ocurra echarle la culpa a Harry! —dijo SIRIUS muy SERIOUS (xD) y estaba a punto de volver a gritar cuando alguien lo agarró del brazo.

—Déjalo Sirius, todo esto ya ha pasado —le susurró Harry con la voz muy baja. Sirius entendió que Harry no quería llamar más la atención y por él y solo por él, se aguantó las ganas de gritar. A cambió soltó un potente gruñido que hico que muchos se estremecieran.

—No estaba culpándole de nada, Sirius —aclaró Dumbledore antes de volver a dirigirse a Harry—. Harry, si me lo hubieras dicho habría hablado con ellos y les habría hecho entrar en razón.

—Déjalo, ya no importa, me han dado la segunda habitación de Dudley —dijo Harry, pero fue un mal paso pues esa respuesta empeoró la situación. Todos habían vuelto a abrir los ojos, incrédulos.

—¡Tenían una segunda habitación! —gritó para sorpresa de todos Lupin, quien destacaba por mantener la calma—. ¡Tenían una segunda habitación y le hacían dormir en una alacena!

—Harry... ¿Por qué nunca nos dijiste nada? —le preguntó Hermione con voz muy suave, Harry desvió su mirada pero fue otra mala elección pues al desviarla se encontró con la de Ron y este no tenía ninguna pinta de usar una voz suave. Pero Ron no dijo nada, apretó sus puños con mucha fuerza durante unos segundos y luego, tanto para su sorpresa como para la del resto, le dio un fuerte abrazo. Muchos se relajaron después de eso, incluido Harry.

—Te apoyamos tío, siempre estaremos aquí para escuchar todos tus problemas, recuérdalo —le dijo Ron en un susurro. Harry vio a Hermione asintiendo levemente con la cabeza, adivinando lo que Ronald le había dicho y confirmando que ella también lo apoyaba. Harry le sonrió a su amiga y palmeo la espalda de su amigo. Un tiempo después todos se habían colocado en sus sitios, nuevamente listos para continuar con la lectura.

Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras.

—¡Malditó niño mimado! —gritó Ginny aun intranquila por el hecho de que Harry hubiese dormido en una alacena.

La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry,

Los gruñidos sonaban por todas partes de la sala.

—¡Que no se le ocurra tocarle un pelo a mi ahijado! —bramó Sirius alzando la varita, sintiendo la impotencia en su cuerpo.

pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.

Muchos Griffindor asintieron, orgullosos de su jugador estrella en Quidditch.

Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad.

—Oh, no te preocupes por eso. A los Potter siempre les cuesta dar el estirón —le confesó Lupin con una sonrisa recordando a James de pequeño.

Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él.

—¡Ni si quiera le compraban ropa! —gritó Malfoy poniéndose de pie con los ojos muy abiertos. Todos se giraron hacia él, incrédulos por su comportamiento. Harry le miró extrañado. Un segundo después el rubio se dio cuenta de lo que acababa de hacer así que intento encubrirse —. Por eso te llevas bien con los Weasley ¿Eh, Potter?

Muchos gruñeron pero una Slytherin sonrió, viendo que Malfoy no pensaba eso de verdad y solo intentaba mantener su reputación. Esa chica, llamada Astoria Greengrass, siempre había detestado a Malfoy por su comportamiento pero de vez en cuando veía en el reacciones como esa y le gustaba pensar que detrás de esa mascara fría que despreciaba todo a su alrededor estaba el verdadero Malfoy, quien era una persona mucha mejor.

Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde brillante.

Snape no pudo evitar bañarse en el recuerdo de los lindos ojos de Lily, esos ojos que, ciertamente, ese Potter había heredado.

Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz.

Muchos gruñidos resonaron en la sala pero el de Sirius y el de Ron lo hicieron con mucha más fuerza que los de los demás.

La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago.

—¿Te gustaba tu cicatriz? ¡Pero si la odias! —le preguntó Ron extrañado. Harry se encogió de hombros.

—En ese momento no sabía su verdadera procedencia.

—Hum... ¿Harry? Tú sabías que era un mago ¿No? —le preguntó Seamus. Harry negó con la cabeza levemente.

—¡Esto es un escándalo! ¡Harry Potter no sabía que era un mago! ¡Es imperdonable! —gritó para sorpresa de todos, Fudge. Todos gruñeron de acuerdo, realmente molestos ¡Por Merín! ¡Harry Potter no sabía que era un mago!

La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la había hecho.

En el accidente de coche donde tus padres murieron —había dicho—. Y no hagas preguntas.

—¡Lily y James muertos en un accidente de coche! ¡Pero como se atreve! —bramó Sirius apretando sus puños con tanta fuerza que se hacía daño.

—Esto es increíble —se quejó Minerva McGonagall.

«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.

Muchos gruñeron. Un niño necesita respuestas.

Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.

¡Péinate! —bramó como saludo matinal.

—No va a funcionar —dijo Lupin con una sonrisa. Muchos se giraron hacia el extrañados.

—Oh ¡Vamos! ¡Es una de las maldiciones de los Potter! —dijo Sirius.

—¿Maldiciones de los Potter? —inquirió Harry.

—Sí, ya sabes; Todo Potter varón será idéntico a su padre pero con los ojos de su madre, tendrá el cabello indomable y acabará con una pelirroja —explicó Sirius con una sonrisa burlona y vio el desconcierto en la mirada de su ahijado—. Todos los Potter antes que tú han acabado con una pelirroja y, viendo tu apariencia y tu pelo, no creo que vayas a romper la última maldición.

La mente de Harry trabajó a toda velocidad ¿Una pelirroja? Hizo un rápido recuento de todas las que conocía pero ninguna le llamaba la atención. Bueno, había una, Ginny se había vuelto muy agradable este año, ahora que podía hablarle sin tartamudear... Pero no, estaba totalmente descartada ¡Era la hermana de su mejor amigo! ¡Por Merlin!

—No sería la primera maldición que consigo evitar —dijo Harry, burlón. Ginny, que acababa de sumirse en una linda fantasía volvió a la realidad con ese comentario. Ciertamente Harry no sentiría nada por ella. El mismo acababa de decirlo ahora. Era imposible.

Entonces apareció en el aire un pequeño trozo de papel que, balanceándose lentamente, fue a parar a las manos de Hermione. Esta, con una sonrisa, leyó lo que ponía en voz alta.

No podrás evitarla, Potter, ni se te ocurra pensarlo.

Harry abrió mucho los ojos ¿La abría mandado uno de los jóvenes que había venido del futuro o habría sido alguien más? Harry no sabía porque pero las palabras y la estructura de esa frase le era extrañamente familiar. Si Ginny hubiese leído la nota habría reconocido su letra en ella al instante, pero como no lo hizo lo único que podía hacer era rezar por qué esa nota estuviera en lo cierto.

Sirius y Remus sonreían con suficiencia, al igual que Hermione, en cuya privilegiada mente se había formado una fantasía sobre su "hermano" y su amiga pelirroja.

Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados.

—Como debe ser, James estaría orgulloso —dijo Sirius sonriendo.

Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito.

Todos bufaron, por la descripción se imaginaban a un niño fofo y su madre decía que parecía un angelito...

Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.

Las risas no se hicieron esperar, Harry notó que McGonagall hizo un extraño sonido, como si estuviese disimulando una carcajada.

—Buena esa, Harry —le dijo Fred mientras se reía y le palmeaba la espalda.

—¿Un mono con peluca? Es genial —le confesó George riendo también. Ron se mostró de acuerdo con su hermano mientras reía.

—Y yo que siempre pensé que no tenías sentido del humor... ¡No te guardes esas cosas! Deberías gritarlas, para que todos nos riamos —le aconsejó Fred.

Poco después las risas cesaron y Hermione siguió leyendo.

Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.

Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.

—¿Teinta y seis? —preguntó Malfoy asombrado, ¡Ni a él le hacían tantos regalos! Y eso que reconocía que era un niño mimado.

—¡Y por si fuera poco se queja! ¡Como si no fueran más que suficientes! —exclamó Tonks.

Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.

Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.

Harry rodó los ojos, su primo era un enorme estúpido.

Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.

—¿Por si volcaba la mesa? —preguntó Neville.

—Oh, sí, hace lo que sea para llamar la atención —le explicó Harry.

Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:

Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?

—Y les parecerá esa la forma adecuada de criar a su hijo... —se quejó Molly.

Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente.
Entonces tendré treinta y..treinta y..

—Oh ¡Vamos! ¿Es que ni si quiera sabe contar? —exclamó Hermione, quien había dejado de leer solo para quejarse.

Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.

Molly negó con la cabeza. Si no le dejan hacer los cálculos a él, nunca aprenderá.

Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano—. Entonces está bien.

—¿Esta bien? Tu primo es un asqueroso niño mimado —le dijo Dean a Harry bufando.

—Y que lo digas.

Tío Vernon rió entre dientes.

El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.

Todos rodaron los ojos, esa familia les exasperaba.

En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada ala vez.

Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.

La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas.

—¿Ni si quiera te llevaban con ellos? —se quejó Bill.

Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.

—¿Qué tienes en contra de los gatos? —le preguntó Ginny molesta, pues los gatos le gustaban mucho. Pero no esperó la respuesta pues se dio cuenta de que Umbridge había hecho la misma pregunta al mismo tiempo que ella y no pudo reprimir un "Puaj" mientras todos la miraban asombrados por la exacta similitud.

—Si hubieras tenido que soportar a esa señora por horas enseñándote siempre las mismas fotos y diciéndote siempre las mismas cosas tampoco soportarías ir allí...—se explicó Harry y a Ginny no lo quedo otra opción que admitir que seguramente fuese cierto.

¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.

Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.

No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.

—Tiene nombre ¿Sabes? —se quejaron Cho y Ginny al mismo tiempo. Harry se ruborizó instantáneamente pero lo que nadie notó (ni siquiera el) es que no fue Cho la unica que lo hizo sonrojarse.

Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.

—Vergüenza debería darles ¡Vergüenza! —bramó Hagrid enfadado. El pequeño profesor Flitwick se encogió en su asiento, asustado por una posible reacción violenta por parte del semi-gigante sentado a su lado.

Muchos dirigieron a Harry miradas de compasión, pero, como de costumbre, este las rechazó. No quería que nadie sintiera pena por él.

¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?

Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.

Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley.

De nuevo miradas de compasión hacia Harry.

Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.

¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.

—Oh vamos, ¡No va a quemar la casa! —se quejó Ron.

No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.

Muchos rieron por la similitud entre ambos mientras estos chocaban sus manos sonriendo.
—Enhorabuena Ron, piensas como un yo de diez años, deberías estar orgulloso —bromeó Harry y mientras muchos reían nuevamente Ron le dio una colleja.

Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlo en el coche...

—¡No es un perro! —volvió a quejarse Ron y Sirius le gruño, el, en parte, era un perro—. Perdón...

El coche es nuevo, no se quedará allí solo...

—Oh, por favor... —se quejó Charlie Weasley, ya asqueado por el trato que recibía Harry por parte de su familia.

Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.

Muchos bufaron y los adultos negaron con la cabeza.

Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial —exclamó, abrazándolo.

¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.

Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.

¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.

—Y ahora va de machito... —bufó Ginny.

Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida.

Nuevamente muchos miraron a Harry con compasión. Harry vio como Luna no le miraba de esa manera, esta le dedicaba un alegre sonrisa, como demostrando que compartía su alegría por el hecho de que estuviera yendo al zoo. Harry le sonrió de vuelta, Luna era algo extraña pero era una gran persona.

A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.

Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.

—¡Ni se te ocurra! —gritaron muchos. Harry rodó los ojos ¿Tanto les costaba darse cuenta de que eso pasó hace cinco años? A pesar de todo le alegró ver cuanta gente le defendía.

No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...

Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.

Muchos bufaron. Harry rodó los ojos nuevamente, muchos de esta escuela lo acusaban de mentiroso hasta hace unas horas.

El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba.

—Magia accidental —aclaró Hermione antes de seguir leyendo, aunque no era necesario pues todos lo sabían.

En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz». Dudley se rió como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas.

Nuevamente tanto gruñidos como miradas de compasión.

Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.

—¡Le castigan por algo que no puede controlar! ¡Si un mago reprime su magia puede ser terrible! —exclamó la profesora McGonagall alterada. Albus Dumbledore asintió con la cabeza, él lo sabía bien.

Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca, pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.

—Te libraste —le dijo Fred con una sonrisa.

Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea.

—¿Qué? —exclamaron muchos asombrados.

—Harry, ¿Apareciste allí o te elevaste? —le preguntó Lupin con los ojos muy abiertos.

—Yo... No me acuerdo —mintió Harry. En un primer momento pensó que había salido volando pero no tenía ningún recuerdo sobre eso, él estaba seguro, había aparecido allí. Pero por la reacción de todos pensó que eso no era algo normal así que permaneció callado, pero algo le decía que a Dumbledore no le había mentido, sus ojos brillaban con la intensidad de quien sabe la verdad.

Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.

Todos rieron ante la ingenuidad de Harry.

—¡Oh, vamos, tenía diez años! —se intentó excusar este pero las risas no cesaron hasta tiempo después.

Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo.

Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos.

Sirius gruñó enseñando sus dientes ¡Si tan solo tuviera a ese tipo delante le daría una buena lección!

Aquella mañana le tocó a los motoristas.

... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.

Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry recordando de pronto—. Estaba volando.

—¡La mía! —dijo Sirius emocionado.

—Ya, Sirius, ya, cálmate —le tranquilizó Tonks mientras le acariciaba la cabeza como quien acaricia a un perro alterado.

Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry:

¡LAS MOTOS NO VUELAN!

—La mía si ¡Idiota! —exclamó Sirius. Harry ya se había cansado de recordarle que estaba gritándole a un libro así que se limitó a rodar los ojos y hacerle un gesto a Hermione para que siguiera.

Su rostro era como...

Y dejó de leer y comenzó a reírse ella sola, los alumnos se miraban entre sí sin comprender. Hermione lo notó y siguió leyendo.

Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.

El Gran Comedor se llenó de risas.

—Harry tío, ¿Cómo piensas esas cosas? —le preguntó Ron mientras reía. Fred y George reían casi tan fuerte como Luna.

—Una gigantesca remolacha... —empezó George mientras reía sujetándose la tripa.

—¡Con bigotes! —terminó Fred sin parar de reír. Entonces ambos gemelos se miraron.

—Gred...

—Forge...

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —dijeron ambos al mismo tiempo—. ¡Sí!

Entonces lo gemelos volvieron a sentarse en su sitio original emocionados. Harry sonrió, suponía que les acababa de dar alguna idea para la tienda de bromas que pensaban abrir al terminar la escuela.

Dudley y Piers se rieron disimuladamente.

Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.

Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.

—¿Ideas peligrosas? —gruñó Arthur—. ¡Es un niño!

Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato.

—¡Pero serán! ¡Solo compraron el helado para no quedar mal delante de la heladera! —se quejó Molly—. Es indignante.

Aquello tampoco estaba mal, pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.

Una ola de pequeñas risas cubrió el comedor.

Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo. Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él.

—¡Que se atrevan! —dijo Sirius con la varita en la mano mientras Harry rodaba los ojos.

Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el primero.

—¿Cómo? —gritaron muchos, indignados.

—¿Qué mi ahijado tiene que esperar a que alguien no quiera terminarse su comida para poder comer? Oh, sí, tal vez acabe volviéndome un homicida al fin y al cabo —explotó Sirius sintiéndose ultrajado. No podía permitir que nadie tratase así a su ahijado.

Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.

—¡Demasiado bueno! —exclamaron algunos mirando a Harry, este se limitó a encogerse de hombros. No quería dar ninguna explicación.

Después de comer fueron a ver los reptiles.

—¿Con que a eso te referías? ¿Eh? —le preguntó Sirius burlón—. No te gustan las serpientes, como tiene que ser.

Los leones rugieron de acuerdo con Sirius pero Harry negó con la cabeza. No tenía nada en contra de las serpientes, por lo menos cuando tenía diez años pues lo siseos enfadados que mandaron los miembros de Slytherin le hicieron darse cuenta de que si, no le agradaban las serpientes.

Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos. Dudley y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida.

Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de su piel.

Haz que se mueva —le exigió a su padre.

—Que educado —comentó Hermione irónicamente antes de seguir leyendo.

Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.

Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.

—Sí, definitivamente es muy educado.

Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.

Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.

Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.

Todos miraron tristemente a Harry, todos empezaban a comprender que había tenido que sufrir mucho. Incluso gente que antes le odiaba empezaban a cuestionarse a sí mismos después de leer todo esto.

De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.

Los Slytherin sonrieron burlones, pensando que la serpiente le miraba de manera amenazante y que Harry se asustaría y echaría a correr.

Guiñó un ojo.

Todos miraban a Hermione con la boca desencajada ¿Le guiñó un ojo? ¿Una serpiente?

Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo.

—¿Le guiñaste un ojo a una serpiente, Potter? —le preguntó Malfoy burlón mientras algunos reían.
Harry rodó los ojos, no tenía sentido explicarle a Malfoy que tenía diez años.

La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:

Me pasa esto constantemente.

—¿Entendiste eso en la mirada de una serpiente? —le preguntó Ron con los ojos muy abiertos—. ¿Seguro que no estás loco?

Muchos rieron y Harry se sintió tentado a sacarle la lengua.

—Si Harry dice que la serpiente le dijo eso con la mirada es que lo dijo —le dijo Ginny a su hermano con los brazos cruzados, este se encogió de hombros y le hizo un gesto a Hermione para que siguiera leyendo mientras Harry le sonreía a Ginny.

Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.

Muchos rieron, imaginándose a Harry hablando con una serpiente. Sirius incluido.

La serpiente asintió vigorosamente.

Todos los que no sabían que Harry hablaba parsel abrieron mucho los ojos.

—Harry ¿Hablas parsel? —le preguntó Sirius con una extraña expresión que Harry no supo definir. Harry se encogió de hombros nuevamente, no pensaba dar ninguna explicación así que se limitó a esperar a que Hermione siguiera leyendo.

A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry

La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio. Harry miró con curiosidad.

«Boa Constrictor, Brasil.»

¿Era bonito aquello?

Todos escuchaban la conversación con los ojos muy abiertos. Se les hacía tremendamente raro escuchar a Harry hablando tan naturalmente con una serpiente. Sirius aun no digería del todo que su ahijado ¡Un Potter ni más ni menos! hablase parsel.

La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó: «Este espécimen fue criado en el zoológico».

Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?

Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.

¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!

Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.

Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas.

—No sabes las ganas que tengo de darle una paliza a tu primo —le dijo Ron a Harry, quien sonrió.

—No eres el único.

Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento. Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.

Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido.

—Wow —dijeron algunos, asombrados.

—Espera... ¿Lanzaste una boa constrictor a tu primo? —le preguntó Charlie mientras reía.

—¡Es de locos! —le dijo Bill.

La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.

Todos reían pero Molly le lanzó a Harry una mirada severa.

—Creo que te pasaste, Harry —le confesó, Harry se encogió de hombros.

—Yo ni siquiera sabía que había pasado, yo no elegí hacer eso.

Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido jurar que una voz baja y sibilante decía:

Brasil, allá voy... Gracias, amigo.

Muchos Slytherin se estremecieron al ver a una serpiente llamando "amigo" a Potter.

—¿Creéis que haya llegado a Brasil? —preguntó una Slytherin de primero. Nadie tenía ganas de decir lo que de verdad pensaban. Era seguro que la habían atrapado.

—Sería increíble que así fuera —le dijo Harry sonriendo mientras evadía la respuesta que tenía que dar. La joven le sonrió de vuelta y Hermione continuó con la lectura antes de que la chica se diera cuenta de que esa no era una verdadera respuesta a su pregunta.

El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.

Pero... ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?

—¡Magia... —dijeron Fred y George mientras agitaban las manos haciendo reír a muchos.

El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había intentado estrangularlo.

—Exagerados —dijeron muchos.

Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:

Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?

—¡Idiota! —exclamaron casi todos en el Gran Comedor, Harry juraría que McGonagall también lo había gritado así que sonrió a su profesora favorita.

Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.

Ve... alacena... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en una silla.

—¡¿Qué?! —fue un grito común.

—¡No puedes negarle la comida a un niño! —exclamó Hermione.

—Esto no puede seguir así, Dumbledore —le dijo Fudge totalmente serio—. ¡Durante esta lectura ya se ha visto claramente que el joven Potter sufre de un abuso infantil grave!

Harry sintió una oleada de furia incontrolable en el cuerpo. Tal vez fuera porque no respetaba al ministro lo suficiente o porque estaba increíblemente irascible pero se levantó de golpe y caminó hasta el ministro.

—¡Tiene gracia que diga eso ministro! ¡Tiene gracia que hable usted de abusos!

Fudge y el resto de personas lo miraron sin entender ¿Abusos? ¿Había el ministro abusado de alguien? Harry al ver que el ministro no entendía a que se refería le enseñó la cicatriz en su mano que tenía escrito "No debo decir mentiras". Fudge miró la cicatriz durante unos segundos con los ojos muy abiertos.

—¡Tiene alguna excusa para tratar de este modo a un alumno! —le gritó el ministro a Umbridge a la cara, la cual no esperaba para nada recibir un trato así por parte del ministro. Percy, que también estaba allí, miraba la cicatriz impresionado. El resto de personas en la sala solo pudieron hacer conjeturas sobre la gravedad del asunto ya que no veían la cicatriz desde donde estaban.

—Yo... —empezó la Umbridge, dudosa—. Creí que merecía un castigo apropiado por decir que el señor tenebroso ha regresado...

—¡No se toleran los castigos físicos en Hogwarts! —exclamó McGonagall muy enojada.

—¡Y ha vuelto! ¡No he mentido!

—Umbridge, lamento decir esto, pero desde este momento no solo dejas de ser suma inquisidora o profesora de Hogwarts, sino que quedas despedida también de tu puesto en el ministerio —dijo Cornelius Fudge muy serio.

—¡Por favor ministro! Usted tampoco se quite toda la culpa —dijo Hermione indignada—. ¡Convocó un juicio penal para Harry por un simple hecho de magia en menores! ¡Se encarga de tachar a Harry y a el profesor Dumbledore de locos para negar hechos evidentes!

Todos se miraban sorprendidos. Dumbledore sonrió a Hermione y se puso de pie.

—Es un hecho, Cornelius. Pero ahora mismo eso carece de total importancia, creo que debemos leer todos los libros antes de tener alguna discusión seria. Pero, eso sí, me complace que haya absuelto a la señorita Umbridge de toda responsabilidad que tuviera para con la escuela —dijo Dumbledore con una pequeña sonrisa, Fudge asintió en silencio y, junto con Percy, se alejó de Umbridge, quien, sintiéndose tremendamente ultrajada se marchó de la sala gritando una cuantas estupideces.

El Gran Comedor estalló en aplausos, todos odiaban a Umbridge. Incluso Harry se sorprendió a su mismo al encontrarse una sonrisa en la cara. Camino hacia la mesa de Gryffindor y se sentó junto a Ron soltando un suspiro, este le palmeó la espalda. Hermione, cuando todo volvió a calmarse, continuó con la lectura.

Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.

Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer.

—¡Es indignante que un niño tenga que alimentarse a escondidas! —se quejó Molly mientras muchos asentían.

—Veo que de ahí salió tu costumbre de no respetar las reglas, señor Potter —le dijo McGonagall con una sonrisa.

Harry se levantó de su asiento para replicar.

—Se equivoca profesora, a mí no me gustan los problemas.

—Pues no creo que me equivoque si afirmó que usted ha sido el alumno que se ha visto en más problemas en la historia de Hogwarts.

—Los problemas me encuentran a mí —replicó con una sonrisa burlona. Sirius y Remus sonrieron con nostalgia ¡Cuantas veces habían escuchado a James decir esa misma línea!—. Yo quiero una vida tranquila.
Esa última frase descolocó a muchos, incluso Neville que se consideraba un buen amigo de Harry se vio sorprendido por esa afirmación.

—Pero es usted quien responde a ellos ¿Correcto?

—Hay que saber elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil, profesora —dijo Harry antes de sentarse y sonreírle al profesor Dumbledore, demostrando que recordaba la frase que este había dicho a todo el comedor el año pasado, este le sonrió de vuelta con un brillo en los ojos.

Todos escucharon la conversación entre Harry y McGonagall con los ojos muy abiertos, totalmente impresionados. Era la primera vez que veían a su profesora dejar una discusión sin quedarse con la última palabra.

Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un accidente de coche.

La sala se llenó de gruñidos cuando recordaron que Harry había vivido once años de su vida pensando que sus padres habían muerto en un accidente de coche.

No podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador dé luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente.

Todos miraron a Harry entre tristes e impresionados. Harry sabía que alguien le preguntaría a ver si recordaba la maldición mortal y como no quería ni responder ni escuchar la pregunta le hizo un gesto a Hermione para que se apresurara a continuar.

Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podía recordar nada de sus padres.

Nuevamente miradas de tristeza hacia Harry, este estaba comenzando a hartarse quería que llegase Hogwarts lo antes posible.

Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.

—Em ¿Harry? Yo tengo muchas fotos de tus padres ¡Incluso alguna tuya con ellos! Pídemelas algún día ¿Vale? —le dijo Lupin sonriendo, Harry asintió tranquilamente pero Lupin fue capaz de apreciar la emoción que mostraron sus brillantes ojos verdes.

Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió: los Dursley eran su única familia.

Sirius y Remus bajaron la cabeza, cada uno tenía sus excusas para no haber ido a buscar a Harry pero en ese momento sentían que no eran nada más que eso, excusas. Harry intentó pedirles perdón con la mirada pero se encontró con que eran ellos los que le estaban pidiendo perdón a él por lo que sonrió contento y volvió a centrarse en la lectura.

Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y Dudley Después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en un autobús. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había estrecha do la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra.

Muchos sonrieron divertidos imaginándose a un Harry extrañado por todos esos actos. Para ellos era algo normal, es decir ¡Era Harry Potter! es normal que muchos quisieran estrecharle la mano.

Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de acercarse.

—Se aparecían —explicó Hermione antes de seguir leyendo.

—Lo sabemos, Hermione... —dijeron los cercanos a ella, esta se ruborizó y siguió leyendo.

En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.

Muchos miraron a Harry con tristeza. Incluso Malfoy sintió algo que no estaba acostumbrado a sentir dentro de él.

—Serán... ¡Cobardes! —bramó Sirius, enojado por el comportamiento de eso idiotas del antiguo colegio de Harry.

—Aquí acaba el capítulo —dijo Hermione mientras esperaba a el siguiente lector para dejarle el libro. McGonagall se ofreció para leer esta vez y Hermione volvió a su mesa y se sentó entre Harry y Ron. McGonagall leyó el título del siguiente capítulo antes de empezar.

Las cartas de nadie.


1 comentario :

  1. Ainss realmente me frustro muchisimo en este capitulo. Es decir, si yo estuviera en esa sala seguro seria la que mas estaria gritando, y no por harry, para empezar en cierta medida es bueno que harry empezará a cocinar a temprana edad le dio sentido de responsabilidad y de consecuencias ( si te descuidas se quema, o si pones agua al aceite salta mucho o peor,cosas así ). ¿sabias que un niño puede morir en media hora si se le deja encerrado en un carro? Rara vez he visto que algunas personas lo comentan en sus fics en este capitulo y pues por raro que parezca es lo que mas me alarma, de todo lo demas se pueden sacar cosas buenas.
    En fin, me parece que has dado justo sentido de equilibrio entre enojos y cosas buenas. Gracias por este capitulo.

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