viernes, 15 de agosto de 2014

El profesor de pociones


Tanto los personajes como todas las palabras que estén en negrita pertenecen a J.K Rowling.


EL PROFESOR DE POCIONES

¡Yo! —dijo Tonks divertida, quien apresuradamente y tropezando varias veces, llegó hasta Molly y cogió el libro. Molly volvió con su familia y se sentó junto a su marido justo a tiempo para escuchar el título del siguiente capítulo—. El profesor de pociones.

Todas las miradas se dirigieron a Snape, quien, inconscientemente, se encogió en su asiento. Sabía que lo que se iba a leer iba a ser malo para él, muy malo de hecho, pero por alguna extraña razón no era eso lo que le preocupaba. Por extraño que parezca Snape estaba empezando a sentirse mal por haber tratado a Harry así, sabiendo lo que se había leído sabía que Harry no era la persona que creía que era, no era James y, aunque no quería admitirlo, sabía que se había pasado en muchas ocasiones.

—Más te vale no haberle hecho nada a mi ahijado, Quejicus —dijo Sirius fríamente mientras fulminaba con la mirada al profesor de pociones que estaba en ese momento encogiéndose todavía más en su asiento.

Allí, mira.

¿Dónde?

Al lado del chico alto y pelirrojo.

¿El de gafas?

¿Has visto su cara?

¿Has visto su cicatriz?

Harry bajó la mirada, odiaba ese trato ¿Por qué nadie lo comprendía? ¿Tanto les costaba dejar de mirarle o señalarle?

Los murmullos siguieron a Harry desde el momento en que, al día siguiente, salió del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarlo, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención. Harry deseaba que no lo hicieran, porque intentaba concentrarse para encontrar el camino de su clase.

Varios rieron y otros se sintieron mal por haberle molestado.

En Hogwarts había 142 escaleras,

—¿Cómo lo sabes? —le preguntaron muchos sorprendidos.

—¿Las has contado? —le preguntó Tonks burlona.

—Lo habrá leído en la Historia de Hogwarts —razonó Hermione pero entonces vio que Harry negaba con la cabeza.

—Te escuché decirlo mientras bajabas.

Varios rieron por eso y Hermione se puso roja.

algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas.

—¡Tienes que haberlo leído! —le acusó Dean—. ¿Sino cómo puedes saber todo eso?

Muchos asintieron al escuchar eso y miraron a Harry acusadoramente pero Ron negó con la cabeza.

—Amigo, tú no sabes todo lo que habla Hermione —él había estado con Harry y también había escuchado a Hermione solo que, claro, él no había prestado atención. Hermione se ruborizó nuevamente mientras Tonks decidía continuar con la lectura.

También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y Harry estaba seguro de que las armaduras podían andar.

—Pueden hacerlo —le aseguró la profesora McGonagall con una sonrisa.

Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir.

Los alumnos asintieron estremeciéndose.

Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors,

La mayoría de los leones sonrieron ante la mención de su fantasma.

pero Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase.

—Ese es nuestro Peeves —le dijo Sirius a Remus, orgulloso del Poltergeist.

También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ!

Remus negó con la cabeza.

—Esa última es ridícula.

Tonks bajó la cabeza avergonzada, para algo que ella le había enseñado a Pevees...

Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch.

Muchos alumnos asintieron mientras Filch fulminaba a Harry con la mirada.

Harry y Ron se las arreglaron para chocar con él, en la primera mañana.

—Buena esa chicos —les felicitó Sirius mientras Remus rodaba los ojos.

Filch los encontró tratando de pasar por una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso. No les creyó cuando dijeron que estaban perdidos, estaba convencido de que querían entrar a propósito y los amenazó con encerrarlos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, los rescató.

—En realidad queríais entrar por ahí ¿No? —dijo Hermione acusadoramente mientras todos les miraban extrañados, Molly preocupada y Sirius orgulloso.

—Eeh… ¿No? —intentó decir Harry pero nadie le creyó.

Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los gemelos Weasley),

Estos sonrieron orgullosos ante ese digno comentario y Sirius negó con la cabeza. En su opinión debería haber una estatua suya en Hogwarts en la que se indicase que él era el mejor, el más guapo, el más inteligente y el que mejor conocía la escuela pero, al parecer, los profesores no opinaban como él.

y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudian tes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos era darle una buena patada a la Señora Norris.

Filch fulminó a todos los alumnos con la mirada mientras muchos se encogían en sus asientos.

Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases. Había mucho más que magia, como Harry descubrió muy pronto, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.

—Por supuesto —dijo McGongagall.

Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pe queña y regordeta llamada profesora Sprout,

Esta se ruborizó ante su descripción pero más todavía cuando todos los miembros de Hufflepuss la aplaudieron.

y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas.

Neville asintió contento, a él le encantaba la herbología.

Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.

Muchos rieron por eso.

El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre de Harry, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista.

Muchos alumnos rieron también por eso, incluida Tonks que era la que estaba leyendo, por lo que tuvieron que esperar a que dejara de reír para continuar con la lectura (sobra decir que entre los oyentes había uno que prefería ver como Tonks se reía a seguir con la historia).

La profesora McGonagall era siempre diferente. Harry había tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas.

Los alumnos asintieron totalmente de acuerdo con Harry.

Estricta e inteligente,

McGonagall sonrió a Harry, satisfecha con su descripción, este le sonrió de vuelta.

les habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase.

Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts —dijo—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.

—Eso dice siempre pero nosotros pudimos seguir yendo a clase ¿No? —le susurró Sirius a Lupin, burlón.

Entonces transformó un escritorio en un cerdo y luego le devolvió su forma original. Todos estaban muy impresionados y no aguantaban las ganas de empezar, pero muy pronto se dieron cuenta de que pasaría mucho tiempo antes de que pudieran transformar muebles en animales.

McGonagall asintió con la cabeza, así era.

Después de hacer una cantidad de complicadas anotaciones, les dio a cada uno una cerilla para que intentaran convertirla en una aguja. Al final de la clase, sólo Hermione Granger había hecho algún cambio en la cerilla.

—Como no —dijeron todos los que habían ido a clase con ella haciendo que esta se ruborizase.

La profesora McGonagall mostró a todos cómo se había vuelto plateada y puntiaguda, y dedicó a la niña una excepcional sonrisa.

Lo mismo pasaba en este momento.

La clase que todos esperaban era Defensa Contra las Artes Oscuras, pero las lecciones de Quirrell resultaron ser casi una broma.

Todos los que le habían tenido de profesor (Los estudiantes de quinto, sexto y séptimo) asintieron con la cabeza, las clases de Quirrell habían sido ridículas.

Su aula tenía un fuerte olor a ajo, y todos decían que era para protegerse de un vampiro que había conocido en Rumania y del que tenía miedo de que volviera a buscarlo. Su turbante, les dijo, era un regalo de un príncipe africano como agradecimiento por haberlo liberado de un molesto zombi, pero ninguno creía demasiado en su historia. Por un lado, porque cuando Seamus Finnigan se mostró deseoso de saber cómo había derrotado al zombi, el profesor Quirrell se ruborizó y comenzó a hablar del tiempo, y por el otro, porque habían notado que el curioso olor salía del turbante, y los gemelos Weasley insistían en que estaba lleno de ajo, para proteger a Quirrell cuando el vampiro apareciera.

El trio se miró, no era exactamente ajo lo que había ahí.

Harry se sintió muy aliviado al descubrir que no estaba mucho más atrasado que los demás. Muchos procedían de familias muggle y, como él, no tenían ni idea de que eran brujas y magos.

Muchos asintieron.

—Te lo dije —le recordó Ron y Harry asintió.

Había tantas cosas por aprender que ni siquiera un chico como Ron tenía mucha ventaja.

—Por supuesto —dijo el muchacho pelirrojo.

El viernes fue un día importante para Harry y Ron. Por fin encontraron el camino hacia el Gran Comedor a la hora del desayuno, sin perderse ni una vez.

—No está mal —les dijo Sirius sonriendo.

—¿No está mal? —inquirió Remus alzando una ceja—. ¡Vamos, Canuto! Si no fuera por mí y por James no habrías llegado sin perderte ni una sola vez en las dos primeras semanas.

Sirius bufó pero no replicó, debía ser cierto, cosa que hizo que Ron y Harry se sonrieran satisfechos.

¿Qué tenemos hoy? —preguntó Harry a Ron, mientras echaba azúcar en sus cereales.

Pociones Dobles con los de Slytherin —respondió Ron—. Snape es el Jefe de la Casa Slytherin. Dicen que siempre los favorece a ellos... Ahora veremos si es verdad.

Muchos profesores bufaron mirando a Snape quien no se dignó a mirarles.

Ojalá McGonagall nos favoreciera a nosotros —dijo Harry

—Lo hace Harry lo hace, pero de manera muy sutil —le confesó Remus. Este estaba sentado en la fila de detrás de Harry, junto al asiento vacío de Tonks y a Sirius (quien estaba sentado junto a los gemelos).

La profesora McGonagall era la jefa de la casa Gryffin dor; pero eso no le había impedido darles una gran cantidad de deberes el día anterior.

—Por supuesto —les dijo McGonagall de manera severa.

Justo en aquel momento llegó el correo. Harry ya se había acostumbrado, pero la primera mañana se impresionó un poco cuando unas cien lechuzas entraron súbitamente en el Gran Comedor durante el desayuno, volando sobre las mesas hasta encontrar a sus dueños, para dejarles caer encima cartas y paquetes.

—Es un bonito espectáculo —le dijo Hermione sonriendo.

Hedwig no le había llevado nada hasta aquel día. Algunas veces volaba para mordisquearle una oreja y conseguir una tostada, antes de volver a dormir en la lechucería, con las otras lechuzas del colegio. Sin embargo, aquella mañana pasó volando entre la mermelada y la azucarera y dejó caer un sobre en el plato de Harry Este lo abrió de inmediato.

Querido Harry (decía con letra desigual),

sé que tienes las tardes del viernes libres, así que ¿te gustaría venir a tomar una taza de té conmigo, a eso de las tres? Quiero que me cuentes todo lo de tu primera semana. Envíame la respuesta con Hedwig.

Hagrid

Remus, Sirius y Molly le agradecieron a Hagrid con la mirada por preocuparse por el chico.

Harry cogió prestada la pluma de Ron y contestó: «Sí, gracias, nos veremos más tarde», en la parte de atrás de la nota, y la envió con Hedwig.

Fue una suerte que Hagrid hubiera invitado a Harry a tomar el té, porque la clase de Pociones resultó ser la peor cosa que le había ocurrido allí, hasta entonces.

Sirius y Remus fulminaron a Snape con la mirada.

Al comenzar el banquete de la primera noche, Harry había pensado que no le caía bien al profesor Snape. Pero al final de la primera clase de Pociones supo que no se había equivocado. No era sólo que a Snape no le gustara Harry: lo detestaba.

Todos miraron a Snape inquisitoriamente, este desvió la mirada. Todos sabían de la rivalidad entre Harry y Snape pero muy pocos sabían cómo empezó.

Las clases de Pociones se daban abajo, en un calabozo. Hacía mucho más frío allí que arriba, en la parte principal del castillo, y habría sido igualmente tétrico sin todos aque llos animales conservados, flotando en frascos de vidrio, por todas las paredes.

Snape, como Flitwick, comenzó la clase pasando lista y, como Flitwick, se detuvo ante el nombre de Harry

Ah, sí —murmuró—. Harry Potter. Nuestra nueva... celebridad.

Sirius gruñó, comenzando a cabrearse. Mientras, los profesores negaban con la cabeza, declarando que no aceptaban aquel comportamiento por parte de Snape.

Draco Malfoy y sus amigos Crabbe y Goyle rieron tapándose la boca. Snape terminó de pasar lista y miró a la clase. Sus ojos eran tan negros como los de Hagrid, pero no tenían nada de su calidez. Eran fríos y vacíos y hacían pensar en túneles oscuros.

Muchos alumnos asintieron, habían sentido lo mismo, pero nadie asintió con tantas ganas como Neville, este le tenía mucho miedo a Snape.

Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo—.

Ambos sonrieron ante eso, orgullosos de sí mismos.

Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.

—Eso habría sido un discurso realmente impresionante, Severus, pero lo estropeaste con esa última parte —le dijo McGonagall fulminándole con la mirada. Un profesor no debería decir cosas así.

Más silencio siguió a aquel pequeño discurso. Harry y Ron intercambiaron miradas con las cejas levantadas. Hermione Granger estaba sentada en el borde de la silla, y parecía desesperada por empezar a demostrar que ella no era un alcornoque.

Varios rieron y esta se ruborizó.

—Harry… Deberías dejar de ser tan perspicaz —le regañó Hermione entre severa y divertida pero muy ruborizada. Harry se encogió de hombros y siguió leyendo.

¡Potter! —dijo de pronto Snape—. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?

—¡¿Pero qué haces, idiota!? —gruño Sirius cabreado.

—¡Eso ni siquiera es de primero! —le regañó McGonagall muy seria.

Muchos bufaron, ese comportamiento no era digno de un profesor. Muchos miraron a Harry con lastima por tener que soportar eso.

¿Raíz en polvo de qué a una infusión de qué? Harry miró de reojo a Ron, que parecía tan desconcertado como él. La mano de Hermione se agitaba en el aire.

—Como no —dijo Ron sonriendo.

No lo sé, señor —contestó Harry.

Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón.

Sirius entrecerró los ojos mirando a Snape.

Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo.

—¡Pero serás… —gruñó Sirius enfadado. Remus también estaba empezando a perder la calma. Este ya se temía que Snape tratara mal a Harry solo por ser el hijo de James.

No hizo caso de la mano de Hermione.

McGonagall negó con la cabeza.

—Sabes que no tienes que hacer eso, Severus. Estoy muy decepcionada —le aseguró.

Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?

—¡Y sigues! —bufó Sirius enojado, Harry notó como tenía los ojos tan entrecerrados que casi los tenía cerrados del todo.

Hermione agitaba la mano tan alta en el aire que no necesitaba levantarse del asiento para que la vieran, pero Harry no tenía la menor idea de lo que era un bezoar. Trató de no mirar a Malfoy y a sus amigos, que se desternillaban de risa.

—¡Oh, ni que vosotros supieseis la respuesta! —les reprochó Ginny más que molesta.

No lo sé, señor.

Parece que no has abierto ni un libro antes de venir. ¿No es así, Potter?

Harry se obligó a seguir mirando directamente aquellos ojos fríos.

—Bien hecho —le dijo Sirius sin dejar de mirar a Snape con furia. Muchos en el Gran Comedor asintieron.

Sí había mirado sus libros en casa de los Dursley, pero ¿cómo esperaba Snape que se acordara de todo lo que había en Mil hierbas mágicas y hongos?

—Es que esas cosas ni siquiera son de primero —bufó McGonagall cabreada.

Snape seguía haciendo caso omiso de la mano temblorosa de Hermione.

¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y luparia?

—¡Y otra más! ¿Qué coño pretendes? —gruñó Sirius sacando a sacar la varita.

Ante eso, Hermione se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de la mazmorra.

—¿Te parece normal que una alumna tenga que hacer eso para que le prestes atención? —se quejó McGonagall—. Es indignante.

No lo sé —dijo Harry con calma—. Pero creo que Hermione lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?

Varios rieron disimuladamente y Sirius le palmeó la espalda orgulloso. Escuchar eso le había tranquilizado.

Unos pocos rieron. Harry captó la mirada de Seamus, que le guiñó un ojo. Snape, sin embargo, no estaba complacido.

Siéntate —gritó a Hermione

—¡Encima la haces sentarse! —gritó Molly tan indignada como el resto de profesores.

—Severus, creo que, cuando acabemos los libros, debemos tener una buena charla tú y yo —sentenció Dumbledore y Snape asintió en silencio sin mostrar emoción alguna. Esa era una de sus mayores cualidades, junto a su talento con las opciones. Snape había tenido que reprimir sus sentimientos durante muchos años, le hacían parecer débil y él no podía permitirlo, ahora, siendo un adulto maduro, podía permanecer indiferente ante casi cualquier situación (sobra decir que varios hechos que tuvo que aguantar junto a Voldemorts habían reforzado esa habilidad).

. Para tu información, Potter; asfódelo y ajenjo producen una poción para dormir tan poderosa que es conocida como Filtro de Muertos en Vida. Un bezoar es una piedra sacada del estómago de una cabra y sirve para salvarte de la mayor parte de los venenos. En lo que se refiere a acónito y luparia, es la misma planta. Bueno, ¿por qué no lo estáis apuntando todo?

Se produjo un súbito movimiento de plumas y pergaminos. Por encima del ruido, Snape dijo:

Y se le restará un punto a la casa Gryffindor por tu descaro, Potter.

—¡Encima! —se quejaron muchos y McGonagall bufó.

Las cosas no mejoraron para los Gryffindors a medida que continuaba la clase de Pociones. Snape los puso en parejas, para que mezclaran una poción sencilla para curar forúnculos. Se paseó con su larga capa negra, observando cómo pesaban ortiga seca y aplastaban colmillos de serpiente, criticando a todo el mundo salvo a Malfoy, que parecía gustarle.

—Además con favoritismo… —volvió a quejarse Molly.

En el preciso momento en que les estaba diciendo a todos que miraran la perfección con que Malfoy había cocinado a fuego lento los pedazos de cuernos, multitud de nubes de un ácido humo verde y un fuerte silbido llenaron la mazmorra. De alguna forma, Neville se las había ingeniado para convertir el caldero de Seamus en un engrudo hirviente que se derramaba sobre el suelo, quemando y haciendo agujeros en los zapatos de los alumnos.

Varios rieron ante eso mientras Neville se disculpaba con Seamus quien también estaba riendo con el recuerdo.

En segundos, toda la clase estaba subida a sus taburetes, mientras que Neville, que se había empapado en la poción al volcarse sobre él el caldero, gemía de dolor; por sus brazos y piernas aparecían pústulas rojas.

Algunos miraron a Neville con preocupación pero este solo captó la mirada de una rubia de Hufflepuff. Le sonrió, alegre de que se preocupara por el, sin entender del todo la razón.

¡Chico idiota! —dijo Snape con enfado,

—¡¿Cómo que chico idiota?! —exclamó Ginny enojada.

—Eso es despreciable, Severus —le dijo Sinistra también enfadada.

haciendo desaparecer la poción con un movimiento de su varita—. Supongo que añadiste las púas de erizo antes de sacar el caldero del fuego, ¿no?

Neville lloriqueaba, mientras las pústulas comenzaban a aparecer en su nariz.

Muchos miraron a Neville con compasión, tuvo que pasarlo mal.

—En serio, estoy seguro de que me pasé ese año entero llorando —aseguró Neville sonriendo. Esa era una de las mejores cualidades de Neville, era un joven leal y bondadoso, aun sabiendo que lo pasó mal (e incluso el recuerdo le era bastante molesto) prefería que la gente riese con ese recuerdo a que lo miraran con lastima.

Llévelo a la enfermería —ordenó Snape a Seamus. Luego se acercó a Harry y Ron, que habían estado trabajando cerca de Neville.

Tu, Harry Potter. ¿Por qué no le dijiste que no pusiera las púas? Pensaste que si se equivocaba quedarías bien, ¿no es cierto? Éste es otro punto que pierdes para Gryffindor.

—¡¿Qué?! —exclamaron muchos Gryffindor indignados. ¿Qué había hecho él para recibir ese trato?

—¡Eso es totalmente injusto, Severus! —dijo McGonagall muy enojada.

—¡Maldito seas Snape! ¡Es Harry, no James! ¡Deja de comportarte como un crio! —exclamó Remus muy alterado—. Como nunca pudiste competir contra el padre ahora te desahogas con el hijo ¡Es ridículo!
Muchos fulminaban al profesor de pociones con la mirada. Nadie sabía cuál era la relación del padre de Harry con Snape pero ahora mismo no les importaba. Snape no sabía qué hacer se limitó a permanecer impasible pero no fue una buena opción.

—¡Se le restaran veinticinco puntos a Slytherin por tu descaro! —dijo muy seriamente la profesora McGonagall—. ¡Si te comportas como un crio te trataremos como a uno!

Las serpientes no se atrevieron a sisear porque lo estarían haciendo en contra del jefe de su casa pero estaban muy enojados.

Tonks, tan alterada como el resto y fulminando a Snape por última vez, retomó la lectura.

Aquello era tan injusto que Harry abrió la boca para discutir, pero Ron le dio una patada por debajo del caldero.

No lo provoques —murmuró—.

Muchos sonrieron a Ron con la mirada.

—Bien hecho Ron, Harry siempre quiere replicar —le dijo Hermione sonriendo.

He oído decir que Snape puede ser muy desagradable.

—Es totalmente desagradable —gruñó Sirius—. Y un idiota.

Una hora más tarde, cuando subían por la escalera para salir de las mazmorras, la mente de Harry era un torbellino y su ánimo estaba por los suelos. Había perdido dos puntos para Gryffindor en su primera semana... ¿Por qué Snape lo odiaba tanto?

De nuevo muchas miradas fulminaron a Snape, este estaba intentando convencerse a sí mismo de que había hecho lo correcto pero no se lo creía ni él.

Anímate —dijo Ron—. Snape siempre le quitaba puntos a Fred y a George. ¿Puedo ir a ver a Hagrid contigo?

Molly sonrió a su hijo, orgullosa de su comportamiento.

Salieron del castillo cinco minutos antes de las tres y cruzaron los terrenos que lo rodeaban. Hagrid vivía en una pequeña casa de madera, en el borde del bosque prohibido. Una ballesta y un par de botas de goma estaban al lado de la puerta delantera.

Cuando Harry llamó a la puerta, oyeron unos frenéticos rasguños y varios ladridos. Luego se oyó la voz de Hagrid, diciendo:

Atrás, Fang, atrás.

La gran cara peluda de Hagrid apareció al abrirse la puerta.

Entrad —dijo— Atrás, Fang.

Los dejó entrar, tirando del collar de un imponente perro negro.

Había una sola estancia. Del techo colgaban jamones y faisanes, una cazuela de cobre hervía en el fuego y en un rincón había una cama enorme con una manta hecha de remiendos.

Hagrid sonrió ante la descripción de su casa pero muchas chicas hicieron una mueca. Harry comprendió que ninguna de ellas se veía capaz de vivir ahí.

Estáis en vuestra casa —dijo Hagrid, soltando a Fang, que se lanzó contra Ron

Molly se alteró al escuchar eso ¿Qué le iba a hacer ese perro a su hijo?

y comenzó a lamerle las orejas. Como Hagrid, Fang era evidentemente mucho menos feroz de lo que parecía.

Molly se relajó completamente mientras Hagrid asentía sonriendo, Fang era un perro muy bueno.

Éste es Ron —dijo Harry a Hagrid, que estaba volcando el agua hirviendo en una gran tetera y sirviendo pedazos de pastel.

Otro Weasley, ¿verdad? —dijo Hagrid, mirando de reojo las pecas de Ron—. Me he pasado la mitad de mi vida ahuyentando a tus hermanos gemelos del bosque.

Molly le agradeció a Hagrid con la mirada antes de fulminar a los gemelos por intentar entrar al bosque.

El pastel casi les rompió los dientes, pero Harry y Ron fingieron que les gustaba, mientras le contaban a Hagrid todo lo referente a sus primeras clases.

—Chicos, si no os gusta decirlo, no me molestaré —dijo bondadosamente el semi-gigante pero Harry notó que tenía un semblante algo decepcionado así que decidió seguir fingiendo que le gustaba su comida.

Fang tenía la cabeza apoyada sobre la rodilla de Harry y babeaba sobre su túnica.

Algunas personas hicieron muecas de asco ante eso.

Harry y Ron se quedaron fascinados al oír que Hagrid llamaba a Filch «ese viejo bobo».

Filch fulminó al guardabosques con la mirada mientras muchos reían.

Y en lo que se refiere a esa gata, la Señora Norris, me gustaría presentársela un día a Fang. ¿Sabéis que cada vez que voy al colegio me sigue todo el tiempo? No me puedo librar de ella. Filch la envía a hacerlo.

Ahora fue el turno de Hagrid de fulminar al conserje con la mirada, este la bajó avergonzado.

Harry le contó a Hagrid lo de la clase de Snape. Hagrid, como Ron, le dijo a Harry que no se preocupara, que a Snape no le gustaba ninguno de sus alumnos.

Muchos asintieron, a Snape le gustaban muy pocos alumnos pero, ciertamente, Harry era el alumno al que peor trataba.

Pero realmente parece que me odie.

¡Tonterías! —dijo Hagrid—. ¿Por qué iba a hacerlo?

—Porque es un idiota inmaduro que paga con el hijo lo que no pudo hacerle pagar al padre —gruñó Remus y Tonks le sonrió antes de seguir leyendo.

Sin embargo, Harry no podía dejar de pensar en que Hagrid había mirado hacia otro lado cuando dijo aquello.

¿Y cómo está tu hermano Charlie? —preguntó Hagrid a Ron—. Me gustaba mucho, era muy bueno con los animales.

Charlie sonrió al guardabosques quien le devolvió la sonrisa.

Harry se preguntó si Hagrid no estaba cambiando de tema a propósito.

—Claro que lo estaba haciendo —le dijo Hermione rodando los ojos.

Mientras Ron le hablaba a Hagrid del trabajo de Charles con los dragones, Harry miró el recorte del periódico que estaba sobre la mesa. Era de El Profeta.

RECIENTE ASALTO EN GRINGOTTS

Continúan las investigaciones del asalto que tuvo lu gar en Gringotts el 31 de julio. Se cree que se debe al trabajo de oscuros magos y brujas desconocidos.

Los gnomos de Gringotts insisten en que no se han llevado nada. La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.

«Pero no vamos a decirles qué había allí, así que mantengan las narices fuera de esto, si saben lo que les conviene», declaró esta tarde un gnomo portavoz de Gringotts.

Tonk leyó toda la noticia sin que nadie la interrumpiese. Había un hombre lobo entre los oyentes que no fue capaz de entender una sola palabra de lo que la metamorfomaga decía, a pesar de eso tampoco pudo apartar su mirada de ella. Estaba perdido en el baile que sus labios hacían para conseguir vocalizar. Estaba lejos de ella pero aun así era capaz de apreciar cada movimiento de estos con claridad. Probablemente, pensó Remus, era porque la observaba demasiado a menudo cómo para saberse cada movimiento de memoria.

Harry recordó que Ron le había contado en el tren que alguien había tratado de robar en Gringotts, pero su amigo no había mencionado la fecha.

¡Hagrid! —dijo Harry—. ¡Ese robo en Gringotts suce dió el día de mi cumpleaños! ¡Pudo haber sucedido mientras estábamos allí!

Muchos se miraron entre ellos.

—Sería mucha casualidad —dijo un alumno de Ravenclaw que Harry no conocía.

Aquella vez no tuvo dudas: Hagrid decididamente evitó su mirada. Gruñó y le ofreció más pastel. Harry volvió a leer la nota. «La cámara que se registró había sido vaciada aquel mismo día.» Hagrid había vaciado la cámara setecientos trece, si puede llamarse vaciarla a sacar un paquetito arrugado. ¿Sería eso lo que estaban buscando los ladrones?

Los profesores y Moody sonrieron a Harry, era realmente un chico muy perspicaz.

Mientras Harry y Ron regresaban al castillo para cenar, con los bolsillos llenos del pétreo pastel que fueron demasiado amables para rechazar; Harry pensaba que ninguna de las clases le había hecho reflexionar tanto como aquella merienda con Hagrid. ¿Hagrid habría sacado el paquete justo a tiempo? ¿Dónde podía estar? ¿Sabría algo sobre Snape que no quería decirle?

—Curiosidad Potter al ataque —bromeó Ron.

—Aquí acaba el capítulo —dijo Tonks con una sonrisa.

—Yo leeré ahora —se ofreció Remus y Tonks, con una sonrisa, esperó a que Remus fuera hasta ella para darle el libro. Lo cogió y pasó la página—. El duelo a medianoche.


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