jueves, 14 de agosto de 2014

El sombrero seleccionador


Tanto los personajes como todas las palabras que estén en negrita pertenecen a J.K Rowling.

EL SOMBRERO SELECCIONADOR

El sombrero seleccionador.

Todos los de quinto año se miraron entre ellos, recordando el momento en el que fueron seleccionados y preguntándose si aparecerían en la historia.

Harry estaba algo preocupado, no le había dicho a nadie que el sombrero casi le envía a Slytherin y no sabía cómo reaccionarían sus amigos y el resto de personas al enterarse pero lo dejó estar. Harry tampoco le había dicho a nadie que se había encontrado con su hijo cuando salió del comedor pero eso había sido porque él se lo había pedido, Harry volvió a sonreír, recordando que tenía un futuro feliz por delante y entonces apareció una intrigante pregunta en su mente “¿Y quién es la madre?”. Harry recordó la nota que leyó Hermione, esa que decía que él no podría escapar a la maldición de los Potter y se casaría con una pelirroja…

Harry no se imaginaba saliendo con ninguna de las pelirrojas que conocía, bueno, últimamente sentía algo extraño hacia Ginny pero estaba claro que eso no era amor, es decir, ella era la hermana de su mejor amigo, estaría rompiendo la primera regla de la amistad si salía con ella y Harry tenía claro que no iba a perder su amistad, pero entonces… ¿Quién sería la extraña pelirroja?

Entonces Harry se dio cuenta de algo ¡A él le gustaba Cho! No debería estar pensando en pelirrojas, pero aun que pensara eso, la imagen de Cho que tenía en su mente ya no era tan atractiva como antes. Le seguía gustando Cho pero tampoco estaba enamorado de ella, era solo atracción. Entonces Molly sacó a Harry de sus pensamientos comenzando con la lectura.

La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y túnica verde esmeralda, esperaba allí.

—¡Minnie! —dijo Sirius sonriendo.

Tenía un ros­tro muy severo, y el primer pensamiento de Harry fue que se trataba de alguien con quien era mejor no tener problemas.

Todos asintieron, McGongall era una profesora que se hacía respetar.

—Los de primer año, profesora McGonagall —dijo Hagrid.

—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.

Abrió bien la puerta. El vestíbulo de entrada era tan grande que hubieran podido meter toda la casa de los Durs­ley en él. Las paredes de piedra estaban iluminadas con res­plandecientes antorchas como las de Gringotts, el techo era tan alto que no se veía y una magnífica escalera de mármol, frente a ellos, conducía a los pisos superiores.

Siguieron a la profesora McGonagall a través de un ca­mino señalado en el suelo de piedra. Harry podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de un portal situado a la dere­cha (el resto del colegio debía de estar allí), pero la profesora McGonagall llevó a los de primer año a una pequeña habita­ción vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí, más cerca unos de otros de lo que estaban acostumbrados, mirando con nerviosismo a su alrededor.

—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGona­gall—. El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco,

A Ron se le iluminaron los ojos ante la mención del banquete.

pero antes de que ocupéis vuestro lugares en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mien­tras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en Hogwarts.

Todos asintieron sonriendo.

Tendréis clases con el resto de la casa que os to­que, dormiréis en los dormitorios de vuestras casas y pasa­réis el tiempo libre en la sala común de la casa.

»Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ra­venclaw y Slytherin.

Cada casa aplaudió a la suya con emoción.

Cada casa tiene su propia noble histo­ria y cada una ha producido notables brujas y magos. Mien­tras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os toque.

»La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de po­cos minutos, frente al resto del colegio. Os sugiero que, mien­tras esperáis, os arregléis lo mejor posible.

Los ojos de la profesora se detuvieron un momento en la capa de Neville, que estaba atada bajo su oreja izquierda,

Varios rieron mientras Neville se ponía colorado.

y en la nariz manchada de Ron.

Más risas por parte de los alumnos.

Con nerviosismo, Harry tra­tó de aplastar su cabello.

—No funcionara —dijeron Sirius, Remus, Ron y Hermione divertidos.

—No te preocupes Harry, ya entendí después de intentarlo durante siete años con tu padre que el pelo de un Potter es indomable —confesó la profesora McGongall sonriendo.

Ginny sonrió, le gustaba el cabello salvaje de Harry y entonces, como si le hubiera leído los pensamientos, Michael le agarró la mano con más fuerza como queriendo demostrarle con quien estaba en ese momento. Ginny suspiró, Michael era un buen chico pero en el fondo solo salía con él para que Harry se fijara en ella, por consejo de Hermione.

—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremo­nia —dijo la profesora McGonagall—. Por favor, esperad tranquilos.

—Claro, Minnie, van a esperar muy tranquilos —dijo Sirius sarcásticamente sonriendo de manera burlona a la profesora de transformaciones.

Salió de la habitación. Harry tragó con dificultad.

—¿Cómo se las arreglan exactamente para seleccionarnos? —preguntó a Ron.

—Creo que es una especie de prueba. Fred dice que due­le mucho, pero creo que era una broma.

—Obvio —dijo Hermione rodando los ojos mientras muchos reían.

El corazón de Harry dio un terrible salto. ¿Una prueba? ¿Delante de todo el colegio? Pero él no sabía nada de magia todavía... ¿Qué haría? No esperaba algo así, justo en el momen­to en que acababan de llegar. Miró temblando a su alrededor y vio que los demás también parecían aterrorizados.

—Por supuesto —dijeron muchos.

Na­die hablaba mucho, salvo Hermione Granger, que susurraba muy deprisa todos los hechizos que había aprendido y se preguntaba cuál necesitaría.

McGonagall miró a Hermione con orgullo mientras esta se sonrojaba.

Harry intentó no escucharla. Nun­ca había estado tan nervioso, nunca, ni siquiera cuando tuvo que llevar a los Dursley un informe del colegio que decía que él, de alguna manera, había vuelto azul la peluca de su maes­tro.

Muchos rieron por eso.

—Eso tuvo que ser increíble —le dijo Fred y Harry asintió con la cabeza sonriendo.

Mantuvo los ojos fijos en la puerta. En cualquier momento, la profesora McGonagall regresaría y lo llevaría a su juicio final.

Muchos rodaron los ojos ante ese dramatismo.

Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos de los que estaban atrás gritaron.

—¿Qué es...?

Resopló. Lo mismo hicieron los que estaban alrededor. Unos veinte fantasmas acababan de pasar a través de la pa­red de atrás. De un color blanco perla y ligeramente transpa­rentes, se deslizaban por la habitación, hablando unos con otros, casi sin mirar a los de primer año. Por lo visto, estaban discutiendo. El que parecía un monje gordo y pequeño, decía:

—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda oportunidad...

—Hablando de Peeves, supongo —dijo Remus y muchos asintieron con la cabeza, tenía toda la pinta.

—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades que merece? Nos ha dado mala fama a to­dos y, usted lo sabe, ni siquiera es un fantasma de verdad... ¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí?

El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuen­ta de pronto de la presencia de los de primer año.

Nadie respondió.

—¡Alumnos nuevos! —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—. Estáis esperando la selección, ¿no?

Algunos asintieron.

—¡Espero veros en Hufflepuff—continuó el Fraile—. Mi antigua casa, ya sabéis.

Muchos Hufflepuff aplaudieron a su fantasma.

—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a comenzar.
La profesora McGonagall había vuelto. Uno a uno, los fantasmas flotaron a través de la pared opuesta.

—Ahora formad una hilera —dijo la profesora a los de primer año— y seguidme.
Con la extraña sensación de que sus piernas eran de plo­mo, Harry se puso detrás de un chico de pelo claro, con Ron tras él. Salieron de la habitación, volvieron a cruzar el vestí­bulo, pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran Comedor.

Harry nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido. Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabece­ra del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores.

—Lo has descrito a la perfección —le dijo Ron.

La profesora McGonagall condujo allí a los alum­nos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudian­tes, los fantasmas tenían un neblinoso brillo plateado. Para evitar todas las miradas, Harry levantó la vista y vio un te­cho de terciopelo negro, salpicado de estrellas. Oyó susurrar a Hermione: «Es un hechizo para que parezca como el cielo de fuera, lo leí en la historia de Hogwarts».

—Debes de ser la única alumna que ha leído ese libro —comentó Ron y un puñado de alumnos (la mayoría de Ravenclaw) replicaron ante esto. Quedaba demostrado, este libro lo habían leído cerca de un diez por ciento de los estudiantes.

Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Co­medor no se abriera directamente a los cielos.

Harry bajó la vista rápidamente, mientras la profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un som­brero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio. Tía Petunia no lo habría admitido en su casa.

Muchos rieron ante eso.

Tal vez tenían que intentar sacar un conejo del sombre­ro, pensó Harry algo irreflexiblemente, eso era lo típico de...

Los hijos de muggles rieron por eso pero el resto miraron a Harry extrañados.

—Es un truco de magia muggle muy común —explicó Hermione.

Ahora las miradas extrañadas desaparecieron y muchos miraron a Harry sintiéndose ultrajados.

Al darse cuenta de que todos los del comedor contemplaban el sombrero, Harry también lo hizo. Durante unos pocos se­gundos, se hizo un silencio completo. Entonces el sombrero se movió. Una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar:

Molly, a pesar de ser de estar tremendamente sonrojada, hizo un gran acopio de valentía y cantó la canción en vez de recitarla.

Oh, podrás pensar que no soy bonito,
pero no juzgues por lo que ves.
Me comeré a mí mismo si puedes encontrar
un sombrero más inteligente que yo.
Puedes tener bombines negros,
sombreros altos y elegantes.
Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts
y puedo superar a todos.
No hay nada escondido en tu cabeza
que el Sombrero Seleccionador no pueda ver.
Así que pruébame y te diré
dónde debes estar.
Puedes pertenecer a Gryffindor,
donde habitan los valientes.
Su osadía, temple y caballerosidad
ponen aparte a los de Gryffindor.

Los Gryffindor al completo aplaudieron a su casa.

Puedes pertenecer a Hufflepuff
donde son justos y leales.
Esos perseverantes Hufflepuff
de verdad no temen el trabajo pesado.

Ahora fue el turno de Hufflepuff de aplaudir (sobra decir que Tonks fue la que más ruido hizo)

O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,
Si tienes una mente dispuesta,
porque los de inteligencia y erudición
siempre encontrarán allí a sus semejantes.

Todos los Ravenclaw aplaudieron a su casa.

O tal vez en Slytherin
harás tus verdaderos amigos.
Esa gente astuta utiliza cualquier medio
para lograr sus fines.

En ese momento los Slytherin aplaudieron.

¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo!
¡Y no recibirás una bofetada!
Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga).
Porque soy el Sombrero Pensante.

Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su canción.

Al igual que en el Gran Comedor, a pesar de que la lectora fuese Molly y no el sombrero.

Éste se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra vez.

—¡Entonces sólo hay que probarse el sombrero! —susu­rró Ron a Harry—. Voy a matar a Fred.

—¡Ronald, que no te vuelva a escuchar diciendo algo así! —le regañó su madre muy seria y luego volvió a leer.

Harry sonrió débilmente. Sí, probarse el sombrero era mucho mejor que tener que hacer un encantamiento, pero habría deseado no tener que hacerlo en presencia de todos. El sombrero parecía exigir mucho, y Harry no se sentía valien­te ni ingenioso ni nada de eso, por el momento. Si el sombrero hubiera mencionado una casa para la gente que se sentía un poco indispuesta, ésa habría sido la suya.

Todos miraron a Harry con compasión.

La profesora McGonagall se adelantaba con un gran ro­llo de pergamino.

—Cuando yo os llame, deberéis poneros el sombrero y sen­taros en el taburete para que os seleccionen —dijo—. ¡Ab­bott, Hannah!

Los compañeros de Hannah se giraron hacia ella sonriendo mientras que ella estaba totalmente roja. Neville le sonreía desde lejos, desde el año pasado había pensado que era una chica desagradable pues llevaba una de esas chapas en las que ponía “Potter apesta”, pero ahora, gracias a las reuniones del E.D. podía apreciar a una chica amable, simpática y sobretodo (aunque le costaba hacer frente a ese pensamiento) muy linda.

Una niña de rostro rosado y trenzas rubias salió de la fila, se puso el sombrero, que la tapó hasta los ojos, y se sentó. Un momento de pausa.

—¡HUFFLEPUFF!—gritó el sombrero.

Todos los Hufflepuff aplaudieron.

La mesa de la derecha aplaudió mientras Hannah iba a sentarse con los de Hufflepuff. Harry vio al fantasma del Fraile Gordo saludando con alegría a la niña.

—¡Bones, Susan!

—¡HUFFLEPUFF! —gritó otra vez el sombrero, y Susan se apresuró a sentarse al lado de Hannah.

De nuevo aplaudieron estos mientras Susan se ponía colorada.

—¡Boot, Terry!

—¡RAVENCLAW!

Ahora las águilas aplaudieron a su miembro.

La segunda mesa a la izquierda aplaudió esta vez. Varios Ravenclaws se levantaron para estrechar la mano de Terry, mientras se reunía con ellos.

Brocklehurst, Mandy también fue a Ravenclaw,

Aplausos.

pero Brown, Lavender resultó la primera nueva Gryffindor, en la mesa más alejada de la izquierda, que estalló en vivas. Harry pudo ver a los hermanos gemelos de Ron, silbando.

Los Gryffindor aplaudieron.

Bulstrode, Millicent fue a Slytherin.

Las serpientes aplaudieron a su compañera.

Tal vez era la ima­ginación de Harry; después de todo lo que había oído sobre Slytherin, pero le pareció que era un grupo desagradable.

Las serpientes miraron a Harry con los ojos entrecerrados mientras los Gryffindor sonreían. Dejando de lado el tema de los magos oscuros que salieron de esa casa la rivalidad entre Gryffindor y Slyhterin era algo que gustaba a la mayoría de las dos casas.

Comenzaba a sentirse decididamente mal. Recordó lo que pasaba en las clases de gimnasia de su antiguo colegio, cuando se escogían a los jugadores para los equipos. Siem­pre había sido el último en ser elegido, no porque fuera malo, sino porque nadie deseaba que Dudley pensara que lo querían.

Muchos miraron a Harry con tristeza recordando lo mala que fue su infancia.

—¡Finch-Fletchley, Justin!

—¡HUFFLEPUFF!

Los Hufflepuff aplaudieron.

Harry notó que, algunas veces, el sombrero gritaba el nombre de la casa de inmediato, pero otras tardaba un poco en decidirse.

—Finnigan, Seamus. —El muchacho de cabello arenoso, que estaba al lado de Harry en la fila, estuvo sentado un mi­nuto entero, antes de que el sombrero lo declarara un Gryffindor.

Los leones aplaudieron.

—Granger, Hermione.

Hermione casi corrió hasta el taburete y se puso el som­brero, muy nerviosa.

Ahora estaba completamente roja.

—¡GRYFFINDOR! —gritó el sombrero.

Los leones aplaudieron, Ron y Harry los que más.

Ron gruñó.

Hermione fulminó a Ron con la mirada mientras este intentaba disculparse.

Un horrible pensamiento atacó a Harry, uno de aquellos horribles pensamientos que aparecen cuando uno está muy intranquilo. ¿Y si a él no lo elegían para ninguna casa? ¿Y si se quedaba sentado con el sombrero sobre los ojos, durante horas, hasta que la profesora McGonagall se lo quitara de la cabeza para decirle que era evidente que se habían equivoca­do y que era mejor que volviera en el tren?

—Eso es imposible, Harry —le consoló Hermione. Muchos miraban a Harry con compasión.

Cuando Neville Longbottom, el chico que perdía su sapo, fue llamado, se tropezó con el taburete.

Varios rieron, ningún  Gryffindor. Luna fulminó con la mirada a todos los Ravenclaws que se reían de su amigo y lo mismo ocurría con los Hufflepuff por parte de Hannah, Susan y el resto de miembros del E.D. de esa casa (exceptuando a Zacharias, claro) así que los únicos que siguieron riéndose fueron algunos Slyhterin.

El sombrero tardó un largo rato en decidirse. Cuando finalmente gritó: ¡GRYFFIN­DOR!,

Los leones aplaudieron con fuerza.

Neville salió corriendo, todavía con el sombrero puesto y tuvo que devolverlo, entre las risas de todos, a MacDougal, Morag.

Ocurrió lo mismo de antes, después de unas cuantas miradas furiosas los únicos riéndose era algunos de la mesa de las serpientes.

Malfoy se adelantó al oír su nombre y de inmediato obtu­vo su deseo: el sombrero apenas tocó su cabeza y gritó: ¡SLYTHERIN!

Las serpientes aplaudieron a Malfoy.

Malfoy fue a reunirse con sus amigos Crabbe y Goyle, con aire de satisfacción.
Ya no quedaba mucha gente.

Moon... Nott... Parkinson... Después unas gemelas, Patil y Patil... Más tarde Perks, Sally-Anne...

Cada casa fue aplaudiendo a sus miembros según se nombraban.

y, finalmente:

—¡Potter; Harry!

Ahora todos miraban a Harry, seguramente ahora escucharan lo que le dijo el sombrero a Harry.

Mientras Harry se adelantaba, los murmullos se exten­dieron súbitamente como fuegos artificiales.

—¿Ha dicho Potter?

—¿Ese Harry Potter?

Lo último que Harry vio, antes de que el sombrero le ta­para los ojos, fue el comedor lleno de gente que trataba de verlo bien. Al momento siguiente, miraba el oscuro interior del sombrero. Esperó.

La sala se tensó.

—Mm —dijo una vocecita en su oreja—. Difícil. Muy difícil.

Muchos se miraron entre ellos extrañados, a ninguno les dijo algo como eso.

Lleno de valor, lo veo.

—¡Porque es un Gryffindor! —rugieron los leones.

Tampoco la mente es mala.

—Así que podías haber sido Ravenclaw —le comentó Luna sonriendo.

Hay ta­lento, oh vaya, sí,

Muchos miraron a Harry extrañados mientras este se ruborizaba, a ninguno de ellos le había dicho tantos halagos.

y una buena disposición para probarse a sí mismo, esto es muy interesante... Entonces, ¿dónde te pondré?

—¡Gryffindor! —volvieron a gruñir los leones.

Harry se aferró a los bordes del taburete y pensó: «En Slytherin no, en Slytherin no».

Mientras las serpientes siseaban y los leones rugían, Sirius sonrió. El hizo lo mismo para que el sombrero no le mandara a Slytherin.

—En Slytherin no, ¿eh? —dijo la vocecita—. ¿Estás se­guro? Podrías ser muy grande, sabes, lo tienes todo en tu ca­beza y Slytherin te ayudaría en el camino hacia la grandeza.

Todos miraron a Harry sorprendidos, sobre todo los leones y las serpientes ¿Harry podría haber sido un buen Slytherin?

No hay dudas, ¿verdad? Bueno, si estás seguro, mejor que seas ¡GRYFFINDOR!

Los leones rugieron emocionados.

Harry oyó al sombrero gritar la última palabra a todo el comedor. Se quitó el sombrero y anduvo, algo mareado, hacia la mesa de Gryffindor. Estaba tan aliviado de que lo hubiera elegido y no lo hubiera puesto en Slytherin, que casi no se dio cuenta de que recibía los saludos más calurosos hasta el mo­mento. Percy el prefecto se puso de pie y le estrechó la mano vigorosamente, mientras los gemelos Weasley gritaban: «¡Tenemos a Potter! ¡Tenemos a Potter!».

Molly les fulminó con la mirada.

Harry se sentó en el lado opuesto al fantasma que había visto antes. Éste le dio una palmada en el brazo, dándole la horrible sensación de haberlo metido en un cubo de agua helada.

Todos se estremecieron.

Podía ver bien la Mesa Alta. En la punta, cerca de él, es­taba Hagrid, que lo miró y levantó los pulgares. Harry le sonrió.

Lo mismo ocurría en el presente. Para Harry era muy incómodo que la gente leyese su historia y sus pensamientos pero estaba empezando a acostumbrarse.

Y allí, en el centro de la Mesa Alta, en una gran silla de oro, estaba sentado Albus Dumbledore. Harry lo reconoció de inmediato, por el cromo de las ranas de chocolate. El cabello plateado de Dumbledore era lo único que brillaba tanto como los fantasmas.

Muchos rieron tímidamente por eso y Dumbledore le dedicó una sonrisa.

Harry también vio al profesor Quirrell, el nervioso joven del Caldero Chorreante. Estaba muy extra­vagante, con un gran turbante púrpura.

El trio gruñó ante la mención del profesor.

Y ya quedaban solamente tres alumnos para seleccio­nar. A Turpin, Lisa le tocó Ravenclaw,

Las águilas aplaudieron.

y después le llegó el turno a Ron. Tenía una palidez verdosa y Harry cruzó los de­dos debajo de la mesa.

—Gracias amigo —le dijo el pelirrojo sonriendo.

Un segundo más tarde, el sombrero gritó: ¡GRYFFINDOR!

Los leones volvieron a aplaudir y Molly casi suelta el libro para aplaudir a su hijo pero acabo reprimiéndose y conformándose con sonreírle.

Harry aplaudió con fuerza, junto con los demás, mien­tras que Ron se desplomaba en la silla más próxima.

—Bien hecho, Ron, excelente —dijo pomposamente Percy Weasley, por encima de Harry, mientras que Zabini, Blaise era seleccionado para Slytherin.

Ahora las serpientes aplaudieron.

La profesora McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero Seleccionador.
Harry miró su plato de oro vacío. Acababa de darse cuen­ta de lo hambriento que estaba. Los pasteles le parecían algo del pasado.

—¡Si no había pasado casi nada de tiempo! —le dijo Hermione sorprendida.

—Tú no le hagas caso, yo estaba igual —le confesó Ron.

Albus Dumbledore se había puesto de pie. Miraba con expresión radiante a los alumnos, con los brazos muy abier­tos, como si nada pudiera gustarle más que verlos allí.

—¡Bienvenidos! —dijo—. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llo­rones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!

Todos aplaudieron pero nadie tan fuerte como Sirius, quien aplaudía dramáticamente y se secaba unas lágrimas imaginarias.

—Unas palabras tan bonitas… No puedo reprimir mis sentimientos… —dijo mientras fingía un llanto y se apoyaba en Remus para continuar ese estúpido acto. Harry rodó los ojos pero muchos rieron, ya estaban bastante acostumbrados a la presencia del prófugo y se dieron cuenta de que era bastante divertido.

Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon. Harry no sabía si reír o no.

—Está... un poquito loco, ¿no? —preguntó con aire inse­guro a Percy.

—¡Harry! —le dijeron muchos.

—Lo siento profesor —se disculpó Harry con el director.

—No lo sientas, Harry, es cierto, estoy bastante loco —le confesó sonriendo.

—¿Loco? —dijo Percy con frivolidad—. ¡Es un genio! ¡El mejor mago del mundo! Pero está un poco loco, sí. ¿Patatas, Harry?

Molly tuvo que reprimirse para no reñir a Percy y este bajó la cabeza, esperaba un regaño por parte de su madre y se vio decepcionado, estaba empezando a darse cuenta de que todo eso era culpa suya pero era demasiado orgulloso como para reconocerlo del todo.

Harry se quedó con la boca abierta. Los platos que ha­bía frente a él de pronto estuvieron llenos de comida. Nun­ca había visto tantas cosas que le gustara comer sobre una mesa: carne asada, pollo asado, chuletas de cerdo y de terne­ra, salchichas, tocino y filetes, patatas cocidas, asadas y fri­tas, pudín, guisantes, zanahorias, salsa de carne, salsa de to­mate y, por alguna extraña razón, bombones de menta.

—La extraña razón soy yo —confesó Dumbledore con una sonrisa mientras muchos comenzaban a salivar con la recién nombrada lista de comida.

Los Dursley nunca habían matado de hambre a Harry, pero tampoco le habían permitido comer todo lo que quería. Dudley siempre se servía lo que Harry deseaba, aunque no le gustara.

Muchos gruñeron.

Harry llenó su plato con un poco de todo, salvo los bombones de menta, y comenzó a comer. Todo estaba delicioso.

—Eso tiene muy buen aspecto —dijo con tristeza el fan­tasma de la gola, observando a Harry mientras éste cortaba su filete.

—¿No puede...?

—¡Harry! ¡Es obvio que no! —le dijo Hermione molesta por su falta de tacto con el fantasma.

—No he comido desde hace unos cuatrocientos años —dijo el fantasma—. No lo necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he presentado, ¿verdad? Sir Nicholas de Mimsy-Porpington a su servicio. Fantasma Residente de la Torre de Gryffindor.

Los leones aplaudieron a su fantasma con entusiasmo.

—¡Yo sé quién es usted! —dijo súbitamente Ron—. Mi hermano me lo contó. ¡Usted es Nick Casi Decapitado!

—¡Ronald, se un poco más educado! —le regañó su madre.

—Yo preferiría que me llamaran Sir Nicholas de Mimsy... —comenzó a decir el fantasma con severidad, pero lo inte­rrumpió Seamus Finnigan, el del pelo color arena.

—¿Casi Decapitado? ¿Cómo se puede estar casi decapi­tado?

Sir Nicholas pareció muy molesto, como si su conversa­ción no resultara como la había planeado.

—Así —dijo enfadado. Se agarró la oreja izquierda y tiró. Teda su cabeza se separó de su cuello y cayó sobre su hombro, como si tuviera una bisagra.

Muchos hicieron una mueca al imaginarlo (o al recordarlo los que lo habían visto).

Era evidente que alguien había tratado de decapitarlo, pero que no lo había hecho bien. Pare­ció complacido ante las caras de asombro y volvió a ponerse la cabeza en su sitio, tosió y dijo: ¡Así que nuevos Gryffin­dors! Espero que este año nos ayudéis a ganar el campeo­nato para la casa. Gryffindor nunca ha estado tanto tiempo sin ganar. ¡Slytherin ha ganado la copa seis veces segui­das! El Barón Sanguinario se ha vuelto insoportable... Él es el fantasma de Slytherin.

—¡Seis veces seguidas! ¿Slytherin? —estalló Sirius sin creérselo del todo—. Espero que hayáis ganado este año…

Harry no le contestó, se limitó a sonreírle, ya lo vería el mismo con la lectura.

Harry miró hacia la mesa de Slytherin y vio un fantasma horrible sentado allí, con ojos fijos y sin expresión, un rostro demacrado y las ropas manchadas de sangre plateada. Esta­ba justo al lado de Malfoy que, como Harry vio con mucho gusto, no parecía muy contento con su presencia.

—Normal, es desagradable —murmuró Astoria y solo su hermana la escuchó.

—¿Cómo es que está todo lleno de sangre? —preguntó Seamus con gran interés.

—Nunca se lo he preguntado —dijo con delicadeza Nick Casi Decapitado.

Todos miraron al director, esperando una respuesta por su parte.

—Lamento decir, que ni siquiera yo tengo la respuesta para eso —dijo tranquilamente Dumbledore, los alumnos, decepcionados, decidieron dejar eso de lado, ni siquiera era algo importante.

Cuando hubieron comido todo lo que quisieron, los res­tos de comida desaparecieron de los platos, dejándolos tan limpios como antes. Un momento más tarde aparecieron los postres. Trozos de helados de todos los gustos que uno se pu­diera imaginar; pasteles de manzana, tartas de melaza, re­lámpagos de chocolate, rosquillas de mermelada, bizcochos borrachos, fresas, jalea, arroz con leche...

—Ya, Harry. Deja de describir comida que me está entrando hambre —le dijo Ron y muchos asintieron con la cabeza.

—Como si yo pudiera hacer algo para cambiarlo —se quejó Harry.

Mientras Harry se servía una tarta, la conversación se centró en las familias.

—Yo soy mitad y mitad —dijo Seamus—. Mi padre es muggle. Mamá no le dijo que era una bruja hasta que se casa­ron. Fue una sorpresa algo desagradable para él.

Varios se rieron mientras algunos negaban con la cabeza.

Los demás rieron.

—¿Y tú, Neville? —dijo Ron.

—Bueno, mi abuela me crió y ella es una bruja —dijo Ne­ville—, pero la familia creyó que yo era todo un muggle, du­rante años. Mi tío abuelo Algie trataba de sorprenderme des­cuidado y forzarme a que saliera algo de magia de mí. Una vez casi me ahoga, cuando quiso tirarme al agua en el puerto de Blackpool, pero no pasó nada hasta que cumplí ocho años. El tío abuelo Algie había ido a tomar el té y me tenía cogido de los tobillos y colgando de una ventana del piso de arriba, cuando mi tía abuela Enid le ofreció un merengue y él, acci­dentalmente, me soltó.

Todos le miraron preocupados pero Neville se limitó a sonreír.

Pero yo reboté, todo el camino, en el jardín y la calle. Todos se pusieron muy contentos. Mi abuela estaba tan feliz que lloraba. Y tendríais que haber visto sus caras cuando vine aquí. Creían que no sería tan mágico como para venir. El tío abuelo Algie estaba tan contento que me compró mi sapo.

—Wow, pues sí que estaba feliz —comentó Ron irónicamente.

Al otro lado de Harry, Percy Weasley y Hermione esta­ban hablando de las clases. («Espero que empiecen en se­guida, hay mucho que aprender; yo estoy particularmente interesada en Transformaciones, ya sabes, convertir algo en otra cosa, por supuesto parece ser que es muy difícil. Hay que empezar con cosas pequeñas, como cerillas en y todo eso...»)

Mcgonagall miraba a su alumna con orgullo mientras el resto de estudiantes rodaban los ojos.

Harry, que comenzaba a sentirse reconfortado y somnoliento, miró otra vez hacia la Mesa Alta. Hagrid bebía copio­samente de su copa. La profesora McGonagall hablaba con el profesor Dumbledore. El profesor Quirrell, con su absurdo turbante, conversaba con un profesor de grasiento pelo ne­gro, nariz ganchuda y piel cetrina.

Muchos rieron discretamente con la descripción del profesor Snape mientras este entrecerraba los ojos.

Todo sucedió muy rápidamente. El profesor de nariz ganchuda miró por encima del turbante de Quirrell, directa­mente a los ojos de Harry... y un dolor agudo golpeó a Harry en la cicatriz de la frente.

Todos abrieron mucho los ojos ante eso. Sirius iba a decirle algo a Snape pero Remus le detuvo y le dijo algo que Harry no fue capaz de escuchar pero, fuese lo que fuese, logró calmar a Sirius.

—¡Ay! —Harry se llevó una mano a la cabeza.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Percy

—N-nada.

El dolor desapareció tan súbitamente como había apare­cido. Era difícil olvidar la sensación que tuvo Harry cuando el profesor lo miró, una sensación que no le gustó en absoluto.

Sirius gruñó.

—¿Quién es el que está hablando con el profesor Qui­rrell? —preguntó a Percy.

—Oh, ¿ya conocías a Quirrell, entonces? No es raro que parezca tan nervioso, ése es el profesor Snape. Su materia es Pociones, pero no le gusta... Todo el mundo sabe que quiere el puesto de Quirrell. Snape sabe muchísimo sobre las Artes Oscuras.

Todos los alumnos asintieron vigorosamente, todos los sabían.

—Cómo no, Snape era un mortifago —dijo Sirius mientras miraba a Snape con los ojos entrecerrados.

—No fui yo el que se pasó más de una década en Azkaban —dijo simplemente Snape.

—Oh, sabes perfectamente lo que pasó Snivellus. Además, no soy yo el que tiene esa horrible marca en el brazo —replicó Sirius.

Todos escuchaban la conversación con los ojos muy abiertos sin entenderla del todo. Snape iba a replicar algo pero Dumbledore hizo un gesto con la mano y Snape se contuvo. Molly continuó leyendo.

Harry vigiló a Snape durante un rato, pero el profesor no volvió a mirarlo.

Por último, también desaparecieron los postres, y el pro­fesor Dumbledore se puso nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio.

—Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que to­dos hemos comido y bebido. Tengo unos pocos anuncios que haceros para el comienzo del año.

»Los de primer año debéis tener en cuenta que los bos­ques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos tam­bién deberán recordarlo.
Los ojos relucientes de Dumbledore apuntaron en direc­ción a los gemelos Weasley.

En el presente estos hicieron una reverencia, agradeciendo el reconocimiento del director hacia ellos.

—El señor Filch, el celador, me ha pedido que os recuer­de que no debéis hacer magia en los recreos ni en los pasillos.

Todos los alumnos bufaron.

»Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben ponerse en contacto con la se­ñora Hooch.

Los jugadores de quidditch sonrieron.

»Y por último, quiero deciros que este año el pasillo del tercer piso, del lado derecho, está fuera de los límites permi­tidos para todos los que no deseen una muerte muy dolorosa.

Todos se miraron entre ellos. Los que no habían estado ese curso no sabían de ese anuncio y los que sabían de él no sabían el porqué de él, excepto, claro está, el trio dorado y Neville. El trio sonrió pero Neville se encogió en su asiento con el recuerdo del enorme perro de tres cabezas.

Harry rió, pero fue uno de los pocos que lo hizo.

—¿Lo decía en serio? —murmuró a Percy.

—Eso creo —dijo Percy, mirando ceñudo a Dumbledo­re—. Es raro, porque habitualmente nos dice el motivo por el que no podemos ir a algún lugar. Por ejemplo, el bosque está lleno de animales peligrosos, todos lo saben. Creo que, al me­nos, debió avisarnos a nosotros, los prefectos.

—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cante­mos la canción del colegio! —exclamó Dumbledore. Harry notó que las sonrisas de los otros profesores se habían vuelto algo forzadas.

—Siempre pasa lo mismo y no sé porque —dijo el director extrañado—. Es algo muy divertido.

Los demás profesores bajaron la mirada, podía ser divertido hacerlo una vez pero llevaban décadas haciendo lo mismo y había perdido su gracia.

Dumbledore agitó su varita, como si tratara de atrapar una mosca, y una larga tira dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una serpiente y se transformó en palabras.

—¡Que cada uno elija su melodía favorita! —dijo Dum­bledor—. ¡Y allá vamos!

Y todo el colegio vociferó:

—Venga —les animo Dumbledore—. Cantemos nosotros también.

A muchos les habría gustado replicar pero viendo como brillaban los ojos del director decidieron aguantarse y cantar:

Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts,
 enséñanos algo, por favor.
Aun que seamos viejos y calvos
o jóvenes con rodillas sucias,
nuestras mentes pueden ser llenadas
con algunas materias interesantes.
Porque ahora están vacías y llenas de aire,
pulgas muertas y un poco de pelusa.
Así que enséñanos cosas que valga la pena saber,
haz que recordemos lo que olvidamos,
hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto,
y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman.

Cuando la mayoría terminaros solo quedaban (como no) los gemelos y Sirius, que se habían puesto de pie y habían pasado la mano por el hombro del que tenían a su lado y se balanceaban suavemente al son de la fúnebre melodía que cantaban.

La escuela entera aplaudió y Molly se dispuso a seguir leyendo.

Cada uno terminó la canción en tiempos diferentes. Al fi­nal, sólo los gemelos Weasley seguían cantando, con la melo­día de una lenta marcha fúnebre.

—Bien hecho —les dijo Sirius sonriendo.

Dumbledore los dirigió hasta las últimas palabras, con su varita y, cuando termina­ron, fue uno de los que aplaudió con más entusiasmo.

—¡Ah, la música! —dijo, enjugándose los ojos—. ¡Una magia más allá de todo lo que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Salid al trote!

Los de primer año de Gryffindor siguieron a Percy a tra­vés de grupos bulliciosos, salieron del Gran Comedor y subie­ron por la escalera de mármol. Las piernas de Harry otra vez parecían de plomo, pero sólo por el exceso de cansancio y co­mida.

Ron le sonrió como queriendo decir que le pasó lo mismo.

Estaba tan dormido que ni se sorprendió al ver que la gente de los retratos, a lo largo de los pasillos, susurraba y los señalaba al pasar; o cuando Percy en dos oportunidades los hizo pasar por puertas ocultas detrás de paneles corredi­zos y tapices que colgaban de las paredes. Subieron más es­caleras, bostezando y arrastrando los pies y, cuando Harry comenzaba a preguntarse cuánto tiempo más deberían se­guir, se detuvieron súbitamente.

Unos bastones flotaban en el aire, por encima de ellos, y cuando Percy se acercó comenzaron a caer contra él.

—Peeves —murmuraron muchos, la mayoría molesto pero algunos lo murmuraron divertidos.

—Peeves —susurró Percy a los de primer año—. Es un duende, lo que en las películas llaman poltergeist. —Levantó la voz—: Peeves, aparece.

La respuesta fue un ruido fuerte y grosero, como si se de­sinflara un globo.

—¿Quieres que vaya a buscar al Barón Sanguinario?

Los Slytherin negaron con la cabeza, no les gustaba que el resto de casas se aprovechara de su fantasma para su propia causa.

Se produjo un chasquido y un hombrecito, con ojos oscu­ros y perversos y una boca ancha, apareció, flotando en el aire con las piernas cruzadas y empuñando los bastones.

—¡Oooooh! —dijo, con un maligno cacareo—. ¡Los horri­bles novatos! ¡Qué divertido!

De pronto se abalanzó sobre ellos. Todos se agacharon.

—Vete, Peeves, o el Barón se enterará de esto. ¡Lo digo en serio! —gritó enfadado Percy

Peeves hizo sonar su lengua y desapareció, dejando caer los bastones sobre la cabeza de Neville.

Muchos miraron a Neville con compasión, siempre le pasaban a él esas cosas.

Lo oyeron alejarse con un zumbido, haciendo resonar las armaduras al pasar.

—Tenéis que tener cuidado con Peeves —dijo Percy, mientras seguían avanzando—. El Barón Sanguinario es el único que puede controlarlo, ni siquiera nos escucha a los prefectos. Ya llegamos.

Al final del pasillo colgaba un retrato de una mujer muy gorda, con un vestido de seda rosa.

—¿Santo y seña? —preguntó.

—Caput draconis —dijo Percy, y el retrato se balanceó hacia delante y dejó ver un agujero redondo en la pared. Todos se amontonaron para pasar (Neville necesitó ayuda)

—Podrías dejar de fijarte en todo ¿No, Harry? —le dijo Neville entre serio y divertido mientras algunos reían.

y se encontraron en la sala común de Gryffindor; una habitación redonda y acogedora, llena de cómodos sillones.

Los Gryffindor sonrieron, tal vez no sabían cómo eran el resto de salas comunes pero estaban seguros de que la suya era, sin duda, la mejor.

Percy condujo a las niñas a través de una puerta, hacia sus dormitorios, y a los niños por otra puerta. Al final de una escalera de caracol (era evidente que estaban en una de las torres) encontraron, por fin, sus camas, cinco camas con cua­tro postes cada una y cortinas de terciopelo rojo oscuro. Sus baúles ya estaban allí. Demasiado cansados para conversar, se pusieron sus pijamas y se metieron en la cama.

—Una comida increíble, ¿no? —murmuró Ron a Harry, a través de las cortinas—. ¡Fuera, Scabbers! Te estás comiendo mis sábanas.

—Ya podía haberse ahogado con ellas… —dijo Ron mientras muchos le miraban extrañados.

—No, sino Sirius seguiría en Azkaban —le dijo Harry, Ron asintió. Ahora todos los que lo habían escuchado estaban mucho más extrañados ¿Qué tenía que ver la rata con que Sirius escapara de Azkaban?

Harry estaba a punto de preguntar a Ron si le quedaba alguna tarta de melaza,

—Tú y la tarta de melaza —le dijo Ginny sonriendo, Harry le sonrió de vuelta algo sonrojado y la lectura continuó.

pero se quedó dormido de inmediato.

Tal vez Harry había comido demasiado, porque tuvo un sueño muy extraño. Tenía puesto el turbante del profesor Quirrell,

Muchos miraron a Harry algo sorprendidos por ese comienzo del sueño.

que le hablaba y le decía que debía pasarse a Slytherin de inmediato, porque ése era su destino.

Ahora le miraban aun mas extrañados y alguno soltó un “¿Qué?”

Harry contestó al turbante que no quería estar en Slytherin

Muchos le sonrieron y los Gryffindors asintieron orgullosos.

y el turbante se volvía cada vez más pesado. Harry intentó quitárselo, pero le apretaba dolorosamente, y entonces apareció Malfoy,

Malfoy miró el libro extrañado, seria casualidad pero él también había tenido un sueño desagradable en el que aparecía Harry esa primera noche.

que se burló de él mientras luchaba para quitarse el turbante. Luego Malfoy se convirtió en el profesor de nariz ganchuda, Snape, cuya risa se volvía cada vez más fuerte y fría... Se produjo un estallido de luz verde y Harry se desper­tó, temblando y empapado en sudor.

La expresión de todos se volvió más dura, tenía que haber sido un sueño muy desagradable.

Se dio la vuelta y se volvió a dormir. Al día siguiente, cuando se despertó, no recordaba nada de aquel sueño.

Muchos sonrieron aliviados, era mucho mejor así.

—Aquí acaba —comunicó Molly sonriendo aliviada por qué Harry no recordara el sueño.

—Bien ¿Quién quiere leer? —dijo como siempre Dumbledore.

—¡Yo! —dijo Tonks divertida, quien apresuradamente y tropezando varias veces, llegó hasta Molly y cogió el libro.

Remus sintió que algo dentro de él se alegraba de tener una excusa para mirar a Tonks durante un largo rato y, era tanta la alegría que sentía, que a pesar de repetirse a sí mismo que no debía tener esos pensamientos no pudo borrarse una ridícula sonrisa de la cara.

Molly volvió con su familia y se sentó junto a su marido justo a tiempo para escuchar el título del siguiente capítulo—. El profesor de pociones.


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