domingo, 10 de agosto de 2014

Las cartas de nadie


Tanto los personajes como todas las palabras que estén en negrita pertenecen a J.K Rowling.

LAS CARTAS DE NADIE

Las cartas de nadie.

—¿Las cartas de nadie? —preguntó alguien.

—¡De Hogwarts! —adivinaron muchos, emocionados.

La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más largo de su vida.

Sirius gruñó.

Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano

—¿Qué? ¿Cuánto tiempo estuviste ahí dentro? —le preguntó Bill muy alterado.

—No me acuerdo —mintió Harry encogiéndose de hombros, se acordaba pero si lo dijera volverían los gritos y, total, eso ya había pasado.

—¿Qué día es el cumpleaños de tu primo? —le preguntó Remus inteligentemente.

—Como si lo supiera —dijo Harry soltando un bufido, todos soltaron un suspiro, resignados, dejaron de intentar averiguar cuanto tiempo pasó castigado.

y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.

—¡Y seguro que ni le castigaron! —se quejó Ginny.

Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era el jefe.

Muchos rieron ante eso, posiblemente fuera cierto, era una jerarquía estúpida.

Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte favorito de Dudley: cazar a Harry

Ahora llego el momento de los gruñidos.

Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible fuera de la casa, dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a la escuela secundaria Stonewall, de la zona.

—¡No! ¡Irás a Hogwarts! —dijeron muchos sonriendo mientras Fred y George hacían un extraño baile cantando alguna estupidez.

Dudley encontraba eso muy divertido.

—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día —dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar?

—No, gracias —respondió Harry—. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse. —Luego salió corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho.

El Gran Comedor se llenó de risas rápidamente. Sirius se acercó a su ahijado para chocar los cinco.

—¡Así me gusta! Tú con diez años ya tenías más sentido del humor del que llegó a tener Lunático —dijo sonriendo mientras Lupin bufaba.

—Espera... ¿Conoces a Lunático? —dijo Fred y después notó el bufido de Lupin y ahogó un grito—. ¡Tú eres Lunático! Entonces tú eres...

—¡Canuto! —exclamó George emocionado —¿Y el resto?

—Tercer libro, supongo —dijo Harry sonriendo, sabía que a los gemelos no les gustaría nada el tener que esperar para saberlo.

—¡Oh, vamos Harry! Nosotros te dimos el mapa ¿y así nos lo agradeces? — bufó Fred.

—¿Vosotros le disteis el mapa? —dije Sirius emocionándose por el recuerdo del mapa—. Gracias, a James le habría gustado que lo tuviera.

—¡Espera! ¡James es Cornamenta! —adivinó George, emocionado—. ¿Y Colagusano?

Todo el buen humor desapareció de pronto, Harry se limitó a decir "Tercer libro" antes de volver a sentarse y esperar a que continuase la lectura.

Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó que Harry viera la televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años.

—¡Harry! —le gritaron Molly, Ginny y Hermione por su pensamiento grosero mientras Lupin, Sirius y Tonks reían por lo bajo.

Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano.

Muchos rieron con esa absurda imagen en mente.

También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura.

Los adultos del lugar negaron con la cabeza en señal de desaprobación.

—Esos profesores ineptos... ¡Alerta permanente! —gritó asustando a muchos, después del susto muchos rieron.

Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y crecido.

Todos rodaron los ojos por aquel exceso de dramatismo.

Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.

—Estaba tremendamente ridículo, era casi imposible no reírse —aclaró mientras soltaba una pequeña risita al acordarse de aquel día.

A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el desayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.

—Puaj —dijeron muchos, en general del sector femenino.

—¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los labios, como hacía siempre que Harry se atrevía a preguntar algo.

—Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.

—¿Qué? —gritaron muchos visiblemente enojados.

—En serio Harry ¿Cómo has sobrevivido con esa gente? —le preguntó Katie Bell. Harry se encogió de hombros.

—Ahora solo voy con ellos durante las vacaciones de verano, el resto del tiempo lo paso en Hogwarts —explicó sonriendo.

Harry volvió a mirar en el recipiente.

—Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado.

—No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los demás.

Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo.

—Tú y tus raras descripciones —le dijo Ron mientras reía.

Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.

Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.

—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, detrás de su periódico.

—Wow, le ha mandado algo a su hijo —dijo Fred impresionado.

—Que vaya Harry

—Ya decía yo que era un sueño demasiado bonito —dijo George.

—Trae las cartas, Harry.

—No lo hagas Harry —le dijeron muchos Gryffindor. Harry sonrió.

—Que lo haga Dudley.

—¡Sí! —gritaron los Gryffindor.

—¡Así se hace! —le dijo Sirius.

—Pégale con tu bastón, Dudley.

—¡¿Cómo?! —gritaron muchos, McGonagall les ignoró y siguió leyendo, llevaban un buen rato interrumpiendo la lectura cada vez que decía cuatro palabras.

Harry esquivó el golpe

—¡Sí! ¡Ese es nuestro Potter! —exclamó Angelina, la capitana del equipo de Quidditch de Gryffindor, orgullosa de su buscador mientras muchos asentían de acuerdo.

—¡Queréis dejarme leer! —bramó McGonagall haciendo que muchos se sobresaltasen y bajasen la cabeza.

y fue a buscar la correspondencia. Había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry.

—¡La carta de Hogwarts! —gritaron muchos. Fred y George iban a volver a hacer ese extraño baile pero vieron el semblante de su profesora de transformaciones y se lo pensaron mejor.

Harry la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a él. ¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes.

Todos le miraron con lastima, incluso Malfoy que sabía que este era el momento adecuado para reírse de él se contuvo.

Ni siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.

Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey

El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.

—¡Hogwarts! —volvieron a gritar muchos.

Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.

—¡Hog...

—¡Si, Hogwarts, lo sabemos! —exclamó McGonagall antes de seguir leyendo.

—¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la cocina—. ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? —Se rio de su propio chiste.

—Eh... —Fred tenía el ceño fruncido.

—¿Eso era un chiste? —le preguntó George a Harry.

—No puedo asegurarlo pero yo diría que él cree que sí.

Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo.

—Harry, tenías que haberla leído fuera de la cocina o habértela guardado para leerla luego pero estando solo —le regañó Hermione.

—Lo se Hermione, créeme que lo sé —dijo Harry suspirando.

Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a la postal.

—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al parecer comió algo en mal estado.

—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry ha recibido algo!

—Niño idiota —bufó la profesora Sprout para sorpresa de todos, pero todos se mostraron de acuerdo con ella. Astoria sonrió para sí misma cuando vio a Draco asintiendo levemente.

Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.

—¡Idiota! —maldijeron muchos. A los profesores les habría gustado recriminarles por el uso de palabras inadecuadas pero tuvieron que contenerse por el precipitado comentario anterior de Sprout.

—¡Es suya! —gritó Ginny.

—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.

Despues de esto Ginny y Harry se miraron sonriendo por esa reacción similar que habían tenido. Harry no escuchó el pequeño bufido que sonó en la mesa de Ravenclaw por parte de Cho.

—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono despectivo tío Vernon,

—¡Mucha gente, idiota! —dijeron muchos, Harry se encontró a si mismo ruborizado cuando se dio cuenta de cuantas chicas habían gritado eso.

abriendo la carta con una mano y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo al verde con la misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.

—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.

Todos rodaron los ojos.

—Qué familia tan dramática ¿No creéis? —comentó Luna con esa voz soñadora que siempre utilizaba, muchos asintieron de acuerdo.

Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta, fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con curiosidad y leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.

—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!

—Sí, estúpidamente dramática —le comentó Malfoy a Luna y luego abrió mucho los ojos dándose cuenta de lo que acababa de mostrarse de acuerdo con "Lunática" Lovegood. Se levantó, pensando una excusa para salir del salón a calmarse—. Voy al baño un momento.

Todos se miraban entre ellos, estupefactos por la reacción del Slytherin. Draco, cuya pálida piel estaba sonrojándose levemente ardió con furia cuando paso al lado de las hermanas Greengrass y escuchó a la menor de ellas soltando una risita. La lectura no se interrumpió por su ausencia.

Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y Dudley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smelting.

—Será burro —gimió Molly intentando no imaginarse la reacción que tendría ella si alguno de sus hijos la pegaban.

—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.

—¡Harry es quien quiere leerla! —dijo Ginny con rabia—. Es suya.

McGonagall sonrió antes de volver a leer.

—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.

Harry y Ginny volvieron a mirarse sonriendo y se escuchó un pequeño gruñido desde la mesa de Ravenclaw.

Molly estaba radiante al ver como se sonreían Harry y su hija y, al igual que Hermione, fantaseaba con ellos.
Sirius, por el contrario, tenía esa sonrisa burlona en la cara que le hacía parecer diez años más joven.

—¿Sabes, Lunático? He estado contando pelirrojas y creo que estarás de acuerdo en que esta es la adecuada —Lupin sonrió a su amigo, entendiendo a que se refería y a donde se dirigía la conversación—. Una vez obtenida la candidata solo falta saber el año ¿No? ¿Apuestas? ¿Diez galeones?

Lupin asentía pensativo, diez galeones era bastante dinero, cuando algo le sobresaltó. Tonks, que había estado escuchando la conversación había agarrado el brazo de Lupin emocionada.

—¡Yo sí! —le dijo a Sirius, cuando este sonrió mostrándose de acuerdo Tonks continuó—. Harry es un auténtico miope, yo digo que en el séptimo libro.

—¡Ja! Yo confío en mi ahijado, el quinto.

Lupin, resignado, tuvo que apostar por el sexto libro, el creía como Tonks, que Harry se daría cuenta en séptimo, pero si tenía que darse cuenta antes sería en el quinto ¡Por Merlín! ¡Era imposible que fuera en sexto!

—Fuera de aquí, los dos —graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre.
Harry no se movió.

—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.

—Explosión Evans ¡Cuidado! —gritó Sirius agachándose y cubriéndose las manos con la cabeza.
Remus reía pero el resto les miraban extrañados.

—Tu madre solía tener reacciones como esas y Sirius siempre hacia lo mismo —le aclaró Lupin a Harry sin dejar de reír ¡Por Merlín, cuanto echaba de menos a James y a Lily!, este sonrió satisfecho por saber más sobre su madre y orgulloso por parecerse en algo a ella.

—¡Déjame verla! —exigió Dudley

—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el suelo.

—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo es posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?

—¡Oh, vamos! Como si no tuviéramos nada mejor que hacer —se quejó McGonagall.

—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío Vernon, agitado.

Arthur soltó una pequeña risa al ver que tan locos estaban esos muggles. El, en un principio, pensó que podría descubrir cosas sobre los muggles en estos libros pero por el momento lo único que había conseguido era cabrearse con los parientes muggles de Harry.

—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no queremos...

—No cambiaría nada, el señor Potter vendría a Hogwarts de todas maneras—afirmó McGonagall antes de seguir leyendo.

Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la cocina.

—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...

—Pero...

—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos cuando recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?

—¡Ese tío es subnormal! ¡Harry ya es un mago, lo único que pasaría si no fuera a la escuela es que no controlaría su poder y acabaría pasando algo grave! —dijo Tonks alterada, Moody asintió sonriendo a su alumna favorita.

Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.

—Wow, Harry deberías sentirte honrado —le dijo Fred.

—Es cierto Harry ¡El increíble de tu tío te está visitando! —dijo George y muchos rieron, entonces Draco, que acababa de entrar y había recuperado su actitud burlona y arrogante habló:

—Es cierto Potter, deberías ofrecerle asiento. Oh, espera... En la alacena donde vives no hay más sitio.

—¡Cállate, Huron! —le gritó Ron mientras se levantaba y caminaba hacia el buscando pelea.

Entonces el comedor se llenó de humo.

¡Oh, vamos, Scorpus, sabes que se lo merece! —dijo una voz desconocida.

Sí, lo sé... Pero se lo quitamos cuando acabe el capítulo ¿Vale? Por muy idiota que sea sigue siendo mí... —Y la voz desapareció sin que se pudiese escuchar el final de la frase.

Harry empezó a pensar en que significaba lo que acababa de oír pero cuando el humo desapareció todo eso dejo de importarle ¡Malfoy era un cerdo! Bueno, no un cerdo del todo pero sus manos habían desaparecido y tenía pezuñas, tenía cara de cerdo y toda su piel era rosa pero aun y todo tenía una figura humanoide y su cabello seguía igual. Todo el mundo comenzó a reírse.

—¡Es una obra de arte! —gritó Fred.

Malfoy, que miraba extrañado como todo el mundo le miraba y se reía de él, se miró las manos y descubrió las pezuñas. Quiso gritar un "¡Que!" pero le salió un "¡Oing!" y las risas aumentaron. Totalmente avergonzado y humillado salió nuevamente del comedor.

 En cuanto lo hizo una nota apareció en las manos de Astoria que solo ella leyó; "Se buena con papa ¿Vale?" Se ruborizó completamente, intentó controlarse con pensamientos como "Es un idiota arrogante" o "Es demasiado orgulloso como para gustarme" pero en el fondo deseaba encontrar un "Mama" después del "¿Vale?".

Las risas tardaron en cesar y en cuanto lo hicieron la lectura continúo.

—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento en que tío Vernon pasaba con dificultad por la puerta—. ¿Quién me escribió?

—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío Vernon con tono cortante—. La quemé.

—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba mi alacena en el sobre.

—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo.

Sirius gruño, no le gustaba que nadie le gritara a su ahijado. Y, por supuesto, Ron se estremeció ante la mención de las arañas.

Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.

—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría bien que te mudes al segundo dormitorio de Dudley

—¡Cobardes! —saltó Remus fuera de si —¡Solo lo hacen porque creen que les están vigilando!

—¿Por qué? —dijo Harry

—¡No hagas preguntas! —exclamó—. Lleva tus cosas arriba ahora mismo.

La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitual mente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél. En un solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. Se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino, y en un rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron de emitir su programa favorito.

Muchos gruñeron.

También había una gran jaula que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida, porque Dudley se había sentado encima.

Harry rió recordando lo gordo que estaba su primo.

El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.

—Era de suponer —dijo Hermione suspirando.

Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.

—No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...

—¡En serio! ¡Me muero por arrancarle la cabeza! —le dijo Ron a Harry.

Harry suspiró y se estiró en la cama. El día anterior habría dado cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.

Todos miraron a Harry tristemente, este suspiró. Si Malfoy no estuviera ahí fuera se marchaba del Gran Comedor en este momento.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del invernadero,

—Es asqueroso, no le conozco pero creo que le odio —gruñó Ginny y muchos se mostraron de acuerdo—. ¡Y ha tirado una tortuga por la ventana!

Harry sonrió tristemente por esa tortuga, seguramente esa caída había sido lo que menos le había dolido de todo lo que Dudley le había hecho.

y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación. Harry estaba pensando en el día anterior, y con amargura pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo.

—Un pelín tarde para pensar en eso ¿No crees? —le dijo Ginny, burlona, Harry le saco la lengua y esta sonrió.

Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.

Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con Harry, hizo que fuera Dudley.

—¡Oh! ¡No le ha obligado a coger el correo! ¡Que amable! —dijo Hermione irónicamente mientras algunos soltaban risitas.

Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.

—¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4...

—Por supuesto —dijo el pequeño profesor Filtwick.

Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello. Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la respiración.

—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio —dijo a Harry sin dejar de jadear—. Y Dudley.. Vete... Vete de aquí.

Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera carta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo?

—En efecto —dijo McGonagall asintiendo levemente con la cabeza antes de seguir leyendo.

Pues la próxima vez se aseguraría de que no fallaran. Tenía un plan.

—Oh, oh —dijo Ron y todos, completamente todos le miraron extrañados. Hermione tuvo que explicarlo:

—Sus planes siempre salen mal.

—Mis planes no son malos —dijo Harry cruzándose de brazos y poniendo morritos. Ginny sintió que se derretía al ver a Harry así pero luego negó con la cabeza, ella estaba saliendo con Michael Corner, no debería pensar en Harry.

—No, de hecho suelen ser muy buenos pero sabes que siempre aparece algo que no debería estar allí y el plan se arruina. Generalmente es por tu malísima suerte —le dijo Hermione tranquilamente mientras todos la escuchaban atónitos ¿Harry, el que consiguió entrar en el equipo de Quidditch en primero a pesar de estar prohibido tenía mala suerte?—. Suerte que no eres malo improvisando.

—¿Qué no es malo improvisando? ¿Cuantas veces habríamos muerto ya si no fuera por sus improvisaciones? —dijo Ron haciendo que Hermione sonriera, que Harry se sonrojara y que el resto de personas se estremecieran al oírlo.

—Bueno, veamos que es ahora lo que estropea tu plan —dijo Hermione sonriendo.

El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los Dursley. Se deslizó por la escalera sin encender ninguna luz.

Moody sonrió, adivinando el plan de Harry. Era la mejor opción para un niño de diez años encerrado en casa.

Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas.

—Es un buen plan —reconoció Hermione cuya mente intentaba encontrar que era lo que iba a chafar el plan de su amigo.

El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.

—¡AAAUUUGGG!

Muchos se sobresaltaron ¿Qué había pasado?

Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo!

Los alumnos se miraban entre ellos intentando buscar una explicación.

Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío.

—Ya está, plan arruinado —afirmó Hermione sonriendo.

Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té.

—¡Tendrá morro el tío! ¿Le grita durante media hora y luego le obliga a preparle un té? —se quejó Katie.

Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.

—Tarde amigo —le dijo Ron palmeando su espalda.

—Quiero... —comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus ojos.
Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.

—¿Te das cuenta? —explicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.

Mcgongall paró de leer durante un par de segundos para negar con la cabeza.

—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.

—Y no lo hará —aseguró McGonagall.

—¡Di que sí Minnie! ¡Así se habla! —dijo Sirius burlón, McGonagall rodó los ojos y continuó con la lectura.

—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.

—Y menos mal —agradeció Harry mientras los que le habían escuchado reían.

El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.

Muchos sonrieron ante eso.

Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba de puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.
El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.

—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? —preguntaba Dudley a Harry, con asombro.

—¡Mucha gente! —volvieron a gritar muchos y Harry volvió a ruborizarse.

La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.

—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...

—No creas que te salvaras Dursley —dijo Hagrid sonriendo.

Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.

—¡Ese es nuestro buscador! ¡Lo tiene que coger todo en el aire! —dijeron los Gryffindors entre serios y divertidos.

—¡Fuera! ¡FUERA!

Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor.

—¿Cogiste una? —le preguntó Fred.

—No lo dudes, pero se me cayó cuando me cogió por la cintura —dijo Harry y muchos sonrieron orgullosos.

Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.

—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!

—Se va a volver loco —dijo George sonriendo.

Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.

—Será idiota —bufaron muchos.

Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle a dónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.

—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —murmuraba cada vez que lo hacía.

—No lo conseguirás —dijo Hagrid sonriendo misteriosamente y el y Harry compartieron una mirada cómplice.

No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador.

Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...

Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.

—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada.

—¡Cien! —exclamaron muchos entre risas y señas de admiración.

Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:

Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth

Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer los miró asombrada.

—¡Normal! Esa no es forma de tratar a un niño —declaró Molly indignada.

—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.

—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches.

—Sí, ya se ha vuelto loco —dijo Fred con una sonrisa.

—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.

Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.

—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.

Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Harry.

—¡Ya falta poco para que cumplas once años, Harry! —le dijo Hermione emocionada.

—No, Hermione, tengo quince años —le recordó Harry y muchos rieron mientras Hermione se ruborizaba.

Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon.

—¡Eso es más una burla que un regalo! ¡Es casi mejor que no te regalen nada! —dijo Ron sintiéndose ofendido por la burla hacia su amigo.

Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.

Todos asintieron con la cabeza, tener once años en el mundo mágica era algo muy especial pues comenzaría tu educación mágica.

Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.

—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!

Hacía mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.

—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente tío Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!

Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.

—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a bordo!

En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.

—Ha perdido totalmente el juicio —afirmó George sin sonreír, eso no tenía ninguna buena pinta.

El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.

Muchos hicieron muecas de asco ante la imagen mental que se habían hecho de la casa.

La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno.

—¡Eso no es comida! —gruñó Ron, cuyo estomago a pesar de haber desayunado hace una hora ya pedía comida nuevamente.

Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.

—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.

Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.

Harry le sonrió a Hagrid quien le devolvió la sonrisa cómplice, sabiendo que sí, alguien ira a buscarlo allí.

Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.

—¡Te hicieron dormir en el suelo! ¡Y con la manta más delgada! —se quejó Molly.

—Espero, señor ministro, que después de todo lo que estamos leyendo cuando salga de aquí haga algo con esa familia —le dijo McGonagall con una mirada severa.

—No lo dude, no lo dude —dijo Fudge mientras asentía.

La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.

Todos estaban atentos para felicitar a Harry en el momento justo, sabían que ya había pasado pero querían hacerlo.

Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera. Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría.

—¡Claro que no! —le dijo Ginny riendo, este le devolvió la sonrisa y Ginny pensó que se derretía ahí mismo, era antinatural que alguien pudiese sonreír de esa manera... Luego se castigó a si misma por seguir pensando en Harry.

Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una.

Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?

Alguien, tal vez, podría haber pensado en el sentido oculto tras esos ruidos pero estaban demasiado atentos para felicitar a Harry en el momento justo como para notarlo.

Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo...

¡Hazlo! —le rogaron los gemelos y Sirius.

tres... dos... uno...

—¡Feliz Cumpleaños! —fue un grito común, de gente de todas las casas, de gente con la que no había hablado en la vida, de gente que había llevado durante todo el curso pasado chapas de "Potter apesta", todos, en general, le felicitaron. Harry se ruborizó completamente.

BUM.

—¿Bum? —preguntó alguien.

Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando.

Todos se miraron entre ellos, olvidando por completo la reciente felicitación ¿Quién había llamado? ¿Por qué McGonagall no seguía leyendo? Nadie notó la sonrisa de Hagrid la cual habría delatado totalmente que era el quien llamaba.

—Aquí acaba el capítulo —dijo McGonagall.

—Hagrid ¿Te gustaría ser el siguiente? —le ofreció amablemente Dumbledore, este sonrió y se levantó para leer el siguiente capítulo.


2 comentarios :

  1. Hola!
    Dos cosas:
    1.- En este capitulo Fred y George pregunta por Lunatico, Canuto, Cornamenta y Colagusano.... no me acuerdo si en algún otro capitulo hablan sobre esto, pero ellos preguntan quien es Colagusano y Sirius con Harry le dicen que en el tercer libro... ¿los gemelos aun no saben que Colagusano es Peter, verdad?
    2.-Espero que no te hayas olvidado sobre la apuesta que Sirius, Tonks y Remus hicieron... sobre el año en que Harry se fijaria en Ginny..... ¡Sin fe en su apuesta Remus va a ganar!

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    1. Bueno, en ese entonces no lo sabían pero ahora ya sí, solo han tenido que descartar.

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