martes, 23 de septiembre de 2014

El club de duelo


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling.

EL CLUB DE DUELO

¿No deberíamos esperar a Ron y a Hermione? —preguntó con el libro ya en la mano. Dumbledore asintió. A partir de aquí lo mejor era que estuvieran todos en la sala—. De todas maneras leo el título, que tengo curiosidad: El club de duelo.

Hermione había salido corriendo detrás de Ron pero después de perseguirle por varios pasillos había acabado perdiéndolo, ¿Dónde estaría? Hermione caminaba sin rumbo, cruzando pasillos y abriendo todas las puertas que veía, buscando alguna señal del pelirrojo, pero no encontraba nada.

Mientras caminaba reflexionaba sobre la discusión que habían tenido. Hermione comprendía el punto de Ron pero, por otra parte, le molestaba que siempre se quejara de sus errores. Ella ya sabía todo eso pero Ron tenía que restregárselo por la cara, ¡Como si él nunca se equivocara! Era cierto que no había comparación entre esas cervezas de mantequilla con los huesos del brazo de Harry pero a Hermione no le gustaba nada que nadie le restregase sus errores como si ellos no se hubieran equivocado nunca. Era algo que la sacaba de sus casillas. Por otra parte, sabía que Ron estaba en su derecho de quejarse por eso, no por nada la misma Hermione había estado riñéndole y golpeándole por muchas de las cosas que habían aparecido en los libros.

Cruzó una esquina y siguió caminando, revisando cada puerta. No había señales de Ron.

¿Por qué le era tan difícil relacionarse con él? Ella estaba segura de que le quería, y odiaba estar pelada con el pero, en muchas ocasiones, le sacaba de sus casillas, y ella a él, ¿En serio era amor lo que sentía? Porque, a pesar de que estaba convencida de que si, no le gustaba la idea de pensar que mantener y desarrollar ese sentimiento supusiera tantos enfados y peleas, ¿Sería siempre así?

El pasillo había terminado. Enfrente de Hermione había una puerta. Suspiró, echando todo el aire que tenía y cogió aire, todo el que pudieron almacenar sus pulmones.

Abrió la puerta.

Todo estaba oscuro. Entró caminando lentamente, intentando no hacer ruido con sus pisadas para poder escuchar si había alguien dentro.

—Lumos —susurró alzando su varita. La punta de esta comenzó a brillar, alumbrando levemente los alrededores.

Era un aula vacía, muy grande. Parecía estar en desuso pues todo estaba llenó de polvo y no había pizarra. Caminando entre las mesas vio una enorme telaraña que unía una mesa con otra. Sonrió. Ron no podría estar en un cuarto así.

Se dispuso a salir cuando escuchó algo, el sonido de algo arrastrándose. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Apuntó con la varita hacía diversos lugares, sintiendo que el corazón acabaría explotándole de todo lo que bombeaba. Algo la sujetó por la espalda y Hermione contuvo un grito.

—Perdóname —dijo una voz detrás de ella.

Hermione cerró los ojos y analizó la situación, intentando calmarse. Ron la estaba abrazando por la espalda, muy cerca de ella, demasiado cerca. Le había pedido perdón.

—Es culpa mía —le dijo Ron al oído—. Todo es culpa mía. Como siempre —dijo soltando un suspiro que, sin proponérselo, causo una extraña emoción la oreja de Hermione—. Soy un idiota.

Hermione se dio la vuelta sonriendo tiernamente, sujetando los brazos de Ron para que no la soltara.

—No ha sido culpa tuya —aseguró—. Pero sí que eres idiota.

Ron bufó.

—Estoy hablando en serio —dijo algo molesto.

Tal vez fuese porque la clase estaba totalmente oscura, o tal vez porque ambos estaban demasiado cerca el uno del otro pero estaban hablándose en susurros.

—Eres idiota por asumir siempre la culpa —dijo Hermione sonriendo—. Diría que es culpa mía, pero eso tampoco sería cierto. ¿No podemos compartirla? Cada uno tendría su tocaparte en este asunto, ambos asumiríamos la responsabilidad que nos toca y ambos nos disculparíamos, ¿No sería lo apropiado?

Ron ladeó levemente la cabeza. Ese era un comentario digno de Hermione.

—Perdóname —le dijo acariciando levemente sus mejillas—. Perdóname por lo que me toca y por lo que no me toca, perdóname por lo que te hecho y por lo que puede que te haga. Pero perdóname, porque no soporto estar peleado contigo.

Hermione, por extraño que parezca, no se emocionó. El tener a Ron acariciándola suavemente y disculpándose tan sinceramente no la estaba emocionando. Se sentía completamente relajada, como si estuviera donde tenía que estar, con quien tenía que estar y como tenía que estar.

—Estás perdonado —dijo sonriendo—. Estas perdonado por todo lo que has hecho y por todo lo que seguramente harás. Pero perdóname tu a mí también, porque yo tampoco soporto verte enfadado y menos sabiendo que yo soy la causa. Perdoname...

Hermione sintió como Ron se acercaba a ella lentamente. Instintivamente cerró los ojos, ¿Ron iba a besarla? Esperó unos segundos pero el beso no llegó.

Ron había colocado su cara junto la de ella, rozando mejilla con mejilla y acariciando la suya con la de ella suavemente, con cariño y delicadeza. Solo eran roces, no había más contacto que el que tenían cuando se daban la mano, pero eran roces llenos de sentimiento. El momento, la situación, la forma en la que lo hacía... Era tan poco propia de Ron... Anque, por otra parte, era justo lo que se podía esperar de él.

Hermione sonrió y abrazó su cintura suavemente. Le dio un suave beso en la mejilla.

—Deberíamos volver.

¿Por qué? ¡¿Por qué?! ¿Por qué demonios había dicho eso? Era lo último que quería en ese momento, entonces, ¿Por qué narices lo había dicho?

Ron alejó lentamente su rostro del de ella y sonrió algo decepcionado.

—Tienes razón —dijo aumentando levemente su sonrisa—. Como siempre.

Caminando tranquilamente de vuelta al comedor Hermione se dio cuenta de algo. Y es que no importaba cuantas veces se pelearan, si podían llegar a disculparse de esa manera Hermione no tenía ningún problema con enfadarse con Ron diez veces al día.

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Harry hablaba animadamente con su padre, Sirius y Remus, escuchando fantásticas e increíbles anécdotas de su padre, añadidos de Sirius y correcciones que hacían estas historias más normales por parte de Remus. Harry no podía evitarlo, se sentía como se sintió con el espejo de Oesed, solo que mil veces más feliz y mil veces más triste. Sus padres eran geniales, tan amables, divertidos, comprensivos, atentos y hacían tan buena pareja... Harry sentía algo dentro de él pidiéndole con insistencia que gritara, que llorara, que dejara salir todos esos sentimientos que almacenaba dentro de él. Aunque por una parte el conocer a sus padres era algo estupendo también le hacía pensar continuamente en "lo que podría haber sido" y, por supuesto, eso dolía.

La entrada en el comedor de Ron y Hermione interrumpió la divertida anécdota que estaba relatando James sobre como cubrió a doce Slytherins de una asquerosa baba verde y de cómo evitaron que descubrieran que habían sido ellos.

Harry sonrió al ver como Ron y Hermione entraban tan contentos y supo que habían hecho más que las paces, no sabía cuánto, pero si sabía que ambos estaban más que emocionados por lo que habían hecho, fuese lo que fuese.

—¿Todo bien? —preguntó Remus de manera bondadosa.

Ambos asintieron sonriendo y se sentaron en sus respectivos asientos.

Lily sonrió al ver que se habían reconciliado y comenzó con la lectura.

Al despertar Harry la mañana del domingo, halló el dormitorio resplandeciente con la luz del sol de invierno, y su brazo otra vez articulado, aunque muy rígido. Se sentó enseguida y miró hacia la cama de Colin, pero estaba oculto tras las largas cortinas que el propio Harry había corrido el día anterior. Al ver que se había despertado, la señora Pomfrey se acercó afanosamente con la bandeja del desayuno, y se puso a flexionarle y estirarle a Harry el brazo y los dedos.

Todo va bien —le dijo, mientras él apuraba torpemente con su mano izquierda las gachas de avena—. Cuando termines de comer, puedes irte.

Algunos sonrieron a Harry, contentos porque haya podido salir de la enfermería ya recuperado.

Harry se vistió lo más deprisa que pudo y salió precipitadamente hacia la torre de Gryffindor, deseoso de hablar con Ron y Hermione sobre Colin y Dobby, pero no los encontró allí. Harry dejó de buscarlos, preguntándose adónde podían haber ido y algo molesto de que no parecieran interesados en saber si él había recuperado o no sus huesos.

Ron y Hermione se giraron hacia Harry, algo avergonzados.

—Bueno —explicó Ron—. Es porque queríamos ir adelantando la poción pero es cierto que debíamos haber ido, y lo siento.

—Así no es como te has disculpado con Hermione, ¿No? —preguntó Ginny entre curiosa y divertida.

Ron y Hermione se sonrojaron, tosieron levemente, y dejaron la respuesta a su imaginación.

Cuando pasó por delante de la biblioteca, Percy Weasley precisamente salía de ella, y parecía estar de mucho mejor humor que la última vez que lo habían encontrado.

¡Ah, hola, Harry! —dijo—. Excelente jugada la de ayer, realmente excelente. Gryffindor acaba de ponerse a la cabeza de la copa de las casas: ¡ganaste cincuenta puntos!

Algunos sonrieron a Harry mientras Lily bufaba, ¿Cómo que una jugada excelente? ¡Su hijo se había roto un brazo y se había caído de la escoba para atrapar una estúpida pelota! A ella podía llegar a agradarle el quidditch pero nunca hasta el punto de comprender por qué había gente que cometía locuras como esa para conseguir ganar un partido.

¿No has visto a Ron ni a Hermione? —preguntó Harry.

No, no los he visto —contestó Percy, dejando de sonreír—. Espero que Ron no esté otra vez en el aseo de las chicas…

—Ahí estaba —confirmó Ron divertido.

Harry forzó una sonrisa, siguió a Percy con la vista hasta que desapareció, y se fue derecho al aseo de Myrtle la Llorona. No encontraba ningún motivo para que Ron y Hermione estuvieran allí, pero después de asegurarse de que no merodeaban por el lugar Filch ni ningún prefecto, abrió la puerta y oyó sus voces provenientes de un retrete cerrado.

Soy yo —dijo, entrando en los lavabos y cerrando la puerta. Oyó un golpe metálico, luego otro como de salpicadura y un grito ahogado, y vio a Hermione mirando por el agujero de la cerradura.

Algunos rieron imaginándose el susto.

¡Harry! —dijo ella—. Vaya susto que nos has dado. Entra. ¿Cómo está tu brazo?

Bien —dijo Harry, metiéndose en el retrete. Habían puesto un caldero sobre la taza del inodoro, y un crepitar que provenía de dentro le indicó que habían prendido un fuego bajo el caldero. Prender fuegos transportables y sumergibles era la especialidad de Hermione.

Hermione sonrió satisfecha.

Pensamos ir a verte, pero decidimos comenzar a preparar la poción multijugos —le explicó Ron, después de que Harry cerrara de nuevo la puerta del retrete. Hemos pensado que éste es el lugar más seguro para guardarla.

Harry empezó a contarles lo de Colin, pero Hermione lo interrumpió.

Ya lo sabemos, oímos a la profesora McGonagall hablar con el profesor Flitwick esta mañana. Por eso pensamos que era mejor darnos prisa.

Varios asintieron. Era lo mejor, ya que no iban a conseguir nada con eso porque Malfoy no era el culpable y cuanto antes acabaran con esa misión imposible de preparar poción multijugos antes dejarían de meterse en problemas.

Cuanto antes le saquemos a Malfoy una declaración, mejor —gruñó Ron—. ¿No piensas igual? Se ve que después del partido de quidditch estaba tan sulfurado que la tomó con Colin.

—¡¿Qué yo no he hecho nada?! —dijo Malfoy molesto.

—Está bien, lo sé, lo siento —se disculpó Ron y Hermione soltó una risita.

—¿Hoy es tu día de las disculpas? —preguntó Hermione divertida y Ron entornó los ojos, sonriendo ligeramente también. Y es que lo que había ocurrido en aquella clase vacía seguía muy vivo en su memoria y difícilmente iba a poder dejar de sonreír después de haber tenido a Hermione tan cerca de él.

Hay alguien más —dijo Harry, contemplando a Hermione, que partía manojos de centinodia y los echaba a la poción—. Dobby vino en mitad de la noche a hacerme una visita.

Lily fulminó ligeramente a Dobby con la mirada. Ella normalmente no era violenta pero cuando alguien hacía daño a sus seres queridos, fuese quien fuese, no dudaba en volverse algo agresiva. Luego se arrepentía de haberse dejado llevar pero si volvía a pasar volvería a repetirlo.

Ron y Hermione levantaron la mirada, sorprendidos. Harry les contó todo lo que Dobby le había dicho… y lo que no le había querido decir.

—Dobby no podía, Harry Potter —dijo Dobby muy sinceramente.

Ron y Hermione lo escucharon con la boca abierta.

¿La Cámara de los Secretos ya fue abierta antes? —le preguntó Hermione.

Es evidente —dijo Ron con voz de triunfo—. Lucius Malfoy abriría la cámara en sus tiempos de estudiante y ahora le ha explicado a su querido Draco cómo hacerlo.

Varios bufaron. Algunos molestos con la imagen de Lucius como heredero de Slytherin y Draco molesto por que siguieran acusándole a él.

Está claro. Sin embargo, me gustaría que Dobby te hubiera dicho qué monstruo hay en ella. Me gustaría saber cómo es posible que nadie se lo haya encontrado merodeando por el colegio.

Todos estaban pensado en ello, ¿Qué podría ser? Ni siquiera el famoso Ojoloco Moody lo sabía.

Quizá pueda volverse invisible —dijo Hermione, empujando unas sanguijuelas hacia el fondo del caldero—. O quizá pueda disfrazarse, hacerse pasar por una armadura o algo así. He leído algo sobre fantasmas camaleónicos…

—Pero los fantasmas camaleónicos no petrificas —dijo Lavender extrañada.

—Si tú lo sabes ten por seguro que ella también —dijo Ron seriamente y Lavender gruñó, molesta.

Lees demasiado, Hermione —le dijo Ron, echando crisopos encima de las sanguijuelas. Arrugó la bolsa vacía de los crisopos y miró a Harry—. Así que fue Dobby el que no nos dejó coger el tren y el que te rompió el brazo… —Movió la cabeza—. ¿Sabes qué, Harry? Si no deja de intentar salvarte la vida, te va a matar.

Algunos rieron divertidos pero nadie más que el propio Harry.

La noticia de que habían atacado a Colin Creevey y de que éste yacía como muerto en la enfermería se extendió por todo el colegio durante la mañana del lunes. El ambiente se llenó de rumores y sospechas. Los de primer curso se desplazaban por el castillo en grupos muy compactos, como si temieran que los atacaran si iban solos.

Ginny Weasley, que se sentaba junto a Colin Creevey en la clase de Encantamientos, estaba consternada, pero a Harry le parecía que Fred y George se equivocaban en la manera de animarla.

Molly frunció el ceño, ¿Qué le harían a su niñita esos burros?

Se turnaban para esconderse detrás de las estatuas, disfrazados con una piel, y asustarla cuando pasaba.

—¡Chicos! —les regañó Molly—. ¿En serio pretendíais animarla con eso?

—Bueno —reconoció Fred—. La verdad es que sí.

Pero tuvieron que parar cuando Percy se hartó y les dijo que iba a escribir a su madre para contarle que por su culpa Ginny tenía pesadillas.

—No era por vuestra culpa —se apresuró a decir Ginny pero eso solo preocupó más a los gemelos. Y no solo a ellos.

Mientras tanto, a escondidas de los profesores, se desarrollaba en el colegio un mercado de talismanes, amuletos y otros chismes protectores. Neville Longbottom había comprado una gran cebolla verde, cuyo olor decían que alejaba el mal, un cristal púrpura acabado en punta y una cola podrida de tritón antes de que los demás chicos de Gryffindor le explicaran que él no corría peligro, porque tenía la sangre limpia y por tanto no era probable que lo atacaran.

Algunos rieron divertidos mientras Neville se avergonzaba, algo molesto de que sus padres leyeran esas cosas sobre él. Pero sus padres le sonreían tiernamente, pensaban que ese comportamiento por parte de su hijo era incluso lindo.

Fueron primero por Filch —dijo Neville, con el miedo escrito en su cara redonda—, y todo el mundo sabe que yo soy casi un squib.

—Tú no eres casi un squib —le dijo Alice mirándole a los ojos seriamente—. Eres un mago. Un mago increíble. Y, a pesar de que odio apostar, sería capaz de apostar lo que quieras porque en los libros aparecen cosas increíbles sobre ti.

Frank asintió convencido y Neville sintió que sus ojos se entumecían. Tal vez era porque era la primera vez que veía a su madre tan sería, o porque le había gustado que su madre tuviera confianza en su capacidad, o porque el ver a su madre hablándole tan cuerdamente le parecía todavía demasiado surrealista, o tal vez era por todo eso junto.

Durante la segunda semana de diciembre, la profesora McGonagall pasó, como de costumbre, a recoger los nombres de los que se quedarían en el colegio en Navidades. Harry, Ron y Hermione firmaron en la lista; habían oído que Malfoy se quedaba, lo cual les pareció muy sospechoso. Las vacaciones serían un momento perfecto para utilizar la poción multijugos e intentar sonsacarle una confesión.

Muchos rieron al ver a los tres niños tan convencidos de que la poción les saldría bien.

Por desgracia, la poción estaba a medio acabar.

Muchos miraron al trío extrañados, ¿A medio acabar?

—¿Habíais conseguido hacer media poción? —dijo Moody impresionado—. ¡Eso es una gran hazaña para niños de doce años! Aunque no consiguierais terminarla.

Aún necesitaban el cuerno de bicornio y la piel de serpiente arbórea africana, y el único lugar del que podrían sacarlos era el armario privado de Snape.

—Y eso si es que no es imposible, es muy, muy, muy difícil, ¡Y sin contar los riesgos que conlleva! —dijeron los gemelos muy serios.

A Harry le parecía que preferiría enfrentarse al monstruo legendario de Slytherin a tener que soportar las iras de Snape si lo pillaba robándole en el despacho.

Algunos asintieron, sin pensarlo de verdad, pero es que el hecho de enfrentarse al monstruo les parecía algo tan lejano que no parecía real, sin embargo, la cara de furia de Snape era algo demasiado real para todos. Y a nadie le gustaba.

Lo que tenemos que hacer —dijo animadamente Hermione, cuando se acercaba la doble clase de Pociones de la tarde del jueves— es distraerle con algo. Entonces uno de nosotros podrá entrar en el despacho de Snape y coger lo que necesitamos. —Harry y Ron la miraron nerviosos—. Creo que es mejor que me encargue yo misma del robo —continuó Hermione, como si tal cosa—. A vosotros dos os expulsarían si os pillaran en otra, mientras que yo tengo el expediente limpio. Así que no tenéis más que originar un tumulto lo suficientemente importante para mantener ocupado a Snape unos cinco minutos.

Muchos miraron a Hermione impresionados.

—Hermione... ¿Robando? —preguntaron muchos sorprendidos.

Harry vio como McGonagall y Molly volvían a murmuras cosas sobre que él y Ron eran unos corrompedores y que la habían cambiado para mal y cosas así.

Harry sonrió tímidamente. Provocar un tumulto en la clase de Pociones de Snape era tan arriesgado como pegarle un puñetazo en el ojo a un dragón dormido.

Charlie asintió, muy convencido, y eso que él sabía los verdaderos peligros de los dragones.

Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más espaciosas. Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica. Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacía burla con los ojos a Ron y Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos de lo que se tarda en decir «injusto».

Muchos gruñeron y James fulminó a Snape con la mirada mientras algunos profesores bufaban. Era normal que un profesor tuviera, aunque fuera inconscientemente, alumnos favoritos, pero aun así debía ser justo con todos los alumnos.

A Harry la pócima infladora le salía demasiado líquida, pero en aquel momento le preocupaban otras cosas más importantes.

James sonrió con picardía, comprendiendo lo que sentía su hijo.

Aguardaba una seña de Hermione, y apenas prestó atención cuando Snape se detuvo a mirar con desprecio su poción aguada. Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a Neville,

Incluso los profesores de alrededor de Snape se sintieron amenazados al ver la miradas de furia que le mandaron a este Alice y Frank.

Hermione captó la mirada de Harry, y le hizo con la cabeza un gesto afirmativo.

Todos se emocionaron, expectantes por saber lo que hacía el trío ahora.

Harry se agachó rápidamente y se escondió detrás de su caldero, se sacó de un bolsillo una de las bengalas del doctor Filibuster que tenía Fred, y le dio un golpe con la varita.

—¡Genial! —exclamaron los gemelos y los merodeadores (Sí, incluso Remus).

La bengala se puso a silbar y echar chispas. Sabiendo que sólo contaba con unos segundos, Harry se levantó, apuntó y la lanzó al aire. La bengala aterrizó dentro del caldero de Goyle.

—¡Increíble! —dijeron ahora.

La poción de Goyle estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Malfoy le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Harry vio a Hermione aprovechar la confusión para salir discretamente por la puerta.

—¡Por Merlín, esto es demasiado increíble! —dijo James mirando a Harry con orgullo—. Una broma genial.

—Es mi ahijado —dijo Sirius dándose aires—. ¿Qué esperabas?

¡Silencio! ¡SILENCIO! —gritaba Snape—. Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto…

Muchos se pusieron tensos mientras Snape y los que habían sido alcanzados con la poción fulminaban a Harry con la mirada.

Harry intentó contener la risa cuando vio a Malfoy apresurarse hacia la mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón.

Algunos rieron, algunos sintieron pena por él y otros pensaron que se lo tenía merecido, por ser tan idiota.

Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios, Harry vio que Hermione volvía a entrar en la mazmorra, con un bulto debajo de la túnica.

—¡Sí! —exclamaron muchos emocionados. Todos tenían claro que la poción no sería terminada pero el que Hermione hubiera vuelto con los ingredientes significaba que la misión había sido realizada con éxito, y eso era un gran mérito.

Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas hinchazones remitieron, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.

Si averiguo quién ha arrojado esto —susurró Snape—, me aseguraré de que lo expulsen.

Harry tragó saliva al ver que Snape abría la boca para hablar.

—No diga nada, Severus —dijo Dumbledore seriamente—. Podrá castigarle, pero cuando acaben los libros. Y, por supuesto, no va a ser expulsado por esto.

Snape suspiró, resignado.

—Por el momento se le restaran veinte puntos a Gryffindor —dijo algo frustrado.

Nadie dijo nada.

Harry puso una cara que esperaba que fuera de perplejidad. Snape lo miraba a él, y la campana que sonó al cabo de diez minutos no pudo ser mejor bienvenida.

Sabe que fui yo —dijo Harry a Ron y Hermione, mientras iban deprisa a los aseos de Myrtle la Llorona—. Podría jurarlo.

—No lo sabía —dijo Snape pero Harry juraría que estaba mintiendo—. Solo lo sospechaba. 
Habiendo conocido a tu padre...

James se tomó eso como un halago, cosa que tranquilizó a Lily, que ya esperaba una pelea.

Hermione echó al caldero los nuevos ingredientes y removió con brío.

Estará lista dentro de dos semanas —dijo contenta.

Moody les miraba divertido. Podían llegar a terminar la poción pero, por supuesto, estaría mal preparada y seguramente acabarían en la enfermería por ello.

Snape no tiene ninguna prueba de que hayas sido tú —dijo Ron a Harry, tranquilizándolo—. ¿Qué puede hacer?

Conociendo a Snape, algo terrible —dijo Harry, mientras la poción levantaba borbotones y espuma.

Una semana más tarde, Harry, Ron y Hermione cruzaban el vestíbulo cuando vieron a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan y Dean Thomas les hacían señas, entusiasmados.

Los que no sabían lo que era escucharon algo emocionados.

¡Van a abrir un club de duelo! —dijo Seamus—. ¡La primera sesión será esta noche! No me importaría recibir unas clases de duelo, podrían ser útiles en estos días…

—¡Un club de duelo! —dijo Sirius emocionado, junto con muchos otros alumnos que habían llegado a Hogwarts en los siguientes años.

¿Por qué? ¿Acaso piensas que se va a batir el monstruo de Slytherin? —preguntó Ron, pero lo cierto es que también él leía con interés el cartel.

Podría ser útil —les dijo a Harry y Hermione cuando se dirigían a cenar—. ¿Vamos?

—¡Mas os vale! —les dijo James amenazante. Su hijo no podía pasar por alto una oportunidad tan emocionante, y los amigos de su hijo tampoco. No señor.

Harry y Hermione se mostraron completamente a favor, así que aquella noche, a las ocho, se dirigieron deprisa al Gran Comedor. Las grandes mesas de comedor habían desaparecido, y adosada a lo largo de una de las paredes había una tarima dorada, iluminada por miles de velas que flotaban en el aire. El techo volvía a ser negro, y la mayor parte de los alumnos parecían haberse reunido debajo de él, portando sus varitas mágicas y aparentemente entusiasmados.

En el comedor había un ambiente similar, solo que muchos, sabiendo que el profesor era Lockhart no estaban tan emocionados. Por otra parte sí que estaban curiosos por saber desde el punto de vista de Harry lo que ocurrió con la serpiente.

Me pregunto quién nos enseñará —dijo Hermione, mientras se internaban en la alborotada multitud—. Alguien me ha dicho que Flitwick fue campeón de duelo cuando era joven, quizá sea él.

—Mientras no sea Mr. Sonrisas —dijo Tonks encogiéndose de hombros.

Con tal de que no sea… —Harry empezó una frase que terminó en un gemido: Gilderoy Lockhart se encaminaba a la tarima, resplandeciente en su túnica color ciruela oscuro, y lo acompañaba nada menos que Snape, con su usual túnica negra.

—¡No puede ser! —se quejaron muchos, indignados.

Lockhart rogó silencio con un gesto del brazo y dijo:

¡Venid aquí, acercaos! ¿Me ve todo el mundo? ¿Me oís todos? ¡Estupendo! El profesor Dumbledore me ha concedido permiso para abrir este modesto club de duelo, con la intención de prepararos a todos vosotros por si algún día necesitáis defenderos tal como me ha pasado a mí en incontables ocasiones (para más detalles, consultad mis obras).

Bufidos.

»Permitidme que os presente a mi ayudante, el profesor Snape —dijo Lockhart, con una amplia sonrisa—. Él dice que sabe un poquito sobre el arte de batirse,

—Un poquito... —se quejó, para sorpresa de todos, James—. Alguien que solo sabe un poquito no podría llegar a empatar con James Potter.

Lily rodó los ojos divertida y siguió leyendo.

y ha accedido desinteresadamente a ayudarme en una pequeña demostración antes de empezar. Pero no quiero que os preocupéis los más jóvenes: no os quedaréis sin profesor de Pociones después de esta demostración, ¡no temáis!

Algunos suspiraron, comenzando a exasperarse. Lockhart les sacaba de sus casillas.

¿No estaría bien que se mataran el uno al otro? —susurró Ron a Harry al oído.

Algunos rieron mientras Molly negaba con la cabeza suspirando, no le gustaba que su hijo usara con tanta facilidad la palabra "Matar".

En el labio superior de Snape se apreciaba una especie de mueca de desprecio. Harry se preguntaba por qué Lockhart continuaba sonriendo; si Snape lo hubiera mirado como miraba a Lockhart, habría huido a todo correr en la dirección opuesta.

Snape sonrió levemente, satisfecho, mientras muchos asentían.

Lockhart y Snape se encararon y se hicieron una reverencia. O, por lo menos, la hizo Lockhart, con mucha floritura de la mano, mientras Snape movía la cabeza de mal humor. Luego alzaron sus varitas mágicas frente a ellos, como si fueran espadas.

Como veis, sostenemos nuestras varitas en la posición de combate convencional —explicó Lockhart a la silenciosa multitud—. Cuando cuente tres, haremos nuestro primer embrujo. Pero claro está que ninguno de los dos tiene intención de matar.

Yo no estaría tan seguro —susurró Harry, viendo a Snape enseñar los dientes.

Una…, dos… y tres.

Ambos alzaron las varitas y las dirigieron a los hombros del contrincante. Snape gritó:

¡Expelliarmus!

Remus asintió, era un buen hechizo para demostrar a los alumnos lo que podrían llegar a hacer unos años más tarde, con algo de práctica.

Resplandeció un destello de luz roja, y Lockhart despegó en el aire, voló hacia atrás, salió de la tarima, pegó contra el muro y cayó resbalando por él hasta quedar tendido en el suelo.

Algunos rieron mientras otros murmuraban algo que sonaba como "¡Que potencia!".

Malfoy y algunos otros de Slytherin vitorearon. Hermione se puso de puntillas.

¿Creéis que estará bien? —chilló por entre los dedos con que se tapaba la cara.

—¿A quién le importa? —dijeron James y Sirius al mismo tiempo.

¿A quién le preocupa? —dijeron Harry y Ron al mismo tiempo.

Los cuatro se miraron sonriendo mientras muchos reían por la coincidencia cuádruple.

Lockhart se puso de pie con esfuerzo. Se le había caído el sombrero y su pelo ondulado se le había puesto de punta.

Varios rieron.

¡Bueno, ya lo habéis visto! —dijo, tambaleándose al volver a la tarima—. Eso ha sido un encantamiento de desarme; como podéis ver, he perdido la varita…

—Y también has salido volando —dijo Ginny riendo.

¡Ah, gracias, señorita Brown!

Lavender se emocionó notablemente al ser nombrada.

Sí, profesor Snape, ha sido una excelente idea enseñarlo a los alumnos, pero si no le importa que se lo diga, era muy evidente que iba a atacar de esa manera. Si hubiera querido impedírselo, me habría resultado muy fácil. Pero pensé que sería instructivo dejarles que vieran…

Muchos bufaron mientras la sala se llenaba de palabras como "Idiota" o "Fantasma".

Snape parecía dispuesto a matarlo, y quizá Lockhart lo notara, porque dijo:

¡Basta de demostración! Vamos a colocaros por parejas. Profesor Snape, si es tan amable de ayudarme…

—Será cobarde —dijeron muchos.

Se metieron entre la multitud a formar parejas. Lockhart puso a Neville con Justin Finch-Fletchley, pero Snape llegó primero hasta donde estaban Ron y Harry.

Ya es hora de separar a este equipo ideal, creo —dijo con expresión desdeñosa—. Weasley, puedes emparejarte con Finnigan. Potter…

James gruñó y Lily miró a Snape de mala manera, ¿Por qué tenía siempre que molestar a su hijo?

Harry se acercó automáticamente a Hermione.

Me parece que no —dijo Snape, sonriendo con frialdad—. Señor Malfoy, aquí. Veamos qué puedes hacer con el famoso Potter. La señorita Granger que se ponga con Bulstrode.

Harry, Ron y Hermione bufaron.

—Tú no te quejes, Ron —le dijo Harry muy serio—. Tú al menos estuviste con Seamus.

—Pero me molesta que Snape haga idioteces como esa —dijo Ron molesto.

Malfoy se acercó pavoneándose y sonriendo. Detrás de él iba una chica de Slytherin que le recordó a Harry una foto que había visto en Vacaciones con las brujas. Era alta y robusta, y su poderosa mandíbula sobresalía agresivamente. Hermione la saludó con una débil sonrisa que la otra no le devolvió.

Algunos negaron con la cabeza, algo molestos. Bulstrode era una chica agresiva. Tal vez fuera por que en algún punto de su vida se hubieran reído de su apariencia y hubiera acabado molestándose pero, sin importar la razón, era una persona violenta y desagradable.

¡Poneos frente a vuestros contrincantes —dijo Lockhart, de nuevo sobre la tarima—, y haced una inclinación!

Harry y Malfoy apenas bajaron la cabeza, mirándose fijamente.

Muchos estaban deseosos de ver como se batían en duelo Harry y Draco.

¡Varitas listas! —gritó Lockhart—. Cuando cuente hasta tres, ejecutad vuestros hechizos para desarmar al oponente. Sólo para desarmarlo; no queremos que haya ningún accidente. Una, dos y… tres.

Harry apuntó la varita hacia los hombros de Malfoy, pero éste ya había empezado a la de dos.

—¡Tramposo! —bufaron muchos molestos.

Draco bajó la cabeza. Le gustaría decir que había sido porque estaba nervioso pero en realidad sí que había hecho trampa apropósito. No quería perder contra Potter. Aunque ahora lo veía de diferente manera, hacer trampa significaba creer que no tenía posibilidades de ganar jugando limpio y Malfoy tenía fe en sus habilidades. Le gustaría echar un duelo de verdad contra Potter.

Su conjuro le hizo el mismo efecto que si le hubieran golpeado en la cabeza con una sartén. Harry se tambaleó pero aguantó, y sin perder tiempo, dirigió contra Malfoy su varita, diciendo:

¡Rictusempra!

—Genial —dijo James divertido.

Un chorro de luz plateada alcanzó a Malfoy en el estómago, y el chico se retorció, respirando con dificultad.

¡He dicho sólo desarmarse! —gritó Lockhart a la combativa multitud cuando Malfoy cayó de rodillas; Harry lo había atacado con un encantamiento de cosquillas, y apenas se podía mover de la risa. Harry no volvió a atacar, porque le parecía que no era deportivo hacerle a Malfoy más encantamientos mientras estaba en el suelo,

—¡Oh, vamos, Harry! —bufaron algunos mientras McGonagall y Lily le observaban con orgullo.

—¡Eso sí que no lo consiento! —exclamó Malfoy molesto—. ¡Yo hago trampas y tú además haces idioteces nobles como esa! ¡No! ¡Exijo un duelo de verdad! ¡Ahora!

Muchos soltaron murmullos emocionados y Harry no pudo evitar emocionarse también. Un duelo contra Malfoy. Derrotarle enfrente de toda la escuela. Era algo muy tentador.

—Me parece bien —dijo Harry poniéndose en pie.

—Perfecto, perfecto —dijo Dumbledore divertido mientras hacía a todos levantarse, quitaba los asientos y colocaba la tarima—. Ahora mismo tendréis el duelo, ahora mismo, si señor —canturreaba el director mientras bajaba para hacer de árbitro.

Todos los del lugar habían rodeado la tarima emocionados mientras Harry y Draco subían cada uno por cada extremo de la tarima.

—Inclinaos —pidió el director.

Ambos lo hicieron. Fue un movimiento leve y breve. Señal de poca apreciación. Señal de respeto entre rivales.

—Las mismas reglas que en el duelo anterior. Cuando cuente tres, podéis comenzar. Por supuesto, no a la de dos, señor Malfoy.

Ambos asintieron mientras Draco soltaba un pequeño bufido.

—Uno... —comenzó.

Draco se tensó, tenía que ganar, iba a ganar.

—Dos...

Harry sonrió. Un duelo contra Malfoy no era nada en comparación con lo que había tenido que superar. Hizo una rápida visualización de lo que sería el combate. Acabaría rápido.

—¡TRES!

Harry se apartó elegantemente, dando por hecho lo obvio. Malfoy había lanzado un conjuro en el momento en el que Dumbledore dijo tres. Una vez habiendo esquivado el ataque de Malfoy le petrificó y lo desarmó con facilidad. Dando fin al duelo en segundos.

Todos en el comedor tardaron unos segundos en asimilar lo ocurrido: Harry se había apartado, le había petrificado y lo había desarmado. Fin.

Momentos después muchos comenzaron a aplaudir a Harry con violencia. Sobretodo Sirius, James, Ron y Tonks.

Harry vio que su madre, Hermione y Ginny parecían algo molestas por su victoria de chulito pero el ver que esta última, a pesar de molesta, sonreía satisfecha, hizo que no le importara.

Malfoy, más que humillado y molesto por las burlas de sus compañeros sintió la diferencia que había entre Harry y el en este momento. A este paso no podían seguir siendo rivales. Malfoy tenía pensado disculparse pero, aun así, había pensado que podrían seguir siendo rivales... Tendría que esforzarse más para estar a su nivel. Y lo haría, ¡Vaya que sí! (N.A. Casi parece Naruto intentando alcanzar a Sasuke como su rival xD)

Después de unas cuantas burlas y unas felicitaciones la lectura siguió su curso.

Harry no volvió a atacar, porque le parecía que no era deportivo hacerle a Malfoy más encantamientos mientras estaba en el suelo, pero fue un error.

Repitió Lily para que la gente recordara donde se habían quedado.

Tomando aire, Malfoy apuntó la varita a las rodillas de Harry, y dijo con voz ahogada:

¡Tarantallegra!

James tuvo que aceptar que ese también era un conjuro divertido.

Un segundo después, a Harry las piernas se le empezaron a mover a saltos, fuera de control, como si bailaran un baile velocísimo.

Varios rieron imaginándoselo y eso hizo que Malfoy se sintiera algo menos humillado.

¡Alto!, ¡alto! —gritó Lockhart, pero Snape se hizo cargo de la situación.

¡Finite incantatem! —gritó. Los pies de Harry dejaron de bailar, Malfoy dejó de reír y ambos pudieron levantar la vista.

Una niebla de humo verdoso se cernía sobre la sala. Tanto Neville como Justin estaban tendidos en el suelo, jadeando; Ron sostenía a Seamus, que estaba lívido, y le pedía disculpas por los efectos de su varita rota; pero Hermione y Millicent Bulstrode no se habían detenido: Millicent tenía a Hermione agarrada del cuello y la hacía gemir de dolor.

Ron fulminó a Bulstrode con la mirada, deseoso de ir y darle un buen tortazo. Sin atender a esas tonterías sobre no pegar a las chicas o cosas así. Si alguien hacia sufrir a Hermione, ese alguien tenía que sufrir, ¡Ron mismo había sufrido más de una vez por esa razón!

Hermione agarró a Ron del brazo. Deteniendo cualquier intento de este por levantarse.

Las varitas de las dos estaban en el suelo. Harry se acercó de un salto y apartó a Millicent.

Ron y Hermione agradecieron a Harry con la mirada mientras muchos le sonreían.

Fue difícil, porque era mucho más robusta que él.

Algunos rieron y Harry y Bulstrode enrojecieron.

Muchachos, muchachos… —decía Lockhart, pasando por entre los estudiantes, examinando las consecuencias de los duelos—. Levántate, Macmillan…, con cuidado, señorita Fawcett…, pellízcalo con fuerza, Boot, y dejará de sangrar enseguida…

»Creo que será mejor que os enseñe a interceptar los hechizos indeseados —dijo Lockhart, que se había quedado quieto, con aire azorado, en medio del comedor. Miró a Snape y al ver que le brillaban los ojos, apartó la vista de inmediato—. Necesito un par de voluntarios… Longbottom y Finch-Fletchley, ¿qué tal vosotros?

Mala idea, profesor Lockhart —dijo Snape, deslizándose como un murciélago grande y malévolo—. Longbottom provoca catástrofes con los hechizos más simples, tendríamos que enviar a Finch-Fletchley a la enfermería en una caja de cerillas. —La cara sonrosada de Neville se puso de un rosa aún más intenso—. ¿Qué tal Malfoy y Potter? —dijo Snape con una sonrisa malvada.

—Idiota —bufaron Remus, Sirius, Tonks, Bill, Charlie y James molestos. Siempre tenía que hacer algo molesto contra su Harry.

¡Excelente idea! —dijo Lockhart, haciéndoles un gesto para que se acercaran al centro del Salón, al mismo tiempo que la multitud se apartaba para dejarles sitio—. Veamos, Harry —dijo Lockhart—, cuando Draco te apunte con la varita, tienes que hacer esto.

Levantó la varita, intentó un complicado movimiento, y se le cayó al suelo. Snape sonrió y Lockhart se apresuró a recogerla, diciendo:

¡Vaya, mi varita está un poco nerviosa!

—¡Será idiota! ¡Ni siquiera sabe interceptar hechizos! —se quejó Lily histérica.

Snape se acercó a Malfoy, se inclinó y le susurró algo al oído.

Varios gruñeron, molestos.

Malfoy también sonrió. Harry miró asustado a Lockhart y le dijo:

Profesor, ¿me podría explicar de nuevo cómo se hace eso de interceptar?

¿Asustado? —murmuró Malfoy, de forma que Lockhart no pudiera oírle.

Algunos se dignaron a sonreír a Malfoy, a pesar de su humillante derrota.

Eso quisieras tú —le dijo Harry torciendo la boca.

James palmeó la espalda de su hijo, más que satisfecho por la respuesta.

Lockhart dio una palmada amistosa a Harry en el hombro.

¡Simplemente, hazlo como yo, Harry!

¿El qué?, ¿dejar caer la varita?

Muchos rieron mientras Lily fulminaba al libro con fuerza.

Pero Lockhart no le escuchaba.

—¡Pero este es idiota! —bufó Lily—. ¡¿Cómo quiere que Harry intercepte los hechizos si no le enseña?!

Tres, dos, uno, ¡ya! —gritó.

Malfoy levantó rápidamente la varita y bramó:

¡Serpensortia!

—¡¿Qué?! —exclamaron los que no habían estado allí, extrañados y sorprendidos.

Hubo un estallido en el extremo de su varita. Harry vio, aterrorizado, que de ella salía una larga serpiente negra, caía al suelo entre los dos y se erguía, lista para atacar. Todos se echaron atrás gritando y despejaron el lugar en un segundo.

La sala se tensó, por varias razones.

No te muevas, Potter —dijo Snape sin hacer nada, disfrutando claramente de la visión de Harry, que se había quedado inmóvil, mirando a los ojos a la furiosa serpiente—. Me encargaré de ella…

James fulminó furioso a Snape, ¿Por qué tardaba tanto en hacer algo? Menudo idiota.

¡Permitidme! —gritó Lockhart. Blandió su varita apuntando a la serpiente y se oyó un disparo: la serpiente, en vez de desvanecerse, se elevó en el aire unos tres metros y volvió a caer al suelo con un chasquido. Furiosa, silbando de enojo, se deslizó derecha hacia Finch-Fletchley y se irguió de nuevo, enseñando los colmillos venenosos.

Justin palideció y muchos gruñeron, enojados con Lockhart.

Harry no supo por qué lo hizo, ni siquiera fue consciente de ello. Sólo percibió que las piernas lo impulsaban hacia delante como si fuera sobre ruedas y que gritaba absurdamente a la serpiente: «¡Déjale!»

Varios miraron a Harry sorprendidos.

Y milagrosa e inexplicablemente, la serpiente bajó al suelo, tan inofensiva como una gruesa manguera negra de jardín, y volvió los ojos a Harry. A éste se le pasó el miedo. Sabía que la serpiente ya no atacaría a nadie, aunque no habría podido explicar por qué lo sabía.

—Se lo dijiste en parsel —comprendió Remus.

Sonriendo, miró a Justin, esperando verlo aliviado, o confuso, o agradecido, pero ciertamente no enojado y asustado.

Varios miraron a Justin extrañados.

¿A qué crees que jugamos? —gritó, y antes de que Harry pudiera contestar, se había dado la vuelta y abandonaba el salón.

—Lo siento —se disculpó Justin sinceramente—. Lo siento de veras.

Harry le sonrió y Lily siguió leyendo, deseando saber qué ocurriría ahora.

Snape se acercó, blandió la varita y la serpiente desapareció en una pequeña nube de humo negro. También Snape miraba a Harry de una manera rara; era una mirada astuta y calculadora que a Harry no le gustó. Fue vagamente consciente de que a su alrededor se oían unos inquietantes murmullos. A continuación, sintió que alguien le tiraba de la túnica por detrás.

Vamos —le dijo Ron al oído—. Vamos…

Harry le sonrió a Ron, contento de que le sacará de allí.

Ron lo sacó del salón, y Hermione fue con ellos. Al atravesar las puertas, los estudiantes se apartaban como si les diera miedo contagiarse.

Lily paró de leer para fulminar a todos los que aparentaban quince años o más, enojada, mientras estos bajaban la cabeza avergonzados.

Harry no tenía ni idea de lo que pasaba, y ni Ron ni Hermione le explicaron nada hasta llegar a la sala común de Gryffindor, que estaba vacía. Entonces Ron sentó a Harry en una butaca y le dijo:

Hablas pársel. ¿Por qué no nos lo habías dicho?

¿Que hablo qué? —dijo Harry.

¡Pársel! —dijo Ron—. ¡Puedes hablar con las serpientes!

Lo sé —dijo Harry—. Quiero decir, que ésta es la segunda vez que lo hago. Una vez, accidentalmente, le eché una boa constrictor a mi primo Dudley en el zoo…

Muchos rieron con el recuerdo.

—Eso fue genial —dijo James mientras reía—. Hasta Lily se estuvo riendo con eso.

Es una larga historia… pero ella me estaba diciendo que no había estado nunca en Brasil, y yo la liberé sin proponérmelo. Fue antes de saber que era un mago…

¿Entendiste que una boa constrictor te decía que no había estado nunca en Brasil? —repitió Ron con voz débil.

¿Y qué? —preguntó Harry—. Apuesto a que pueden hacerlo montones de personas.

—No —le aseguraron muchos convencidos.

Desde luego que no —dijo Ron—. No es un don muy frecuente. Harry, eso no es bueno.
¿Que no es bueno? —dijo Harry, comenzando a enfadarse—. ¿Qué le pasa a todo el mundo? Mira, si no le hubiera dicho a esa serpiente que no atacara a Justin…

Varios asintieron, sabiendo que lo que decía Harry era cierto, a pesar de que antes lo habían dudado.

¿Eso es lo que le dijiste?

¿Qué pasa? Tú estabas allí… Tú me oíste.

Hablaste en lengua pársel —le dijo Ron—, la lengua de las serpientes. Podías haber dicho cualquier cosa. No te sorprenda que Justin se asustara, parecía como si estuvieras incitando a la serpiente, o algo así. Fue escalofriante.

Los que habían estado allí asintieron.

Harry se quedó con la boca abierta.

¿Hablé en otra lengua? Pero no comprendo… ¿Cómo puedo hablar en una lengua sin saber que la conozco?

Eso era algo realmente extraño, todos lo pensaron.

Ron negó con la cabeza. Por la cara que ponían tanto él como Hermione, parecía como si acabara de morir alguien. Harry no alcanzaba a comprender qué era tan terrible.

—Harry —le dijo James intentando no parecer muy serio—. Slytherin hablaba con las serpientes. Claro que les va a parecer extraño a todo el mundo que hables parsel. Y después de todo esto de la cámara de los secretos es peor todavía... Creerán que eres el heredero, y el culpable de las petrificaciones.

¿Me quieres decir qué hay de malo en impedir que una serpiente grande y asquerosa arranque a Justin la cabeza de un mordisco? —preguntó—. ¿Qué importa cómo lo hice si evité que Justin tuviera que ingresar en el Club de Cazadores Sin Cabeza?

Algunos no pudieron evitar reír al escuchar esa última pregunta.

Sí importa —dijo Hermione, hablando por fin, en un susurro—, porque Salazar Slytherin era famoso por su capacidad de hablar con las serpientes. Por eso el símbolo de la casa de Slytherin es una serpiente.

Muchos asintieron.

Harry se quedó boquiabierto.

Exactamente —dijo Ron—. Y ahora todo el colegio va a pensar que tú eres su tatara-tatara-tatara-tataranieto o algo así.

Muchos suspiraron, arrepentidos por haber sospechado de Harry.

Pero no lo soy —dijo Harry, sintiendo un inexplicable terror.

Te costará mucho demostrarlo —dijo Hermione—. Él vivió hace unos mil años, así que bien podrías serlo.

—Pero al igual que él, todos los sangre limpia —dijo Hermione en voz alta y todos volvieron a bajar la cabeza.

Aquella noche, Harry pasó varias horas despierto. Por una abertura en las colgaduras de su cama, veía que la nieve comenzaba a amontonarse al otro lado de la ventana de la torre, y meditaba.

¿Era posible que fuera un descendiente de Salazar Slytherin? Al fin y al cabo, no sabía nada sobre la familia de su padre. Los Dursley nunca le habían permitido hacerles preguntas sobre sus familiares magos.

Muchos gruñeron, como cada vez que los Dursley eran mencionados.

En voz baja, trató de decir algo en lengua pársel, pero no encontró las palabras. Parecía que era requisito imprescindible estar delante de una serpiente.

Nadie comprendió eso, ni siquiera el propio Harry comprendía bien cómo funcionaba.

«Pero estoy en Gryffindor —pensó Harry—. El Sombrero Seleccionador no me habría puesto en esta casa si tuviera sangre de Slytherin…»

«¡Ah! —dijo en su cerebro una voz horrible—, pero el Sombrero Seleccionador te quería enviar a Slytherin, ¿lo recuerdas?»

Los Gryffindor gruñeron.

—Maldita voz horrible —se quejó Ginny—. Siempre molestando.

Harry se volvió. Al día siguiente vería a Justin en clase de Herbología y le explicaría que le había pedido a la serpiente que se apartara de él, no que lo atacara, algo (pensó enfadado, dando puñetazos a la almohada) de lo que cualquier idiota se habría dado cuenta.

Los que estuvieron allí presentes se sintieron avergonzados nuevamente por haber malinterpretado todo de la peor.

A la mañana siguiente, sin embargo, la nevada que había empezado a caer por la noche se había transformado en una tormenta de nieve tan recia que se suspendió la última clase de Herbología del trimestre.

Neville y unos pocos más se entristecieron por la noticia, aunque eso hubiese ocurrido hace años.

La profesora Sprout quiso tapar las mandrágoras con pañuelos y calcetines, una operación delicada que no habría confiado a nadie más, puesto que el crecimiento de las mandrágoras se había convertido en algo tan importante para revivir a la Señora Norris y a Colin Creevey.

La profesora Sprout asintió. Desde que comenzaron a ocurrir petrificaciones las mandrágoras ya no era algo que podía utilizar para sus clases.

Harry le daba vueltas a aquello, sentado junto a la chimenea, en la sala común de Gryffindor, mientras Ron y Hermione aprovechaban el hueco dejado por la clase de Herbología para echar una partida al ajedrez mágico.

¡Por Dios, Harry! —dijo Hermione, exasperada, mientras uno de los alfiles de Ron tiraba al suelo al caballero de uno de sus caballos y lo sacaba a rastras del tablero—. Si es tan importante para ti, ve a buscar a Justin.

De forma que Harry se levantó y salió por el retrato, preguntándose dónde estaría Justin.
El castillo estaba más oscuro de lo normal en pleno día, a causa de la nieve espesa y gris que se arremolinaba en todas las ventanas. Tiritando, Harry pasó por las aulas en que estaban haciendo clase, vislumbrando algunas escenas de lo que ocurría dentro. La profesora McGonagall gritaba a un alumno que, a juzgar por lo que se oía, había convertido a su compañero en un tejón.

Muchos rieron divertidos mientras los dos alumnos mencionados (el tejón y el que le convirtió en tejón) enrojecían.

Aguantándose las ganas de echar un vistazo, Harry siguió su camino, pensando que Justin podría estar aprovechando su hora libre para hacer alguna tarea pendiente, y decidió mirar antes que nada en la biblioteca.

Efectivamente, algunos de los de Hufflepuff que tenían clase de Herbología estaban en la parte de atrás de la biblioteca, pero no parecía que estudiasen.

Varios se tensaron, pensando que podían ser ellos.

Entre las largas filas de estantes, Harry podía verlos con las cabezas casi pegadas unos a otros, en lo que parecía una absorbente conversación. No podía distinguir si entre ellos se encontraba Justin. Se les estaba acercando cuando consiguió entender algo de lo que decían, y se detuvo a escuchar, oculto tras la sección de «Invisibilidad».

Así que —decía un muchacho corpulento— le dije a Justin que se ocultara en nuestro dormitorio. Quiero decir que si Potter lo ha señalado como su próxima víctima, es mejor que se deje ver poco durante una temporada. Por supuesto, Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia muggle. Lo que Justin le dijo exactamente es que le habían reservado plaza en Eton. No es el mejor comentario que se le puede hacer al heredero de Slytherin, ¿verdad?

Ernie se disculpó con Harry por todo eso y Harry aceptó las disculpas.

¿Entonces estás convencido de que es Potter, Ernie? —preguntó asustada una chica rubia con coletas.

Hannah se ruborizó al ser mencionada.

Hannah —le dijo solemnemente el chico robusto—, sabe hablar pársel. Todo el mundo sabe que ésa es la marca de un mago tenebroso. ¿Sabes de alguien honrado que pueda hablar con las serpientes?

—Si —dijo Hannah convencida—. Se llama Harry Potter.

Harry, Neville y muchos más sonrieron a Hannah pero esta solo percibió la sonrisa de Neville, cosa que, sin entender del todo la razón, la hizo extrañamente feliz.

Alice y Frank notaron el rubor en las mejillas de la rubia mientras miraba a su hijo. Se miraron y sonrieron, parecía una buena chica. Apropiada para un buen chico como su hijo.

Al mismo Slytherin lo llamaban «lengua de serpiente».

Esto provocó densos murmullos. Ernie prosiguió:

¿Recordáis lo que apareció escrito en la pared? «Temed, enemigos del heredero.» Potter estaba enemistado con Filch. A continuación, el gato de Filch resulta agredido. Ese chaval de primero, Creevey, molestó a Potter en el partido de quidditch, sacándole fotos mientras estaba tendido en el barro. Y entonces aparece Creevey petrificado.

—Mira que tienes mala suerte —le dijo Tonks bufando—. Solo falta que acabe petrificado el chico ese también... El justin ese.

Harry intentó sonreírle de vuelta.

Pero —repuso Hannah, vacilando— parece tan majo… y, bueno, fue él quien hizo desaparecer a Quien-vosotros-sabéis. No puede ser tan malo, ¿no creéis?

Neville volvió a sonreír a Hannah. Al menos no había culpado a Harry.

Ernie bajó la voz para adoptar un tono misterioso. Los de Hufflepuff se inclinaron y se juntaron más unos a otros, y Harry tuvo que acercarse más para oír las palabras de Ernie.

Nadie sabe cómo pudo sobrevivir al ataque de Quien-vosotros-sabéis. Quiero decir que era tan sólo un niño cuando ocurrió, y tendría que haber saltado en pedazos. Sólo un mago tenebroso con mucho poder podría sobrevivir a una maldición como ésa. —Bajó la voz hasta que no fue más que un susurro, y prosiguió—: Por eso seguramente es por lo que Quien-vosotros-sabéis quería matarlo antes que a nadie. No quería tener a otro Señor Tenebroso que le hiciera la competencia. Me pregunto qué otros poderes oculta Potter.

Muchos bufaron mientras Ernie se disculpaba con Harry nuevamente, por haberle abusado de ser un mago tenebroso.

Harry no pudo aguantar más y salió de detrás de la estantería, carraspeando sonoramente. De no estar tan enojado, le habría parecido divertida la forma en que lo recibieron: todos parecían petrificados por su sola visión, y Ernie se puso pálido.

Algunos sonrieron imaginándoselo.

Hola —dijo Harry—. Busco a Justin Finch-Fletchley.

Muchos miraron a Harry como si estuviera loco, y escuchó a Cho preguntándole:

—¿En serio, Harry? De todo lo que podías decir dices eso. Así solo van a sospechar de ti.

Para su sorpresa James y Sirius se revolcaban de la risa.

—Ese es mi hijo —decía el primero mientras reía—. Joder, eso tuvo que ser tan genial.

—Y que lo digas —coincidió Sirius riendo también—. ¡Digno de mi ahijado!

Los peores temores de los de Hufflepuff se vieron así confirmados. Todos miraron atemorizados a Ernie.

¿Para qué lo buscas? —le preguntó Ernie, con voz trémula.

—Para petrificaaarle —dijo James poniendo voz de mago tenebroso (Es decir, hablando en susurros, con voz grave y alargando el "car")

Quería explicarle lo que sucedió realmente con la serpiente en el club de duelo —dijo Harry.

Ernie se mordió los labios y luego, respirando hondo, dijo:

Todos estábamos allí. Vimos lo que sucedió.

Entonces te darías cuenta de que, después de lo que le dije, la serpiente retrocedió —le dijo Harry.

Yo sólo me di cuenta —dijo Ernie tozudamente, aunque temblaba al hablar— de que hablaste en lengua pársel y le echaste la serpiente a Justin.

—¡Mentira! —se quejó Ginny aun sabiendo que Justin ya lo sabía.

¡Yo no se la eché! —dijo Harry, con la voz temblorosa por el enojo—. ¡Ni siquiera lo tocó!

Le anduvo muy cerca —dijo Ernie—. Y por si te entran dudas —añadió apresuradamente—, he de decirte que puedes rastrear mis antepasados hasta nueve generaciones de brujas y brujos y no encontrarás una gota de sangre muggle, así que…

Algunos bufaron mientras Ernie bajaba la cabeza avergonzado.

¡No me preocupa qué tipo de sangre tengas! —dijo Harry con dureza—. ¿Por qué tendría que atacar a los de familia muggle?

He oído que odias a esos muggles con los que vives —dijo Ernie apresuradamente.

—Normal —dijeron casi todos.

No es posible vivir con los Dursley sin odiarlos —dijo Harry—. Me gustaría que lo intentaras.

Ernie tragó saliva y se imaginó a él durmiendo en una alacena, siendo golpeado, tratado como basura, encerrado en un cuarto compartiendo un pequeñísimo cuenco de sopa fría con su lechuza... No. No podía ni siquiera imaginarlo pero, sin duda, odiaría a los Dursley.

Dio media vuelta y salió de la biblioteca, provocando una mirada reprobatoria de la señora Pince, que estaba sacando brillo a la cubierta dorada de un gran libro de hechizos. Furioso como estaba, iba dando traspiés por el corredor, sin ser consciente de adónde iba. Y al fin se dio de bruces contra una mole grande y dura que lo tiró al suelo de espaldas.

¡Ah, hola, Hagrid! —dijo Harry, levantando la vista.

Varios sonrieron a Hagrid, que no sonreía, recordando que hacía allí.

Aunque llevaba la cara completamente tapada por un pasamontañas de lana cubierto de nieve, no podía tratarse de nadie más que Hagrid, pues ocupaba casi todo el ancho del corredor con su abrigo de piel de topo. En una de sus grandes manos enguantadas llevaba un gallo muerto.

Ginny palideció notablemente pero solo Ron, Harry y Hermione lo notaron. Hermione, que estaba sentada a su lado, la cogió de la mano, para darle fuerzas y apoyo. Ginny le sonrió levemente y apartó su mano. Quería demostrarse a sí misma que podía con todo ello. Hermione lo comprendió y no dijo nada.

¿Va todo bien, Harry? —preguntó Hagrid, quitándose el pasamontañas para poder hablar—. ¿Por qué no estás en clase?

La han suspendido —contestó Harry, levantándose—. ¿Y tú, qué haces aquí?

Hagrid levantó el gallo sin vida.

El segundo que matan este trimestre —explicó—. O son zorros o chupasangres, y necesito el permiso del director para poner un encantamiento alrededor del gallinero.

—Y necesita un permiso por que le prohibieron usar magia por algo que no hizo —volvió a restregarle Harry al ministro—. Más le vale retirar su castigo en cuanto acaben los libros.
El ministro asintió varias veces mientras repetía "Por supuesto, por supuesto".

Miró a Harry más de cerca por debajo de sus cejas espesas, cubiertas de nieve.

¿Estás seguro de que te encuentras bien? Pareces preocupado y alterado.

Harry no pudo repetir lo que decían de él Ernie y el resto de los de Hufflepuff.

No es nada —repuso—. Mejor será que me vaya, Hagrid, después tengo Transformaciones y debo recoger los libros.

Hagrid sonrió tristemente, le habría gustado que Harry le hubiese contado sus preocupaciones y así poder calmarle.

Se fue con la mente cargada con todo lo que había dicho Ernie sobre él:

«Justin se temía que algo así pudiera ocurrir desde que se le escapó decirle a Potter que era de familia muggle…»

Harry subió las escaleras y volvió por otro corredor. Estaba mucho más oscuro, porque el viento fuerte y helado que penetraba por el cristal flojo de una ventana había apagado las antorchas. Iba por la mitad del corredor cuando tropezó y cayó de cabeza contra algo que había en el suelo.

Muchos escuchaban extrañados, ¿Qué era?

Se volvió y afinó la vista para ver qué era aquello sobre lo que había caído, y sintió que el mundo le venía encima.

Ahora todos escuchaban preocupados, ¿Qué demonios era?

Sobre el suelo, rígido y frío, con una mirada de horror en el rostro y los ojos en blanco vueltos hacia el techo, yacía Justin Finch-Fletchley.

—No puede ser —murmuró Tonk estupefacta—. ¡Es imposible que alguien tenga tan mala suerte!

Moody carraspeó.

—¿Qué hemos hablado, Nymphadora? —dijo muy serio—. Cuando algo parece demasiada casualidad es que, probablemente, no sea casualidad. Sea quien sea parece intentar culpar a Harry.
Tonks pasó por alto el hecho de haber sido llamada Nymphadora por su preocupación por Harry.

Y eso no era todo. A su lado había otra figura, componiendo la visión más extraña que Harry hubiera contemplado nunca.

—¿Ahora qué? —bufó James molesto.

Se trataba de Nick Casi Decapitado, que no era ya transparente ni de color blanco perlado, sino negro y neblinoso, y flotaba inmóvil, en posición horizontal, a un palmo del suelo. La cabeza estaba medio colgando, y en la cara tenía una expresión de horror idéntica a la de Justin.

—¿Por qué? —preguntaron muchos extrañados pero nadie respondió.

Harry se puso de pie, con la respiración acelerada y el corazón ejecutando contra sus costillas lo que parecía un redoble de tambor. Miró enloquecido arriba y abajo del corredor desierto y vio una hilera de arañas huyendo de los cuerpos a todo correr. Lo único que se oía eran las voces amortiguadas de los profesores que daban clase a ambos lados.

Podía salir corriendo, y nadie se enteraría de que había estado allí. Pero no podía dejarlos de aquella manera…, tenía que hacer algo por ellos.

—¡Oh, Merlín! —se quejó una joven de Ravenclaw con la que Harry no había hablado nunca—. ¿Cómo puede alguien ser tan buena persona?

Muchos asintieron. Harry se ruborizó. Varios gruñeron. Harry se ruborizó más.

¿Habría alguien que creyera que él no había tenido nada que ver?

—Yo —dijeron Ron, Hermione, Ginny, Luna, los gemelos, Percy y varios más.

Aún estaba allí, aterrorizado, cuando se abrió de golpe la puerta que tenía a su derecha. Peeves el poltergeist surgió de ella a toda velocidad.

—¡Oh, venga ya! —bufó Astoria—. Es que tienes una suerte exageradamente mala.

Muchos asintieron y Harry suspiró.

¡Vaya, si es Potter pipí en el pote! —cacareó Peeves, ladeándole las gafas de un golpe al pasar a su lado dando saltos—. ¿Qué trama Potter? ¿Por qué acecha?

Peeves se detuvo a media voltereta. Boca abajo, vio a Justin y Nick Casi Decapitado. Cayó de pie, llenó los pulmones y, antes de que Harry pudiera impedirlo, gritó:

¡AGRESIÓN! ¡AGRESIÓN! ¡OTRA AGRESIÓN! ¡NINGÚN MORTAL NI FANTASMA ESTÁ A SALVO! ¡SÁLVESE QUIEN PUEDA! ¡AGREESIÓÓÓÓN!

—Idiota —exclamaron muchos molestos.

Pataplún, patapán, pataplún: una puerta tras otra, se fueron abriendo todas las que había en el corredor, y la gente empezó a salir. Durante varios minutos, hubo tal jaleo que por poco no aplastan a Justin y atraviesan el cuerpo de Nick Casi Decapitado.

Los alumnos acorralaron a Harry contra la pared hasta que los profesores pidieron calma.

Lily dejó de leer para fulminar nuevamente a los alumnos de quinto en adelante, aunque sabía que todo apuntaba a que el culpable era su hijo.

La profesora McGonagall llegó corriendo, seguida por sus alumnos, uno de los cuales aún tenía el pelo a rayas blancas y negras. La profesora utilizó la varita mágica para provocar una sonora explosión que restaurase el silencio y ordenó a todos que volvieran a las aulas. Cuando el lugar se hubo despejado un poco, llegó corriendo Ernie, el de Hufflepuff.

¡Te han cogido con las manos en la masa! —gritó Ernie, con la cara completamente blanca, señalando con el dedo a Harry.

—Lo siento —se disculpó Ernie—. Era un idiota.

¡Ya vale, Macmillan! —dijo con severidad la profesora McGonagall.

Peeves se meneaba por encima del grupo con una malvada sonrisa, escrutando la escena; le encantaba el follón. Mientras los profesores se inclinaban sobre Justin y Nick Casi Decapitado, examinándolos, Peeves rompió a cantar:

¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido, te cargas a los estudiantes, y te parece divertido!

Lo peor de la canción, es que era pegadiza.

¡Ya basta, Peeves! —gritó la profesora McGonagall, y Peeves escapó por el corredor, sacándole la lengua a Harry.

Los profesores Flitwick y Sinistra, del departamento de Astronomía, fueron los encargados de llevar a Justin a la enfermería, pero nadie parecía saber qué hacer con Nick Casi Decapitado. Al final, la profesora McGonagall hizo aparecer de la nada un gran abanico, y se lo dio a Ernie con instrucciones de subir a Nick Casi Decapitado por las escaleras. Ernie obedeció, abanicando a Nick por el corredor para llevárselo por el aire como si se tratara de un aerodeslizador silencioso y negro. De esa forma, Harry y la profesora McGonagall se quedaron a solas.

Por aquí, Potter —indicó ella.

Profesora —le dijo Harry enseguida—, le juro que yo no…

Eso se escapa de mi competencia, Potter —dijo de manera cortante la profesora McGonagall.

James, Lily, Remus y Sirius miraron a McGonagall algo decepcionados por la respuesta aunque estaban seguros de que ella no dudaba de Harry,

Caminaron en silencio, doblaron una esquina, y ella se paró ante una gárgola de piedra grande y extremadamente fea.

¡Sorbete de limón! —dijo la profesora.

Muchos escuchaban extrañados, ¿Sorbete de limón?

Se trataba, evidentemente, de una contraseña, porque de repente la gárgola revivió y se hizo a un lado, al tiempo que la pared que había detrás se abría en dos. Incluso aterrorizado como estaba por lo que le esperaba, Harry no pudo dejar de sorprenderse. Detrás del muro había una escalera de caracol que subía lentamente hacia arriba, como si fuera mecánica. Al subirse él y la profesora McGonagall, la pared volvió a cerrarse tras ellos con un golpe sordo. Subieron más y más dando vueltas, hasta que al fin, ligeramente mareado, Harry vio ante él una reluciente puerta de roble, con una aldaba de bronce en forma de grifo, el animal mitológico con cuerpo de león y cabeza de águila.

Entonces supo adónde lo llevaba. Aquello debía de ser la vivienda de Dumbledore.

Dumbledore asintió.

—Aquí acaba —dijo Lily suspirando—. ¿Quién lee ahora?

—¡Nadie! —exclamó McGonagall. Parecía alarmada—. ¡Pero mirar que hora es! Ahora a cenar y después inmediatamente a la cama. Mañana seguimos.

Todos, aunque curiosos por lo que le ocurriría a Harry, acabaron levantándose para cenar.

—Oh, Harry, Malfoy me ha dicho que quiere hablar contigo —le dijo Hermione haciendo que Harry frunciera el ceño extrañado. ¿Qué podía querer Malfoy de él?


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