martes, 23 de septiembre de 2014

La inscripción en el muro


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling

Pues yo leo ahora —dijo Colin mientras se levantaba en un arrebato de valentía (era un chico muy tímido) y caminaba hasta el libro. Lo abrió y leyó en voz alta—. La inscripción en el muro.

¿QUÉ pasa aquí? ¿Qué pasa?

Atraído sin duda por el grito de Malfoy, Argus Filch se abría paso a empujones. Vio a la Señora Norris y se echó atrás, llevándose horrorizado las manos a la cara.

Todos sabían lo apegado que era Filch a su gata y, por desagradables que fueran ambos, muchos no pudieron evitar sentir lastima por él.

¡Mi gata! ¡Mi gata! ¿Qué le ha pasado a la Señora Norris? —chilló. Con los ojos fuera de las órbitas, se fijó en Harry—. ¡Tú! —chilló—. ¡Tú! ¡Tú has matado a mi gata! ¡Tú la has matado! ¡Y yo te mataré a ti! ¡Te…!

Lily se había levantado de golpe y miraba a Filch con ira. Su cabello, levantado por la fuerza con la que se había puesto de pie, parecían llamas ardiendo. Si Filch se hubiese atrevido a tocar a su hijo...

¡Argus!

Había llegado Dumbledore, seguido de otros profesores. En unos segundos, pasó por delante de Harry, Ron y Hermione y sacó a la Señora Norris de la argolla.

Ven conmigo, Argus —dijo a Filch—. Vosotros también, Potter, Weasley y Granger.

Muchos tragaron saliva y Lily se había vuelto a sentar, más tranquila ahora que Dumbledore estaba allí.

Lockhart se adelantó algo asustado.

Mi despacho es el más próximo, director, nada más subir las escaleras. Puede disponer de él.

—Vaya, ha hecho algo útil —dijo Tonks impresionada—. Aunque fuese únicamente para sentirse dentro del caso.

Gracias, Gilderoy —respondió Dumbledore.

La silenciosa multitud se apartó para dejarles paso. Lockhart, nervioso y dándose importancia, siguió a Dumbledore a paso rápido; lo mismo hicieron la profesora McGonagall y el profesor Snape.

Cuando entraron en el oscuro despacho de Lockhart, hubo gran revuelo en las paredes; Harry se dio cuenta de que algunas de las fotos de Lockhart se escondían de la vista, porque llevaban los rulos puestos.

Varios rieron imaginándoselo.

El Lockhart de carne y hueso encendió las velas de su mesa y se apartó. Dumbledore dejó a la Señora Norris sobre la pulida superficie y se puso a examinarla. Harry, Ron y Hermione intercambiaron tensas miradas y, echando una ojeada a los demás, se sentaron fuera de la zona iluminada por las velas.

Dumbledore acercó la punta de su nariz larga y ganchuda a una distancia de apenas dos centímetros de la piel de la Señora Norris. Examinó el cuerpo de cerca con sus lentes de media luna, dándole golpecitos y reconociéndolo con sus largos dedos. La profesora McGonagall estaba casi tan inclinada como él, con los ojos entornados. Snape estaba muy cerca detrás de ellos, con una expresión peculiar, como si estuviera haciendo grandes esfuerzos para no sonreír. 

Filch fulminó a Snape con los ojos.

Y Lockhart rondaba alrededor del grupo, haciendo sugerencias.

Puede concluirse que fue un hechizo lo que le produjo la muerte…, quizá la Tortura Metamórfica.

—¡Oh, por favor! —se quejó Lily—. Esa tortura no existe, se la acaba de inventar para que nadie pueda decirle que está equivocado.

He visto muchas veces sus efectos. Es una pena que no me encontrara allí, porque conozco el contrahechizo que la habría salvado.

Varios bufaron.

Los sollozos sin lágrimas, convulsivos, de Filch acompañaban los comentarios de Lockhart. El conserje se desplomó en una silla junto a la mesa, con la cara entre las manos, incapaz de dirigir la vista a la Señora Norris. Pese a lo mucho que detestaba a Filch, Harry no pudo evitar sentir compasión por él, aunque no tanta como la que sentía por sí mismo.

Varios asintieron, ciertamente, Harry siempre se las ingeniaba para estar en el momento menos indicado en el lugar menos indicado.

Si Dumbledore creía a Filch, lo expulsarían sin ninguna duda.

—Pero es imposible que Dumbledore piense que tú has hecho algo así —le aseguró Hermione.

Dumbledore murmuraba ahora extrañas palabras en voz casi inaudible. Golpeó a la Señora Norris con su varita, pero no sucedió nada; parecía como si acabara de ser disecada.

—… Recuerdo que sucedió algo muy parecido en Uagadugú —dijo Lockhart—, una serie de ataques. La historia completa está en mi autobiografía. Pude proveer al poblado de varios amuletos que acabaron con el peligro inmediatamente.

Mas bufidos llenaron la sala.

Todas las fotografías de Lockhart que había en las paredes movieron la cabeza de arriba abajo confirmando lo que éste decía. A una se le había olvidado quitarse la redecilla del pelo.

Algunos rieron mientras otros miraban a Harry impresionados por notar todos los detalles incluso estando en una situación como esta.

Finalmente, Dumbledore se incorporó.

No está muerta, Argus —dijo con cautela.

Lockhart interrumpió de repente su cálculo del número de asesinatos evitados por su persona.
¿Que no está muerta? —preguntó Filch entre sollozos, mirando por entre los dedos a la Señora Norris—. ¿Y por qué está rígida?

—Petrificada —dijeron muchos.

La han petrificado —explicó Dumbledore.

Ah, ya me parecía a mí… —dijo Lockhart.

Pero no podría decir cómo…

¡Pregúntele! —chilló Filch, volviendo a Harry su cara con manchas y llena de lágrimas.

—¡Harry Potter nunca haría algo así! —aseguró Dobby convencido desde el asiento de Harry.

Ningún estudiante de segundo curso podría haber hecho esto —dijo Dumbledore con firmeza—. Es magia oscura muy avanzada.

Los adultos asintieron, confirmando lo dicho.

¡Lo hizo él! —saltó Filch, y su hinchado rostro enrojeció—. ¡Ya ha visto lo que escribió en el muro! Él encontró… en la conserjería… Sabe que soy, que soy un… —Filch hacía unos gestos horribles—. ¡Sabe que soy un squib! —concluyó.

—Todos los sabíamos —dijeron muchos.

¡No he tocado a la Señora Norris! —dijo Harry con voz potente, sintiéndose incómodo al notar que todos lo miraban, incluyendo los Lockhart que había en las paredes—. Y ni siquiera sé lo que es un squib.

—Ahora sí —se apresuró a decir antes de que nadie dijese nada.

¡Mentira! —gruñó Filch—. ¡Él vio la carta de Embrujorrápid!

Si se me permite hablar, señor director —dijo Snape desde la penumbra, y Harry se asustó aún más, porque estaba seguro de que Snape no diría nada que pudiera beneficiarle—, Potter y sus amigos simplemente podrían haberse encontrado en el lugar menos adecuado en el momento menos oportuno —dijo,

Muchos, entre ellos James, Sirius y Remus miraron a Snape extrañados. Lily le sonrió a Snape, quien tragó saliva, nervioso.

aunque con una leve expresión de desprecio en los labios, como si lo pusiera en duda—; sin embargo, aquí tenemos una serie de circunstancias sospechosas: ¿por qué se encontraban en el corredor del piso superior? ¿Por qué no estaban en la fiesta de Halloween?

La sonrisa de Lily desapareció.

Harry, Ron y Hermione se pusieron a dar a la vez una explicación sobre la fiesta de cumpleaños de muerte.

—… había cientos de fantasmas que podrán testificar que estábamos allí.

Pero ¿por qué no os unisteis a la fiesta después? —preguntó Snape. Los ojos negros le brillaban a la luz de las velas—. ¿Por qué subisteis al corredor?

—La voz —murmuraron algunos estúpidamente.

Ron y Hermione miraron a Harry.

Porque…, porque… —dijo Harry, con el corazón latiéndole a toda prisa; algo le decía que parecería muy rebuscado si explicaba que lo había conducido hasta allí una voz que no salía de ningún sitio y que nadie sino él había podido oír—,

—Y que lo digas —dijo Sirius.

porque estábamos cansados y queríamos ir a la cama —dijo.

¿Sin cenar? —preguntó Snape. Una sonrisa de triunfo había aparecido en su adusto rostro—. No sabía que los fantasmas dieran en sus fiestas comida buena para los vivos.

No teníamos hambre —dijo Ron con voz potente, y las tripas le rugieron en aquel preciso instante.

—Que oportuno —dijeron varios suspirando.

La desagradable sonrisa de Snape se ensanchó más.

Tengo la impresión, señor director, de que Potter no está siendo completamente sincero —dijo—. Podría ser una buena idea privarle de determinados privilegios hasta que se avenga a contarnos toda la verdad. Personalmente, creo que debería ser apartado del equipo de quidditch de Gryffindor hasta que decida no mentir.

James bufó molesto y miró a su esposa, buscando en ella el permiso para hechizar a Snape por idiota pero Lily negó con la cabeza. Ella también estaba algo molesta y estaba segura de que, si llegan a sacar a Harry del equipo ella misma le habría hechizado pero sabía que McGonagall no lo permitiría.

Francamente, Severus —dijo la profesora McGonagall bruscamente—, no veo razón para que el muchacho deje de jugar al quidditch. Este gato no ha sido golpeado en la cabeza con el palo de una escoba.

—Bien dicho, profesora —dijo Oliver sonriendo.

No tenemos ninguna prueba de que Potter haya hecho algo malo.

Muchos asintieron, Harry no había hecho nada malo así que no podrían encontrar pruebas de nada.

Dumbledore miraba a Harry de forma inquisitiva. Ante los vivos ojos azul claro del director, Harry se sentía como si le examinaran por rayos X.

Lily abrió mucho los ojos, ¿Estaría Dumbledore usando legeremancia en su hijo?

Es inocente hasta que se demuestre lo contrario, Severus —dijo con firmeza.

Snape parecía furioso. Igual que Filch.

¡Han petrificado a mi gata! —gritó. Tenía los ojos desorbitados—. ¡Exijo que se castigue a los culpables!

Podremos curarla, Argus —dijo Dumbledore armándose de paciencia—. La profesora Sprout ha conseguido mandrágoras recientemente. En cuanto hayan crecido, haré una poción con la que revivir a la Señora Norris.

La haré yo —acometió Lockhart—. Creo que la he preparado unas cien veces, podría hacerla hasta dormido.

Algunos estudiantes (los más inocentes) abrieron los ojos impresionados mientras otros bufaban.

Disculpe —dijo Snape con frialdad—, pero creo que el profesor de Pociones de este colegio soy yo.

—Por una vez —confesó Harry—. Me alegro de que sea así.

Hubo un silencio incómodo.

Podéis iros —dijo Dumbledore a Harry, Ron y Hermione.

Se fueron deprisa pero sin correr. Cuando estuvieron un piso más arriba del despacho de Lockhart, entraron en un aula vacía y cerraron la puerta con cuidado. Harry miró las caras ensombrecidas de sus amigos.

¿Creéis que tendría que haberles hablado de la voz que oí?

—No —dijo Lily muy seria—. A Dumbledore sí, pero estando a solas con él.

No —dijo Ron sin dudar—. Oír voces que nadie puede oír no es buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.

Muchos asintieron.

Había algo en la voz de Ron que hizo que Harry le preguntase:

Tú me crees, ¿verdad?

—¡Claro! —dijo Ron muy serio—. Pero es que es algo muy raro.

Por supuesto —contestó Ron rápidamente—. Pero… tienes que admitir que parece raro…
Sí, ya sé que parece raro —admitió Harry—. Todo el asunto es muy raro. ¿Qué era lo que estaba escrito en el muro? «La cámara ha sido abierta.» ¿Qué querrá decir?

El caso es que me suena un poco —dijo Ron despacio—. Creo que alguien me contó una vez una historia de que había una cámara secreta en Hogwarts…; a lo mejor fue Bill.

Bill asintió, recordaba habérselo contado.

¿Y qué demonios es un squib? —preguntó Harry.

Para sorpresa de Harry, Ron ahogó una risita.

—¡Ronald! ¡ No es algo gracioso! —le regañó su madre.

Bueno, no es que sea divertido realmente… pero tal como es Filch… —dijo—. Un squib es alguien nacido en una familia de magos, pero que no tiene poderes mágicos. Todo lo contrario a los magos hijos de familia muggle, sólo que los squibs son casos muy raros. Si Filch está tratando de aprender magia mediante un curso de Embrujorrápid, seguro que es un squib. Eso explica muchas cosas, como que odie tanto a los estudiantes. —Ron sonrió con satisfacción—. Es un amargado.

De algún lugar llegó el sonido de un reloj.

Es medianoche —señaló Harry—. Es mejor que nos vayamos a dormir antes de que Snape nos encuentre y quiera acusarnos de algo más.

Muchos asintieron y James apretó sus puños con fuerza. A pesar de todo lo dicho seguía queriendo encontrar alguna excusa para hechizar a Snape.

Durante unos días, en la escuela no se habló de otra cosa que de lo que le habían hecho a la Señora Norris. Filch mantenía vivo el recuerdo en la memoria de todos haciendo guardia en el punto en que la habían encontrado, como si pensara que el culpable volvería al escenario del crimen. Harry le había visto fregar la inscripción del muro con el Quitamanchas mágico multiusos de la señora Skower, pero no había servido de nada: las palabras seguían tan brillantes como el primer día. Cuando Filch no vigilaba el escenario del crimen, merodeaba por los corredores con los ojos enrojecidos, ensañándose con estudiantes que no tenían ninguna culpa e intentando castigarlos por faltas imaginarias como «respirar demasiado fuerte» o «estar contento».

El comedor se llenó gruñidos, cuando Filch estaba cabreado caminar por Hogwarts era insoportable.
En ese momento la puerta del comedor se abrió y por ella, lentamente caminando, entró Astoria Greengras. Caminó sin prisa hasta su asiento junto al de su hermana y se sentó tranquilamente mientras ignoraba la mirada perspicaz que le lanzaba esta.

Draco seguía en el pasillo y seguía sentado contra la misma pared pero ahora muchas cosas habían cambiado. Estaba saliendo con Astoria y no solo eso, ¡La había besado! Sonreía como un idiota mientras golpeaba suavemente su cabeza contra la pared. Aunque no todo era felicidad, le había prometido a Astoria hacer las paces con Potter. Por supuesto no iban a ser amigos. Draco ni siquiera sabía si Potter iba a aceptar hacer las paces con él. Pero eso no importaba, él lo único que tenía que hacer era disculparse con Potter, decirle que estaba arrepentido y no volver a hacerle nada malo sin razón. Astoria también le había pedido que mantuviera todo lo que había ocurrido hacía unos minutos en secreto por un tiempo y, aunque él no entendía del todo el por qué, pensaba hacerle caso. Ya había echado a perder demasiadas cosas en su vida y no quería hacer lo mismo con esto.

Miró el lujoso reloj de adornaba su muñeca izquierda. En veinte minutos volvería al comedor.
Colin esperó a que contaran a Astoria los últimos acontecimientos antes de seguir leyendo. Una vez hecho continuó con la lectura.

Ginny Weasley parecía muy afectada por el destino de la Señora Norris. Según Ron, era una gran amante de los gatos.

—Pero no de ese gato —aseguró la pelirroja intentando alejar de ella todos los pensamientos sobre el por qué estaba afectada por el destino de la Señora Norris.

Pero si no conocías a la Señora Norris —le dijo Ron para animarla—. La verdad es que estamos mucho mejor sin ella. —A Ginny le tembló el labio—. Cosas como éstas no suelen suceder en Hogwarts. Atraparán al que haya sido y lo echarán de aquí inmediatamente. Sólo espero que le dé tiempo a petrificar a Filch antes de que lo expulsen. Esto es broma… —añadió apresuradamente, al ver que Ginny se ponía blanca.

Ron tragó saliva, hubiera sido preferible que no hubiese dicho nada.

Aquel acto vandálico también había afectado a Hermione. Ya era habitual en ella pasar mucho tiempo leyendo, pero ahora prácticamente no hacía otra cosa. Cuando le preguntaban qué buscaba, no obtenían respuesta, y tuvieron que esperar al miércoles siguiente para enterarse.

Muchos escuchaban curiosos, ¿Qué buscaba Hermione? Algunos ya se hacían una idea de que tenía algo que ver con la Cámara Secreta.

Harry se había tenido que quedar después de la clase de Pociones, porque Snape le había mandado limpiar los gusanos de los pupitres.

James y Sirius gruñeron amenazantes.

Tras comer apresuradamente, subió para encontrarse con Ron en la biblioteca, donde vio a Justin Finch-Fletchey, el chico de la casa de Hufflepuff con el que coincidían en Herbología, que se le acercaba. Harry acababa de abrir la boca para decir «hola» cuando Justin lo vio, cambió de repente de rumbo y se marchó deprisa en sentido opuesto.

Varios fulminaron a Justin con la mirada y Ron bufó.

—Como si él hubiera sido el único que pensase que Harry había petrificado a la Señora Norris.
Nadie puedo replicar.

Harry encontró a Ron al fondo de la biblioteca, midiendo sus deberes de Historia de la Magia. El profesor Binns les había mandado un trabajo de un metro de largo sobre «La Asamblea Medieval de Magos de Europa».

No puede ser, todavía me quedan veinte centímetros… —dijo furioso Ron soltando el pergamino, que recuperó su forma de rollo— y Hermione ha llegado al metro y medio con su letra diminuta.

Muchos rieron y algunos negaron con la cabeza mientras Hermione enrojecía y Lily evitaba las miradas burlonas que Sirius y James le mandaban indicándole que esa situación les sonaba de algo.

¿Dónde está? —preguntó Harry, cogiendo la cinta métrica y desenrollando su trabajo.

En algún lado por allá —respondió Ron, señalando hacia las estanterías—. Buscando otro libro. Creo que quiere leerse la biblioteca entera antes de Navidad.

Varios rieron nuevamente.

El saber tantas cosas sobre el trío gracias a los libros hacía que muchos sintieran algo de familiaridad hacía ellos, como si fueran amigos cercanos.

Harry le contó a Ron que Justin Finch-Fletchey lo había esquivado y se había alejado de él a toda prisa.

No sé por qué te preocupa, si siempre has pensado que era un poco idiota —dijo Ron,

Justin fulminó a Ron con la mirada pero el pelirrojo lo ignoró y susurró:

—Lo sigo pensando.

escribiendo con la letra más grande que podía—. Todas esas tonterías sobre lo maravilloso que es Lockhart…

Hermione surgió de entre las estanterías. Parecía disgustada pero dispuesta a hablarles por fin.

No queda ni uno de los ejemplares que había en el colegio; se han llevado la Historia de Hogwarts

—¡¿Los diez?! —preguntó Lily extrañada—. Pero si nunca los coge nadie...

Muchos fruncieron el ceño extrañados pero nadie le preguntó a la señora Potter que como sabía que había diez libros de la Historia de Hogwarts.

dijo, sentándose junto a Harry y Ron—. Y hay una lista de espera de dos semanas. Lamento haberme dejado en casa mi ejemplar, pero con todos los libros de Lockhart, no me cabía en el baúl.

Muchos bufaron, ellos también habían tenido que dejar varias cosas en casa por culpa de esos libros.
James les miró extrañado.

—¿Y no podíais haberles pedido a vuestros padres que os hicieran en el baúl un conjuro de extensión indetectable? —preguntó.

Harry sintió algo dentro de él dando vueltas, incomodo, mientras se imaginaba a él mismo con doce años haciéndole esa pregunta a su padre y a este hechizando su baúl mientras despotricaba contra Lockhart y sus estúpidos libros.

¿Para qué lo quieres? —le preguntó Harry.

Para lo mismo que el resto de la gente —contestó Hermione—: para leer la leyenda de la Cámara de los Secretos.

¿Qué es eso? —preguntó Harry al instante.

Eso quisiera yo saber. Pero no lo recuerdo —contestó Hermione, mordiéndose el labio—. Y no consigo encontrar la historia en ningún otro lado.

—Pero es una leyenda, ¿No? —preguntó Sirius extrañado—. No es real.

—Sirius, ¿Tú has escuchado el título del libro? —le preguntó Remus alzando una ceja.

—Si pero pensaba que...

—¿Cómo? ¿Creía que para pensar hacía falta un cerebro? —le dijo Tonks burlona.

—¡Oh, callaos los dos! —gruñó Sirius y desvió la mirada cuando Tonks besó a Remus sonriendo.

Hermione, déjame leer tu trabajo —le pidió Ron desesperado, mirando el reloj.

—Siempre igual —dijo Hermione suspirando.

—Oh, sabes perfectamente que te gusto así —bromeó Ron y Hermione enrojeció levemente.

Ron no se percató de ese detalle pero Ginny y Harry si lo hicieron y ambos suspiraron divertidos. Este tipo de situaciones les hacía mucha gracia pero, por otra parte, ya estaban bastante hartos de que ambos fueran tan lentos. (N.A. ¿Y ellos que? ¬¬)

No, no quiero —dijo Hermione, repentinamente severa—. Has tenido diez días para acabarlo.

—Siempre igual —dijo Ron negando con la cabeza molesto.

Sólo me faltan seis centímetros, venga.

Sonó la campana. Ron y Hermione se encaminaron al aula de Historia de la Magia, discutiendo.

—¿Y cuando no? —preguntó Harry molesto y harto de tener que estar siempre entre las estúpidas riñas de ambos.

Historia de la Magia era la asignatura más aburrida de todas. El profesor Binns, que la impartía, era el único profesor fantasma que tenían, y lo más emocionante que sucedía en sus clases era su entrada en el aula, a través de la pizarra. Viejo y consumido, mucha gente decía de él que no se había dado cuenta de que se había muerto. Simplemente, un día se había levantado para ir a dar clase, y se había dejado el cuerpo en una butaca, delante de la chimenea de la sala de profesores. Desde entonces, había seguido la misma rutina sin la más leve variación.

Muchos asintieron suspirando.

Aquel día fue igual de aburrido. El profesor Binns abrió sus apuntes y los leyó con un sonsonete monótono, como el de una aspiradora vieja, hasta que casi toda la clase hubo entrado en un sopor profundo, sólo alterado de vez en cuando el tiempo suficiente para tomar nota de un nombre o de una fecha, y volver a adormecerse. Llevaba una media hora hablando cuando ocurrió algo insólito: Hermione alzó la mano.

—¿Va en serio? —preguntó Sirius abriendo mucho los ojos y mirando a Hermione como si estuviera loca—. ¡Ni siquiera Lily ha llegado a hacer algo así!

El profesor Binns, levantando la vista a mitad de una lección horrorosamente aburrida sobre la Convención Internacional de Brujos de 1289, pareció sorprendido.

—Normal —dijo Remus asintiendo con la cabeza—. No creo que ni vivo haya llegado nadie a hacer una pregunta en su clase.

¿Señorita…?

Granger, profesor. Pensaba que quizá usted pudiera hablarnos sobre la Cámara de los Secretos —dijo Hermione con voz clara.

—¿Y no podías habérselo preguntado a cualquier otro profesor? —preguntó Sirius extrañado.

—Bueno, dado que es el profesor de Historia pensé que preguntárselo a él era lo más apropiado —respondió Hermione.

—Pero todos conocen esa leyenda —le aseguró Sirius y Hermione se encogió de hombros, ya no podía cambiar nada.

Dean Thomas, que había permanecido boquiabierto, mirando por la ventana, salió de su trance dando un respingo. Lavender Brown levantó la cabeza y a Neville le resbaló el codo de la mesa.

Varios rieron imaginándoselo y los tres mencionados se avergonzaban mientras otros miraban a Harry impresionado por haberse percatado de todas esas cosas al mismo tiempo.

El profesor Binns parpadeó.

Mi disciplina es la Historia de la Magia —dijo con su voz seca, jadeante—. Me ocupo de los hechos, señorita Granger, no de los mitos ni de las leyendas. —Se aclaró la garganta con un pequeño ruido que fue como un chirrido de tiza, y prosiguió—: En septiembre de aquel año, un subcomité de hechiceros sardos…

—¿Pero no tienen todas las leyendas una base real? —preguntó Lily frunciendo el ceño.

Balbució y se detuvo. De nuevo, en el aire, se agitaba la mano de Hermione.

¿Señorita Grant?

Disculpe, señor, ¿no tienen siempre las leyendas una base real?

Hermione y Lily se miraron sonriendo. Lily se giró hacia James.

—También me gusta esa chica —le aseguró y James sonrió. Comprendía con una simple mirada que entre su hijo y esa chica había mucho más que amistad pero también que no había ninguna intención ni romántica ni pasional entre ellos.

El profesor Binns la miraba con tal estupor, que Harry adivinó que ningún estudiante lo había interrumpido nunca, ni estando vivo ni estando muerto.

Varios asintieron divertidos.

Veamos —dijo lentamente el profesor Binns—, sí, creo que eso se podría discutir. —Miró a Hermione como si nunca hubiera visto bien a un estudiante—. Sin embargo, la leyenda por la que usted me pregunta es una patraña hasta tal punto exagerada, yo diría incluso absurda…

—De absurda nada —masculló Harry entre dientes, molesto.

La clase entera estaba ahora pendiente de las palabras del profesor Binns; éste miró a sus alumnos y vio que todas las caras estaban vueltas hacia él. Harry notó que el profesor se quedaba completamente desconcertado al ver unas muestras de interés tan inusitadas.

Algunos rieron divertidos, esa sería la primera y última vez que le habían prestado atención sus alumnos.

Muy bien —dijo despacio—. Veamos… la Cámara de los Secretos… Todos ustedes saben, naturalmente, que Hogwarts fue fundado hace unos mil años (no sabemos con certeza la fecha exacta) por los cuatro brujos más importantes de la época. Las cuatro casas del colegio reciben su nombre de ellos: Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin. Los cuatro juntos construyeron este castillo, lejos de las miradas indiscretas de los muggles, dado que aquélla era una época en que la gente tenía miedo a la magia, y los magos y las brujas sufrían persecución.

Todos escuchaban a Colin con atención, tanto los que conocían la leyenda como los que no.

Se detuvo, miró a la clase con los ojos empañados y continuó:

Durante algunos años, los fundadores trabajaron conjuntamente en armonía, buscando jóvenes que dieran muestras de aptitud para la magia y trayéndolos al castillo para educarlos. Pero luego surgieron desacuerdos entre ellos y se produjo una ruptura entre Slytherin y los demás. Slytherin deseaba ser más selectivo con los estudiantes que se admitían en Hogwarts. Pensaba que la enseñanza de la magia debería reservarse para las familias de magos. Le desagradaba tener alumnos de familia muggle, porque no los creía dignos de confianza.

Muchos bufaron.

Un día se produjo una seria disputa al respecto entre Slytherin y Gryffindor, y Slytherin abandonó el colegio.

Sirius fue el único que aplaudió pero no pareció importarle.

El profesor Binns se detuvo de nuevo y frunció la boca, como una tortuga vieja llena de arrugas.

Algunos rieron por la comparación.

Esto es lo que nos dicen las fuentes históricas fidedignas —dijo—, pero estos simples hechos quedaron ocultos tras la leyenda fantástica de la Cámara de los Secretos. La leyenda nos dice que Slytherin había construido en el castillo una cámara oculta, de la que no sabían nada los otros fundadores.

»Slytherin, según la leyenda, selló la Cámara de los Secretos para que nadie la pudiera abrir hasta que llegara al colegio su auténtico heredero. Sólo el heredero podría abrir la Cámara de los Secretos, desencadenar el horror que contiene y usarlo para librar al colegio de todos los que no tienen derecho a aprender magia.

Muchos se estremecieron, en especial los hijos de muggles más pequeños.

Cuando terminó de contar la historia, se hizo el silencio, pero no era el silencio habitual, soporífero, de las clases del profesor Binns. Flotaba en el aire un desasosiego, y todo el mundo le seguía mirando, esperando que continuara. El profesor Binns parecía levemente molesto.
Por supuesto, esta historia es un completo disparate —añadió—. Naturalmente, el colegio entero ha sido registrado varias veces en busca de la cámara, por los magos mejor preparados. No existe. Es un cuento inventado para asustar a los crédulos.

Hermione volvió a levantar la mano.

Profesor…, ¿a qué se refiere usted exactamente al decir «el horror que contiene» la cámara?

Harry tragó saliva, recordando momentáneamente su batalla contra el basilisco en la cámara secreta.

Se cree que es algún tipo de monstruo, al que sólo podrá dominar el heredero de Slytherin —explicó el profesor Binns con su voz seca y aflautada.

—¿Qué monstruo? —preguntó Tonks, curiosa.

Nadie respondió. Harry no sabía si Remus y Sirius sabían de su pelea contra el basilisco pero, aun siendo así, ninguno de los dos dijo nada.

La clase intercambió miradas nerviosas.

Pero ya les digo que no existe —añadió el profesor Binns, revolviendo en sus apuntes—. No hay tal cámara ni tal monstruo.

Pero, profesor —comentó Seamus Finnigan—, si sólo el auténtico heredero de Slytherin puede abrir la cámara, nadie más podría encontrarla, ¿no?

—Interesante —opinó Remus frunciendo el ceño—. Es una cuestión muy interesante.

Tonterías, O'Flaherty —repuso el profesor Binns en tono algo airado—, si una larga sucesión de directores de Hogwarts no la han encontrado…

Pero, profesor —intervino Parvati Patil—, probablemente haya que emplear magia oscura para abrirla…

El hecho de que un mago no utilice la magia oscura no quiere decir que no pueda emplearla, señorita Patati —le interrumpió el profesor Binns—. Insisto, si los predecesores de Dumbledore…

Ron rompió a reír.

—Patati —repetía entre carcajadas golpeando el asiento con el puño—. Es genial.

—Cállate Ron —dijo Seamus seriamente, demasiado seriamente para el gusto de Ron, ¿Y ahora que le pasaba a ese idiota? ¿Es que le gustaba Patati o algo?

Parvati había sonreído a Seamus agradecida y Lily detectó cierto rubor en sus mejillas. Visto desde fuera todas estas situaciones eran muy divertidas. ¡Adolescentes! Pensó con diversión y nostalgia.

Pero tal vez sea preciso estar relacionado con Slytherin, y por eso Dumbledore no podría… —apuntó Dean Thomas, pero el profesor Binns ya estaba harto.

Ya basta —dijo bruscamente—. ¡Es un mito! ¡No existe! ¡No hay el menor indicio de que Slytherin construyera semejante cuarto trastero! Me arrepiento de haberles relatado una leyenda tan absurda. Ahora volvamos, por favor, a la historia, a los hechos evidentes, creíbles y comprobables.

Y en cinco minutos, la clase se sumergió de nuevo en su sopor habitual.

Varios rieron.

• • •
Ya sabía que Salazar Slytherin era un viejo chiflado y retorcido —dijo Ron a Harry y Hermione,

Nadie lo rebatió en este momento aunque muchos pensaban de otra manera.

mientras se abrían camino por los abarrotados corredores al término de las clases, para dejar las bolsas en la habitación antes de ir a cenar—. Pero lo que no sabía es que hubiera sido él quien empezó todo este asunto de la limpieza de sangre.

—Dudo que haya sido el quien lo empezara —comentó el profesor Dumbledore—. Creo que solo era alguien de esa opinión que llevo el asunto demasiado lejos.

No me quedaría en su casa aunque me pagaran. Sinceramente, si el Sombrero Seleccionador hubiera querido mandarme a Slytherin, yo me habría vuelto derecho a casa en el tren.

Los Weasley y varios más le sonrieron a Ron.

—Bueno —dijo Theodore—. Que Slytherin haya sido así no significa que tengáis que rechazarnos a todos los que estamos en su casa solo por ese hecho. Eso es estúpido.

Nadie le llevó la contraria.

Hermione asintió entusiasmada con la cabeza, pero Harry no dijo nada. Tenía el corazón encogido de la angustia.

Harry no había dicho nunca a Ron y Hermione que el Sombrero Seleccionador había considerado seriamente la posibilidad de enviarlo a Slytherin.

—Y sigo sin entender por qué no nos lo habías dicho —se quejó Ron—. Ni que te fuéramos a abandonar por eso, ¡Es más! Tú mismo insististe en no ir, eso significa más que el hecho de que pudieras haber ido.

Recordaba, como si hubiera ocurrido el día anterior, la vocecita que le había hablado al oído cuando, un año antes, se había puesto el Sombrero Seleccionador.

Podrías ser muy grande, ¿sabes?, lo tienes todo en tu cabeza y Slytherin te ayudaría en el camino hacia la grandeza. No hay dudas, ¿verdad?

—No las hay —dijo Harry con firmeza.

Pero Harry, que ya conocía la reputación de la casa de Slytherin por los brujos de magia oscura que salían de ella, había pensado desesperadamente «¡Slytherin no!», y el sombrero había terminado diciendo:

Bueno, si estás seguro, mejor que seas ¡GRYFFINDOR!

Los Gryffindor le sonrieron nuevamente.

Mientras caminaban empujados por la multitud, pasó Colin Creevey.

Varios suspiraron exasperados. Nuevamente Creevey molestando.

¡Eh, Harry!

¡Hola, Colin! —dijo Harry sin darse cuenta.

Harry, Harry…, en mi clase un chaval ha estado diciendo que tú eres…

Varios miraron al suelo, avergonzados por haber acusado a Harry. Una cosa era sospechar, eso podían haberlo hecho, pero acusar... Eso era totalmente diferente.

Pero Colin era demasiado pequeño para luchar contra la marea de gente que lo llevaba hacia el Gran Comedor. Le oyeron chillar:

¡Hasta luego, Harry! —Y desapareció.

¿Qué es lo que dice sobre ti un chaval de su clase? —preguntó Hermione.

Que soy el heredero de Slytherin, supongo —dijo Harry, y el corazón se le encogió un poco más al recordar cómo lo había rehuido Justin Finch-Fletchley a la hora de la comida.

Justin tragó saliva y se disculpó de manera sincera con la mirada.

La gente aquí es capaz de creerse cualquier cosa —dijo Ron, con disgusto.

—Pero hasta hace nada no les entraba en la cabeza que Voldemort ha vuelto —dijo Harry molesto—. Cuando eso sí que es verdad.

La masa de alumnos se aclaró, y consiguieron subir sin dificultad al siguiente rellano.

¿Crees que realmente hay una Cámara de los Secretos? —preguntó Ron a Hermione.

No lo sé —respondió ella, frunciendo el entrecejo—. Dumbledore no fue capaz de curar a la Señora Norris, y eso me hace sospechar que quienquiera que la atacase no debía de ser…, bueno…, humano.

—Es cierto que no es humano —coincidió el director—. Pero aun así hay ciertas cosas que, aun siendo hechas por humanos, yo tampoco puedo curar.

Al doblar la esquina se encontraron en un extremo del mismo corredor en que había tenido lugar la agresión. Se detuvieron y miraron. El lugar estaba tal como lo habían encontrado aquella noche, salvo que ningún gato tieso colgaba de la argolla en que se fijaba la antorcha, y que había una silla apoyada contra la pared del mensaje: «La cámara ha sido abierta.»
Aquí es donde Filch ha estado haciendo guardia —dijo Ron.

Se miraron unos a otros. El corredor se encontraba desierto.

—Oh, no —dijeron Molly y Lily al mismo tiempo temiéndose lo que el trío iba a hacer.

No hay nada malo en echar un vistazo —dijo Harry, dejando la bolsa en el suelo y poniéndose a gatear en busca de alguna pista.

Ambas bufaron.

¡Esto está chamuscado! —dijo—. ¡Aquí… y aquí!

¡Ven y mira esto! —dijo Hermione—. Es extraño.

Harry se levantó y se acercó a la ventana más próxima a la inscripción de la pared. Hermione señalaba al cristal superior, por donde una veintena de arañas estaban escabulléndose, según parecía tratando de penetrar por una pequeña grieta en el cristal. Un hilo largo y plateado colgaba como una soga, y daba la impresión de que las arañas lo habían utilizado para salir apresuradamente.

—Eso es realmente extraño —comentó Remus frunciendo el ceño.

—Y que lo digas —corroboró Lily extrañada—. Nunca había oído de algo así.

¿Habíais visto alguna vez que las arañas se comportaran así? —preguntó Hermione, perpleja.
Yo no —dijo Harry—. ¿Y tú, Ron? ¿Ron?

Fred y George tragaron saliva, intuyendo lo que le pasaba a Ron.

Volvió la cabeza hacia su amigo. Ron había retrocedido y parecía estar luchando contra el impulso de salir corriendo.

Muchos miraron a Ron extrañados.

¿Qué pasa? —le preguntó Harry.

No… no me gustan… las arañas —dijo Ron, nervioso.

No lo sabía —dijo Hermione, mirando sorprendida a Ron—. Has usado arañas muchas veces en la clase de Pociones…

Si están muertas no me importa —explicó Ron, quien tenía la precaución de mirar a cualquier parte menos a la ventana—. No soporto la manera en que se mueven.

Algunos rieron discretamente.

—No sabes cómo me alegro de que Malfoy aún no haya vuelto —le confesó Ron a Harry—. Como si no fuera suficientemente humillante que todo el colegio supiera esto no sé lo que haría si Malfoy se enterara...

—Lo que le ha pasado a Malfoy ha sido bastante más humillante —opinó Hermione y Ron bufó. Odiaba que Hermione nunca se pusiera de su parte.

Hermione soltó una risita tonta.

—¡No es gracioso! —dijo Ron molesto.

No tiene nada de divertido —dijo Ron impetuosamente—. Si quieres saberlo, cuando yo tenía tres años, Fred convirtió mi… mi osito de peluche en una araña grande y asquerosa porque yo le había roto su escoba de juguete. A ti tampoco te harían gracia si estando con tu osito, le hubieran salido de repente muchas patas y…

—Freeed —dijo Molly amenazadoramente—. Te aconsejo que reces porque nunca acabemos de leer los libros por que no sabes la que te va a caer cuando te castigue por esta burrada, ¡Y no solo por eso sino por todo lo demás también! ¿Qué clase de hermano mayor eres tú? ¡Creándole una fobia a tu propio hermano!
Fred daba pataditas al suelo, incomodo, él tampoco había querido crear una fobia a su hermano. Solo había querido gastarle una broma pesada por haber roto su escoba de juguete.

Dejó de hablar, estremecido. Era evidente que Hermione seguía aguantándose la risa.

Ron miró a Hermione de mala manera y se cabreó más todavía cuando vio que en este momento también estaba conteniendo la risa.

—¿Sabes? Eres repelente —dijo de pronto—. Te mofas de esto pero tu boggart es McGonagall diciéndote que lo has suspendido todo, como si eso fuera posible —bufó molesto—. Pero claro, eso para ti es terrible y nadie puede decirte lo contrario pero, en cambio, tú sí que puedes reírte de mí fobia a las arañas. Te parece gracioso, ¿A que si?

Hermione cogió aire, irritada.

—Mira, Ronald, primero, por si no lo has notado, no he llegado a reírme. Y segundo, no sé cómo comparas un estúpido bicho con el saber que has suspendido, ¡En eso te juegas el tener un futuro decente!

—Oh, como se nota que tú no fuiste a ver a Aragog, allí no nos jugamos un futuro decente, ¡Nos jugamos la vida! —dijo Ron poniéndose de pie y agitando los brazos con violencia.

—¡Estaba petrificada pedazo de idiota! —exclamó Hermione molesta y salió corriendo del comedor, con lágrimas en los ojos.

Ron parpadeó varias veces, comprendiendo la situación.

—La has cagado —suspiró Harry.

—Ve tras ella —le aconsejó Ginny.

Ron negó con la cabeza. La había cagado, lo sabía, y no quería cagarla más. Soltando un largo y desesperado suspiro se dejó caer contra el asiento y se pasó la mano por la cara, ¿Por qué siempre tenía que cagarla?

Hermione corría por los pasillos sintiendo sus lágrimas descender furiosas sobre su rostro, ¿Por qué Ronald tenía que ser tan idiota? Y lo que es peor, ¿Por qué tenía que estar tan perdidamente enamorada de un idiota como él? Soltó un sollozó mientras dejaba de correr.

Se dejó caer contra la pared, se cubrió su rostro con las manos y comenzó a llorar. No solo por lo de ahora, no, era una explosión de emociones acumuladas. Siempre pasaba lo mismo, siempre.

—¿Qué te pasa? —dijo una voz desconocida. A pesar de la pregunta el tono que usó no fue para nada amable, era mera curiosidad.

—¿Y a ti que te importa, Malfoy? —escupió Hermione irritada. Eso era lo último que le faltaba ahora, tener a Malfoy incordiando.

Para su sorpresa Malfoy se sentó junto a ella.

—¿Sabes? Cuando estoy triste siempre pienso que sería agradable tener a alguien a quien contarle lo que me pasa, a alguien que no vaya a usar eso contra mí, a alguien que se vaya a molestar en consolarme. Supongo que no soy el único, ¿Quieres hablarlo?

Hermione frunció ligeramente el ceño, no entendía por qué Malfoy se estaba portando así. Se limpió las lágrimas con el brazo y asintió ligeramente.

—Es lo mismo de siempre —comenzó, pero Malfoy la interrumpió.

—Weasley.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Hermione cada vez más extrañada.

—Oh, venga ya, todo el mundo os ha escuchado discutir más de una vez y es más que obvio lo que sientes por el —dijo el rubio entornado los ojos.

—Pero es que es idiota —dijo Hermione suspirando.

—Ahí te doy la razón.

Hermione no pudo evitar solar una pequeña sonrisa y darle un golpe juguetón en el hombro. Era extraño lo fácil que era estar con este extraño Malfoy.

—Pero también son obvios los sentimientos que él tiene por ti —le aseguró—. Pero es tan idiota que no me extrañaría que no se haya dado cuenta todavía.

Hermione soltó una pequeña risita y volvió a secarse las lágrimas que había en su cara. Miró a Malfoy sonriendo.

—Sabes, nunca me habías dicho tantas cosas sin mezclar la palabra "sangre sucia" entre ellas —dijo entre burlona y extrañada.

—Y no pienso volver a utilizarla —confesó muy convencido—. He decidido dejar de ser un idiota.
Hermione sonrió sorprendida.

—Pues no empiezas nada mal —opinó—. Si no fuera porque eres quien eres y yo soy quien soy podría legar a enamorarme de ti.

Malfoy sonrió por lo estúpido de la broma.

—Y porque tengo novia —se le escapó.

Hermione abrió mucho los ojos y abrió la boca varias veces, enlazando datos.

—Astoria —murmuró—. Pero... Cuando? Antes te odiaba... ¡Ahora, cuando habeís salido! ¿Pero por qué no has vuelto con ella? —preguntó—. El maleficio que tenías ha desaparecido.

—Me pidió que esperara un rato antes de ir yo también —dijo sonriendo algo triste—. Quiere que lo guardemos en secreto por un tiempo.

—Pues no has tardado nada en soltarlo —dijo Hermione burlona.

—Espero que no se lo digas a nadie —pidió Malfoy mientras se levantaba.

—Será tu premio por haberte portado tan bien —le dijo sonriendo y se levantó junto a él.

—¿Volvemos? —preguntó el rubio y Hermione frunció el ceño muy extrañada.

—¿Estás seguro de que quieres volver conmigo? Todo el mundo te vería caminando con una sangre sucia...

—Y eso será un gran paso en mi misión de dejar de ser un idiota —dijo sonriendo mientras la cogía de la mano y se disponía a caminar de vuelta al comedor.

Hermione alzó una ceja sorprendida pero también sonrió. Este nuevo Malfoy era, sin ninguna duda, mucho mejor que el de siempre.

—Oh, pero no le digas a nadie que he sido amable y comprensivo —dijo de repente—. Eso no entraba en mis planes.

Hermione soltó una pequeña risa y asintió.

—Y dile a Potter que quiero hablar con el antes de irnos a la cama —le pidió también. Hermione volvió a asentir.

Ambos entraron de la mano al gran comedor donde, como no, todos les recibieron con la boca y los ojos muy abiertos. Malfoy la soltó y le dedicó una pequeña sonrisa ladeada.

—Suerte con el pelirrojo —dijo mientras le guiñaba un ojo y caminaba hasta su asiento, dejando tras de sí a una Hermione muy colorada.

Astoria se sorprendió mucho al ver a Draco, su Draco, entrando de la mano de Hermione Grenger, la hija de muggles mas odiada por Draco, ¿Qué había pasado? Al final Astoria sonrió, comprendiendo que era algo a lo que Draco se había sometido para lograr cambiar.

Ron sintió que algo dentro de él se rompía en pedazos cuando vio a Hermione entrando de la mano de Malfoy, ¿Por qué? ¡¿Por qué?! No entendía nada, ¿Y esa sonrisa cómplice con la que Draco se había despedido de ella? ¿Y ese guiño de ojo? ¿Y esa Hermione ruborizada? Unas ganas tremendas de levantarse y golpear a Malfoy hasta quedarse sin manos comenzó a apoderarse de él pero antes de poder siquiera levantarse Hermione ya había llegado.

—Te estábamos esperando —le dijo Harry sonriendo—. ¿Ya estás bien?

Hermione asintió calmada mientras se acomodaba en su asiento, lista para continuar con la lectura.

Pensando que sería mejor cambiar de tema, Harry dijo:

¿Recordáis toda aquella agua en el suelo? ¿De dónde vendría? Alguien ha pasado la fregona.

—Una buena cuestión —aseguró Remus mientras fruncía el ceño, pensativo.

Estaba por aquí —dijo Ron, recobrándose y caminando unos pasos más allá de la silla de Filch para indicárselo—, a la altura de esta puerta.

Asió el pomo metálico de la puerta, pero retiró la mano inmediatamente, como si se hubiera quemado.

Hermione no pudo evitar soltar una risita, sabiendo porque Ron quitó la mano.

¿Qué pasa? —preguntó Harry.

No puedo entrar ahí —dijo Ron bruscamente—, es un aseo de chicas.

Pero Ron, si no habrá nadie dentro —dijo Hermione, poniéndose derecha y acercándose—; aquí es donde está Myrtle la Llorona. Venga, echemos un vistazo.

—¡Sigue siendo un baño de chicas! —se quejaron algunas, molestas porque dos chicos fueran a entrar ahí.

Y sin hacer caso del letrero de «No funciona», Hermione abrió la puerta.

Era el cuarto de baño más triste y deprimente en que Harry había puesto nunca los pies. Debajo de un espejo grande, quebrado y manchado, había una fila de lavabos de piedra en muy mal estado. El suelo estaba mojado y reflejaba la luz triste que daban las llamas de unas pocas velas que se consumían en sus palmatorias. Las puertas de los retretes estaban rayadas y rotas, y una colgaba fuera de los goznes.

Con esa descripción muchos pudieron hacerse una idea cercana a la realidad sobre cómo era ese baño.

Hermione les pidió silencio con un dedo en los labios y se fue hasta el último retrete. Cuando llegó, dijo:

Hola, Myrtle, ¿qué tal?

Harry y Ron se acercaron a ver. Myrtle la Llorona estaba sobre la cisterna del retrete, reventándose un grano de la barbilla.

Algunos pusieron muecas de asco.

Esto es un aseo de chicas —dijo, mirando con recelo a Harry y Ron—. Y ellos no son chicas.
No —confirmó Hermione—. Sólo quería enseñarles lo… lo bien que se está aquí.

Con la mano, indicó vagamente el espejo viejo y sucio, y el suelo húmedo.

Pregúntale si vio algo —dijo Harry a Hermione, sin pronunciar, para que le leyera en los labios.

—Mal movimiento —dijo Lily negando con la cabeza.

¿Qué murmuras? —le preguntó Myrtle, mirándole.

Nada —se apresuró a decir Harry—. Queríamos preguntar…

¡Me gustaría que la gente dejara de hablar a mis espaldas! —dijo Myrtle, con la voz ahogada por las lágrimas—. Tengo sentimientos, ¿sabéis?, aunque esté muerta.

Muchos tragaron saliva, varios de ellos se habían portado más que mal con Myrtle.

Myrtle, nadie quiere molestarte —dijo Hermione—. Harry sólo…

¡Nadie quiere molestarme! ¡Ésta sí que es buena! —gimió Myrtle—. ¡Mi vida en este lugar no fue más que miseria, y ahora la gente viene aquí a amargarme la muerte!

Casi todos bajaron la mirada, incómodos.

Queríamos preguntarte si habías visto últimamente algo raro —dijo Hermione dándose prisa—. Porque la noche de Halloween agredieron a un gato justo al otro lado de tu puerta.

¿Viste a alguien por aquí aquella noche? —le preguntó Harry.

No me fijé —dijo Myrtle con afectación—. Me dolió tanto lo que dijo Peeves, que vine aquí e intenté suicidarme. Luego, claro, recordé que estoy…, que estoy…

Muerta ya —dijo Ron, con la intención de ayudar.

—¡Ronald! —le regañó Hermione olvidando que no quería hablar con él en un tiempo.

Ron no pudo evitar sonreír, había pensado que Hermione le ignoraría durante un tiempo, como acostumbraba a hacer, pero, al parecer, este no era el caso.

Myrtle sollozó trágicamente, se elevó en el aire, se volvió y se sumergió de cabeza en la taza del retrete, salpicándoles, y desapareció de la vista; a juzgar por la procedencia de sus sollozos ahogados, debía de estar en algún lugar del sifón.

Harry y Ron se quedaron con la boca abierta, pero Hermione, que ya estaba harta, se encogió de hombros, y les dijo:

Tratándose de Myrtle, esto es casi estar alegre. Bueno, vámonos…

—¿Alegre? —preguntaron sorprendidos los que nunca habían visto a Myrtle.

Harry acababa de cerrar la puerta a los sollozos gorjeantes de Myrtle, cuando una potente voz les hizo dar un respingo a los tres.

¡RON!

Percy Weasley, con su resplandeciente insignia de prefecto, se había detenido al final de las escaleras, con una expresión de susto en la cara.

Los gemelos rieron, imaginándose a Percy al descubrir a Ron en un baño de chicas.

¡Ésos son los aseos de las chicas! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?

Sólo echaba un vistazo —dijo Ron, encogiéndose de hombros—. Buscando pistas, ya sabes…
Percy parecía a punto de estallar. A Harry le recordó mucho a la señora Weasley.

Ambos se sonrojaron levemente.

Marchaos… fuera… de aquí… —dijo, caminando hacia ellos con paso firme y agitando los brazos para echarlos—. ¿No os dais cuenta de lo que podría parecer, volver a este lugar mientras todos están cenando?

Los adultos asintieron, comprendiendo la gravedad de la situación.

¿Por qué no podemos estar aquí? —repuso Ron acaloradamente, parándose de pronto y enfrentándose a Percy—. ¡Escucha, nosotros no le hemos tocado un pelo a ese gato!
Eso es lo que dije a Ginny —dijo Percy con contundencia—, pero ella todavía cree que te van a expulsar. No la he visto nunca tan afectada, llorando amargamente. Podrías pensar un poco en ella, y además, todos los de primero están asustados.

A ti no te preocupa Ginny —replicó Ron, enrojeciendo hasta las orejas—, a ti sólo te preocupa que yo eche a perder tus posibilidades de ser Representante del Colegio.

Percy se había sentido tentado a gritar a Ron por la estupidez que acababa de decir pero comprendió entonces que no había estado tan lejos de la realidad. Al final había acabado dejando a su familia por una estupidez... Al menos ahora estaban en paz y, aun que tardarían un tiempo a volver a la normalidad de siempre, acabarían consiguiéndolo.

¡Cinco puntos menos para Gryffindor! —dijo Percy secamente, llevándose una mano a su insignia de prefecto—. ¡Y espero que esto te enseñe la lección! ¡Se acabó el hacer de detective, o de lo contrario escribiré a mamá!

Y se marchó con el paso firme y la nuca tan colorada como las orejas de Ron.

• • •
Aquella noche, en la sala común, Harry, Ron y Hermione escogieron los asientos más alejados del de Percy. Ron estaba todavía de muy mal humor y seguía emborronando sus deberes de Encantamientos. Cuando, sin darse cuenta, cogió su varita mágica para quitar las manchas, el pergamino empezó a arder.

Algunos rieron.

Casi echando tanto humo como sus deberes, Ron cerró de golpe Libro reglamentario de hechizos, segundo curso. Para sorpresa de Harry, Hermione lo imitó.

Pero ¿quién podría ser? —dijo con voz tranquila, como si continuara una conversación que hubieran estado manteniendo—. ¿Quién querría echar de Hogwarts a todos los squibs y los de familia muggle?

Todos se dedicaron a pensar la respuesta a esa pregunta.

Pensemos —dijo Harry con simulado desconcierto—. ¿Conocemos a alguien que piense que los que vienen de familia muggle son escoria?

—¡No! —dijo Malfoy de pronto—. Por supuesto que yo no he sido.

Varios le miraron dudándolo seriamente.

—Por favor —dijo Hermione rodando los ojos—. Tenía doce años, no era más que un idiota inútil. Claro que no podía ser él.

Eso tranquilizó a algunos pero no a todos.

Miró a Hermione. Hermione miró hacia atrás, poco convencida.

Si te refieres a Malfoy…

¡Naturalmente! —dijo Ron—. Ya lo oísteis: «¡Los próximos seréis los sangre sucia!» Venga, no hay más que ver su asquerosa cara de rata para saber que es él…

—Nosotros también teníamos doce años —se excusó Ron—. es normal que pensáramos así.

¿Malfoy, el heredero de Slytherin? —dijo escépticamente Hermione.

Fíjate en su familia —dijo Harry, cerrando también sus libros—. Todos han pertenecido a Slytherin, él siempre alardea de ello. Podrían perfectamente ser descendientes del mismo Slytherin. Su padre es un verdadero malvado.

—No es una idea tan descabellada —opinó James.

¡Podrían haber conservado durante siglos la llave de la Cámara de los Secretos! —dijo Ron—. Pasándosela de padres a hijos…

Bueno —dijo cautamente Hermione—, supongo que puede ser.

Malfoy miró a Hermione algo decepcionado pero en realidad sabía que habían tenido motivos suficientes para sospechar de el.

Pero ¿cómo podríamos demostrarlo? —preguntó Harry, en tono de misterio.

Habría una manera —dijo Hermione hablando despacio, bajando aún más la voz y echando una fugaz mirada a Percy—. Por supuesto, sería difícil. Y peligroso, muy peligroso. Calculo que quebrantaríamos unas cincuenta normas del colegio.

Muchos miraron a Hermione impresionados mientras esta se removía incomoda en su asiento, ¿Qué iba a pasar cuando todos se dieran cuenta de lo que hizo?

—No fuiste solo tu —le dijo Harry algo molesto, adivinando sus pensamientos y Hermione le sacó la lengua.

Si, dentro de un mes más o menos, te parece que podrías empezar a explicárnoslo, háznoslo saber, ¿vale? —dijo Ron, airado.

Algunos soltaron una pequeña risita.

De acuerdo —repuso fríamente Hermione—. Lo que tendríamos que hacer es entrar en la sala común de Slytherin y hacerle a Malfoy algunas preguntas sin que sospeche que somos nosotros.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —le preguntó Sirius alzando una ceja, entre divertido y curioso.

Pero eso es imposible —dijo Harry, mientras Ron se reía.

No, no lo es —repuso Hermione—. Lo único que nos haría falta es una poción multijugos.

Muchos comenzaron a reír sonoramente y Hermione se puso roja.

—¿En serio, Hermione? ¿Una poción multijugos? ¡Si hay magos adultos y experimentados que no son capaces de prepararla correctamente! Y tú estabas en segundo, por favor, ¿En qué pensabas? —dijo Tonks burlona.

¿Qué es eso? —preguntaron a la vez Harry y Ron.

Snape la mencionó en clase hace unas semanas.

Las risas continuaron.

—¿En serio querías preparar una poción que solo has odio mencionar? —preguntó Lily algo impresionada—. Además, es imposible que consigas el libro, necesitas un permiso y es imposible que te lo den.

¿Piensas que no tenemos nada mejor que hacer en la clase de Pociones que escuchar a Snape? —dijo Ron.

Algunos rieron mientras otros negaban con la cabeza divertidos.

—¿No es eso de lo que tratan las clases de pociones? —preguntó Luna curiosa.

—Eso no quita que sea algo estúpido y aburrido —bufó Ron.

Esa poción lo transforma a uno en otra persona. ¡Pensad en ello! Nos podríamos convertir en tres estudiantes de Slytherin. Nadie nos reconocería. Y seguramente Malfoy nos diría algo.

—Suena increíble —dijo Malfoy—. Si no fuera porque es imposible que consiguierais preparar esa poción y porque yo no soy el heredero de Slytherin.

Hermione le sacó la lengua y la lectura continuó con un Ron más que molesto al ver a Hermione tratando a Malfoy como si fueran amigos.

Lo más probable es que ahora mismo esté alardeando de ello en la sala común de Slytherin.

—Oh, ¿Por qué clase de persona me tenéis? —bufó el rubio molesto.

—Por un idiota, repulsivo, arrogante, engreído, nada altruista, narcisista, desagradable e idiota alumno de Slyhterin —dijo Ginny de carrerilla y algunos sonrieron divertidos.

Esto del multijugos me parece un poco peligroso —dijo Ron, frunciendo el entrecejo—. ¿Y si nos quedamos para siempre convertidos en tres de Slytherin?

Algunos rieron mientras otros asentían, tenía que ser algo terrible.

El efecto se pasa después de un rato —dijo Hermione, haciendo un gesto con la mano como para descartar ese inconveniente—, pero lo realmente difícil será conseguir la receta. Snape dijo que se encontraba en un libro llamado Moste Potente Potions que se encuentra en la Sección Prohibida de la biblioteca.

Los adultos asintieron. Era imposible que consiguieran el permiso y aun consiguiéndolo sería imposible que consiguieran prepararlo.

—Aunque sea imposible que lo consigáis —dijo Moody con una extraña mueca similar a una sonrisa—, Me gusta tu comportamiento, Grenger.

Solamente había una manera de conseguir un libro de la Sección Prohibida: con el permiso por escrito de un profesor.

Será difícil explicar para qué queremos ese libro si no es para hacer alguna de las pociones.
Creo —dijo Hermione— que si consiguiéramos dar la impresión de que estábamos interesados únicamente en la teoría, tendríamos alguna posibilidad…

—Aun así ningún profesor os firmaría el permiso —aseguró erróneamente la profesora McGonagall.

No te fastidia… ningún profesor se va a tragar eso —dijo Ron—. Tendría que ser muy tonto…

—¡Lockhart! —comprendieron muchos de pronto y miraron a el trío, que sonreía satisfecho.

—¡Conseguisteis el permiso! —adivinó James—. Pero... ¿Y la poción?

Ninguno de los tres respondió y James y varios más gruñeron, deseando saber la respuesta.

—Aquí acaba —informó Colin con timidez.

—Yo leeré —dijo James apresurándose a coger el libro, lleno de curiosidad—. La bludger loca.


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