miércoles, 24 de septiembre de 2014

Lechuzas mensajeras


¡Aquí Dátil reportándose!

No, no soy Dátil, soy Dait, ¿Ok? En serio, ¿Por qué iba a llamarme Dátil? No me molesta que me llaméis Dátil y, de hecho, podéis hacerlo si lo consideráis divertido pero quiero que sepáis que soy Dait, y que si en algún momento pongo Dátil es porque me apetece y ya está.

También quería deciros algo importante poniendo el día de hoy como ejemplo. A pesar de que normalmente suba los capítulos entre las 10 y las 12 no significa que siempre vaya a ser así. Algunos días, por X circunstancias, tal vez no pueda hacerlo. Quiero dejar claro que lo que digo los días en los que actualizo pero NO ESPECIFICO la hora. Así que nada de quejas tontas.

Bueno, sí, me deje a Percy y a su familia, pero fue apropósito, hay una razón para eso (Ya, no me lo creo ni yo... pero en serio, algo haré, tal vez).

¿50 reviews en el primer cap? ¡Increíble! ¡Extraordinario! ¡Potterico!

Ala, pechuga y capitulo (?) ¿Y las patatas? D:


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling.

LECHUZAS MENSAJERAS


—¡Hermione y yo estamos saliendo!

El grito de Ron resonó por toda la sala, creando un silencio sobrecogedor y haciendo que todos, incluso Sally misma, olvidasen momentáneamente el filtro de amor.

—¿Qué? —preguntó Harry con la boca abierta de la sorpresa, y es que sabía que Ron tenía algo importante que decir pero no tenía ni la más remota idea de que era algo como eso—. Tú, tu... ¿Qué? Pero... ¿Cómo?

El chillido emocionado de Molly sobresaltó a todos en la sala y muchos miraron sorprendidos como la señora Weasley se abalanzaba sobre ellos.

—¡Lo sabía! —gritaba mientras les abrazaba—. ¡Sabía que acabaríais juntos!

—¿Acabaríamos? —preguntó Ron luchando por respirar—. Pero si apenas acabamos de comenzar...

Ron no pudo evitar dirigir su mirada hacia el resto de su familia y ver sus reacciones: Arthur estaba tranquilo y calmado, como de costumbre, pero aun así sonreía abiertamente. Bill y Charlie le miraban con aprobación. Fred y George tenían los ojos muy abiertos, y es que ambos sabían ya que esos dos se gustaban mutuamente pero nunca pensaron que ninguno de los dos fuera a ser capaz de dar el primer paso. Ginny era la que lo tomaba con más tranquilidad (al contrario que la Ginny del futuro) pero aun así estaba algo emocionada. Percy le sonreía desde lejos, orgulloso de que su hermano pequeño hubiese elegido a una chica que fuese inteligente y respetase las reglas.

Después de ver las diferentes reacciones de su familia se giró hacia Harry, esperando que les felicitase o algo pero, por supuesto, no esperaba encontrarse con un Harry tan serio como estaba en ese momento. Aun así comprendió al instante lo que Harry quería decirle con ese semblante serio; Ron no podía hacer sufrir a Hermione. Y Harry se encargaría de que sufriera en caso de que llegara a hacerla sufrir.

—Bueno, me alegro por ustedes, Weasley y Granger, pero ahora tenemos que decidir qué hacer con la señorita Green —dijo la profesora McGonagall mirando a Sally algo rencorosa.

Sally tragó saliva, le había salido todo mal.

—¡Esta claro! —exclamó Ginny enfadada—. ¡Hay que expulsarla!

Varios la apoyaron.

—No va a ser expulsada —aseguró Dumbledore—. Es cierto que lo que ha hecho es ilegal, y es cierto también que ha estado muy mal, pero, como todos sabéis, no ha ocurrido nada grave por esto. Sally será castigada, únicamente.

McGonagall miró a Sally de manera severa. Si tenía que castigarla no sería con algo simple.

—Quiero que venga todos los sábados después de cenar a mi despacho, señorita Green.

—¿Todos los sábados? —preguntó Sally sorprendida—. Eso es mucho...

—¿Prefiere ser expulsada? —ofreció la profesora McGonagall. Sally negó rápidamente con la cabeza—. Eso pensaba. Y ahora cenar y a la cama.

.

La cena acabó deprisa y todos se fueron a sus respectivas camas.

Harry estada de mal humor. Y no porque Sally hubiera intentado que se enamorase de ella a la fuerza. Ni siquiera estaba enfadado con ella. Estaba enfadado con Ron. Y no sabía porque. Siempre había pensado que le gustaría que sus dos amigos se juntaran pero, ahora que estaban juntos, se daba cuenta de que no era así. Iban a cambiar muchas cosas.

Ahora Harry se sentiría siempre un estorbo cada vez que estuvieran los tres juntos. Ahora iban a querer pasar mucho más tiempo sin él. Bufó molesto mientras se metía en la cama.

—¡Ron! —exclamó.

El pelirrojo ya estaba metido en la cama y medio dormido.

—¿Hum?

Harry quería gastar uno de sus favores. Quería que fuese algo cruel y humillante pero no fue capaz de decirle algo así a su amigo.

—Vete a las cocinas y tráeme tarta de melaza —ordenó.

—Que dices, tío, ¿Ahora? —le preguntó bostezando—. Ni siquiera tengo hambre.

—Me da igual, ve —insistió Harry—. Me lo debes.

Ron suspiró. Sabía que era cierto que le debía diez favores, pero no entendía porque Harry quería una maldita tarta de melaza a estas horas de la noche. Además acababan de cenar.

Resoplando molesto se levantó, cogió el mapa del merodeador y la capa invisible del baúl de Harry y se marchó.

—Ron —dijo Harry con una voz irritantemente irritante—. Dame eso, ¿Quieres?

—¿En serio? —se quejó el pelirrojo—. ¿Y a ti qué diablos te pasa?

Cabreado, lanzó el mapa y la capa contra Harry y salió de la habitación, sin esperar respuesta.

Harry esperó un par de minutos y cogió su capa y su mapa. Salió tras de Ron para darle su merecido.

.

Ron caminaba furioso, casi ni se paraba a mirar si había alguien haciendo guardia antes de girar cada esquina. Y así siguió hasta que chocó con alguien.

—¡Hey! ¡Mira por dónde vas! —se quejó el desconocido, que había caído al suelo por el impacto.
Ron frunció el ceño al verle.

—¡Harry! ¿Qué coño haces aquí? —exclamó—. ¡Si ibas a venir para qué demonios me has mandado venir a mí!

—¿Qué? —preguntó el joven mientras se levantaba—. Yo no soy Harry. Soy solo un pobre hombre que quiere comer algo de tarta de melaza.

Ron le observó con detalle, tanto como la casi inexistente luz que entraba por la venta debido a la media luna le permitía. Y vio que era cierto. Él no era Harry. Eran casi idénticos pero, para empezar, él no tenía ni gafas ni cicatriz. Pero lo que más hacia ver que no era Harry eran sus ojos. Los cuales, a pesar de ser idénticos a los de su amigo, mostraban una mirada más suave. Eran unos ojos que no habían conocido el sufrimiento, eran los ojos de alguien que no había vivido lo que Harry había vivido.

—¿Quién eres? —preguntó Ron.

—Tu sobrino.

.

Harry veía el mapa del merodeador con preocupación. Ron iba muy rápido, demasiado, y se acercaba a gran velocidad a alguien. El nombre de ese alguien asustó a Harry, era “Albus S. Potter”. Empezó a correr, pero ya era demasiado tarde, ambos habían chocados. Frustrado, comenzó a caminar hacia ellos lo más rápido que podía. Entonces vio que dos puntos se acercaban a él a gran velocidad. Y sus nombres asustaron a Harry. Eran “Harry J. Potter” y “Harry J. Potter”, ¿Qué estaba pasando? Sacó su varita, conjuró un lumus y esperó a que los puntos llegaran a él.

—Hola —saludó un hombre alto con una sonrisa ladeada cuando llegó hasta Harry.

—¿Eres yo? —fue lo primero que pudo preguntar Harry al encontrarse de frente con un hombre mayor que tenía sus ojos, sus gafas y su cicatriz.

—Somos tú —dijo el adulto señalando el pequeño bulto que tenía entre sus brazos. Había un bebe. Tenía los ojos de Harry. Era Harry.

Harry comenzó a balbucear cosas sin sentido.

—Si —dijo el Harry adulto mientras soltaba una silenciosa carcajada—. Lo sé, es extraño.

Harry asintió varias veces, aun sin decir nada.

—Bueno, supongo que te preguntaras que hago aquí, ¿No?

Harry volvió a asentir con la cabeza.

—Pues, la verdad, hay varias razones —dijo el adulto suspirando—. Por una parte me parecía interesante juntarnos los tres, por otra tengo que contarte algo sobre Ron y Hermione, también quería darte la enhorabuena por como evitaste los efectos de la amortentia, y todo eso dejando de lado el hecho de que mi mujer haya sido la que me empujase hasta aquí para decirte un par de cosas.

El Harry adulto miraba hacia todos los lados mientras decía eso ultimo asique Harry le imitó y se encontró con una larga cabellera roja que se ocultó tras la esquina. Su mente lo relacionó todo y creó un único pensamiento, Así que al final su esposa sí que sería pelirroja, ¿Eh?

Harry sintió que su yo adulto también la había visto y la sonrisa que había mostrado probaba que si se trataba de su futura esposa.

—Bueno, sé que estas algo incómodo por la relación entre Ron y Hermione. Sé que lo estás porque yo también lo estuve. Quiero que sepas una cosa: es cierto que van a empezar a pasar más tiempo juntos pero no pienses que van a dejarte de lado, porque no lo harán, nunca. ¿Y sabes? No tengo ningún inconveniente con que utilices los favores que Ron te debe para molestarle pero hazlo porque dudó de ti, no porque está saliendo con Hermione. Ella será la madre de sus hijos.

Harry no pudo evitar sonreír. Así que Ron y Hermione acabarían teniendo hijos... ¿Cómo sería su vida? ¿Seguirían discutiendo tan a menudo? ¿Estarían sus hijos acostumbrados a estas discusiones? ¿Discutirían ellos también? La idea de una casa llena de mini Rons y mini Hermiones discutiendo por doquier le hizo soltar una pequeña risita.

.

—¿Mi... Sobrino...? —repitió Ron muy despacio.

—Tu... Sobrino... —repitió el joven de manera burlona.

Ron seguía mirándole sin entender.

—¿Cómo vas a ser mi sobrino siendo hijo de Harry? —preguntó—. ¡Ah! Harry te ha dicho que me llames tío Ron... Claro, eso es.

La sonrisa burlona del joven le dejó bien claro que eso no era.

—No... —murmuró Ron—. ¡No! ¡No puede ser! ¡Ginny! —dijo asustado.

El joven, Albus, asintió.

—Pero... Pero... Es mi hermana... Y él es mi mejor amigo... —dijo Ron.

—¿Quién mejor para tu hermana que él? —preguntó Albus—. Ah, y como se te ocurra mencionar a alguien pienso hechizarte, que soy hijo de ellos.

Ron tragó saliva. Eso no lo había pensado, ¿Quién mejor para su hermana que Harry, el joven que la había salvado de un basilisco teniendo doce años, el joven que nunca, jamás, intentaría hacerle daño, el joven que daría su vida cien veces y sin pensarlo por ella? Se mordió el labio ligeramente, ciertamente Harry era la mejor opción. Pero aun así...

—Somos felices, tío Ron, y ellos también —dijo Albus muy serio—. Papa y mama hacen la mejor pareja que he visto nunca.

Ron, sintiendo un profundo mareo, decidió cambiar de tema y guardar ese para pensarlo detenidamente en solitario.

—¿Y yo? ¿Sigo con Hermione? —preguntó esperanzado.

—Eso depende de ti —dijo Albus encogiéndose de hombros—. Encárgate de cuidarla y de quererla y podrás tener ese futuro en el que ahora estás pensando.

—Lo haré, no lo dudes.

.

Minutos después Ron volvió a su habitación y cuando entró se dio cuenta de algo; se había olvidado de la tarta de melaza.

—¿Y mi tarta? —le preguntó Harry desde su cama.

—Ahora voy —dijo Ron molesto dándose la vuelta.

—Nah, no te preocupes —dijo Harry bostezando, Ron se giró hacia él, aliviado de no tener que bajar de nuevo hasta las cocinas—. Pero que sepas que me sigues debiendo diez favores.

.

La noche pasó rápido. Bueno, en realidad no, pasó como todas las noches, pero para Harry y Ron fue demasiado rápido.

Cuando salieron de la habitación y bajaron a la sala común Harry no pudo evitar bufar en el momento en el que Hermione saltó contra Ron y le dio un beso de buenos días directamente en los labios. Bufó de nuevo cuando Ron se lo devolvió. Y decidió marcharse solo, cuando vio que Hermione volvía a besarle.

—Es divertido, ¿Eh? —dijo Ginny mientras se acercaba a Harry.

—Es exasperante —resopló el azabache.

Ginny soltó una pequeña risita.

—Bueno, ¿Y qué tal has dormido?

—Bien —admitió Harry—. Pero poco, demasiado poco.

—¿Ya has vuelto a quedarte embobado mirando la cara de Neville?

—Algo así.

Se encontraron en ese momento con James y Lily. Los cuatro se saludaron.

—Hacéis buena pareja —dijo James guiñándole un ojo a Ginny, que enrojeció al instante.

—Al menos mejor que Ron y Hermione —suspiró Harry—. Están insoportables.

—Enamorados, hijo, se dice enamorados —le explicó su padre—. Y me apuesto lo que quieras a que te pasará lo mismo a ti tarde o temprano, ¡Tal vez incluso con esta bella señorita que te acompaña!

Harry rió por la tontería y Ginny volvió a enrojecer, ¿Qué pretendía James?

—Buenos días —saludó Sirius desperezándose, acompañado de Remus y de Tonks.

—Oh —dijo James con frialdad—. Así que ya han venido los dos piojosos —entonces sonrió—. Y Tonks —volvió a ponerse serio—. ¿Y tienen pensado ustedes dos disculparse y contarle a ese pobre viajero en el tiempo donde está su tercer mejor amigo?

Sirius y Remus bajaron la cabeza y no dijeron nada.

—Déjalo, papa, ya te enteraras con el libro —dijo Harry, incómodo con el tema.

El desayuno fue bastante desagradable para los que estaban sentados alrededor de James, aunque, al parecer, Ron y Hermione lo disfrutaron bastante. Harry no podía creer lo que veía, Ron y Hermione se daban de comer el uno al otro, junto con frases cursis y tontas, ¡Ron! ¡El hombre que era incapaz de compartir comida! ¡Estaba dándola el personalmente!

Después de varias arcadas Harry decidió que no podía comer así.

—Buenos días a todos —saludó el profesor Dumbledore—. Supongo que todos sabéis que hoy vamos a empezar con la lectura del tercer libro —dijo cogiendo un libro naranja del montón—. Espero que nadie tenga ningún inconveniente con que empiece a leer yo —y empezó a leer—: El prisionero de Azkaban.

La mayoría se giraron inconscientemente hacia Sirius y, a pesar de que James no fue consciente de esto, Lily si lo fue, y comenzó a asustarse.

Harry Potter era, en muchos sentidos, un muchacho diferen­te. Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año;

Muchos se pusieron de mal humor, recordando a los Dursley.

y por otro, deseaba de ver­dad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche.

Muchos, incluido su padre, miraron a Harry extrañados mientras los profesores, Hermione, Lily, Molly, Percy y algunos más le sonreían.

Y además, Harry Potter era un mago.

Todos sonrieron.

Era casi medianoche y estaba tumbado en la cama, boca abajo, tapado con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una mano tenía la linterna y, abier­to sobre la almohada, había un libro grande, encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Adalbert Waffling). Harry recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para su re­dacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el si­glo XIV».

La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Harry se subió las gafas redondas, acer­có la linterna al libro y leyó:

En la Edad Media, los no magos (comúnmente de­nominados muggles) sentían hacia la magia un es­pecial temor, pero no eran muy duchos en reconocer­la. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absolu­to de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos.

Varios alumnos soltaron una risita mientras los adultos tragaban saliva asqueados, la quema de brujas había sido algo asqueroso, habían muerto muchísimos muggles inocentes.

Harry se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino. Lentamente y con mucho cuidado, destapó el tintero, mojó la pluma y co­menzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Dursley, al pasar hacia el baño, oía el rasgar de la pluma, lo más probable era que lo encerraran bajo llave hasta el final del verano en el armario que había debajo de las escaleras.

Muchos gruñeron, enojados con los Dursley al recordar que habían tenido a Harry viviendo en una alacena por años.

La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, era el motivo de que Harry no pudiera tener nunca vacaciones de verano. Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dud­ley eran los únicos parientes vivos que tenía Harry.

Ninguno de los Potter dijo nada.

Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval. En casa de los Dursley nunca se mencionaba a los difuntos pa­dres de Harry; que habían sido brujos. Durante años, tía Pe­tunia y tío Vernon habían albergado la esperanza de extir­par lo que Harry tenía de mago, teniéndolo bien sujeto. Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que al­guien pudiera descubrir que Harry había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Ma­gia y Hechicería. Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacacio­nes de verano, y prohibirle que hablara con los vecinos.

Muchos gruñeron cabreados. (NA: Sí, sé que repito mucho lo de que gruñen pero, ¿Acaso no es la reacción lógica?)

Para Harry había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano. Uno de los trabajos menos agradables, sobre pociones para encoger; era para el profesor menos estimado por Harry, Snape, que es­taría encantado de tener una excusa para castigar a Harry durante un mes.

—Si hubieras contado la razón no te habrían podido castigar —le dijo Lily.

—Snape sí —dijo James mirando a Snape de mala manera—. Él lo habría hecho a pesar de todo.

Snape bajó la cabeza y tragó saliva. Sabía que lo habría hecho y, de alguna manera, se avergonzaba de sí mismo.

Así que, durante la primera semana de vaca­ciones, Harry aprovechó la oportunidad: mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban en el jardín admirando el nue­vo coche de la empresa de tío Vernon (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara),

Varios gruñeron nuevamente.

Harry fue a la planta baja, forzó la cerradura del armario de debajo de las escaleras, co­gió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia.

Harry no quería problemas con sus tíos y menos en aque­llos momentos, porque estaban enfadados con él, y todo por­que cuando llevaba una semana de vacaciones había recibido una llamada telefónica de un compañero mago.

Ron bajó la cabeza, con las orejas coloradas.

Ron Weasley, que era uno de los mejores amigos que Harry tenía en Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía muchas cosas que Harry ignora­ba, pero nunca había utilizado el teléfono.

Por desgracia, fue tío Vernon quien respondió:

—¿Diga?

Harry, que estaba en ese momento en la habitación, se quedó de piedra al oír que era Ron quien respondía.

—¿HOLA? ¿HOLA? ¿ME OYE? ¡QUISIERA HABLAR CON HA­RRY POTTER!

Hermione soltó una risita al imaginarlo y Ron se avergonzó más todavía.

Ron daba tales gritos que tío Vernon dio un salto y alejó el teléfono de su oído por lo menos medio metro, mirándolo con furia y sorpresa.

—¿QUIÉN ES? —voceó en dirección al auricular—. ¿QUIÉN ES?

—¡RON WEASLEY! —gritó Ron a su vez, como si el tío Vernon y él estuvieran comunicándose desde los extremos de un campo de fútbol—. SOY UN AMIGO DE HARRY, DEL CO­LEGIO.

Los minúsculos ojos de tío Vernon se volvieron hacia Harry; que estaba inmovilizado.

Muchos tragaron saliva, preocupados por Harry.

—¡AQUÍ NO VIVE NINGÚN HARRY POTTER! —gritó tío Vernon, manteniendo el brazo estirado, como si temiera que el teléfono pudiera estallar—. ¡NO SÉ DE QUÉ COLEGIO ME HABLA! ¡NO VUELVA A LLAMAR AQUÍ! ¡NO SE ACERQUE A MI FAMILIA!

Colgó el teléfono como quien se desprende de una araña venenosa.

La bronca que siguió fue una de las peores que le habían echado.

—¡CÓMO TE ATREVES A DARLE ESTE NÚMERO A GENTE COMO... COMO TÚ! —le gritó tío Vernon, salpicándolo de saliva.

Muchos, especialmente los más cercanos a Harry, estaban alterados y con terribles ganas de darle una buena paliza a Dursley.

Ron, obviamente, comprendió que había puesto a Ha­rry en un apuro, porque no volvió a llamar.

Ron asintió en silencio.

La mejor amiga de Harry en Hogwarts, Hermione Granger, tampoco lo lla­mó. Harry se imaginaba que Ron le había dicho a Hermione que no lo llamara, lo cual era una pena, porque los padres de Hermione, la bruja más inteligente de la clase de Harry, eran muggles, y ella sabía muy bien cómo utilizar el teléfono, y probablemente habría tenido tacto suficiente para no reve­lar que estudiaba en Hogwarts.

De manera que Harry había permanecido cinco largas semanas sin tener noticia de sus amigos magos, y aquel ve­rano estaba resultando casi tan desagradable como el anterior. Sólo había una pequeña mejora: después de jurar que no la usaría para enviar mensajes a ninguno de sus amigos, a Harry le habían permitido sacar de la jaula por las noches a su lechuza Hedwig. Tío Vernon había transigido debido al escándalo que armaba Hedwig cuando permanecía todo el tiempo encerrada.

Algunos suspiraron, algo aliviados porque la lechuza pudiera estirar las alas aunque fuese solo por las noches.

Harry terminó de escribir sobre Wendelin la Hechicera e hizo una pausa para volver a escuchar. Sólo los ronquidos lejanos y ruidosos de su enorme primo Dudley rompían el si­lencio de la casa. Debía de ser muy tarde. A Harry le picaban los ojos de cansancio. Sería mejor terminar la redacción la noche siguiente...

Tapó el tintero, sacó una funda de almohada de debajo de la cama, metió dentro la linterna, la Historia de la Magia, la redacción, la pluma y el tintero, se levantó y lo escondió todo debajo de la cama, bajo una tabla del entarimado que es­taba suelta. Se puso de pie, se estiró y miró la hora en la esfe­ra luminosa del despertador de la mesilla de noche.

Era la una de la mañana. Harry se sobresaltó: hacía una hora que había cumplido trece años y no se había dado cuenta.

—¡FELICIDADES! —gritaron muchos.

Harry sonrió divertido, ¿Es que iban a hacer eso siempre?

Harry aún era un muchacho diferente en otro aspecto: en el escaso entusiasmo con que aguardaba sus cumpleaños. Nunca había recibido una tarjeta de felicitación. Los Durs­ley habían pasado por alto sus dos últimos cumpleaños y no tenía ningún motivo para suponer que fueran a acordarse del siguiente.

Muchos le miraron con tristeza y se prometieron mandarle aunque fuese una carta en su siguiente cumpleaños, aunque no se conocieran demasiado.

Harry atravesó a oscuras la habitación, pasando junto a la gran jaula vacía de Hedwig, y llegó hasta la ventana, que estaba abierta. Se apoyó en el alféizar y notó con agrado en la cara, después del largo rato pasado bajo las mantas, el frescor de la noche. Hacía dos noches que Hedwig se había ido. Harry no estaba preocupado por ella (en otras ocasiones se había ausentado durante períodos equivalentes), pero es­peraba que no tardara en volver. Era el único ser vivo en aquella casa que no se asustaba al verlo.

Las miradas de tristeza hacia Harry aumentaron y Dobby no paraba de gruñir que era inaceptable que hubiese gente que tratase así a Harry.

Aunque Harry seguía siendo demasiado pequeño y es­mirriado para su edad, había crecido varios centímetros du­rante el último año. Sin embargo, su cabello negro azabache seguía como siempre: sin dejarse peinar. No importaba lo que hiciera con él, el pelo no se sometía.

—Y no lo hará nunca —dijeron James y Lily, aunque con muy diferentes tonos de voz.

Tras las gafas tenía unos ojos verdes brillantes, y sobre la frente, claramente vi­sible entre el pelo, una cicatriz alargada en forma de rayo.

Harry se cubrió la cicatriz con el flequillo, impidiendo que todos los que se giraron hacia el pudieran verla.

Aquella cicatriz era la más extraordinaria de todas las características inusuales de Harry. No era, como le habían hecho creer los Dursley durante diez años, una huella del ac­cidente de automóvil que había acabado con la vida de los pa­dres de Harry, porque Lily y James Potter no habían muerto en un accidente de tráfico, sino asesinados. Asesinados por el mago tenebroso más temido de los últimos cien años: lord Voldemort.

Muchos tragaron saliva, intentando no mirar a ninguno de los Potter.

Harry había sobrevivido a aquel ataque sin otra secuela que la cicatriz de la frente cuando el hechizo de Vol­demort, en vez de matarlo, había rebotado contra su agresor. Medio muerto, Voldemort había huido...

Pero Harry había tenido que vérselas con él desde el mo­mento en que llegó a Hogwarts. Al recordar junto a la venta­na su último encuentro, Harry pensó que si había cumplido los trece años era porque tenía mucha suerte.

—¡Que no! —exclamó Ginny molesta—. ¡Si estás vivo es porque eres un mago increíble!

Mucho asintieron con fuerza, así era.

Harry les sonrió sin ganas.

Miró el cielo estrellado, por si veía a Hedwig, que quizá regresara con un ratón muerto en el pico, esperando sus elo­gios. Harry miraba distraído por encima de los tejados y pa­saron algunos segundos hasta que comprendió lo que veía.

Perfilada contra la luna dorada y creciendo a cada ins­tante se veía una figura de forma extrañamente irregular que se dirigía hacia Harry batiendo las alas. Se quedó quieto viéndola descender. Durante una fracción de segundo, Harry no supo, con la mano en la falleba, si cerrar la ventana de golpe.

Muchos escuchaban preocupados, ¿Qué era?

Pero entonces la extraña criatura revoloteó sobre una farola de Privet Drive, y Harry, dándose cuenta de lo que era, se hizo a un lado.

Tres lechuzas penetraron por la ventana, dos sostenien­do a otra que parecía inconsciente.

Los Weasley supieron entonces que se trataba de Errol.

Aterrizaron suavemente sobre la cama de Harry, y la lechuza que iba en medio, y que era grande y gris, cayó y quedó allí inmóvil. Llevaba un pa­quete atado a las patas.

Harry reconoció enseguida a la lechuza inconsciente. Se llamaba Errol y pertenecía a la familia Weasley Harry se lan­zó inmediatamente sobre la cama, desató los cordeles de las patas de Errol, cogió el paquete y depositó a Errol en la jaula de Hedwig. Errol abrió un ojo empañado, ululó débilmente en señal de agradecimiento y comenzó a beber agua a tragos.

Harry volvió al lugar en que descansaban las otras le­chuzas. Una de ellas (una hembra grande y blanca como la nieve) era su propia Hedwig. También llevaba un paquete y parecía muy satisfecha de sí misma. Dio a Harry un picotazo cariñoso cuando le quitó la carga, y luego atravesó la habita­ción volando para reunirse con Errol. Harry no reconoció a la tercera lechuza, que era muy bonita y de color pardo roji­zo, pero supo enseguida de dónde venía, porque además del correspondiente paquete portaba un mensaje con el emble­ma de Hogwarts. Cuando Harry le cogió la carta a esta lechu­za, ella erizó las plumas orgullosamente, estiró las alas y em­prendió el vuelo atravesando la ventana e internándose en la noche.

Harry se sentó en la cama, cogió el paquete de Errol, rasgó el papel marrón y descubrió un regalo envuelto en pa­pel dorado y la primera tarjeta de cumpleaños de su vida.

Muchos sonrieron a Harry, felices con su felicidad.

Abrió el sobre con dedos ligeramente temblorosos. Cayeron dos trozos de papel: una carta y un recorte de periódico.

Supo que el recorte de periódico pertenecía al diario del mundo mágico El Profeta porque la gente de la fotografía en blanco y negro se movía. Harry recogió el recorte, lo alisó y leyó:


FUNCIONARIO DEL MINISTERIO DE MAGIA
RECIBE EL GRAN PREMIO

Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles, ha ganado el gran premio anual Galleon Draw que entrega el diario El Profeta.
El señor Weasley, radiante de alegría, declaró a El Profeta: «Gastaremos el dinero en unas vacacio­nes estivales en Egipto, donde trabaja Bill, nuestro hijo mayor, deshaciendo hechizos para el banco mágico Gringotts.»

La familia Weasley pasará un mes en Egipto, y regresará para el comienzo del nuevo curso escolar de Hogwarts, donde estudian actualmente cinco hijos del matrimonio Weasley.

Muchos sonrieron a los Weasley, quienes también sonreían recordando las vacaciones.

Observó la fotografía en movimiento, y una sonrisa se le dibujó en la cara al ver a los nueve Weasley ante una enorme pirámide, saludándolo con la mano. La pequeña y rechoncha señora Weasley, el alto y calvo señor Weasley, los seis hijos y la hija tenían (aunque la fotografía en blanco y negro no lo mostrara) el pelo de un rojo intenso. Justo en el centro de la foto aparecía Ron, alto y larguirucho, con su rata Scabbers sobre el hombro y con el brazo alrededor de Ginny, su herma­na pequeña.

Harry no sabía de nadie que mereciera un premio más que los Weasley, que eran muy buenos y pobres de solemni­dad.

Varios sonrieron a Harry y asintieron. Los Weasley eran muy buena gente.

Cogió la carta de Ron y la desdobló.

Querido Harry:
¡Feliz cumpleaños!
Siento mucho lo de la llamada de teléfono. Espe­ro que los muggles no te dieran un mal rato. Se lo he dicho a mi padre y él opina que no debería haber gritado.
Egipto es estupendo. Bill nos ha llevado a ver to­das las tumbas, y no te creerías las maldiciones que los antiguos brujos egipcios ponían en ellas. Mi ma­dre no dejó que Ginny entrara en la última. Estaba llena de esqueletos mutantes de muggles que ha­bían profanado la tumba y tenían varias cabezas y cosas así.
Cuando mi padre ganó el premio de El Profeta no me lo podía creer. ¡Setecientos galeones! La mayor parte se nos ha ido en estas vacaciones, pero me van a comprar otra varita mágica para el próximo curso.

Muchos sonrieron a Ron, recordando que se le había roto la varita en su segundo año.

Harry recordaba muy bien cómo se le había roto a Ron su vieja varita mágica. Fue cuando el coche en que los dos habían ido volando a Hogwarts chocó contra un árbol del parque del colegio.

—¡Llegar a Hogwarts en un coche volador! —dijo Sirius todavía emocionado—. ¡Sigo sin creérmelo!

Regresaremos más o menos una semana antes de que comience el curso. Iremos a Londres a comprar la varita mágica y los nuevos libros. ¿Podríamos ver­nos allí?
¡No dejes que los muggles te depriman!
Intenta venir a Londres.
Ron
Posdata: Percy ha ganado el Premio Anual. Recibió la notificación la semana pasada.

Percy sonrió al recordarlo.

Harry volvió a mirar la foto. Percy, que estaba en el sép­timo y último curso de Hogwarts, parecía especialmente or­gulloso. Se había colocado la medalla del Premio Anual en el fez que llevaba graciosamente sobre su pelo repeinado. Las gafas de montura de asta reflejaban el sol egipcio.

Luego Harry cogió el regalo y lo desenvolvió. Parecía una diminuta peonza de cristal. Debajo había otra nota de Ron:

Harry:
Esto es un chivatoscopio de bolsillo. Si hay al­guien cerca que no sea de fiar, en teoría tiene que dar vueltas y encenderse. Bill dice que no es más que una engañifa para turistas magos, y que no funciona, por­que la noche pasada estuvo toda la cena sin parar. Claro que él no sabía que Fred y George le habían echado escarabajos en la sopa.
Hasta pronto,
Ron

¡Escarabajos en la sopa! —exclamó furioso—. ¡Como os atrevéis! ¡Esta me la vais a pagar!

—Vale, lo que tú digas, pero en otro momento, que ahora estamos leyendo —dijo George tranquilamente.

Harry puso el chivatoscopio de bolsillo sobre la mesita de noche, donde permaneció inmóvil, en equilibrio sobre la punta, reflejando las manecillas luminosas del reloj.

—Gracias por el regalo, Ron —agradeció Harry sinceramente.

Lo con­templó durante unos segundos, satisfecho, y luego cogió el paquete que había llevado Hedwig.

También contenía un regalo envuelto en papel, una tar­jeta y una carta, esta vez de Hermione:

Querido Harry:
Ron me escribió y me contó lo de su conversa­ción telefónica con tu tío Vernon. Espero que estés bien.
En estos momentos estoy en Francia de vacacio­nes y no sabía cómo enviarte esto (¿y si lo abrían en la aduana?), ¡pero entonces apareció Hedwig! Creo que quería asegurarse de que, para variar, recibías un regalo de cumpleaños.

Muchos sonrieron, alegres por el comportamiento de Hedwig.

El regalo te lo he compra­do por catálogo vía lechuza. Había un anuncio en El Profeta (me he suscrito, hay que estar al tanto de lo que ocurre en el mundo mágico).

Algunos gruñeron ante la mención del profeta.

¿Has visto la foto que salió de Ron y su familia hace una semana? Apuesto a que está aprendiendo montones de cosas, me muero de envidia... los brujos del antiguo Egipto eran fascinantes.
Aquí también tienen un interesante pasado en cuestión de brujería. He tenido que reescribir com­pleta la redacción sobre Historia de la Magia para poder incluir algunas cosas que he averiguado. Espe­ro que no resulte excesivamente larga: comprende dos pergaminos más de los que había pedido el pro­fesor Binns.

Algunos bufaron y otros rieron divertidos.

Ron dice que irá a Londres la última semana de vacaciones. ¿Podrías ir tú también? ¿Te dejarán tus tíos? Espero que sí. Si no, nos veremos en el expreso de Hogwarts el 1 de septiembre.
Besos de
Hermione
Posdata: Ron me ha dicho que Percy ha recibido el Premio Anual. Me imagino que Percy estará en una nube. A Ron no parece que le haga mucha gracia.

Percy miró a Ron de mala manera mientras este se encogía de hombros.

Harry volvió a sonreír mientras dejaba a un lado la car­ta de Hermione y cogía el regalo. Pesaba mucho. Conociendo a Hermione, estaba convencido de que sería un gran libro lleno de difíciles embrujos, pero no. El corazón le dio un vuel­co cuando quitó el papel y vio un estuche de cuero negro con unas palabras estampadas en plata: EQUIPO DE MANTENI­MIENTO DE ESCOBAS VOLADORAS.

Muchos abrieron mucho los ojos, emocionados.

—¡Ostras, Hermione! —murmuró Harry, abriendo el es­tuche para echar un vistazo.

Hermione sonrió muy satisfecha de sí misma y alegre de que a Harry le hubiese gustado su regalo.

—Muchas gracias, de verdad —agradeció Harry de corazón.

Contenía un tarro grande de abrillantador de palo de escoba marca Fleetwood, unas tijeras especiales de plata para recortar las ramitas, una pequeña brújula de latón para los viajes largos en escoba y un Manual de mantenimiento de la escoba voladora.

Después de sus amigos, lo que Harry más apreciaba de Hogwarts era el quidditch, el deporte que contaba con más se­guidores en el mundo mágico. Era muy peligroso, muy emo­cionante, y los jugadores iban montados en escoba. Harry era muy bueno jugando al quidditch.

Los Gryffindor sonrieron satisfechos.

Era el jugador más jo­ven de Hogwarts de los últimos cien años. Uno de sus trofeos más estimados era la escoba de carreras Nimbus 2.000.

Harry mostró una triste sonrisa al recordar, nuevamente, su vieja Numbus.

Harry dejó a un lado el estuche y cogió el último paquete. Reconoció de inmediato los garabatos que había en el papel marrón: aquel paquete lo había enviado Hagrid, el guarda­bosques de Hogwarts. Desprendió la capa superior de papel y vislumbró una cosa verde y como de piel, pero antes de que pudiera desenvolverlo del todo, el paquete tembló y lo que es­taba dentro emitió un ruido fuerte, como de fauces que se cierran.

Muchos fruncieron el ceño extrañados.

Harry se estremeció. Sabía que Hagrid no le enviaría nunca nada peligroso a propósito, pero es que las ideas de Hagrid sobre lo que podía resultar peligroso no eran muy normales: Hagrid tenía amistad con arañas gigantes; había comprado en las tabernas feroces perros de tres cabezas; y había escondido en su cabaña huevos de dragón (lo cual es­taba prohibido).

Harry tocó el paquete con el dedo, con temor. Volvió a ha­cer el mismo ruido de cerrar de fauces. Harry cogió la lámpa­ra de la mesita de noche, la sujetó firmemente con una mano y la levantó por encima de su cabeza, preparado para atizar un golpe.

—¡Oh, Harry! ¿Tan difícil es darle una simple caricia? —preguntó Hagrid extrañado.

Entonces cogió con la otra mano lo que quedaba del envoltorio y tiró de él.

Cayó un libro. Harry sólo tuvo tiempo de ver su elegante cubierta verde, con el título estampado en letras doradas, El monstruoso libro de los monstruos, antes de que el libro se levantara sobre el lomo y escapara por la cama como si fuera un extraño cangrejo.

—Oh... ah —susurró Harry.

Cayó de la cama produciendo un golpe seco y recorrió con rapidez la habitación, arrastrando las hojas. Harry lo persiguió procurando no hacer ruido. Se había escondido en el oscuro espacio que había debajo de su mesa. Rezando para que los Dursley estuvieran aún profundamente dormidos, Harry se puso a cuatro patas y se acercó a él.

—¡Ay!

El libro se cerró atrapándole la mano y huyó batiendo las hojas, apoyándose aún en las cubiertas. Harry gateó, se echó hacia delante y logró aplastarlo. Tío Vernon emitió un sonoro ronquido en el dormitorio contiguo.

Hedwig y Errol lo observaban con interés mientras Harry sujetaba el libro fuertemente entre sus brazos, se iba a toda prisa hacia los cajones del armario y sacaba un cintu­rón para atarlo. El libro monstruoso tembló de ira, pero ya no podía abrirse ni cerrarse, así que Harry lo dejó sobre la cama y cogió la carta de Hagrid.

Hagrid bufó, algo molesto, ¿Por qué había tenido que atarlo con un cinturón y tenerlo enfadado cuando podía simplemente acariciarlo y que estuviera contento?

Querido Harry:
¡Feliz cumpleaños!
He pensado que esto te podría resultar útil para el próximo curso. De momento no te digo nada más. Te lo diré cuando nos veamos.
Espero que los muggles te estén tratando bien.
Con mis mejores deseos,
Hagrid

James frunció el ceño, ¿A qué se refería Hagrid?

A Harry le dio mala espina que Hagrid pensara que po­día serle útil un libro que mordía, pero dejó la tarjeta de Ha­grid junto a las de Ron y Hermione, sonriendo con más ga­nas que nunca. Ya sólo le quedaba la carta de Hogwarts.

Percatándose de que era más gruesa de lo normal, Harry rasgó el sobre, extrajo la primera página de pergamino y leyó:

Estimado señor Potter:
Le rogamos que no olvide que el próximo curso dará comienzo el 1 de septiembre. El expreso de Hog­warts partirá a las once en punto de la mañana de la estación de King’s Cross, anden nueve y tres cuartos.
A los alumnos de tercer curso se les permite visi­tar determinados fines de semana el pueblo de Hogs­meade. Le rogamos que entregue a sus padres o tuto­res el documento de autorización adjunto para que lo firmen.
También se adjunta la lista de libros del próximo curso.
Atentamente,
Profesora M. McGonagall
Subdirectora

Entonces Lily y James se pusieron serios de repente, ¿Los Dursley firmarían el permiso de Harry para ir a Hogsmeade?

Harry extrajo la autorización para visitar el pueblo de Hogsmeade, y la examinó, ya sin sonreír. Sería estupendo vi­sitar Hogsmeade los fines de semana; sabía que era un pue­blo enteramente dedicado a la magia y nunca había puesto en él los pies. Pero ¿cómo demonios iba a convencer a sus tíos de que le firmaran la autorización?

Varios pusieron muecas, dando por seguro que no iba a conseguir la autorización.

Miró el despertador. Eran las dos de la mañana.

Decidió pensar en ello al día siguiente, se metió en la cama y se estiró para tachar otro día en el calendario que se había hecho para ir descontando los días que le quedaban para regresar a Hogwarts. Se quitó las gafas y se acostó para contemplar las tres tarjetas de cumpleaños.
Aunque era un muchacho diferente en muchos aspectos, en aquel momento Harry Potter se sintió como cualquier otro: contento, por primera vez en su vida, de que fuera su cum­pleaños.

Muchos sonrieron a Harry, contentos porque estuviese contento.

—Aquí acaba —anunció Dumbledore—. Señorita Greengrass, ¿Haría el favor de leer el siguiente capítulo?

Dumbledore no miraba a ninguna de las dos pero ambas sintieron que se refería a Astoria. Esta se levantó y caminó hasta el director.

—Por supuesto —dijo mientras cogía el libro y leía el título del siguiente capítulo—. El error de tía Marge.



¡Son las tres y no he subido el capítulo! Intentaré ser bueno y no decir demasiado aquí, solo os digo que, en este mismo espacio, cuando acabe el siguiente capítulo, os haré una pequeña guía de cómo ser adorable (llevo años investigando) (y no, yo no pienso ponerlo en práctica, a mí me gustan las personas adorables no el ser yo adorable).

¡NOS VEMOS! ¡MUGGLES! ¡N00bs! ¡USELESESES!

Por cierto, tener en cuenta algo importante: Cuando miráis a alguien, ese alguien puede veros a vosotros. Si miras a alguien a los ojos, él puede ver que le miras a los ojos. Parece que hay gente que no es consciente de eso. Me hace gracia.

BYE!

PD: Probar una cosa, cuando digáis palabras como “Prismáticos” decir “Pirismáticos”, con “palabra” decir “Palabara” ¿Se entiende? A mí me mola, es diveretido. ¿Veredad muggeleseses?


1 comentario :

  1. Genial el cap, me encanta como escribes... Por cierto, yo creo que eres adorable

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