martes, 23 de septiembre de 2014

Los sangre sucia y una voz misteriosa


Todos los personajes y las palabras en negrita pertenecen a J.K. Rowling.

Venga va, yo leo —se ofreció Seamus y se acercó a George para coger el libro y leer con el ceño fruncido—: La "sangre sucia" y una voz misteriosa.

Los nacidos de muggles fruncieron el ceño molestos, preguntándose sobre el título del capítulo mientras Malfoy pensaba que, seguramente, relataran el momento en el que llamó por primera vez sangre sucia a Grenger y el conjuro de babosas fallido de Ron.

Durante los días siguientes, Harry pasó bastante tiempo esquivando a Gilderoy Lockhart cada vez que lo veía acercarse por un corredor.

—Bien hecho —le dijo su padre.

Pero más difícil aún era evitar a Colin Creevey, que parecía saberse de memoria el horario de Harry.

Colin bajó la cabeza algo avergonzado. Realmente se sabía de memoria el horario de Harry.

Nada le hacía tan feliz como preguntar «¿Va todo bien, Harry?» seis o siete veces al día, y oír «Hola, Colin» en respuesta, a pesar de que la voz de Harry en tales ocasiones sonaba irritada.

Algunos suspiraron molestos mientras otros sonreían divertidos. Colin empezaba a ser consciente de lo irritante que había sido ese año.

Hedwig seguía enfadada con Harry a causa del desastroso viaje en coche, y la varita de Ron, que todavía no funcionaba correctamente, se superó a sí misma el viernes por la mañana al escaparse de la mano de Ron en la clase de Encantamientos y dispararse contra el profesor Flitwick, que era viejo y bajito, y golpearle directamente entre los ojos, produciéndole un gran divieso verde y doloroso en el lugar del impacto.

Muchos comenzaron a reír ruidosamente, sobre todo los que habían estado allí.

Así que, entre unas cosas y otras, Harry se alegró muchísimo cuando llegó el fin de semana, porque Ron, Hermione y él habían planeado hacer una visita a Hagrid el sábado por la mañana.

Hagrid sonrió, le gustaba saber que a el trío le hacía feliz visitarle.

Pero el capitán del equipo de quidditch de Gryffindor, Oliver Wood, despertó a Harry con un zarandeo varias horas antes de lo que él habría deseado.

Los jugadores de Gryffindor rodaron los ojos, siempre era lo mismo con Wood.

¿Qué pasa? —preguntó Harry, aturdido.

¡Entrenamiento de quidditch! —respondió Wood—. ¡Vamos!

Harry miró por la ventana, entornando los ojos. Una neblina flotaba en el cielo de color rojizo y dorado. Una vez despierto, se preguntó cómo había podido dormir con semejante alboroto de pájaros.

Oliver —observó Harry con voz ronca—, si todavía está amaneciendo…

Muchos abrieron mucho los ojos asombrados mientras el equipo de Gryffindor bufaba y Wood les miraba extrañado.

Exacto —respondió Wood. Era un muchacho alto y fornido de sexto curso y, en aquel momento, tenía los ojos brillantes de entusiasmo—. Forma parte de nuestro nuevo programa de entrenamiento. Venga, coge tu escoba y andando —dijo Wood con decisión—. Ningún equipo ha empezado a entrenar todavía. Este año vamos a ser los primeros en empezar…

—Completamente loco —dijeron los gemelos mientras negaban con la cabeza.

Bostezando y un poco tembloroso, Harry saltó de la cama e intentó buscar su túnica de quidditch.

¡Así me gusta! —dijo Wood—. Nos veremos en el campo dentro de quince minutos.
Encima de la túnica roja del equipo de Gryffindor se puso la capa para no pasar frío,

Lily sonrió satisfecha.

garabateó a Ron una nota en la que le explicaba adónde había ido y bajó a la sala común por la escalera de caracol, con la Nimbus 2.000 sobre el hombro. Al llegar al retrato por el que se salía, oyó tras él unos pasos y vio que Colin Creevey bajaba las escaleras corriendo, con la cámara colgada del cuello, que se balanceaba como loca, y llevaba algo en la mano.

—Colin... —suspiraron muchos algo cansados de su obsesión.

¡Oí que alguien pronunciaba tu nombre en las escaleras, Harry! ¡Mira lo que tengo aquí! La he revelado y te la quería enseñar…

Desconcertado, Harry miró la fotografía que Colin sostenía delante de su nariz. Un Lockhart móvil en blanco y negro tiraba de un brazo que Harry reconoció como suyo. Le complació ver que en la fotografía él aparecía ofreciendo resistencia y rehusando entrar en la foto.

James asintió con la cabeza, al menos su hijo salía ofreciendo resistencia.

Al mirarlo Harry, Lockhart soltó el brazo, jadeando, y se desplomó contra el margen blanco de la fotografía con gesto teatral.

¿Me la firmas? —le pidió Colin con fervor.

No —dijo Harry rotundamente, mirando en torno para comprobar que realmente no había nadie en la sala—. Lo siento, Colin, pero tengo prisa. Tengo entrenamiento de quidditch.

—Al menos trataste de ser educado —dijo Hermione.

—Yo le habría dejado claro que me estaba tocando los cojones desde el primer momento —le confesó Ron.

Y salió por el retrato.

¡Eh, espérame! ¡Nunca he visto jugar al quidditch!

Muchos bufaron. No comprendían como podían los hijos de muggles crecer sin conocer el quidditch.

Colin se metió apresuradamente por el agujero, detrás de Harry.

Será muy aburrido —dijo Harry enseguida, pero Colin no le hizo caso. Los ojos le brillaban de emoción.

Tú has sido el jugador más joven de la casa en los últimos cien años, ¿verdad, Harry? ¿Verdad que sí? —le preguntó Colin, corriendo a su lado—. Tienes que ser estupendo. Yo no he volado nunca. ¿Es fácil? ¿Ésa es tu escoba? ¿Es la mejor que hay?

Colin bajó la cabeza algo avergonzado por haber sido tan pesado mientras muchos reían.

Harry no sabía cómo librarse de él. Era como tener una sombra habladora, extremadamente habladora.

—Lo siento —se disculpó Colin—. No quería molestar.

—Lo sé —le dijo Harry sonriendo—. Por eso intenté ser educado.

No sé cómo es el quidditch, en realidad —reconoció Colin, sin aliento—. ¿Es verdad que hay cuatro bolas? ¿Y que dos van por ahí volando, tratando de derribar a los jugadores de sus escobas?

Sí —contestó Harry de mala gana, resignado a explicarle las complicadas reglas del juego del quidditch—. Se llaman bludgers. Hay dos golpeadores en cada equipo, con bates para golpear las bludgers y alejarlas de sus compañeros. Los golpeadores de Gryffindor son Fred y George Weasley.

Ambos sonrieron satisfechos.

¿Y para qué sirven las otras pelotas? —preguntó Colin, dando un tropiezo porque iba mirando a Harry con la boca abierta.

Muchos rieron mientras Colin se sonrojaba mas todavía.

Bueno, la quaffle, que es una pelota grande y roja, es con la que se marcan los goles. Tres cazadores en cada equipo se pasan la quaffle de uno a otro e intentan introducirla por los postes que están en el extremo del campo, tres postes largos con aros al final.

¿Y la cuarta bola?

Es la snitch —dijo Harry—, es dorada, muy pequeña, rápida y difícil de atrapar. Ésa es la misión de los buscadores, porque el juego del quidditch no finaliza hasta que se atrapa la snitch. Y el equipo cuyo buscador la haya atrapado gana ciento cincuenta puntos.

Y tú eres el buscador de Gryffindor, ¿verdad? —preguntó Colin emocionado.

—Si —dijo James orgulloso—. ¡Y lo es desde primero, aun estando prohibido!

Lily y Remus rodaron los ojos, esta ya era la tercera vez que fardaba de lo mismo. A ellos también le hacía felices que Harry fuese buscador desde primero pero es que James se pasaba.

Sí —dijo Harry, mientras dejaban el castillo y pisaban el césped empapado de rocío—. También está el guardián, el que guarda los postes. Prácticamente, en eso consiste el quidditch.

—Una gran explicación —le felicitó Wood asintiendo seriamente.

Pero Colin no descansó un momento y fue haciendo preguntas durante todo el camino ladera abajo, hasta que llegaron al campo de quidditch, y Harry pudo deshacerse de él al entrar en los vestuarios. Colin le gritó en voz alta:

¡Voy a pillar un buen sitio, Harry! —Y se fue corriendo a las gradas.

Muchos suspiraron sintiéndolo por Harry.

El resto del equipo de Gryffindor ya estaba en los vestuarios. El único que parecía realmente despierto era Wood. Fred y George Weasley estaban sentados, con los ojos hinchados y el pelo sin peinar, junto a Alicia Spinnet, de cuarto curso, que parecía que se estaba quedando dormida apoyada en la pared. Sus compañeras cazadoras, Katie Bell y Angelina Johnson, sentadas una junto a otra, bostezaban enfrente de ellos.

Algunos rieron imaginándose la escena.
Por fin, Harry, ¿por qué te has entretenido? —preguntó Wood enérgicamente—. Veamos, quiero deciros unas palabras antes de que saltemos al campo, porque me he pasado el verano diseñando un programa de entrenamiento completamente nuevo, que estoy seguro de que nos hará mejorar.

Los gemelos, Alicia y Angelina bufaron haciendo que Harry, Oliver y Katie les mirasen mal. Katie pensaba que era lindo que Oliver se esforzase tanto por el quidditch y Harry pensaba que no sería una buena victoria si ganaban sin haber entrenado duramente.

Wood sostenía un plano de un campo de quidditch, lleno de líneas, flechas y cruces en diferentes colores. Sacó la varita mágica, dio con ella un golpe en la tabla y las flechas comenzaron a moverse como orugas. En el momento en que Wood se lanzó a soltar el discurso sobre sus nuevas tácticas, a Fred Weasley se le cayó la cabeza sobre el hombro de Alicia Spinnet y empezó a roncar.

Alicia se ruborizó ligeramente, cosa que no pasó desapercibida para George, que le guiñó un ojo burlón. Este sabía de los sentimientos de la muchacha hacia su hermano como también sabía los de su hermano hacia esta pero, al igual que su hermano hacía con él y Angelina, no iba a decir u hacer nada. George suspiró, ellos eran siempre tan desvergonzados con el resto de chicas pero para él era imposible siquiera el pensar en declararse a Angelina, ¡Y lo odiaba! Pero odiaba más todavía el ver que Angelina fuera tan popular. Esa fue la razón por la que le pidió a Fred que fuera con Angelina al baile de los tres magos. Así estaría con alguien de confianza que no trataría nada con ella.

Le llevó casi veinte minutos a Wood explicar los esquemas de la primera tabla, pero a continuación hubo otra, y después una tercera. Harry se adormecía mientras el capitán seguía hablando y hablando.

Oliver miró a Harry de mala manera.

Bueno —dijo Wood al final, sacando a Harry de sus fantasías

Sobra decir que todos abrieron mucho los ojos, esperando algún dato de interés. Cosa que incrementó por el pequeño y pícaro silencio que dejo Seamus para que todos malpensaran antes de leer de manera burlona:

sobre los deliciosos manjares que podría estar desayunando en ese mismo instante en el castillo—.

—Tenía doce años, ¿Qué pensabais? —preguntó Harry alzando una ceja, ese gesto hizo sonreír a Lily, era un gesto idéntico al que hacia James.

¿Ha quedado claro? ¿Alguna pregunta?

Yo tengo una pregunta, Oliver —dijo George, que acababa de despertar dando un respingo—. ¿Por qué no nos contaste todo esto ayer cuando estábamos despiertos?

Varios rieron mientras Oliver negaba con la cabeza suspirando, siempre era lo mismo con los gemelos.

A Wood no le hizo gracia.

—Obvio —dijo Oliver.

Escuchadme todos —les dijo, con el entrecejo fruncido—, tendríamos que haber ganado la copa de quidditch el año pasado. Éramos el mejor equipo con diferencia. Pero, por desgracia, y debido a circunstancias que escaparon a nuestro control…

Todos recordaron por que Gryffindor había perdido ese año. Harry había arriesgado su vida para proteger la piedra filosofal de manos del-que-no-debe-ser-nombrado y había acabado inconsciente durante varios días, el partido se celebró en uno de ellos y perdieron humillantemente.

Harry se removió en el asiento, con un sentimiento de culpa. Durante el partido final del año anterior, había permanecido inconsciente en la enfermería, con la consecuencia de que Gryffindor había contado con un jugador menos y había sufrido su peor derrota de los últimos trescientos años.

—No te culpo, Harry —se apresuró a decir Oliver—. Es solo que, bueno...

—Lo entiendo —dijo Harry—. A mí también me molesta, créeme.

Wood tardó un momento en recuperar el dominio. Era evidente que la última derrota todavía lo atormentaba.

De forma que este año entrenaremos más que nunca… ¡Venga, salid y poned en práctica las nuevas teorías! —gritó Wood, cogiendo su escoba y saliendo el primero de los vestuarios. Con las piernas entumecidas y bostezando, le siguió el equipo.

Habían permanecido tanto tiempo en los vestuarios, que el sol ya estaba bastante alto, aunque sobre el estadio quedaban restos de niebla. Cuando Harry saltó al terreno de juego, vio a Ron y Hermione en las gradas.

Harry les sonrió a ambos.

¿Aún no habéis terminado? —preguntó Ron, perplejo.

Aún no hemos empezado —respondió Harry, mirando con envidia las tostadas con mermelada que Ron y Hermione se habían traído del Gran Comedor—. Wood nos ha estado enseñando nuevas estrategias.

Montó en la escoba y, dando una patada en el suelo, se elevó en el aire. El frío aire de la mañana le azotaba el rostro, consiguiendo despertarle bastante más que la larga exposición de Wood. Era maravilloso regresar al campo de quidditch.

Muchos sonrieron a Harry comprendiendo lo que había sentido.

Dio una vuelta por el estadio a toda velocidad, haciendo una carrera con Fred y George.

—¿Quién ganó? —preguntó Sirius emocionado.

—Nadie —dijo Harry encogiéndose de hombros—. Colin nos despistó y no la terminamos.

¿Qué es ese ruido? —preguntó Fred, cuando doblaban la esquina a toda velocidad.

Harry miró a las gradas. Colin estaba sentado en uno de los asientos superiores, con la cámara levantada, sacando una foto tras otra, y el sonido de la cámara se ampliaba extraordinariamente en el estadio vacío.

¡Mira hacia aquí, Harry! ¡Aquí! —chilló.

Algunos bufaron algo exasperados mientras Colin volvía avergonzarse de su comportamiento.

¿Quién es ése? —preguntó Fred.

Ni idea —mintió Harry, acelerando para alejarse lo más posible de Colin.

—¡Harry! —le regañaron muchos mientras este se disculpaba con Colin.

¿Qué pasa? —dijo Wood frunciendo el entrecejo y volando hacia ellos. ¿Por qué saca fotos aquél? No me gusta. Podría ser un espía de Slytherin que intentara averiguar en qué consiste nuestro programa de entrenamiento.

—¡Hey, soy Gryffindor! —se quejó Colin.

Es de Gryffindor —dijo rápidamente Harry.

Colin le sonrió a Harry agradecido por hacer que no dudaran de él.

Y los de Slytherin no necesitan espías, Oliver —observó George.

¿Por qué dices eso? —preguntó Wood con irritación.

Porque están aquí en persona —dijo George, señalando hacia un grupo de personas vestidas con túnicas verdes que se dirigían al campo, con las escobas en la mano.

—¿Por qué? —preguntó James molesto.

¡No puedo creerlo! —dijo Wood indignado—. ¡He reservado el campo para hoy! ¡Veremos qué pasa!

Wood se dirigió velozmente hacia el suelo. Debido al enojo aterrizó más bruscamente de lo que habría querido y al desmontar se tambaleó un poco. Harry, Fred y George lo siguieron.
Flint —gritó Wood al capitán del equipo de Slytherin—, es nuestro turno de entrenamiento. Nos hemos levantado a propósito. ¡Así que ya podéis largaros!

—¡Eso! —le apoyaron los leones.

Marcus Flint aún era más corpulento que Wood. Con una expresión de astucia digna de un trol, replicó:

Hay bastante sitio para todos, Wood.

James volvió a bufar, cada vez más molesto, ¿Es que esas estúpidas serpientes no podían aguantar un día sin molestar?

Angelina, Alicia y Katie también se habían acercado. No había chicas entre los del equipo de Slytherin, que formaban una piña frente a los de Gryffindor y miraban burlonamente a Wood.

Muchos negaron con la cabeza mientras muchas chicas bufaban. En el quidditch las mujeres destacaban bastante, sobre todo en las posiciones de cazador y buscador.

¡Pero yo he reservado el campo! —dijo Wood, escupiendo la rabia—. ¡Lo he reservado!
¡Ah! —dijo Flint—, pero nosotros traemos una hoja firmada por el profesor Snape. «Yo, el profesor S. Snape, concedo permiso al equipo de Slytherin para entrenar hoy en el campo de quidditch debido a su necesidad de dar entrenamiento al nuevo buscador.»

—¿Buscador nuevo? —preguntó James frunciendo el ceño.

¿Tenéis un buscador nuevo? —preguntó Wood, preocupado—. ¿Quién es?

Detrás de seis corpulentos jugadores, apareció un séptimo, más pequeño, que sonreía con su cara pálida y afilada: era Draco Malfoy.

James y Sirius bufaron con ganas. Malfoy tenía que ser.

¿No eres tú el hijo de Lucius Malfoy? —preguntó Fred, mirando a Malfoy con desagrado.
Es curioso que menciones al padre de Malfoy —dijo Flint, mientras el conjunto de Slytherin sonreía aún más—. Déjame que te enseñe el generoso regalo que ha hecho al equipo de Slytherin.

Los siete presentaron sus escobas. Siete mangos muy pulidos, completamente nuevos, y siete placas de oro que decían «Nimbus 2.001» brillaron ante las narices de los de Gryffindor al temprano sol de la mañana.

Ante eso James, Tonks y Sirius comenzaron a reírse descontroladamente y Remus y Lily no pudieron contener una sonrisa.

—Tuvieron que comprar a el equipo para que pudiera jugar —dijo Sirius mientras reía.

—Pobre chico —dijo James mientras se sujetaba la tripa—. Tiene que ser humillante ir y decir "Oye, ¿Me dejáis ser el buscador si os regalo una Nimbus 2001 a cada uno? Es que no soy capaz de ganar las pruebas porque no soy lo suficientemente bueno...".

Eso incrementó las risas de Sirius y Tonks además de que varios más se unieron a las risas. Draco tenía la vista fija en sus zapatos, avergonzado. Él tenía confianza en sus habilidades como buscador y creía que, de haberse presentado a las pruebas, las habría ganado. Pero su padre no confiaba en él y tuvo que comprar a el equipo para que Malfoy se asegurara su puesto en el.

Ultimísimo modelo. Salió el mes pasado —dijo Flint con un ademán de desprecio, quitando una mota de polvo del extremo de la suya—. Creo que deja muy atrás la vieja serie 2.000. En cuanto a las viejas Barredoras —sonrió mirando desdeñosamente a Fred y George, que sujetaban sendas Barredora 5—, mejor que las utilicéis para borrar la pizarra.

Unos pocos rieron mientras la mayoría negaba con la cabeza despectivamente.

Durante un momento, a ningún jugador de Gryffindor se le ocurrió qué decir. Malfoy sonreía con tantas ganas que tenía los ojos casi cerrados.

Mirad —dijo Flint—. Invaden el campo.

Ron y Hermione cruzaban el césped para enterarse de qué pasaba.

¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ron a Harry—. ¿Por qué no jugáis? ¿Y qué está haciendo ése aquí?

Miraba a Malfoy, vestido con su túnica del equipo de quidditch de Slytherin.

Soy el nuevo buscador de Slytherin, Weasley —dijo Malfoy, con petulancia—. Estamos admirando las escobas que mi padre ha comprado para todo el equipo.

—Eso —se mofó Sirius—. Tú presume de haber tenido que comprar al equipo para jugar.

Ron miró boquiabierto las siete soberbias escobas que tenía delante.

Son buenas, ¿eh? —dijo Malfoy con sorna—. Pero quizás el equipo de Gryffindor pueda conseguir oro y comprar también escobas nuevas. Podríais subastar las Barredora 5. Cualquier museo pujaría por ellas.

Algunos rieron.

El equipo de Slytherin estalló de risa.

Pero en el equipo de Gryffindor nadie ha tenido que comprar su acceso —observó Hermione agudamente—. Todos entraron por su valía.

Muchos sonrieron a una Hermione que sonreía satisfecha.

Del rostro de Malfoy se borró su mirada petulante.

Nadie ha pedido tu opinión, asquerosa sangre sucia —espetó él.

—¡Como te atreves! —saltó Ron cabreado sacando instantáneamente la varita..

Entonces, como dos veces antes, el Gran Comedor se llenó de humo.

Bien, Scorpius, sabes que ahora sí que se lo merece —dijo una voz femenina que Harry había escuchado la última vez que vinieron.

Lo sé, lo sé —dijo una voz masculina—. Dejármelo a mí.

Como quieras —dijo otra voz masculina.

Harry vio a través del humo un destello de luz, supuso que acababan de hechizar a Malfoy.

El humo desapareció y, como siempre, los desconocidos habían desaparecido tambien. Harry buscó a Malfoy con la mirada, esperando verlo convertido en cerdo como la última vez o algo parecido. Cuando le vio frunció el ceño extrañado, no notaba ningún cambio en el.

Harry no era el único mirando a Malfoy extrañado, todos le miraban buscando algo raro en él, todos habían visto el destello del hechizo pero Malfoy estaba como siempre, ¿Qué pasaba?

Malfoy, molesto por que todos le miraban con caras raras, empezó a quejarse.

—Pasó dos horas cada mañana arreglándome el cabello.

Malfoy abrió los ojos horrorizado, ¿Por qué diantres había dicho eso? ¿Qué pasaba? Todos comenzaron a reírse descontroladamente y Malfoy respiró hondo, más que cabreado.

—Una vez me probé los sujetadores de mi madre —confesó Malfoy—. Mi padre me vio y dijo que me desheredaría si le cogía el gusto a ponérmelos.

Las risas aumentaron y Ron rodaba por el suelo sujetándose la tripa. Malfoy abrió la boca y la cerró varias veces. Quiso gritar "¿Qué coño pasa?" pero de su boca salió:

—¿Por qué Astoria tiene una sonrisa tan bonita? ¡Eso es jugar sucio!

Asombrados por la nueva confesión las risas volvieron a él Gran Comedor acompañadas de una Astoria con la boca semi-abierta pero completamente ruborizada. Malfoy comprendió que el conjuro que le habían lanzado los desconocidos hacia que confesara sus más privados secretos. Lo único que tenía que hacer era no decir nada para estar a salvo.

—Conque Greengrass, ¿Eh? —preguntó Pansy molesta y salió del comedor corriendo.

—¡Pansy! —la llamó Blaise—. ¡Seguro que el conjuro solo hace que diga tonterías, no dice la verdad!
Pero Pansy no le escuchó y salió corriendo.

Malfoy sonrió y quiso decir "Al menos este conjuro ha tenido algo positivo" pero, obviamente, no fue eso lo que dijo.

—No sabéis como me molesta el tener que estar horas cuidando mi cabello y luego ver a Potter con el suyo totalmente desordenado y que le hagáis a el mas caso que a mí, ¡Mi pelo es mejor!

Las risas volvieron a el comedor mientras Malfoy volvía a abrir los ojos entre aterrorizado y avergonzado por haber vuelto a hablar.

—Señor Malfoy, le recomiendo que guarde silencio —le aconsejo la profesora McGonagall intentando contener la risa—. Y ahora sigamos con la lectura.

Un pequeño trozo de papel descendió hasta una desilusionada Astoria que, después del comentario de Blaise, creyó también que lo que había dicho Malfoy era mentira. Lo cogió extrañada y lo abrió.

"Hola, señorita Greengrass, no sé si le importará o no pero le diré que el conjuro que mi amigo Scorpius ha lanzado a su mar Malfoy es uno de confesar secretos. Todo lo que ha dicho es verdad.
Saludos, A.P.W."

Astoria terminó de leer con la boca abierta. Todo lo que había dicho Draco era verdad, Draco creía que tenía una bonita sonrisa... Pero eso era lo que menos le importaba de la nota. Astoria no era tonta y al leer el "A su mar" comprendió de pronto algo importante. Si eso era cierto Draco sería su marido en un futuro. Sonrió satisfecha, eso significaba que Draco cambiaría. Tal vez tuviera que tener una charla con él para apresurar un poco las cosas...

Harry comprendió enseguida que lo que había dicho Malfoy era algo realmente grave,

Muchos asintieron.

porque sus palabras provocaron de repente una reacción tumultuosa. Flint tuvo que ponerse rápidamente delante de Malfoy para evitar que Fred y George saltaran sobre él. Alicia gritó «¡Cómo te atreves!», y Ron se metió la mano en la túnica y, sacando su varita mágica, amenazó «¡Pagarás por esto, Malfoy!», y sacando la varita por debajo del brazo de Flint, la dirigió al rostro de Malfoy.

Muchos animaron a Ron mientras los adultos (que tomaron en cuenta el hecho de que tenía la varita rota) escuchaban preocupados.

Hermione se mordía ligeramente el labio mientras miraba por la ventana. Sabía lo que había ocurrido esa vez y que Ron había salido mal parado pero no podía dejar de emocionarse al ver lo rapidamente que estaba dispuesto a pelear con cualquiera que hablase mal de ella. Le era imposible no sonreír como una boba ante eso.

Un estruendo resonó en todo el estadio, y del extremo roto de la varita de Ron surgió un rayo de luz verde que, dándole en el estómago, lo derribó sobre el césped.

—La varita rota —comprendió Sirius de pronto.

¡Ron! ¡Ron! ¿Estás bien? —chilló Hermione.

Ron abrió la boca para decir algo, pero no salió ninguna palabra. Por el contrario, emitió un tremendo eructo y le salieron de la boca varias babosas que le cayeron en el regazo.

Muchos pusieron muecas de asco imaginándoselo mientras Ron se estremecía con el asqueroso recuerdo.

El equipo de Slytherin se partía de risa. Flint se desternillaba, apoyado en su escoba nueva. Malfoy, a cuatro patas, golpeaba el suelo con el puño. Los de Gryffindor rodeaban a Ron, que seguía vomitando babosas grandes y brillantes. Nadie se atrevía a tocarlo.

Lo mejor es que lo llevemos a la cabaña de Hagrid, que está más cerca —dijo Harry a Hermione, quien asintió valerosamente, y entre los dos cogieron a Ron por los brazos.

—Buena idea chicos —dijo Alice sonriendo.

Harry recordó entonces que, al igual que sus padres, los padres de Neville también estaban allí, sentados junto a este y sonriendo de la misma manera pacífica que él. Solo con verles Harry era capaz de saber que, como a Neville, no les gustaban problemas pero que, también como Neville, no tenían reparo alguno en meterse en problemas por las personas que querían. Aun que esos problemas llegaran a costarles la vida. Harry les sonrió con ganas, no había en el mundo muchas personas como ellas.

¿Qué ha ocurrido, Harry? ¿Qué ha ocurrido? ¿Está enfermo? Pero podrás curarlo, ¿no? —Colin había bajado corriendo de su puesto e iba dando saltos al lado de ellos mientras salían del campo. Ron tuvo una horrible arcada y más babosas le cayeron por el pecho—. ¡Ah! —exclamó Colin, fascinado y levantando la cámara—, ¿puedes sujetarlo un poco para que no se mueva, Harry?

—¡Colin! —le regañaron muchos mientras este se encogía en su asiento.

¡Fuera de aquí, Colin! —dijo Harry enfadado. Entre él y Hermione sacaron a Ron del estadio y se dirigieron al bosque a través de la explanada.

Ya casi llegamos, Ron —dijo Hermione, cuando vieron a lo lejos la cabaña del guardián—. Dentro de un minuto estarás bien. Ya falta poco.

Les separaban siete metros de la casa de Hagrid cuando se abrió la puerta. Pero no fue Hagrid el que salió por ella, sino Gilderoy Lockhart, que aquel día llevaba una túnica de color malva muy claro. Se les acercó con paso decidido.

—¿Qué? —preguntó James extrañado.

—Hagrid, no te habrás hecho amigo de ese idiota, ¿Verdad? —preguntó Sirius frunciendo el ceño.
—Por supuesto que no —bufó Hagrid.

Rápido, aquí detrás —dijo Harry, escondiendo a Ron detrás de un arbusto que había allí. Hermione los siguió, de mala gana.

Ron miró a Hermione de mala manera y gruñó.

—Estabas tan obsesionada con ese idiota... —gruñó molesto—. Tenía ganas de vomitar.

—Sí, babosas —replicó Hermione molesta también porque Ron no parara de echarle en cara lo estúpida que había sido aunque... ¿Estaba molesto o celoso? ¿O ambas cosas? No, Ron no era capaz de sentir dos cosas a la vez. Solo estaba molesto, ¿Por qué iba a estar celoso? Si ese zopenco se dio cuenta de que Hermione era una chica en cuarto curso... (N.A. ¡BESAROS DE UNA VEZ!)

¡Es muy sencillo si sabes hacerlo! —decía Lockhart a Hagrid en voz alta—. ¡Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy! Te dejaré un ejemplar de mi libro. Pero me sorprende que no tengas ya uno. Te firmaré un ejemplar esta noche y te lo enviaré. ¡Bueno, adiós! —Y se fue hacia el castillo a grandes zancadas.

Muchos bufaron, como cada vez que Lockhart hablaba.

Harry esperó a que Lockhart se perdiera de vista y luego sacó a Ron del arbusto y lo llevó hasta la puerta principal de la casa de Hagrid. Llamaron a toda prisa.

Hagrid apareció inmediatamente, con aspecto de estar de mal humor, pero se le iluminó la cara cuando vio de quién se trataba.

Los tres sonrieron a Hagrid.

Me estaba preguntando cuándo vendríais a verme… Entrad, entrad. Creía que sería el profesor Lockhart que volvía.

Harry y Hermione introdujeron a Ron en la cabaña, donde había una gran cama en un rincón y una chimenea encendida en el otro extremo. Hagrid no pareció preocuparse mucho por el problema de las babosas de Ron, cuyos detalles explicó Harry apresuradamente mientras lo sentaban en una silla.

Es preferible que salgan a que entren —dijo ufano, poniéndole delante una palangana grande de cobre—. Vomítalas todas, Ron.

Muchos pusieron nuevamente muecas de asco.

No creo que se pueda hacer nada salvo esperar a que la cosa acabe —dijo Hermione apurada, contemplando a Ron inclinado sobre la palangana—. Es un hechizo difícil de realizar aun en condiciones óptimas, pero con la varita rota…

Los adultos asintieron.

Hagrid estaba ocupado preparando un té. Fang, su perro jabalinero, llenaba a Harry de babas.

Más muecas de asco.

¿Qué quería Lockhart, Hagrid? —preguntó Harry, rascándole las orejas a Fang.

Enseñarme cómo me puedo librar de los duendes del pozo —gruñó Hagrid, quitando de la mesa limpia un gallo a medio pelar y poniendo en su lugar la tetera—. Como si no lo supiera. Y también hablaba sobre una banshee a la que venció. Si en todo eso hay una palabra de cierto, me como la tetera.

Muchos rieron y otros miraron mal a Hagrid.

Era muy raro que Hagrid criticara a un profesor de Hogwarts, y Harry lo miró sorprendido. Hermione, sin embargo, dijo en voz algo más alta de lo normal:

Creo que sois injustos. Obviamente, el profesor Dumbledore ha juzgado que era el mejor para el puesto y…

Era el único para el puesto —repuso Hagrid, ofreciéndoles un plato de caramelos de café con leche, mientras Ron tosía ruidosamente sobre la palangana—. Y quiero decir el único. Es muy difícil encontrar profesores que den Artes Oscuras, porque a nadie le hace mucha gracia. Da la impresión de que la asignatura está maldita. Ningún profesor ha durado mucho. Decidme —preguntó Hagrid, mirando a Ron—, ¿a quién intentaba hechizar?

Malfoy le llamó algo a Hermione —respondió Harry—. Tiene que haber sido algo muy fuerte, porque todos se pusieron furiosos.

—Es algo terrible —le aseguró James fulminando discretamente a Snape con la mirada.

Fue muy fuerte —dijo Ron con voz ronca, incorporándose sobre la mesa, con el rostro pálido y sudoroso—. Malfoy la llamó «sangre sucia».

Malfoy suspiró, su padre le había enseñado lo terrible que era ser hijo de muggles y, a pesar de que en varias ocasiones se lo había cuestionado, lo había tomado por correcto pero no entendía como podía ir su padre en contra del resto del mundo con una filosofía tan discriminatoria, es decir, la mayoría de magos eran mestizos y las pocas (poquísimas) familias que no acababan recayendo en relaciones familiares para mantener la "sangre limpia". Bueno, cosas como esas hacían que hubiese gente como Crabbe y Goyle... Eso de no poder hablar hacia que Malfoy reflexionase más sobre las cosas.

Ron se apartó cuando volvió a salirle una nueva tanda de babosas. Hagrid parecía indignado.

¡No! —bramó volviéndose a Hermione.

Sí —dijo ella—. Pero yo no sé qué significa. Claro que podría decir que fue muy grosero…

Es lo más insultante que se le podría ocurrir —dijo Ron, volviendo a incorporarse—. Sangre sucia es un nombre realmente repugnante con el que llaman a los hijos de muggles, ya sabes, de padres que no son magos. Hay algunos magos, como la familia de Malfoy, que creen que son mejores que nadie porque tienen lo que ellos llaman sangre limpia. —Soltó un leve eructo, y una babosa solitaria le cayó en la palma de la mano. La arrojó a la palangana y prosiguió—. Desde luego, el resto de nosotros sabe que eso no tiene ninguna importancia. Mira a Neville Longbottom… es de sangre limpia y apenas es capaz de sujetar el caldero correctamente.

—Lo siento, Neville, quería tranquilizar a Hermione —se disculpó el pelirrojo—. Y tú sabes que me caes genial.
Neville se limitó a sonreírle de manera comprensiva. Si había algo en Neville que destacaba más que su habilidad en herbología eso era su capacidad para perdonar. Neville tenía el sentido de la empatía más trabajado que muchos otros, eso, por una parte, le hacía ser un muchacho mucho más sensible que los demás, así como también más comprensivo y capaz de perdonar los malos comportamientos de los demás (siempre y cuando fueran dirigidos a él, difícilmente perdonaría a alguien que había hecho daño a sus seres queridos).

Y no han inventado un conjuro que nuestra Hermione no sea capaz de realizar —dijo Hagrid con orgullo, haciendo que Hermione se pusiera colorada.

Hermione le sonrió a Hagrid.

Es un insulto muy desagradable de oír —dijo Ron, secándose el sudor de la frente con la mano—. Es como decir «sangre podrida» o «sangre vulgar». Son idiotas. Además, la mayor parte de los magos de hoy día tienen sangre mezclada. Si no nos hubiéramos casado con muggles, nos habríamos extinguido.

—Un comentario muy sabio, señor Weasley —dijo Dumbledore con un brillo en los ojos—. ¡Cinco puntos para Gryffindor por eso!

Ron sonrió alegre mientras muchos le sonreían.

A Ron le dieron arcadas y volvió a inclinarse sobre la palangana.

Bueno, no te culpo por intentar hacerle un hechizo, Ron —dijo Hagrid con una voz fuerte que ahogaba los golpes de las babosas al caer en la palangana—. Pero quizás haya sido una suerte que tu varita mágica fallara. Si hubieras conseguido hechizarle, Lucius Malfoy se habría presentado en la escuela. Así no tendrás ese problema.

Malfoy tuvo que reconocer que eso era cierto y no solo porque a su padre le encantasen los problemas o meter miedo a la gente sino también porque solo buscaba una excusa para aplastar a los Weasley.

Harry quiso decir que el problema no habría sido peor que estar echando babosas por la boca, pero no pudo hacerlo porque el caramelo de café con leche se le había pegado a los dientes y no podía separarlos.

Algunos rieron.

Harry —dijo Hagrid de repente, como acometido por un pensamiento repentino—, tengo que ajustar cuentas contigo. Me han dicho que has estado repartiendo fotos firmadas. ¿Por qué no me has dado una?

Varios abrieron mucho los ojos, sorprendidos por el comentario.

Harry sintió tanta rabia que al final logró separar los dientes.

Muchos sonrieron a Harry divertidos.

No he estado repartiendo fotos —dijo enfadado—. Si Lockhart aún va diciendo eso por ahí…
Pero entonces vio que Hagrid se reía.

Sólo bromeaba —explicó,

Varios negaron con la cabeza entre molestos y divertidos por la estúpida broma.

dándole a Harry unas palmadas amistosas en la espalda, que lo arrojaron contra la mesa—. Sé que no es verdad. Le dije a Lockhart que no te hacía falta, que sin proponértelo eras más famoso que él.

—Buena esa, Hagrid —le felicitaron los gemelos.

Apuesto a que no le hizo ninguna gracia —dijo Harry, levantándose y frotándose la barbilla.
Supongo que no —admitió Hagrid, parpadeando—. Luego le dije que no había leído nunca ninguno de sus libros, y se marchó. ¿Un caramelo de café con leche, Ron? —añadió, cuando Ron volvió a incorporarse.

No, gracias —dijo Ron con debilidad—. Es mejor no correr riesgos.

—Cierto —coincidió Harry—. Imagínate que se te pegan los dientes con él y se te acumulan las babosas en la boca.

Todos pusieron muecas de exagerado asco al imaginar a una grande, viscosa y asquerosa babosa deslizándose suavemente por sus lenguas, dejando tras ella un camino marcado por la baba que soltaba.

Venid a ver lo que he estado cultivando —dijo Hagrid cuando Harry y Hermione apuraron su té.
En la pequeña huerta situada detrás de la casa de Hagrid había una docena de las calabazas más grandes que Harry hubiera visto nunca. Más bien parecían grandes rocas.

Van bien, ¿verdad? —dijo Hagrid, contento—. Son para la fiesta de Halloween. Deberán haber crecido lo bastante para ese día.

¿Qué les has echado? —preguntó Harry.

Hagrid miró hacia atrás para comprobar que estaban solos.

Bueno, les he echado… ya sabes… un poco de ayuda.

Lily negó con la cabeza con una pequeña e imperceptible sonrisa.

Harry vio el paraguas rosa estampado de Hagrid apoyado contra la pared trasera de la cabaña. Ya antes, Harry había sospechado que aquel paraguas no era lo que parecía; de hecho, tenía la impresión de que la vieja varita mágica de Hagrid estaba oculta dentro. Según las normas, Hagrid no podía hacer magia, porque lo habían expulsado de Hogwarts en el tercer curso, pero Harry no sabía por qué.

—Por algo que no hizo —dijo Harry con frialdad mirando al ministro.

Cualquier mención del asunto bastaba para que Hagrid carraspeara sonoramente y sufriera de pronto una misteriosa sordera que le duraba hasta que se cambiaba de tema.

¿Un hechizo fertilizante, tal vez? —preguntó Hermione, entre la desaprobación y el regocijo—. Bueno, has hecho un buen trabajo.

Eso es lo que dijo tu hermana pequeña —observó Hagrid, dirigiéndose a Ron—. Ayer la encontré. —Hagrid miró a Harry de soslayo y vio que le temblaba la barbilla—. Dijo que estaba contemplando el campo, pero me da la impresión de que esperaba encontrarse a alguien más en mi casa. —Guiñó un ojo a Harry—. Si quieres mi opinión, creo que ella no rechazaría una foto fir…

—¡Hagrid! —exclamó Ginny avergonzada mientras muchos reían.

¡Cállate! —dijo Harry. A Ron le dio la risa y llenó la tierra de babosas.

Las risas fueron suplantadas por muecas de asco y una mirada preocupada de Molly, ¿A qué madre podría gustarle que su hijo vomitase babosas? Aunque bueno, tal vez si es un castigo...

¡Cuidado! —gritó Hagrid, apartando a Ron de sus queridas calabazas.

Ya casi era la hora de comer, y como Harry sólo había tomado un caramelo de café con leche en todo el día, tenía prisa por regresar al colegio para la comida. Se despidieron de Hagrid y regresaron al castillo, con Ron hipando de vez en cuando, pero vomitando sólo un par de babosas pequeñas.

Apenas habían puesto un pie en el fresco vestíbulo cuando oyeron una voz.

Conque estáis aquí, Potter y Weasley. —La profesora McGonagall caminaba hacia ellos con gesto severo—. Cumpliréis vuestro castigo esta noche.

—Cierto —recordó Sirius—. El castigo por haber sido tan geniales y haber llegado a Hogwarts volando.

¿Qué vamos a hacer, profesora? —preguntó Ron, asustado, reprimiendo un eructo.

Tú limpiarás la plata de la sala de trofeos con el señor Filch —dijo la profesora McGonagall—. Y nada de magia, Weasley… ¡frotando!

Muchos pusieron muecas al escucharlo, eso era una tortura.

Ron tragó saliva. Argus Filch, el conserje, era detestado por todos los estudiantes del colegio.
Y tú, Potter, ayudarás al profesor Lockhart a responder a las cartas de sus admiradoras —dijo la profesora McGonagall.

—Oh, no —murmuró Lily—. Mi niño...

—¿No podía ir y ayudar con la plata? —preguntó (suplicó) James.

Oh, no… ¿no puedo ayudar con la plata? —preguntó Harry desesperado.

Padre e hijo se miraron sonriendo.

Desde luego que no —dijo la profesora McGonagall, arqueando las cejas—. El profesor Lockhart ha solicitado que seas precisamente tú. A las ocho en punto, tanto uno como otro.
Harry y Ron pasaron al Gran Comedor completamente abatidos, y Hermione entró detrás de ellos, con su expresión de «no-haber-infringido-las-normas-del-colegio». Harry no disfrutó tanto como esperaba con su pudín de carne y patatas. Tanto Ron como él pensaban que les había tocado la peor parte del castigo.

—Es que lo mío era peor —dijeron ambos al mismo tiempo—. ¡No! ¡Lo mío! ¡Deja de imitarme! Parecemos Fred y George.

Después de ese extraño acto de repeticiones estúpidas muchos rompieron a reír, incluidos ellos.
—¡Hey! ¡Lo de hablar a la vez es cosa nuestra! —dijeron los gemelos al mismo tiempo y se miraron—. ¿Veis? Es porque somos geniales/estupendos.

—¡Fred! ¿Cómo que estupendos? ¡Es obvio que había que decir genial! —se quejó George.

—¿Estás loco? Cuando hablamos a la vez tenemos que usar las palabras más largas, estaba claro que era estupendo —replicó Fred.

Seamus, tan divertido por el estúpido espectáculo como los demás, decidió seguir leyendo (se le estaban cansando las piernas por estar de pie y quería terminar cuanto antes).

Filch me tendrá allí toda la noche —dijo Ron apesadumbrado—. ¡Sin magia! Debe de haber más de cien trofeos en esa sala. Y la limpieza muggle no se me da bien.

—Tampoco la mágica —bufó Hermione—. No se te da bien la limpieza en general.

Te lo cambiaría de buena gana —dijo Harry con voz apagada—. He hecho muchas prácticas con los Dursley.

Muchos gruñeron ante la mención de los Dursley.

Pero responder a las admiradoras de Lockhart… será una pesadilla.

Varios asintieron suspirando, sería un autentico suplicio.

La tarde del sábado pasó en un santiamén, y antes de que se dieran cuenta, eran las ocho menos cinco. Harry se dirigió al despacho de Lockhart por el pasillo del segundo piso, arrastrando los pies. Llamó a la puerta a regañadientes.

La puerta se abrió de inmediato. Lockhart le recibió con una sonrisa.

¡Aquí está el pillo! —dijo—. Vamos, Harry, entra.

Dentro había un sinfín de fotografías enmarcadas de Lockhart, que relucían en los muros a la luz de las velas. Algunas estaban incluso firmadas. Tenía otro montón grande en la mesa.

¡Tú puedes poner las direcciones en los sobres! —dijo Lockhart a Harry, como si se tratara de un placer irresistible—. El primero es para la adorable Gladys Gudgeon, gran admiradora mía.
Los minutos pasaron tan despacio como si fueran horas. Harry dejó que Lockhart hablara sin hacerle ningún caso, diciendo de cuando en cuando «mmm» o «ya» o «vaya».

James sonrió orgulloso.

Algunas veces captaba frases del tipo «La fama es una amiga veleidosa, Harry» o «Serás célebre si te comportas como alguien célebre, que no se te olvide».

Las velas se fueron consumiendo y la agonizante luz desdibujaba las múltiples caras que ponía Lockhart ante Harry. Éste pasaba su dolorida mano sobre lo que le parecía que tenía que ser el milésimo sobre y anotaba en él la dirección de Verónica Smethley.

«Debe de ser casi hora de acabar», pensó Harry, derrotado. «Por favor, que falte poco…»
Y en aquel momento oyó algo, algo que no tenía nada que ver con el chisporroteo de las mortecinas velas ni con la cháchara de Lockhart sobre sus admiradoras.

Muchos fruncieron el ceño extrañados mientras Harry tragaba saliva nervioso, recordando la voz.

Era una voz, una voz capaz de helar la sangre en las venas, una voz ponzoñosa que dejaba sin aliento, fría como el hielo.

Todos miraban a Harry entre alterados y preocupados pero este no dijo nada.

Ven…, ven a mí… Deja que te desgarre… Deja que te despedace… Déjame matarte…

—¡¿Estas de coña?! —preguntó Astoria alterada—. Eso es escalofriante.

Malfoy quiso decir "Y que lo digas" pero claro, había olvidado el maleficio que le habían echado por lo que eso no fue lo que dijo.

—Mi madre me descubrió un día mientras jugaba con mi varita. Nunca ha comentado nada al respecto pero desde ese día no me mira de la misma manera.

Todos rompieron a reír escandalosamente mientras Malfoy enrojecía de manera furiosa. Al menos había conseguido aligerar el ambiente.

Después de varios minutos, burlas y sonrojos la lectura siguió su curso.

Harry dio un salto, y un manchón grande de color lila apareció sobre el nombre de la calle de Verónica Smethley.

¿Qué? —gritó.

La sala volvió a tensarse, recordando la extraña y escalofriante voz.

Pues eso —dijo Lockhart—: ¡seis meses enteros encabezando la lista de los más vendidos! ¡Batí todos los récords!

—¡Callate! —ordenó Lily asustada a el personaje del libro. Nadie le recriminó nada, había dicho en voz alta lo que todos habían pensado.

¡No! —dijo Harry asustado—. ¡La voz!

¿Cómo dices? —preguntó Lockhart, extrañado—. ¿Qué voz?

—¿No la escuchó? —preguntó Moody extrañado, intuyendo que no tenía nada que ver por qué no hubiera estado en ¡ALERTA PERMANENTE!

La… la voz que ha dicho… ¿No la ha oído?

Muchos tragaron saliva, entre asustados y preocupados.

Lockhart miró a Harry desconcertado.

¿De qué hablas, Harry? ¿No te estarías quedando dormido? ¡Por Dios, mira la hora que es! ¡Llevamos con esto casi cuatro horas! Ni lo imaginaba… El tiempo vuela, ¿verdad?

—¡Cuatro horas! —exclamó la profesora McGonagall—. ¡Como se le ocurre!

Harry no respondió. Aguzaba el oído tratando de captar de nuevo la voz, pero no oyó otra cosa que a Lockhart diciéndole que otra vez que lo castigaran, no tendría tanta suerte como aquélla. Harry salió, aturdido.

Era tan tarde que la sala común de Gryffindor estaba prácticamente vacía y Harry se fue derecho al dormitorio. Ron no había regresado todavía. Se puso el pijama y se echó en la cama a esperar. Media hora después llegó Ron, con el brazo derecho dolorido y llevando con él un fuerte olor a limpiametales.

Tengo todos los músculos agarrotados —se quejó, echándose en la cama—. Me ha hecho sacarle brillo catorce veces a una copa de quidditch antes de darle el visto bueno. Y vomité otra tanda de babosas sobre el Premio Especial por los Servicios al Colegio. Me llevó un siglo quitar las babas. Bueno, ¿y tú qué tal con Lockhart?

En voz baja, para no despertar a Neville, Dean y Seamus, Harry le contó a Ron con toda exactitud lo que había oído.

Ron le sonrió a Harry, le gustaba que se lo contara todo.

¿Y Lockhart dijo que no había oído nada? —preguntó Ron. A la luz de la luna, Harry podía verle fruncir el entrecejo—. ¿Piensas que mentía? Pero no lo entiendo… Aunque fuera alguien invisible, tendría que haber abierto la puerta.

Muchos asintieron, realmente era algo extraño.

Lo sé —dijo Harry, recostándose en la cama y contemplando el dosel—. Yo tampoco lo entiendo.

—Aquí acaba —dijo Seamus finalmente, feliz por haber acabado de leer y deseoso de volver a sentarse aunque, como los demás, preocupado por la extraña voz.

—Pues yo leo ahora —dijo Dean mientras se levantaba y caminaba hacia su amigo. Cogió el libro y leyó frunciendo el ceño—: El cumpleaños de muerte.

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