lunes, 30 de marzo de 2015

La Saeta de Fuego


Hola a todooooooooooooooooos!

Cuanto, pero cuanto cuanto tiempo sin poner un capitulo nuevo. Ni siquiera se como sigues aquí leyendo esto. Pero te lo agradezco. Os lo agradezco. Sin duda alguna vosotros sois los mejores lectores que un escritor podría tener. 


Ja, escritor, suena demasiado bien. Pero escritor es el que escribe, ¿no? Y yo escribo, entonces, ¿Soy un escritor? Suena demasiado poderoso como para ser cierto. Pero todo el mundo escribe... ¿entonces todos somos escritores? ¡Los escritores hemos dominado el mundo! Ya era hora.


En fin, he querido hacer dos capítulos seguidos. Y lo he conseguido. Pero ahora estoy muerto. ¿Me creerías si os digo que son las 6 de la mañana? Porque lo son. Y llevo aquí desde antes de cenar. Menos mal que mi madre esta dormida... Si se llega a enterar me vuelve a prohibir escribir. Y, por lo menos yo, no quiero eso. A lo que iba, como es tan tarde y yo ya estoy de practicas (por lo que madrugo), me gustaría dormir algo. No contestaré los comentarios. Y si los contesto mañana (que espero hacerlo, por lo menos a los que tengan posible respuesta) será directamente al comentario. Por lo que, si en unas 8 horas todavía te acuerdas de lo que escribiste hace ya tiempo, y quieres leer la respuesta, puedes hacerlo.


Bueno, mi estúpida mente a quitado la sorpresa. Si, hay dos capítulos. Era lo mínimo que podía hacer después de todo este tiempo sin escribir, ¿no? Uno de lectura (este), y el siguiente de cosas varias que se le han ido ocurriendo a mi mente. Hace mucho que no la dejo hacer lo que quiera, por lo que estará algo oxidada, y hace mucho que no escribo, por lo que se notará un poco, pero espero que os guste.

¡A ello!



Todos los personajes y los fragmentos del libro original pertenecen a J.K. Rowling.

LA SAETA DE FUEGO

—Yo leeré —se ofreció James mientras caminaba hasta el libro. No quería pensar, y había llegado a la conclusión de que leyendo no iba a poder pensar en nada de eso—. La saeta de fuego. 

Sirius intentó sonreírle a Harry al escuchar el nombre de la escoba que el mismo le había regalado, pero no fue capaz de sonreír. James comenzó a leer.

Harry no sabía muy bien cómo se las había apañado para re­gresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y en­trar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún re­sonaban las frases de la conversación que acababa de oír.

¿Por qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?

Muchos en el Gran Comedor seguían sin entender nada, todo indicaba a que Sirius Black había sido el culpable, pero ¿Por qué Harry insistía diciendo que era inocente? Aún con todo el comedor lleno de dudas ninguno de los que sabían lo que realmente ocurrido quiso aclarar nada.

James se mordió el labio, muchos diferentes pensamientos invadían su mente por momentos y su cabeza comenzaba a arder con fuerza. Se acarició la sien durante unos segundos, soltó un suspiro, y siguió leyendo.

Ron y Hermione observaron intranquilos a Harry du­rante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca. Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado me­dia docena de bombas fétidas. Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el arma­rio. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres. Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que...

Lily no pudo evitar sentirse mal al imaginar como lo había sufrido su hijo. Ella también lo estaba pasando mal, pero los sentimientos de su hijo siempre iban delante de los de ella.

Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en to­das direcciones. Su madre, radiante de felicidad, estaba co­gida del brazo de su padre. Y allí... aquél debía de ser. El pa­drino. Harry nunca le había prestado atención.

Harry se sentía fatal, ahora que conocía toda la historia se sentía algo culpable por haber culpado (y odiado) a Sirius. Aunque, realmente ¿Que más podía haber hecho?

Si no hubiera sabido que era la misma persona no ha­bría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muer­te de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?

«Pero los dementores no le afectan —pensó Harry, fiján­dose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado...»

Sirius sonrió tristemente mientras tragaba saliva. Ya esperaba que Harry fuera a odiarlo, a despreciarlo y a pensar cosas horribles sobre él. Era consciente de que iba a pasar, pero ahora que estaba tan cerca de que ocurriera... No se sentía capaz de soportarlo. No le culpaba, por supuesto que no, Harry no tenía la culpa de nada, ¡Suficiente estaba cargando ya el pobre como para tener la culpa de nada! Suspiró cansado. Se sentía mareado y cansado, muy cansado. Solo tenía ganas de ir a la cama. De ir a la cama y no despertar un mucho mucho tiempo.

Harry cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista.

Se abrió la puerta del dormitorio.

—¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de Ron.

Pero Harry se quedó quieto, simulando que dormía. 

Ron puso una sonrisa ladeada, comprendiendo el comportamiento de Harry.

Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos. Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido. Podía ver a Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pe­gada a los ojos la foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom) volara en mil pedazos. Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehe­mente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto...» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los dementores se le acercaban.

—Harry...—murmuró Lily sin poder evitarlo—.  ¿Porque siempre te castigas a ti mismo de esa forma?

Harry no contestó, no tuvo siquiera el coraje suficiente para girarse hacia su madre. Siguió con la cabeza apuntando al suelo y con los ojos firmemente cerrados, deseando que el tiempo pasase más rápido.

—Harry..., tienes un aspecto horrible.

Harry no había podido pegar el ojo hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado el dormitorio desierto, se había vestido y bajado la escalera de caracol hasta la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, y Hermione, que había ex­tendido sus deberes por tres mesas.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry

—¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuer­das? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.

Harry se sentó en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.

—Es verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación.

—Estoy bien —dijo Harry.

—Escucha, Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente disgustado por lo que oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería.

Todos asintieron levemente, conociendo a Harry (dado que, debido a la lectura de los libros, todos creían conocerle) seguramente acabaría haciendo alguna estupidez que, probablemente, pondría su vida en peligro.

—¿Cómo qué? —dijo Harry

—Como ir detrás de Black —dijo Ron, tajante.

Harry se dio cuenta de que habían ensayado aquella conversación mientras él estaba dormido. No dijo nada.

Ron no pudo evitar bufar, ¿Es que tenía que darse cuenta de todo?

—No lo harás. ¿Verdad que no, Harry? —dijo Hermione.

—Porque no vale la pena morir por Black —dijo Ron.

Ron se giró hacia Sirius, pidiéndole perdón con la mirada. Sirius negó tranquilamente con la cabeza para hacerle comprender que no tenía importancia, y era cierto, en estos momentos, cualquier cosa que hubiese pensado Ron le traía sin cuidado.

Harry los miró. No entendían nada.

—¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con te­mor—. 

James hizo una pausa para coger aire, no se sentía preparado para leer lo que venía a continuación, pero tenía que hacerlo.

Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si des­cubrierais que alguien que en principio era amigo suyo la ha­bía traicionado y le había enviado a Voldemort...

James estaba a punto de quebrarse, imágenes de Peter invadían su mente sin piedad. Y le dolía, claro que le dolía. Mucho. Tanto como puede dolerle a alguien que le traicione alguien a quien quiere. Y que esa traición no solo le cueste la vida, sino también la de la mujer a la que ama, y un alto y despiadado sufrimiento a la vida de su pequeño e inocente hijo... Suspiró lentamente, buscando calmar su respiración, y siguió leyendo.

—No puedes hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido—. Los dementores atraparán a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban... ¡y se llevará su merecido!

Hermione se mordía el labio, nerviosa, quería pedirle disculpas a Sirius, por todas las cosas que había dicho y pensado sobre él, pero entendía que a Sirius ahora mismo no le interesaba para nada eso, y que más que hacerle sentir mejor a él, solo buscaba sentirse mejor ella consigo misma, así que decidió no decir nada y esperar a que las cosas pasen a estar mejor.

—Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azka­ban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo es para los demás.

—Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron muy tenso—. ¿Acaso quieres... matar a Black?

Sirius cerró los ojos con fuerza sintiendo que algo le atravesaba al escuchar eso. Tenía la respiración muy agitada, la lectura de este libro no iba a ser nada cómoda. Al menos por ahora.

—No seas tonto —dijo Hermione, con miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad que no, Harry?

—Claro que no —aseguraron muchos.

Harry volvió a quedarse callado. No sabía qué preten­día. Lo único que sabía es que la idea de no hacer nada mien­tras Black estaba libre era insoportable.

—Malfoy sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os acordáis de lo que me dijo en la clase de Pociones? «Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.»

—No entiendo porque sigues escuchando a ese idiota —dijo Tonks negando con la cabeza. Toda esta situación era dura para ella también. Por razones lógicas no lo estaba pasando tan mal como Sirius, James, Lily o Remus, pero ella también lo sufría. No le gustaba vera  Remus, ¡Su Remus! Pasándolo mal. Le gustaría hacer algo por él, cualquier cosa, pero ¿Qué? ¿Qué podía hacer? Lo que menos quería hacer era molestarle. No era muy propio de ella poner excusas y quedarse sin hacer nada, pero realmente estaba bloqueada.

—¿Vas a seguir el consejo de Malfoy y no el nuestro? —dijo Ron furioso—. Escucha... ¿sabes lo que recibió a cam­bio la madre de Pettigrew después de que Black lo matara? Mi padre me lo dijo: la Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de Pettigrew dentro de una caja. Fue el trozo mayor de él que pudieron encontrar. Black está loco, Harry, y es muy peligroso.

—El padre de Malfoy debe de haberle contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las explicaciones de Ron—. Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort.

Muchos se estremecieron al escuchar el nombre de él que no debe ser nombrado aunque, por extraño que parezca, no tantos, el escuchar tantas veces estos días ese nombre estaba causando un efecto bastante positivo en ese aspecto.

—Llámalo Quien Tú Sabes, ¿quieres hacer el favor? —repuso Ron enfadado.

—Entonces está claro que los Malfoy sabían que Black trabajaba para Voldemort...

—¡Y a Malfoy le encantaría verte volar en mil pedazos, como Pettigrew! Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el par­tido de quidditch.

—Tampoco te pases —dijo Malfoy en un susurro. No se atrevía a hablar en voz alta, como todos ahora mismo en el Gran Comedor. Había un asunto tratándose, y ellos no tenían nada que ver con él, así que se mantenían distanciados.

—Harry, por favor —dijo Hermione, con los ojos brillan­tes de lágrimas—, sé sensato. Black hizo algo terrible, terri­ble. Pero no... No te pongas en peligro. Eso es lo que Black quiere... Estarías metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo. Tus padres no querrían que te hiciera daño, ¿ver­dad? ¡No querrían que fueras a buscar a Black!

—No sabré nunca lo que querrían, porque por culpa de Black no he hablado con ellos nunca —dijo Harry con brus­quedad.

Hubo un silencio en el que Crookshanks se estiró volup­tuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estre­meció.

Esta vez fue el propio Harry el que vio estúpido el que se diera cuenta de cosas tan inútiles en momentos como ese, ¿a quién le importaba que Crookshanks se estirara y que la estúpida rata de Ron se asustará por ello? Aunque... ¿Realmente se estremeció por que Crookshanks se estirará o tal vez fue por el comentario que había hecho Harry segundos antes?

—Mira —dijo Ron, tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Ha­grid. No le hemos visitado desde hace un montón de tiempo.

—¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Harry no debe abandonar el castillo, Ron.

—Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le pre­guntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!

Hagrid desvió rápidamente la vista al suelo, sin decir nada.

Seguir discutiendo sobre Sirius Black no era lo que Ron había pretendido.

—Podríamos echar una partida de ajedrez —dijo apre­suradamente—. O de gobstones. Percy dejó un juego.

—No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry con firmeza.

Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pu­sieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guar­dia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.

Caminaron lentamente por el césped, dejando sus hue­llas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibi­do parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada.

Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.

—No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, tem­blando bajo la capa.

Ron pegó la oreja a la puerta.

—Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang?

Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.

—¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso.

—¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Ha­grid, ¿estás ahí?

Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chi­rrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lá­grimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.

Muchos miraron a Hagrid preocupados, ¿Que había pasado?

—¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry

Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa. Harry es­tuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Her­mione lo rescataron, cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda de Harry Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, so­llozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lá­grimas que le goteaban sobre la barba revuelta.

—¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione aterrada.

Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial.

—¿Qué es, Hagrid?

Lily abrió los ojos de golpe, intuyendo que era lo que ocurría. Puso una mueca triste, ¿Es que solo iban a pasar cosas malas?

Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:


Estimado Señor Hagrid:

En relación con nuestra indagación sobre el ata­que de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene respon­sabilidad en tan lamentable incidente.
Algunos le sonrieron a Hagrid, pensando que era una buena noticia, pero los más avispados pusieron una mueca, entendiendo que, si la culpa no iba hacia Hagrid, tenía que ir dirigida a otra persona. O a un animal...

—Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadi­ta en el hombro.

Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.


Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preo­cupación en lo que concierne al mencionado hipogri­fo. Hemos decidido dar curso a la queja oficial pre­sentada por el señor Lucius Malfoy, y este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el hipogrifo deberá perma­necer atado y aislado.

Atentamente...

Malfoy dio una patada al suelo, cabreado consigo mismo y cansado de su estupidez. Era increíble la capacidad de reflexión que les proporcionaba a las personas el simple hecho de mostrarles desde otra perspectiva lo que sus actos causaban. Y Draco ya había reflexionado suficiente, y ya tenía claro que iba a cambiar como persona, y, de hecho, ya estaba cambiando. Pero eso solo hacía que se sintiera peor al ver lo estúpido, asqueroso y cruel que había sido en tantas ocasiones.

Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar.

—¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo. Seguro que lo consideran inocente.

—No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas... —dijo Hagrid con voz ahoga­da, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.

Un ruido repentino, procedente de un rincón de la caba­ña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masti­cando algo que llenaba de sangre el suelo.

—¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!

Muchos sonrieron a Hagrid, entendiendo lo que sentía.

Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coinci­dido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos». Pero Buck­beak no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura.

Hagrid asintió varias veces, Buckbeak era una ricura, aunque ignoró todo eso sobre monstruos terroríficos.

—Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enor­me antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es peligroso.

—¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak...

Se pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal. Lue­go gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro en los brazos.

Malfoy cerró los ojos con fuerza, odiándose a sí mismo. ¿Qué derecho tenía el a decidir sobre vidas ajenas? ¿Por qué llegó a sentirse con derecho a arrebatarle la vida al hipogrifo? Cada vez que escuchaba se nombre en el libro se odiaba más a sí mismo.

—¿Y Dumbledore? —preguntó Harry.

—Ya ha hecho por mí más que suficiente —gimió Ha­grid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante.

Ron y Hermione miraron rápidamente a Harry, temien­do que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado.

Harry no pudo evitar sentirse aliviado por el comportamiento que tuvo en esa ocasión, no le habría gustado molestar a Hagrid cuando estaba en esa situación.

—Escucha, Hagrid —dijo—, no puedes abandonar. Her­mione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena de­fensa. Nos puedes llamar como testigos...

—Estoy segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo —dijo Hermione pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió exactamente.

Hagrid les sonrió a ambos agradecido, con lágrimas en los ojos.

Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Her­mione miraron a Ron implorándole ayuda.

—Eh... ¿preparo un té? —preguntó Ron. Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi madre cuando alguien está preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros.

Hermione no pudo evitar sonreírle a Ron, viendo lo lindo de sus intenciones. Eran este tipo de actos los que llevaban descolocándola desde hace ya mucho.

Por fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la na­riz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo:

—Tenéis razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que re­cobrarme...

—¡Eso es, Hagrid! —dijeron muchos estúpidamente.

Fang, el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid.

—Estos días he estado muy raro —dijo Hagrid, acari­ciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis clases.

—De verdad que nos gustan —se apresuró a mentir Hermione.

Hermione se puso colorada y bajó la vista rápidamente.

—¡Sí, son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos?

Ron también se sonrojó de forma inmediata.

—Te odio, Harry, te odio —murmuró, algo molesto con que se diera cuenta hasta de que había cruzado los dedos debajo de la mesa. Ahora Hagrid sabría de esto, sería un golpe para su autoestima.

—No te preocupes, Ron —dijo Hagrid sonriendo con madurez—. Si no os gustan solo significa que tengo que hacerlo mejor, ¿no? Aunque me gustaría mucho que fuerais más sinceros conmigo...

—¡Lo seremos! —se apresuraron a decir los tres.

—Muertos —dijo Hagrid con tristeza—. Demasiada le­chuga.

—¡Oh, no! —exclamó Ron. El labio le temblaba.

—Y los dementores me hacen sentir muy mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento repentino—. Cada vez que quiero tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar jun­to a ellos. Es como estar otra vez en Azkaban.

Se quedó callado, bebiéndose el té. Harry, Ron y Hermio­ne lo miraban sin aliento. No le habían oído nunca mencionar su estancia en Azkaban. Después de una breve pausa, Hermione le preguntó con timidez:

—¿Tan horrible es Azkaban, Hagrid?

—No te puedes hacer ni idea —respondió Hagrid, en voz baja—. Nunca me había encontrado en un lugar parecido. Pensé que me iba a volver loco. No paraba de recordar cosas horribles: el día que me echaron de Hogwarts, el día que murió mi padre, el día que tuve que desprenderme de Norbert... —Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norbert era la cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de cartas—. Al cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de seguir viviendo. Yo hubiera querido mo­rir mientras dormía.

Muchos miraron a Hagrid con tristeza, y momentos después, comprendiendo que el que más tiempo había pasado en Azkaban no había sido él, se giraron hacia Sirius, mirándole con una mezcla de admiración y tristeza.

Cuando me soltaron, fue como volver a nacer; todas las cosas volvían a aparecer ante mí. Fue mara­villoso. Sin embargo, los dementores no querían dejarme marchar.

—¡Pero si eras inocente! —exclamó Hermione.

Hagrid resopló.

—¿Y crees que eso les importa? Les da igual. Mientras tengan doscientas personas a quienes extraer la alegría, les importa un comino que sean culpables o inocentes. —Hagrid se quedó callado durante un rato, con la vista fija en su taza de té. Luego añadió en voz baja—: Había pensado liberar a Buckbeak, para que se alejara volando... Pero ¿cómo se le ex­plica a un hipogrifo que tiene que esconderse? Y... me da miedo transgredir la ley... —Los miró, con lágrimas cayendo de nuevo por su rostro—. No quisiera volver a Azkaban.

—Es lógico —dijeron muchos, sintiéndose mal por la situación en la que se había encontrado Hagrid.

La visita a la cabaña de Hagrid, aunque no había resultado divertida, había tenido el efecto que Ron y Hermione desea­ban. Harry no se había olvidado de Black, pero tampoco podía estar rumiando continuamente su venganza y al mismo tiempo ayudar a Hagrid a ganar su caso. Él, Ron y Hermione fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la sala común cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa de Buckbeak. Los tres se sentaron de­lante del abundante fuego, pasando lentamente las páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famo­sos de animales merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba a los otros.

—Aquí hay algo. Hubo un caso, en 1722... pero el hipo­grifo fue declarado culpable. ¡Uf! Mirad lo que le hicieron. Es repugnante.

Muchos pusieron diferentes muecas, dado que Hermione no había dado explicaciones todos se habían imaginado algo diferente.

—Esto podría sernos útil. Mirad. Una mantícora atacó a alguien salvajemente en 1296 y fue absuelta... ¡Oh, no! Lo fue porque a todo el mundo le daba demasiado miedo acer­carse...

Alguno soltó una leve risita divertida que fue cortada por el silencio del resto de la gente.

Entretanto, en el resto del castillo habían colgado los acostumbrados adornos navideños, que eran magníficos, a pesar de que apenas quedaban estudiantes para apreciarlos. En los corredores colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro de cada armadura brillaban luces misteriosas; y en el vestíbulo los doce habituales árboles de Navidad brillaban con estrellas doradas. En los pasillos había un fuerte y deli­cioso olor a comida que, antes de Nochebuena, se había hecho tan potente que incluso Scabbers sacó la nariz del bolsillo de Ron para olfatear.

La mañana de Navidad, Ron despertó a Harry tirándole la almohada.

—¡Despierta, los regalos!

James no pudo evitar sonreír, por fin algo alegre.

Harry cogió las gafas y se las puso. Entornando los ojos para ver en la semioscuridad, miró a los pies de la cama, donde se alzaba una pequeña montaña de paquetes. Ron rasgaba ya el papel de sus regalos.

—Otro jersey de mamá. Marrón otra vez. Mira a ver si tú tienes otro.

Harry tenía otro. La señora Weasley le había enviado un jersey rojo con el león de Gryffindor en la parte de delante, una docena de pastas caseras, un trozo de pastel y una caja de turrón. 

Harry le agradeció  a la señora Weasley con la mirada, a lo que ella respondió con una enorme sonrisa.

Al retirar las cosas, vio un paquete largo y estre­cho que había debajo.

—¿Qué es eso? —preguntó Ron mirando el paquete y sosteniendo en la mano los calcetines marrones que acababa de desenvolver.

—No sé...

Harry abrió el paquete y ahogó un grito al ver rodar so­bre la colcha una escoba magnífica y brillante. Ron dejó caer los calcetines y saltó de la cama para verla de cerca.

La mayoría ya intuía lo que era, debido al título del capítulo, pero aun así todo estaban emocionados, sintiendo la emoción que estaría sintiendo Harry en ese momento.

—No puedo creerlo —dijo con la voz quebrada por la emoción. Era una Saeta de Fuego, idéntica a la escoba de ensueño que Harry había ido a ver diariamente a la tienda del callejón Diagon. El palo brilló en cuanto Harry le puso la mano encima. La sentía vibrar. La soltó y quedó suspendi­da en el aire, a la altura justa para que él montara. Sus ojos pasaban del número dorado de la matrícula a las aerodiná­micas ramitas de abedul y perfectamente lisas que forma­ban la cola.

Harry se giró hacia Sirius, ¿Que habría tenido que hacer para poder comprarla en el estado el que se encontraba?

—Gracias, Sirius —dijo mientras se lanzaba hacia el—. No solo por esto, por todo, por estar ahí siempre, gracias, Sirius, gracias.

Sirius no pudo contener las lágrimas. Abrazó a Harry con mucha fuerza.

—Para eso estoy aquí —le susurró al oído.

Lily se levantó de su asiento para abrazarlos a ambos, también con lágrimas en los ojos, sin poder decir nada.

James, sintiendo lo que sentían ellos en este momento, dejo caer el libro de sus manos y se acercó a ellos.

—¿Qué pasa, Cornamenta, no puedes permitir que tu pelirroja abrace a dos hombres sin estar tu por ahí incordiando? —dijo Sirius aun con lágrimas en los ojos pero con una enorme sonrisa en los labios.

—Sabes que no —respondió James, llorando y sonriendo también, mientras se unía también al abrazo.

Lupin les observaba con una sonrisa, conteniendo las lágrimas el también. Era un abrazo que no significaba nada, pero al mismo tiempo era un abrazo en el que se demostraba todo. Que podían seguir adelante, que siempre estarían allí los unos para los otros.

—Ve —le dijo Tonks ayudándole a levantarse para que se uniera al abrazo de sus amigos. Pero Remus, en vez de soltarla y caminar hacia ellos, lo hizo aun agarrado a Tonks. Y así, dos más se unieron al abrazo.

Harry tenía los ojos cerrados con fuerza, siendo como cada vez más gente aparecía a su alrededor, más gente que le quería, más gente a la que quería, más gente en la que podía confiar.

Ron observaba el extraño abrazo conjunto con diversión, hasta que Hermione le golpeó en las costillas con el codo. La miró extrañado. Hermione se limitó a mirar a Harry, quien les miraba a ambos, declarando en silencio que requería su presencia en aquel momento. Ron se encogió de hombros con una sonrisa, cogió a Hermione de la mano y caminó hasta su amigo. Otros dos más en aquel abrazo.

Ginny no sabía qué hacer, ¿Debía seguir a Hermione y a su hermano o debía quedarse ahí? ¿Cuál era realmente su relación con Harry? ¿Siquiera podía considerarse alguien importante para él? Todas esas preguntas desaparecieron instantáneamente de su mente cuando vio a Harry mirándola y tendiéndole la mano entre la montaña de gente que había literalmente encima de él. Sin poder contener una sincera sonrisa se apresuró a unirse al abrazo.

Fred y George se miraron entre ellos, sonrieron, y agarraron a Percy cada uno de un brazo y se unieron también.

Molly reía divertida ante lo estúpido de la situación, pero llegó en el momento en el que no pudo evitarlo, cogió a Arthur y se unió también.

Hagrid fue el siguiente en hacerlo, lo cual hizo que el abrazo abultara mucho más. Dumbledore no lo dudo tampoco, sin duda divertido por la situación y con ganas de unirse camino hasta allí y se unió al resto.

Ginny llamó a Luna, Lily a Snape, Dumbledore a McGonagall, Molly a Charlie y a Bill, y de esa manera, poco a poco, Hogwarts se congregó en un ridículo, lleno de risas, y exageradamente grande abrazo. Nadie podía estar de mal humor en una situación como esta. Las risas abundaban el gran comedor, donde, por primera vez en mucho, mucho tiempo, no había distinciones de casa, ni de sangre, de ningún tipo. Todos eran uno. Sin duda era ridículo, pero sin duda era un momento que iba a marcar historia. Nadie olvidaría jamás una cosa tan extrañamente genial como esta.

En el momento justo, ni un momento antes, ni un momento después, todos sintieron que ya había acabado, y se separaron. Sintiéndose idiotas, pero realmente divertidos.

—En fin, sigamos con la lectura —dijo James algo colorado. Aún con lágrimas, pero más de la risa que de cualquier otra cosa. Caminó hasta el libro, lo abrió, y bufó varias veces hasta que dio con la página en la que se habían quedado. Volvió a leer.

—¿Quién te la ha enviado? —preguntó Ron en voz baja.

—Mira a ver si hay tarjeta —dijo Harry.

Ron rasgó el papel en que iba envuelta la escoba.

—¡Nada! Caramba, ¿quién se gastaría tanto dinero en hacerte un regalo?

—¿Quién va a ser? El mejor padrino del mundo —dijo Sirius sonriendo con arrogancia.

—¿No es un poco triste que te lo digas tu a ti mismo? —le dijo Tonks burlona.

—¿No es más triste que alguien tan joven como tú haya tardado tanto en conquistar a alguien tan viejo y solo como Remus? —replicó Sirius.

—Cállate —dijeron Tonks y Remus al unísono.

—Bueno —dijo Harry, atónito—. Estoy seguro de que no fueron los Dursley.

Todos asintieron varias veces.

—Estoy seguro de que fue Dumbledore —dijo Ron, dando vueltas alrededor de la Saeta de Fuego, admirando cada centímetro—. Te envió anónimamente la capa invisible...

Dumbledore rió divertido, sin duda el abrazo le había soltado bastante a él también.

—Había sido de mi padre —dijo Harry—. Dumbledore se limitó a remitírmela. No se gastaría en mí cientos de ga­leones. No puede ir regalando a los alumnos cosas así.

—Pero tú no eres un alumno normal ¿cierto? —dijo Draco sin burla alguna. Luego se arrepintió de haber hablado, temiendo cargarse el buen humor que se había formado en el Gran Comedor.

—¡Cierto! —dijo Ron divertido—. ¡Eres Harry Potter!

—Oh, callaos —dijo Harry negando varias veces con la cabeza pero sonriendo también.

Malfoy no pudo evitar que una extraña sensación de alegría recorriera su cuerpo al ver que, no solo no había recibido rechazo alguno, sino que Weasley le había seguido la corriente y Potter les había contestado a ambos.

—Ése es el motivo por el que no podría admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún imbécil como Malfoy lo acusaba de favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea montado en ella! ¡Se pondrá enfer­mo! ¡Ésta es una escoba de profesional!

El propio Malfoy se unió a las risas que se habían formado en el comedor, como si el anterior Malfoy ya no formará parte del mismo.

—No me lo puedo creer —musitó Harry pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras Ron se retorcía de la risa en la cama de Harry pensando en Malfoy.

—¿Quién...?

—Ya sé.. quién ha podido ser... ¡Lupin!

—¿Qué? —dijo Harry riéndose también—. ¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, podría comprarse una túnica nueva.

—¡Hey! —se quejó Lupin—. ¡Un respeto por el profe!

—¡Eso! —dijo Tonks también—. ¿Cómo ninguno le regaló una túnica nueva? ¿No os daba algo de cosa que os diera clase con esa cosa fea y desgastada?

—Sí, pero le caes bien —dijo Ron—. Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera, pero tal vez se enterase y de­cidiera acercarse al callejón Diagon para comprártela.

—¿Que estaba fuera? —preguntó Harry—. Durante el partido estaba enfermo.

—Bueno, no se encontraba en la enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los orinales, por el castigo de Snape, ¿te acuerdas?

Harry miró a Ron frunciendo el entrecejo.

—No me imagino a Lupin haciendo un regalo como éste.

—¿De qué os reís los dos?

Hermione acababa de entrar con el camisón puesto y lle­vando a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello.

—¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso. Dejó a Crookshanks en la cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con la boca abierta.

—¡Vaya, Harry! ¿Quién te la ha enviado?

—Yo —dijeron Dumbledore, Remus y Sirius al mismo tiempo.

—¡Hey! —se replicaron entre ellos los tres.

—No tengo ni idea. No traía tarjeta.

Ante su sorpresa, Hermione no estaba emocionada ni intrigada. Antes bien, se ensombreció su rostro y se mordió el labio.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron.

—No sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que es una escoba magnífica, ¿verdad?

Ron suspiró exasperado:

—Es la mejor escoba que existe, Hermione —aseguró.

—Así que debe de ser carísima...

—Probablemente costó más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante.

—Bueno, ¿quién enviaría a Harry algo tan caro sin si quiera decir quién es?

—¿Y qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo?

—Creo que por el momento nadie debería montar en esa escoba —dijo Hermione.

Muchos se dieron cuenta entonces de que la escoba había salido de la nada, y de que no tenía remitente, y de que eso era algo realmente raro, casi escalofriante.

Harry y Ron la miraron.

—¿Qué crees que va a hacer Harry con ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron.

—Buena esa —le dijo Fred.

Pero antes de que Hermione pudiera responder; Crookshanks, saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.

—¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Cogió a Scabbers por la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio al baúl de Harry; vol­cándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor.

Muchos rieron divertidos al imaginárselo.

A Crookshanks se le erizó el pelo. Un silbido agudo y me­tálico llenó el dormitorio. El chivatoscopio de bolsillo se ha­bía salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vuel­tas encendido en medio del dormitorio.

—¡Se me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y cogiendo el chivatoscopio—. Nunca me pongo esos calcetines si puedo evitarlo...

En la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y gira­ba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los colmillos.

—Sería mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio, los ojos amarillos de Crookshanks todavía maliciosamente fijos en Ron.

Harry volvió a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los ge­midos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers estaba acurrucada en sus manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque siempre estaba metida en el bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente ver que Scabbers, antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo.

James suspiró, no le agradaba la idea de que la simple mención de Colagusano arruinará el buen humor que se había creado pero, al fin y al cabo, era una reacción natural ¿no?

—No tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry.

—¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente!

Pero Harry, acordándose de que la mujer de la tienda de animales mágicos había dicho que las ratas sólo vivían tres años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers tuviera poderes que nunca había revelado, estaba llegando al final de su vida. Y a pesar de las frecuentes quejas de Ron de que Scabbers era aburrida e inútil, estaba seguro de que Ron lamentaría su muerte.

—Para nada —dijo Ron frio como el hielo.

Aquella mañana, en la sala común de Gryffindor; el es­píritu navideño estuvo ausente. Hermione había encerrado a Crookshanks en su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido darle una patada. 

Ron intentó disculparse con Hermione, y está le dijo que no era con ella con quien debía disculparse, y como Ron quería tener a Hermione contenta accedió de buen grado a disculparse con un gato que, probablemente, no fuera ni a entender lo que quería decirle.

Ron seguía enfa­dado por el nuevo intento de Crookshanks de comerse a Scab­bers. Harry desistió de reconciliarlos y se dedicó a examinar la Saeta de Fuego que había bajado con él a la sala común. No se sabía por qué, esto también parecía poner a Hermione de malhumor. No decía nada, pero no dejaba de mirar con malos ojos la escoba, como si ella también hubiera criticado a su gato.

Algunos rieron.

A la hora del almuerzo bajaron al Gran Comedor y descubrieron que habían vuelto a arrimar las mesas a los muros, y que ahora sólo había, en mitad del salón, una mesa con doce cubiertos.

Se encontraban allí los profesores Dumbledore, McGo­nagall, Snape, Sprout y Flitwick, junto con Filch, el conserje, que se había quitado la habitual chaqueta marrón y llevaba puesto un frac viejo y mohoso. Sólo había otros tres alumnos: dos del primer curso, muy nerviosos, y uno de quinto de Slytherin, de rostro huraño.

—¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de los colegios. ¡Sentaos, sentaos!

Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa.

—¡Cohetes sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de plata. 

Nadie pudo evitar sonreír, imaginándose a Snape tirando cohetes, pero a Snape no le molestó en absoluto. Al contrario de hecho, ser la causa de que Lily sonriera le hizo algo feliz.

Snape lo cogió a regañadientes y tiró. Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.

Harry, acordándose del boggart, miró a Ron y los dos se rieron. 

Todos en el comedor rieron también.

Snape apretó los labios y empujó el sombrero hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por aquél.

—¡A comer! —aconsejó a todo el mundo, sonriendo.

Mientras Harry se servía patatas asadas, las puertas del Gran Comedor volvieron a abrirse. Era la profesora Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera sobre ruedas. Dada la ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas que acentuaba su aspecto de libélula gigante.

—¡Sybill, qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledo­re, poniéndose en pie.

—He estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? Dejé la torre y vine a toda prisa, pero os ruego que me perdonéis por la tardanza.

Algunos rieron y otros negaron con la cabeza, divertidos, ¿Tan difícil era reconocer que quería almorzar con el resto de personas?

—Por supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Per­míteme que te acerque una silla...

E hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve grito.

—¡No me atrevo, señor director! ¡Si me siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte! ¡No olvidéis nunca que cuando trece comen juntos, el primero en levantarse es el primero en morir!

—Nos arriesgaremos, Sybill —dijo impaciente la profesora McGonagall—. Por favor, siéntate. El pavo se enfría.

La profesora Trelawney dudó. Luego se sentó en la silla vacía con los ojos cerrados y la boca muy apretada, como esperando que un rayo cayera en la mesa. La profesora McGonagall introdujo un cucharón en la fuente más próxima.

—¿Quieres callos, Sybill?

La profesora Trelawney no le hizo caso. Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a su alrededor y dijo:

—Pero ¿dónde está mi querido profesor Lupin?

—Me temo que ha sufrido una recaída —dijo Dumbledo­re, animando a todos a que se sirvieran—. Es una pena que haya ocurrido el día de Navidad.

—Pero seguro que ya lo sabías, Sybill.

Lily y Hermione no pudieron evitar sonreír ante aquel comentario que, probablemente, viniera de la profesora McGonagall.

La profesora Trelawney dirigió una mirada gélida a la profesora McGonagall.

—Por supuesto que lo sabía, Minerva —dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de saberlo todo. A menudo obro como si no estuviera en posesión del ojo interior, para no poner nerviosos a los demás.

—Eso explica muchas cosas —respondió la profesora McGonagall.

Ron rió brevemente.

La profesora Trelawney elevó la voz:

—Si te interesa saberlo, he visto que el profesor Lupin nos dejará pronto. Él mismo parece comprender que le queda poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino en la bola de cristal, huyó.

—Me lo imagino.

—Dudo —observó Dumbledore, con una voz alegre pero fuerte que puso fin a la conversación entre las profesoras McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin esté en pe­ligro inminente. Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción?

—Sí, señor director —dijo Snape.

Remus le agradeció con la mirada a Snape por haberle preparado todas las pociones que había necesitado durante el curso. Snape hizo un gesto para quitarle importancia, pero entonces se dio cuenta de que por su culpa había tenido que irse con la escuela, ¿Debía disculparse? ¡Claro que debía hacerlo! Pero cuando miró a Lupin para disculparse este ya no le miraba a él, así que tuvo que posponer la disculpa.

—Bien —dijo Dumbledore—. Entonces se levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier momento. Derek, ¿has probado las salchichas? Son estupendas.

El muchacho de primer curso enrojeció intensamente porque Dumbledore se había dirigido directamente a él, y co­gió la fuente de salchichas con manos temblorosas.

Sus compañeros de clase rieron y el bajó la cabeza algo ruborizado.

La profesora Trelawney se comportó casi con normali­dad hasta que, dos horas después, terminó la comida. Ati­borrados con el banquete y tocados con los gorros que ha­bían salido de los cohetes sorpresa, Harry y Ron fueron los primeros en levantarse de la mesa, y la profesora dio un grito.

—¡Queridos míos! ¿Quién de los dos se ha levantado pri­mero? ¿Quién?

—No sé —dijo Ron, mirando a Harry con inquietud.

—Dudo que haya mucha diferencia —dijo la profesora McGonagall fríamente—. A menos que un loco con un hacha esté esperando en la puerta para matar al primero que salga al vestíbulo.

Incluso Ron se rió. La profesora Trelawney se molestó.

—¿Vienes? —dijo Harry a Hermione.

—No —contestó Hermione—. Tengo que hablar con la profesora McGonagall.

—Probablemente para saber si puede darnos más clases —bostezó Ron yendo al vestíbulo, donde no había ningún loco con un hacha.

—Y menos mal —dijo Ron—. A mí ya se me había olvidado que podía haber uno.

Cuando llegaron al agujero del cuadro, se encontraron a sir Cadogan celebrando la Navidad con un par de monjes, antiguos directores de Hogwarts y su robusto caballo. Se le­vantó la visera de la celada y les ofreció un brindis con una jarra de hidromiel.

—¡Felices, hip, Pascuas! ¿La contraseña?

—«Vil bellaco» —dijo Ron.

—¡Lo mismo que vos, señor! —exclamó sir Cadogan, al mismo tiempo que el cuadro se abría hacia delante para de­jarles paso.

Harry fue directamente al dormitorio, cogió la Saeta de Fuego y el equipo de mantenimiento de escobas mágicas que Hermione le había regalado para su cumpleaños, bajó con todo y se puso a mirar si podía hacerle algo a la escoba; pero no había ramitas torcidas que cortar y el palo estaba ya tan brillante que resultaba inútil querer sacarle más brillo. Él y Ron se limitaron a sentarse y a admirarla desde cada ángulo hasta que el agujero del retrato se abrió y Hermione apareció acompañada por la profesora McGonagall.

Muchos miraron a Hermione con la boca abierta, ¿En serio se lo había contado a la profesora McGonagall?

—Bien hecho, Hermione —le dijeron muchos. Lily, Remus y Molly entre otros.

Aunque la profesora McGonagall era la jefa de la casa de Gryffindor; Harry sólo la había visto en la sala común en una ocasión y para anunciar algo muy grave. Él y Ron la miraron mientras sostenían la Saeta de Fuego. Hermione pasó por su lado, se sentó, cogió el primer libro que encontró y ocultó la cara tras él.

—Que mona —comentó Ron sin poder evitarlo. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho no pudo evitar que sus orejas se tornaran del color de su pelo.

 —Que mono —dijo Hermione también, divertida, aunque tan roja como Ron.

Harry y Ginny se miraron divertidos, les hacía mucha gracia el comportamiento que estaban teniendo Ron y Hermione últimamente.

—Lástima que no vayan a comportarse así para siempre —se lamentó Ginny.

—Y que lo digas —le secundó Harry.

—Conque es eso —dijo la profesora McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a la chimenea y examinando la Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de decir que te han enviado una escoba, Potter.

Harry y Ron se volvieron hacia Hermione. Podían verle la frente colorada por encima del libro, que estaba del revés.

—¿Puedo? —pidió la profesora McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de las manos la Saeta de Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—. Mmm... ¿y no venía con ninguna nota, Potter? ¿Ninguna tar­jeta? ¿Ningún mensaje de ningún tipo?

—Nada —respondió Harry, como si no comprendiera.

—Ya veo... —dijo la profesora McGonagall—. Me temo que me la tendré que llevar; Potter.

—¿Qué?, ¿qué? —dijo Harry, poniéndose de pie de pron­to—. ¿Por qué?

—Tendremos que examinarla para comprobar que no tiene ningún hechizo —explicó la profesora McGonagall—. Por supuesto, no soy una experta, pero seguro que la señora Hooch y el profesor Flitwick la desmontarán.

 —¿Desmontarla? —repitieron muchos, como si la profesora McGonagall estuviera loca.

—¿Desmontarla? —repitió Ron, como si la profesora McGonagall estuviera loca.

—Tardaremos sólo unas semanas —aclaró la profeso­ra McGonagall—. Te la devolveremos cuando estemos segu­ros de que no está embrujada.

—No tiene nada malo —dijo Harry. La voz le tembla­ba—. Francamente, profesora...

—Eso no lo sabes —dijo Lily muy seria, apoyando totalmente el comportamiento de la profesora McGonagall.

—Eso no lo sabes —observó la profesora McGonagall con total amabilidad—, no lo podrás saber hasta que hayas volado en ella, por lo menos. Y me temo que eso será imposi­ble hasta que estemos seguros de que no se ha manipulado. Te tendré informado.

La profesora McGonagall dio media vuelta y salió con la Saeta de Fuego por el retrato, que se cerró tras ella.

Harry se quedó mirándola, con la lata de pulimento aún en la mano. Ron se volvió hacia Hermione.

—¿Por qué has ido corriendo a la profesora McGonagall?

Hermione dejó el libro a un lado. Seguía con la cara colo­rada. Pero se levantó y se enfrentó a Ron con actitud desa­fiante:

—Porque pensé (y la profesora McGonagall está de acuer­do conmigo) que la escoba podía habérsela enviado Sirius Black.

—¿Alguna vez piensas equivocarte? Aunque sea para que pensemos que eres tan humana como nosotros... —dijo Ron divertido.

—Aquí acaba —anunció James.

—¿Supongo que ya es hora de cenar, no? —preguntó Hermione.

—Mi tripa me dice que sí —comentó Ron.

—Bueno, pues habrá que hacerle caso a la tripa del señor Weasley, digo yo —dijo Dumbledore poniéndose en pie para que todo el mundo le imitará y poder cambiar los asientos por las mesas y los bancos del habitual comedor.


Ya sé que generalmente pongo una nota al final del capítulo y eso... Pero es que, como hay capitulo doble y esas cosas, he pensado que me ahorro escribir un poco si solo me despido en el siguiente capítulo. Estoy hecho un ahorrador.

¡Hasta ahora!



8 comentarios :

  1. No sabes la alegría que me has dado al ver que has actualizado.... Increíblemente genial �� :)

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  2. Déjame decirte amigo mío que tu escritura no se ve para nada oxidada, sigue siendo fantástica. :)

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  3. Lo primero: TE AMO, hacia siglos que me moría por que volvieras ha actualizar.
    Y lo segundo: Mientras no se resienta tu salud y tus estudios, estaré agradecida de leerte cada vez que puedas actualizar. Así que a sido un poco imprudente (cosa que también he hecho, haría y haré) quedarte hasta las seis de la mañana, pero mientras tú puedas aguantarlo y no se convierta en una costumbre (porque no es muy bueno para la salud, dormir tan pocas horas) estaré agradecida.

    Así que, muchísimas gracias por el capitulo y cuídate para que puedas seguir con todos los que faltan.

    Atentamente:
    Dandelion (Slytherin de corazón, Ravenclaw en Pottermore)

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  4. De tantos fics que hay ya tengo todas las historias revueltas, volvere a empezar para tenerlo fresco jeje que bueno que volviste ya era hora xDD

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  5. FELIZ REGRESO, tan creativo y gracioso como cuando te fuiste, continúa pronto por favor, y si aceptas sugerencias, has que Hermione tenga una apuesta con Harry acerca de que Trelony no puede hacer profecías, solo para ver como se le cae la cara al saber la verdad, además que tiene que darse cuenta de que los libros no son perfectos y que si los investigadores no criticaran lo que ya esta establesido en los libros entonces no hubiera progreso, pues sino seguiríamos creyendo que la tierra es plana (lo digo por lo del libro del príncipe mestizo) y que solo por no poder ver a los animales que Luna defiende no quiere decir que no existan.

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  6. WAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!! No tienes ni idea de lo feliz que estoy por tu regreso ¿Has visto ese video donde un chico corre lejos de la compu y se pone a bailotear mientras se desnuda? Pues lo he hecho quedar como un noob al punto en que mi madre me pregunto quien había declarado el día del chocolate. Lo estuve esperando como no tienes idea
    Espero que todo vaya mejor en tu casa y tu escuela (entiendo lo que es eso, ahora mismo estoy peleando mi lugar en la Uni) aunque me fascine leerte se que los escritores tenemos otra vida ademas del escrito
    ANIMO DAIT!! ahora que he sacado mi euforia me largo a leer el capitulo... :D
    Un beso y Ciao!

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  7. Gracias!!!! Soy tu fan!!! desde que dejaste de publicar me senti muy triste, pero despues.... GRACIAS..... espero que actualices pronto, de todos los que han escrito historias sobre las lecturas de los libros ... me ha gustado mas estas porque aqui pusiste a Snape mas maduro, que reconociera que se equivoco muchas veces :)

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  8. Hola!! que tal!!! es la primera vez que escribo un comentario.... no porque no quisiera... es que on sabia si podia poner un comentario o tenia que estar registrada para eso....
    pero bueno, volviendo al tema... WAO!!! me gustan tus historias.... soy una fan tuya de estas historias de Harry Potter... por fis..... espero con ansias el proximo capitulo, ademas, espero tambien la lectura de hogwarts del caliz de fuego, la orden del fenix, etc tec.... SOY TU FAN!!!

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