La Saeta de Fuego
Hola a todooooooooooooooooos!
Cuanto, pero cuanto cuanto tiempo sin poner un capitulo nuevo. Ni siquiera se como sigues aquí leyendo esto. Pero te lo agradezco. Os lo agradezco. Sin duda alguna vosotros sois los mejores lectores que un escritor podría tener.
Ja, escritor, suena demasiado bien. Pero escritor es el que escribe, ¿no? Y yo escribo, entonces, ¿Soy un escritor? Suena demasiado poderoso como para ser cierto. Pero todo el mundo escribe... ¿entonces todos somos escritores? ¡Los escritores hemos dominado el mundo! Ya era hora.
En fin, he querido hacer dos capítulos seguidos. Y lo he conseguido. Pero ahora estoy muerto. ¿Me creerías si os digo que son las 6 de la mañana? Porque lo son. Y llevo aquí desde antes de cenar. Menos mal que mi madre esta dormida... Si se llega a enterar me vuelve a prohibir escribir. Y, por lo menos yo, no quiero eso. A lo que iba, como es tan tarde y yo ya estoy de practicas (por lo que madrugo), me gustaría dormir algo. No contestaré los comentarios. Y si los contesto mañana (que espero hacerlo, por lo menos a los que tengan posible respuesta) será directamente al comentario. Por lo que, si en unas 8 horas todavía te acuerdas de lo que escribiste hace ya tiempo, y quieres leer la respuesta, puedes hacerlo.
Bueno, mi estúpida mente a quitado la sorpresa. Si, hay dos capítulos. Era lo mínimo que podía hacer después de todo este tiempo sin escribir, ¿no? Uno de lectura (este), y el siguiente de cosas varias que se le han ido ocurriendo a mi mente. Hace mucho que no la dejo hacer lo que quiera, por lo que estará algo oxidada, y hace mucho que no escribo, por lo que se notará un poco, pero espero que os guste.
Cuanto, pero cuanto cuanto tiempo sin poner un capitulo nuevo. Ni siquiera se como sigues aquí leyendo esto. Pero te lo agradezco. Os lo agradezco. Sin duda alguna vosotros sois los mejores lectores que un escritor podría tener.
Ja, escritor, suena demasiado bien. Pero escritor es el que escribe, ¿no? Y yo escribo, entonces, ¿Soy un escritor? Suena demasiado poderoso como para ser cierto. Pero todo el mundo escribe... ¿entonces todos somos escritores? ¡Los escritores hemos dominado el mundo! Ya era hora.
En fin, he querido hacer dos capítulos seguidos. Y lo he conseguido. Pero ahora estoy muerto. ¿Me creerías si os digo que son las 6 de la mañana? Porque lo son. Y llevo aquí desde antes de cenar. Menos mal que mi madre esta dormida... Si se llega a enterar me vuelve a prohibir escribir. Y, por lo menos yo, no quiero eso. A lo que iba, como es tan tarde y yo ya estoy de practicas (por lo que madrugo), me gustaría dormir algo. No contestaré los comentarios. Y si los contesto mañana (que espero hacerlo, por lo menos a los que tengan posible respuesta) será directamente al comentario. Por lo que, si en unas 8 horas todavía te acuerdas de lo que escribiste hace ya tiempo, y quieres leer la respuesta, puedes hacerlo.
Bueno, mi estúpida mente a quitado la sorpresa. Si, hay dos capítulos. Era lo mínimo que podía hacer después de todo este tiempo sin escribir, ¿no? Uno de lectura (este), y el siguiente de cosas varias que se le han ido ocurriendo a mi mente. Hace mucho que no la dejo hacer lo que quiera, por lo que estará algo oxidada, y hace mucho que no escribo, por lo que se notará un poco, pero espero que os guste.
¡A ello!
Todos los personajes y los fragmentos
del libro original pertenecen a J.K. Rowling.
LA SAETA DE FUEGO
—Yo leeré —se ofreció James mientras caminaba hasta el libro. No quería
pensar, y había llegado a la conclusión de que leyendo no iba a poder pensar en
nada de eso—. La saeta de fuego.
Sirius intentó sonreírle a Harry al escuchar el nombre de la escoba que
el mismo le había regalado, pero no fue capaz de sonreír. James comenzó a leer.
Harry no sabía muy bien cómo se las
había apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y
entrar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía
no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que
hacía, porque en su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que
acababa de oír.
¿Por qué nadie le había explicado nada
de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué
nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había
traicionado su mejor amigo?
Muchos en el Gran Comedor seguían sin entender nada, todo indicaba a que Sirius
Black había sido el culpable, pero ¿Por qué Harry insistía diciendo que era
inocente? Aún con todo el comedor lleno de dudas ninguno de los que sabían lo que realmente ocurrido quiso aclarar nada.
James se mordió el labio, muchos diferentes pensamientos invadían su
mente por momentos y su cabeza comenzaba a arder con fuerza. Se acarició la
sien durante unos segundos, soltó un suspiro, y siguió leyendo.
Ron y Hermione observaron intranquilos
a Harry durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían
oído, porque Percy estaba sentado cerca. Cuando subieron a la sala común
atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado
por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de
bombas fétidas. Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había
ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el
armario. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que
buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado
hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres. Se sentó en su
cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que...
Lily no pudo evitar sentirse mal al imaginar como lo había sufrido su
hijo. Ella también lo estaba pasando mal, pero los sentimientos de su hijo
siempre iban delante de los de ella.
Se detuvo en una foto de la boda de sus
padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y
alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones. Su
madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de su padre. Y allí...
aquél debía de ser. El padrino. Harry nunca le había prestado atención.
Harry se sentía fatal, ahora que conocía toda la historia se sentía algo
culpable por haber culpado (y odiado) a Sirius. Aunque, realmente ¿Que más
podía haber hecho?
Si no hubiera sabido que era la misma
persona no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no
estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno
de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto?
¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba
cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían
irreconocible?
«Pero los dementores no le afectan
—pensó Harry, fijándose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír
los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado...»
Sirius sonrió tristemente mientras tragaba saliva. Ya esperaba que Harry
fuera a odiarlo, a despreciarlo y a pensar cosas horribles sobre él. Era consciente
de que iba a pasar, pero ahora que estaba tan cerca de que ocurriera... No se
sentía capaz de soportarlo. No le culpaba, por supuesto que no, Harry no tenía
la culpa de nada, ¡Suficiente estaba cargando ya el pobre como para tener la
culpa de nada! Suspiró cansado. Se sentía mareado y cansado, muy cansado. Solo
tenía ganas de ir a la cama. De ir a la cama y no despertar un mucho mucho
tiempo.
Harry cerró de golpe el álbum y volvió
a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la
cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista.
Se abrió la puerta del dormitorio.
—¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de
Ron.
Pero Harry se quedó quieto, simulando
que dormía.
Ron puso una sonrisa ladeada, comprendiendo el comportamiento de Harry.
Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio
la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos. Sintió correr a
través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido. Podía ver a
Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pegada a los ojos la
foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter
Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom) volara en mil pedazos. Oía
(aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehemente: «Ya
está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto...» Y entonces
aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry
oía dentro de su cabeza cada vez que los dementores se le acercaban.
—Harry...—murmuró Lily sin poder evitarlo—. ¿Porque siempre te
castigas a ti mismo de esa forma?
Harry no contestó, no tuvo siquiera el coraje suficiente para girarse
hacia su madre. Siguió con la cabeza apuntando al suelo y con los ojos
firmemente cerrados, deseando que el tiempo pasase más rápido.
—Harry..., tienes un aspecto horrible.
Harry no había podido pegar el ojo
hasta el amanecer. Al despertarse, había hallado el dormitorio desierto, se
había vestido y bajado la escalera de caracol hasta la sala común, donde no
había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el
estómago, y Hermione, que había extendido sus deberes por tres mesas.
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó
Harry
—¡Se han ido! Hoy empiezan las
vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es
ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.
Harry se sentó en una silla al lado del
fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks
estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.
—Es verdad que no tienes buen aspecto,
¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación.
—Estoy bien —dijo Harry.
—Escucha, Harry —dijo Hermione,
cambiando con Ron una mirada—. Debes de estar realmente disgustado por lo que
oímos ayer. Pero no debes hacer ninguna tontería.
Todos asintieron levemente, conociendo a Harry (dado que, debido a la
lectura de los libros, todos creían conocerle) seguramente acabaría haciendo
alguna estupidez que, probablemente, pondría su vida en peligro.
—¿Cómo qué? —dijo Harry
—Como ir detrás de Black —dijo Ron,
tajante.
Harry se dio cuenta de que habían
ensayado aquella conversación mientras él estaba dormido. No dijo nada.
Ron no pudo evitar bufar, ¿Es que tenía que darse cuenta de todo?
—No lo harás. ¿Verdad que no, Harry?
—dijo Hermione.
—Porque no vale la pena morir por Black
—dijo Ron.
Ron se giró hacia Sirius, pidiéndole perdón con la mirada. Sirius negó
tranquilamente con la cabeza para hacerle comprender que no tenía importancia,
y era cierto, en estos momentos, cualquier cosa que hubiese pensado Ron le
traía sin cuidado.
Harry los miró. No entendían nada.
—¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se
me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con temor—.
James hizo una pausa para coger aire, no se sentía
preparado para leer lo que venía a continuación, pero tenía que hacerlo.
Oigo a mi madre que grita e implora a
Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a
punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si descubrierais que
alguien que en principio era amigo suyo la había traicionado y le había
enviado a Voldemort...
James estaba a punto de quebrarse, imágenes de Peter invadían su mente
sin piedad. Y le dolía, claro que le dolía. Mucho. Tanto como puede dolerle a
alguien que le traicione alguien a quien quiere. Y que esa traición no solo le
cueste la vida, sino también la de la mujer a la que ama, y un alto y
despiadado sufrimiento a la vida de su pequeño e inocente hijo... Suspiró
lentamente, buscando calmar su respiración, y siguió leyendo.
—No puedes hacer nada —dijo Hermione
con aspecto afligido—. Los dementores atraparán a Black, lo mandarán otra vez a
Azkaban... ¡y se llevará su merecido!
Hermione se mordía el labio, nerviosa, quería pedirle disculpas a
Sirius, por todas las cosas que había dicho y pensado sobre él, pero entendía
que a Sirius ahora mismo no le interesaba para nada eso, y que más que hacerle
sentir mejor a él, solo buscaba sentirse mejor ella consigo misma, así que
decidió no decir nada y esperar a que las cosas pasen a estar mejor.
—Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black
no le afecta Azkaban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo
es para los demás.
—Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron
muy tenso—. ¿Acaso quieres... matar a Black?
Sirius cerró los ojos con fuerza sintiendo que algo le atravesaba al
escuchar eso. Tenía la respiración muy agitada, la lectura de este libro no iba
a ser nada cómoda. Al menos por ahora.
—No seas tonto —dijo Hermione, con
miedo—. Harry no quiere matar a nadie, ¿verdad que no, Harry?
—Claro que no —aseguraron muchos.
Harry volvió a quedarse callado. No
sabía qué pretendía. Lo único que sabía es que la idea de no hacer nada mientras
Black estaba libre era insoportable.
—Malfoy sabe algo —dijo de pronto—. ¿Os
acordáis de lo que me dijo en la clase de Pociones? «Pero en tu caso, yo
buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.»
—No entiendo porque sigues escuchando a ese idiota —dijo Tonks negando
con la cabeza. Toda esta situación era dura para ella también. Por razones
lógicas no lo estaba pasando tan mal como Sirius, James, Lily o Remus, pero
ella también lo sufría. No le gustaba vera Remus, ¡Su Remus! Pasándolo
mal. Le gustaría hacer algo por él, cualquier cosa, pero ¿Qué? ¿Qué podía
hacer? Lo que menos quería hacer era molestarle. No era muy propio de ella
poner excusas y quedarse sin hacer nada, pero realmente estaba bloqueada.
—¿Vas a seguir el consejo de Malfoy y
no el nuestro? —dijo Ron furioso—. Escucha... ¿sabes lo que recibió a cambio
la madre de Pettigrew después de que Black lo matara? Mi padre me lo dijo: la
Orden de Merlín, primera clase, y el dedo de Pettigrew dentro de una caja. Fue
el trozo mayor de él que pudieron encontrar. Black está loco, Harry, y es muy
peligroso.
—El padre de Malfoy debe de haberle
contado algo —dijo Harry, sin hacer caso de las explicaciones de Ron—.
Pertenecía al círculo de allegados de Voldemort.
Muchos se estremecieron al escuchar el nombre de él que no debe ser
nombrado aunque, por extraño que parezca, no tantos, el escuchar tantas veces
estos días ese nombre estaba causando un efecto bastante positivo en ese
aspecto.
—Llámalo Quien Tú Sabes, ¿quieres hacer
el favor? —repuso Ron enfadado.
—Entonces está claro que los Malfoy
sabían que Black trabajaba para Voldemort...
—¡Y a Malfoy le encantaría verte volar
en mil pedazos, como Pettigrew! Contrólate. Lo único que quiere Malfoy es que
te maten antes de que tengáis que enfrentaros en el partido de quidditch.
—Tampoco te pases —dijo Malfoy en un susurro. No se atrevía a hablar en
voz alta, como todos ahora mismo en el Gran Comedor. Había un asunto
tratándose, y ellos no tenían nada que ver con él, así que se mantenían
distanciados.
—Harry, por favor —dijo Hermione, con
los ojos brillantes de lágrimas—, sé sensato. Black hizo algo terrible, terrible.
Pero no... No te pongas en peligro. Eso es lo que Black quiere... Estarías
metiéndote en la boca del lobo si fueras a buscarlo. Tus padres no querrían que
te hiciera daño, ¿verdad? ¡No querrían que fueras a buscar a Black!
—No sabré nunca lo que querrían, porque
por culpa de Black no he hablado con ellos nunca —dijo Harry con brusquedad.
Hubo un silencio en el que Crookshanks
se estiró voluptuosamente, sacando las garras. El bolsillo de Ron se estremeció.
Esta vez fue el propio Harry el que vio estúpido el que se diera cuenta
de cosas tan inútiles en momentos como ese, ¿a quién le importaba que
Crookshanks se estirara y que la estúpida rata de Ron se asustará por ello?
Aunque... ¿Realmente se estremeció por que Crookshanks se estirará o tal vez
fue por el comentario que había hecho Harry segundos antes?
—Mira —dijo Ron, tratando de cambiar de
tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Hagrid. No le
hemos visitado desde hace un montón de tiempo.
—¡No! —dijo Hermione rápidamente—.
Harry no debe abandonar el castillo, Ron.
—Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—.
¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!
Hagrid desvió rápidamente la vista al suelo, sin decir nada.
Seguir discutiendo sobre Sirius Black
no era lo que Ron había pretendido.
—Podríamos echar una partida de ajedrez
—dijo apresuradamente—. O de gobstones. Percy dejó un juego.
—No. Vamos a ver a Hagrid —dijo Harry
con firmeza.
Así que recogieron las capas de los
dormitorios y se pusieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En
guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por
las puertas principales de roble.
Caminaron lentamente por el césped,
dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los
calcetines y el borde inferior de las capas. El bosque prohibido parecía ahora
encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una
tarta helada.
Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo
respuesta.
—No habrá salido, ¿verdad? —preguntó
Hermione, temblando bajo la capa.
Ron pegó la oreja a la puerta.
—Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad.
¿Es Fang?
Harry y Hermione también pegaron el
oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.
—¿Pensáis que deberíamos ir a buscar a
alguien? —dijo Ron, nervioso.
—¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la
puerta—. Hagrid, ¿estás ahí?
Hubo un rumor de pasos y la puerta se
abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con
lágrimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.
Muchos miraron a Hagrid preocupados, ¿Que había pasado?
—¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó
al cuello de Harry
Como Hagrid tenía un tamaño que era por
lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa. Harry estuvo
a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ron y Hermione lo rescataron,
cogieron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña, con la ayuda
de Harry Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, sollozando
de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lágrimas que le goteaban sobre
la barba revuelta.
—¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó
Hermione aterrada.
Harry vio sobre la mesa una carta que
parecía oficial.
—¿Qué es, Hagrid?
Lily abrió los ojos de golpe, intuyendo que era lo que ocurría. Puso una
mueca triste, ¿Es que solo iban a pasar cosas malas?
Hagrid redobló los sollozos,
entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:
Estimado Señor Hagrid:
En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentable incidente.
En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentable incidente.
Algunos le sonrieron a Hagrid, pensando que era una buena noticia, pero
los más avispados pusieron una mueca, entendiendo que, si la culpa no iba hacia
Hagrid, tenía que ir dirigida a otra persona. O a un animal...
—Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole
una palmadita en el hombro.
Pero Hagrid continuó sollozando y movió
una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.
Sin embargo, debemos hacer constar
nuestra preocupación en lo que concierne al mencionado hipogrifo. Hemos
decidido dar curso a la queja oficial presentada por el señor Lucius Malfoy, y
este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las Criaturas
Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le rogamos que se
presente con el hipogrifo en las oficinas londinenses de la Comisión, en el día
indicado. Mientras tanto, el hipogrifo deberá permanecer atado y aislado.
Atentamente...
Atentamente...
Malfoy dio una patada al suelo, cabreado consigo mismo y cansado de su
estupidez. Era increíble la capacidad de reflexión que les proporcionaba a las
personas el simple hecho de mostrarles desde otra perspectiva lo que sus actos
causaban. Y Draco ya había reflexionado suficiente, y ya tenía claro que iba a
cambiar como persona, y, de hecho, ya estaba cambiando. Pero eso solo hacía que
se sintiera peor al ver lo estúpido, asqueroso y cruel que había sido en tantas
ocasiones.
Seguía la relación de los miembros del
Consejo Escolar.
—¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has
dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo. Seguro que lo consideran inocente.
—No conoces a los monstruos que hay en
la Comisión para las Criaturas Peligrosas... —dijo Hagrid con voz ahogada,
secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.
Un ruido repentino, procedente de un
rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que Harry, Ron y Hermione se volvieran.
Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masticando algo que
llenaba de sangre el suelo.
—¡No podía dejarlo atado fuera, en la
nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!
Muchos sonrieron a Hagrid, entendiendo lo que sentía.
Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca
habían coincidido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y
otras personas llamaban «monstruos terroríficos». Pero Buckbeak no parecía
malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid,
era una verdadera ricura.
Hagrid asintió varias veces, Buckbeak era una ricura, aunque ignoró todo
eso sobre monstruos terroríficos.
—Tendrás que presentar una buena
defensa, Hagrid —dijo Hermione sentándose y posando una mano en el enorme
antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es
peligroso.
—¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius
Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos esos diablos de la Comisión. ¡Le
tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak...
Se pasó el dedo por el cuello, en
sentido horizontal. Luego gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro
en los brazos.
Malfoy cerró los ojos con fuerza, odiándose a sí mismo. ¿Qué derecho
tenía el a decidir sobre vidas ajenas? ¿Por qué llegó a sentirse con derecho a
arrebatarle la vida al hipogrifo? Cada vez que escuchaba se nombre en el libro
se odiaba más a sí mismo.
—¿Y Dumbledore? —preguntó Harry.
—Ya ha hecho por mí más que suficiente
—gimió Hagrid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius
Black acechando, ya tiene bastante.
Ron y Hermione miraron rápidamente a
Harry, temiendo que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la
verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel
momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado.
Harry no pudo evitar sentirse aliviado por el comportamiento que tuvo en
esa ocasión, no le habría gustado molestar a Hagrid cuando estaba en esa
situación.
—Escucha, Hagrid —dijo—, no puedes
abandonar. Hermione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena defensa.
Nos puedes llamar como testigos...
—Estoy segura de que he leído algo
sobre un caso de agresión con hipogrifo —dijo Hermione pensativa— donde el
hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió
exactamente.
Hagrid les sonrió a ambos agradecido, con lágrimas en los ojos.
Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte.
Harry y Hermione miraron a Ron implorándole ayuda.
—Eh... ¿preparo un té? —preguntó Ron.
Harry lo miró sorprendido—. Es lo que hace mi madre cuando alguien está
preocupado —musitó Ron encogiéndose de hombros.
Hermione no pudo evitar sonreírle a Ron, viendo lo lindo de sus
intenciones. Eran este tipo de actos los que llevaban descolocándola desde hace
ya mucho.
Por fin, después de que le prometieran
ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la nariz
con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo:
—Tenéis razón. No puedo dejarme abatir.
Tengo que recobrarme...
—¡Eso es, Hagrid! —dijeron muchos estúpidamente.
Fang, el jabalinero, salió tímidamente
de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid.
—Estos días he estado muy raro —dijo
Hagrid, acariciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la
otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis
clases.
—De verdad que nos gustan —se apresuró
a mentir Hermione.
Hermione se puso colorada y bajó la vista rápidamente.
—¡Sí, son estupendas! —dijo Ron,
cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos?
Ron también se sonrojó de forma inmediata.
—Te odio, Harry, te odio —murmuró, algo molesto con que se diera cuenta
hasta de que había cruzado los dedos debajo de la mesa. Ahora Hagrid sabría de
esto, sería un golpe para su autoestima.
—No te preocupes, Ron —dijo Hagrid sonriendo con madurez—. Si no os
gustan solo significa que tengo que hacerlo mejor, ¿no? Aunque me gustaría
mucho que fuerais más sinceros conmigo...
—¡Lo seremos! —se apresuraron a decir los tres.
—Muertos —dijo Hagrid con tristeza—.
Demasiada lechuga.
—¡Oh, no! —exclamó Ron. El labio le
temblaba.
—Y los dementores me hacen sentir muy
mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento repentino—. Cada vez que quiero
tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar junto a ellos. Es como estar
otra vez en Azkaban.
Se quedó callado, bebiéndose el té.
Harry, Ron y Hermione lo miraban sin aliento. No le habían oído nunca
mencionar su estancia en Azkaban. Después de una breve pausa, Hermione le
preguntó con timidez:
—¿Tan horrible es Azkaban, Hagrid?
—No te puedes hacer ni idea —respondió
Hagrid, en voz baja—. Nunca me había encontrado en un lugar parecido. Pensé que
me iba a volver loco. No paraba de recordar cosas horribles: el día que me
echaron de Hogwarts, el día que murió mi padre, el día que tuve que
desprenderme de Norbert... —Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norbert era la
cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de cartas—. Al
cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de seguir
viviendo. Yo hubiera querido morir mientras dormía.
Muchos miraron a Hagrid con tristeza, y momentos después, comprendiendo
que el que más tiempo había pasado en Azkaban no había sido él, se giraron
hacia Sirius, mirándole con una mezcla de admiración y tristeza.
Cuando me soltaron, fue como volver a
nacer; todas las cosas volvían a aparecer ante mí. Fue maravilloso. Sin
embargo, los dementores no querían dejarme marchar.
—¡Pero si eras inocente! —exclamó
Hermione.
Hagrid resopló.
—¿Y crees que eso les importa? Les da
igual. Mientras tengan doscientas personas a quienes extraer la alegría, les
importa un comino que sean culpables o inocentes. —Hagrid se quedó callado
durante un rato, con la vista fija en su taza de té. Luego añadió en voz baja—:
Había pensado liberar a Buckbeak, para que se alejara volando... Pero ¿cómo se
le explica a un hipogrifo que tiene que esconderse? Y... me da miedo
transgredir la ley... —Los miró, con lágrimas cayendo de nuevo por su rostro—.
No quisiera volver a Azkaban.
—Es lógico —dijeron muchos, sintiéndose mal por la situación en la que
se había encontrado Hagrid.
La visita a la cabaña de Hagrid, aunque
no había resultado divertida, había tenido el efecto que Ron y Hermione deseaban.
Harry no se había olvidado de Black, pero tampoco podía estar rumiando
continuamente su venganza y al mismo tiempo ayudar a Hagrid a ganar su caso.
Él, Ron y Hermione fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la
sala común cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa
de Buckbeak. Los tres se sentaron delante del abundante fuego, pasando
lentamente las páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famosos
de animales merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba
a los otros.
—Aquí hay algo. Hubo un caso, en
1722... pero el hipogrifo fue declarado culpable. ¡Uf! Mirad lo que le
hicieron. Es repugnante.
Muchos pusieron diferentes muecas, dado que Hermione no había dado
explicaciones todos se habían imaginado algo diferente.
—Esto podría sernos útil. Mirad. Una
mantícora atacó a alguien salvajemente en 1296 y fue absuelta... ¡Oh, no! Lo
fue porque a todo el mundo le daba demasiado miedo acercarse...
Alguno soltó una leve risita divertida que fue cortada por el silencio
del resto de la gente.
Entretanto, en el resto del castillo
habían colgado los acostumbrados adornos navideños, que eran magníficos, a
pesar de que apenas quedaban estudiantes para apreciarlos. En los corredores
colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro de cada armadura brillaban
luces misteriosas; y en el vestíbulo los doce habituales árboles de Navidad
brillaban con estrellas doradas. En los pasillos había un fuerte y delicioso
olor a comida que, antes de Nochebuena, se había hecho tan potente que incluso
Scabbers sacó la nariz del bolsillo de Ron para olfatear.
La mañana de Navidad, Ron despertó a
Harry tirándole la almohada.
—¡Despierta, los regalos!
James no pudo evitar sonreír, por fin algo alegre.
Harry cogió las gafas y se las puso.
Entornando los ojos para ver en la semioscuridad, miró a los pies de la cama,
donde se alzaba una pequeña montaña de paquetes. Ron rasgaba ya el papel de sus
regalos.
—Otro jersey de mamá. Marrón otra vez.
Mira a ver si tú tienes otro.
Harry tenía otro. La señora Weasley le
había enviado un jersey rojo con el león de Gryffindor en la parte de delante,
una docena de pastas caseras, un trozo de pastel y una caja de turrón.
Harry le agradeció a la señora Weasley con la mirada, a lo que
ella respondió con una enorme sonrisa.
Al retirar las cosas, vio un paquete
largo y estrecho que había debajo.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron mirando el
paquete y sosteniendo en la mano los calcetines marrones que acababa de
desenvolver.
—No sé...
Harry abrió el paquete y ahogó un grito
al ver rodar sobre la colcha una escoba magnífica y brillante. Ron dejó caer
los calcetines y saltó de la cama para verla de cerca.
La mayoría ya intuía lo que era, debido al título del capítulo, pero aun
así todo estaban emocionados, sintiendo la emoción que estaría sintiendo Harry
en ese momento.
—No puedo creerlo —dijo con la voz
quebrada por la emoción. Era una Saeta de Fuego, idéntica a la escoba de
ensueño que Harry había ido a ver diariamente a la tienda del callejón Diagon.
El palo brilló en cuanto Harry le puso la mano encima. La sentía vibrar. La
soltó y quedó suspendida en el aire, a la altura justa para que él montara.
Sus ojos pasaban del número dorado de la matrícula a las aerodinámicas ramitas
de abedul y perfectamente lisas que formaban la cola.
Harry se giró hacia Sirius, ¿Que habría tenido que hacer para poder
comprarla en el estado el que se encontraba?
—Gracias, Sirius —dijo mientras se lanzaba hacia el—. No solo por esto,
por todo, por estar ahí siempre, gracias, Sirius, gracias.
Sirius no pudo contener las lágrimas. Abrazó a Harry con mucha fuerza.
—Para eso estoy aquí —le susurró al oído.
Lily se levantó de su asiento para abrazarlos a ambos, también con lágrimas
en los ojos, sin poder decir nada.
James, sintiendo lo que sentían ellos en este momento, dejo caer el
libro de sus manos y se acercó a ellos.
—¿Qué pasa, Cornamenta, no puedes permitir que tu pelirroja abrace a dos
hombres sin estar tu por ahí incordiando? —dijo Sirius aun con lágrimas en los
ojos pero con una enorme sonrisa en los labios.
—Sabes que no —respondió James, llorando y sonriendo también, mientras
se unía también al abrazo.
Lupin les observaba con una sonrisa, conteniendo las lágrimas el
también. Era un abrazo que no significaba nada, pero al mismo tiempo era un
abrazo en el que se demostraba todo. Que podían seguir adelante, que siempre
estarían allí los unos para los otros.
—Ve —le dijo Tonks ayudándole a levantarse para que se uniera al abrazo
de sus amigos. Pero Remus, en vez de soltarla y caminar hacia ellos, lo hizo
aun agarrado a Tonks. Y así, dos más se unieron al abrazo.
Harry tenía los ojos cerrados con fuerza, siendo como cada vez más gente
aparecía a su alrededor, más gente que le quería, más gente a la que quería,
más gente en la que podía confiar.
Ron observaba el extraño abrazo conjunto con diversión, hasta que
Hermione le golpeó en las costillas con el codo. La miró extrañado. Hermione se
limitó a mirar a Harry, quien les miraba a ambos, declarando en silencio que
requería su presencia en aquel momento. Ron se encogió de hombros con una
sonrisa, cogió a Hermione de la mano y caminó hasta su amigo. Otros dos más en
aquel abrazo.
Ginny no sabía qué hacer, ¿Debía seguir a Hermione y a su hermano o
debía quedarse ahí? ¿Cuál era realmente su relación con Harry? ¿Siquiera podía
considerarse alguien importante para él? Todas esas preguntas desaparecieron instantáneamente
de su mente cuando vio a Harry mirándola y tendiéndole la mano entre la montaña
de gente que había literalmente encima de él. Sin poder contener una sincera
sonrisa se apresuró a unirse al abrazo.
Fred y George se miraron entre ellos, sonrieron, y agarraron a Percy
cada uno de un brazo y se unieron también.
Molly reía divertida ante lo estúpido de la situación, pero llegó en el
momento en el que no pudo evitarlo, cogió a Arthur y se unió también.
Hagrid fue el siguiente en hacerlo, lo cual hizo que el abrazo abultara
mucho más. Dumbledore no lo dudo tampoco, sin duda divertido por la situación y
con ganas de unirse camino hasta allí y se unió al resto.
Ginny llamó a Luna, Lily a Snape, Dumbledore a McGonagall, Molly a
Charlie y a Bill, y de esa manera, poco a poco, Hogwarts se congregó en un
ridículo, lleno de risas, y exageradamente grande abrazo. Nadie podía estar de
mal humor en una situación como esta. Las risas abundaban el gran comedor, donde,
por primera vez en mucho, mucho tiempo, no había distinciones de casa, ni de
sangre, de ningún tipo. Todos eran uno. Sin duda era ridículo, pero sin duda
era un momento que iba a marcar historia. Nadie olvidaría jamás una cosa tan
extrañamente genial como esta.
En el momento justo, ni un momento antes, ni un momento después, todos
sintieron que ya había acabado, y se separaron. Sintiéndose idiotas, pero
realmente divertidos.
—En fin, sigamos con la lectura —dijo James algo colorado. Aún con lágrimas,
pero más de la risa que de cualquier otra cosa. Caminó hasta el libro, lo
abrió, y bufó varias veces hasta que dio con la página en la que se habían
quedado. Volvió a leer.
—¿Quién te la ha enviado? —preguntó Ron
en voz baja.
—Mira a ver si hay tarjeta —dijo Harry.
Ron rasgó el papel en que iba envuelta
la escoba.
—¡Nada! Caramba, ¿quién se gastaría
tanto dinero en hacerte un regalo?
—¿Quién va a ser? El mejor padrino del mundo —dijo Sirius sonriendo con
arrogancia.
—¿No es un poco triste que te lo digas tu a ti mismo? —le dijo Tonks
burlona.
—¿No es más triste que alguien tan joven como tú haya tardado tanto en
conquistar a alguien tan viejo y solo como Remus? —replicó Sirius.
—Cállate —dijeron Tonks y Remus al unísono.
—Bueno —dijo Harry, atónito—. Estoy
seguro de que no fueron los Dursley.
Todos asintieron varias veces.
—Estoy seguro de que fue Dumbledore
—dijo Ron, dando vueltas alrededor de la Saeta de Fuego, admirando cada
centímetro—. Te envió anónimamente la capa invisible...
Dumbledore rió divertido, sin duda el abrazo le había soltado bastante a
él también.
—Había sido de mi padre —dijo Harry—.
Dumbledore se limitó a remitírmela. No se gastaría en mí cientos de galeones.
No puede ir regalando a los alumnos cosas así.
—Pero tú no eres un alumno normal ¿cierto? —dijo Draco sin burla alguna.
Luego se arrepintió de haber hablado, temiendo cargarse el buen humor que se
había formado en el Gran Comedor.
—¡Cierto! —dijo Ron divertido—. ¡Eres Harry Potter!
—Oh, callaos —dijo Harry negando varias veces con la cabeza pero
sonriendo también.
Malfoy no pudo evitar que una extraña sensación de alegría recorriera su
cuerpo al ver que, no solo no había recibido rechazo alguno, sino que Weasley
le había seguido la corriente y Potter les había contestado a ambos.
—Ése es el motivo por el que no podría
admitir que fue él —dijo Ron—. Por si algún imbécil como Malfoy lo acusaba de
favoritismo. ¡Malfoy! —Ron se rió estruendosamente—. ¡Ya verás cuando te vea
montado en ella! ¡Se pondrá enfermo! ¡Ésta es una escoba de profesional!
El propio Malfoy se unió a las risas que se habían formado en el
comedor, como si el anterior Malfoy ya no formará parte del mismo.
—No me lo puedo creer —musitó Harry
pasando la mano por la Saeta de Fuego mientras Ron se retorcía de la risa en la
cama de Harry pensando en Malfoy.
—¿Quién...?
—Ya sé.. quién ha podido ser... ¡Lupin!
—¿Qué? —dijo Harry riéndose también—.
¿Lupin? Mira, si tuviera tanto dinero, podría comprarse una túnica nueva.
—¡Hey! —se quejó Lupin—. ¡Un respeto por el profe!
—¡Eso! —dijo Tonks también—. ¿Cómo ninguno le regaló una túnica nueva?
¿No os daba algo de cosa que os diera clase con esa cosa fea y desgastada?
—Sí, pero le caes bien —dijo Ron—.
Cuando tu Nimbus se hizo añicos, él estaba fuera, pero tal vez se enterase y decidiera
acercarse al callejón Diagon para comprártela.
—¿Que estaba fuera? —preguntó Harry—.
Durante el partido estaba enfermo.
—Bueno, no se encontraba en la
enfermería —dijo Ron—. Yo estaba allí limpiando los orinales, por el castigo de
Snape, ¿te acuerdas?
Harry miró a Ron frunciendo el
entrecejo.
—No me imagino a Lupin haciendo un
regalo como éste.
—¿De qué os reís los dos?
Hermione acababa de entrar con el
camisón puesto y llevando a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón
de oropel que llevaba al cuello.
—¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando
rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el
bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso. Dejó a Crookshanks en la
cama vacía de Seamus y contempló la Saeta de Fuego con la boca abierta.
—¡Vaya, Harry! ¿Quién te la ha enviado?
—Yo —dijeron Dumbledore, Remus y Sirius al mismo tiempo.
—¡Hey! —se replicaron entre ellos los tres.
—No tengo ni idea. No traía tarjeta.
Ante su sorpresa, Hermione no estaba
emocionada ni intrigada. Antes bien, se ensombreció su rostro y se mordió el
labio.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron.
—No sé —dijo Hermione—. Pero es raro,
¿no os parece? Lo que quiero decir es que es una escoba magnífica, ¿verdad?
Ron suspiró exasperado:
—Es la mejor escoba que existe,
Hermione —aseguró.
—Así que debe de ser carísima...
—Probablemente costó más que todas las
escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante.
—Bueno, ¿quién enviaría a Harry algo
tan caro sin si quiera decir quién es?
—¿Y qué más da? —preguntó Ron con
impaciencia—. Escucha, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo?
—Creo que por el momento nadie debería
montar en esa escoba —dijo Hermione.
Muchos se dieron cuenta entonces de que la escoba había salido de la
nada, y de que no tenía remitente, y de que eso era algo realmente raro, casi
escalofriante.
Harry y Ron la miraron.
—¿Qué crees que va a hacer Harry con
ella? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron.
—Buena esa —le dijo Fred.
Pero antes de que Hermione pudiera
responder; Crookshanks, saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.
—¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron,
notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers
intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Cogió a Scabbers por
la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio
al baúl de Harry; volcándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor.
Muchos rieron divertidos al imaginárselo.
A Crookshanks se le erizó el pelo. Un
silbido agudo y metálico llenó el dormitorio. El chivatoscopio de bolsillo se
había salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vueltas encendido
en medio del dormitorio.
—¡Se me había olvidado! —dijo Harry,
agachándose y cogiendo el chivatoscopio—. Nunca me pongo esos calcetines si
puedo evitarlo...
En la palma de la mano, el
chivatoscopio silbaba y giraba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los
colmillos.
—Sería mejor que sacaras de aquí a ese
gato —dijo Ron furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo
gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry
mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio, los ojos amarillos de
Crookshanks todavía maliciosamente fijos en Ron.
Harry volvió a meter el chivatoscopio
en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los
gemidos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers estaba acurrucada en sus
manos. Hacía tiempo que Harry no la veía, porque siempre estaba metida en el
bolsillo de Ron, y le sorprendió desagradablemente ver que Scabbers, antaño
gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo.
James suspiró, no le agradaba la idea de que la simple mención de
Colagusano arruinará el buen humor que se había creado pero, al fin y al cabo,
era una reacción natural ¿no?
—No tiene buen aspecto, ¿verdad?
—observó Harry.
—¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa
estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente!
Pero Harry, acordándose de que la mujer
de la tienda de animales mágicos había dicho que las ratas sólo vivían tres
años, no pudo dejar de pensar que, a menos que Scabbers tuviera poderes que
nunca había revelado, estaba llegando al final de su vida. Y a pesar de las
frecuentes quejas de Ron de que Scabbers era aburrida e inútil, estaba seguro
de que Ron lamentaría su muerte.
—Para nada —dijo Ron frio como el hielo.
Aquella mañana, en la sala común de
Gryffindor; el espíritu navideño estuvo ausente. Hermione había encerrado a
Crookshanks en su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido
darle una patada.
Ron intentó disculparse con Hermione, y está le dijo que no era con ella
con quien debía disculparse, y como Ron quería tener a Hermione contenta
accedió de buen grado a disculparse con un gato que, probablemente, no fuera ni
a entender lo que quería decirle.
Ron seguía enfadado por el nuevo
intento de Crookshanks de comerse a Scabbers. Harry desistió de reconciliarlos
y se dedicó a examinar la Saeta de Fuego que había bajado con él a la sala
común. No se sabía por qué, esto también parecía poner a Hermione de malhumor.
No decía nada, pero no dejaba de mirar con malos ojos la escoba, como si ella
también hubiera criticado a su gato.
Algunos rieron.
A la hora del almuerzo bajaron al Gran
Comedor y descubrieron que habían vuelto a arrimar las mesas a los muros, y que
ahora sólo había, en mitad del salón, una mesa con doce cubiertos.
Se encontraban allí los profesores
Dumbledore, McGonagall, Snape, Sprout y Flitwick, junto con Filch, el
conserje, que se había quitado la habitual chaqueta marrón y llevaba puesto un
frac viejo y mohoso. Sólo había otros tres alumnos: dos del primer curso, muy
nerviosos, y uno de quinto de Slytherin, de rostro huraño.
—¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore
cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me
pareció absurdo utilizar las mesas de los colegios. ¡Sentaos, sentaos!
Harry, Ron y Hermione se sentaron
juntos al final de la mesa.
—¡Cohetes sorpresa! —dijo Dumbledore
entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de
plata.
Nadie pudo evitar sonreír, imaginándose a Snape tirando cohetes, pero a
Snape no le molestó en absoluto. Al contrario de hecho, ser la causa de que
Lily sonriera le hizo algo feliz.
Snape lo cogió a regañadientes y tiró.
Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de
bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.
Harry, acordándose del boggart, miró a
Ron y los dos se rieron.
Todos en el comedor rieron también.
Snape apretó los labios y empujó el sombrero
hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por aquél.
—¡A comer! —aconsejó a todo el mundo,
sonriendo.
Mientras Harry se servía patatas
asadas, las puertas del Gran Comedor volvieron a abrirse. Era la profesora
Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera sobre ruedas. Dada la
ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas que acentuaba su
aspecto de libélula gigante.
—¡Sybill, qué sorpresa tan agradable!
—dijo Dumbledore, poniéndose en pie.
—He estado consultando la bola de
cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y
ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome
con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? Dejé la torre
y vine a toda prisa, pero os ruego que me perdonéis por la tardanza.
Algunos rieron y otros negaron con la cabeza, divertidos, ¿Tan difícil
era reconocer que quería almorzar con el resto de personas?
—Por supuesto —dijo Dumbledore,
parpadeando—. Permíteme que te acerque una silla...
E hizo, con la varita, que por el aire
se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los
profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se
sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve
grito.
—¡No me atrevo, señor director! ¡Si me
siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte! ¡No olvidéis nunca que cuando
trece comen juntos, el primero en levantarse es el primero en morir!
—Nos arriesgaremos, Sybill —dijo
impaciente la profesora McGonagall—. Por favor, siéntate. El pavo se enfría.
La profesora Trelawney dudó. Luego se
sentó en la silla vacía con los ojos cerrados y la boca muy apretada, como
esperando que un rayo cayera en la mesa. La profesora McGonagall introdujo un
cucharón en la fuente más próxima.
—¿Quieres callos, Sybill?
La profesora Trelawney no le hizo caso.
Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a su alrededor y dijo:
—Pero ¿dónde está mi querido profesor
Lupin?
—Me temo que ha sufrido una recaída
—dijo Dumbledore, animando a todos a que se sirvieran—. Es una pena que haya
ocurrido el día de Navidad.
—Pero seguro que ya lo sabías, Sybill.
Lily y Hermione no pudieron evitar sonreír ante aquel comentario que,
probablemente, viniera de la profesora McGonagall.
La profesora Trelawney dirigió una
mirada gélida a la profesora McGonagall.
—Por supuesto que lo sabía, Minerva
—dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de saberlo todo. A menudo obro como
si no estuviera en posesión del ojo interior, para no poner nerviosos a los
demás.
—Eso explica muchas cosas —respondió la
profesora McGonagall.
Ron rió brevemente.
La profesora Trelawney elevó la voz:
—Si te interesa saberlo, he visto que
el profesor Lupin nos dejará pronto. Él mismo parece comprender que le queda
poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino en la bola de cristal, huyó.
—Me lo imagino.
—Dudo —observó Dumbledore, con una voz
alegre pero fuerte que puso fin a la conversación entre las profesoras
McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin esté en peligro inminente.
Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción?
—Sí, señor director —dijo Snape.
Remus le agradeció con la mirada a Snape por haberle preparado todas las
pociones que había necesitado durante el curso. Snape hizo un gesto para
quitarle importancia, pero entonces se dio cuenta de que por su culpa había tenido
que irse con la escuela, ¿Debía disculparse? ¡Claro que debía hacerlo! Pero
cuando miró a Lupin para disculparse este ya no le miraba a él, así que tuvo
que posponer la disculpa.
—Bien —dijo Dumbledore—. Entonces se
levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier momento. Derek, ¿has probado
las salchichas? Son estupendas.
El muchacho de primer curso enrojeció
intensamente porque Dumbledore se había dirigido directamente a él, y cogió la
fuente de salchichas con manos temblorosas.
Sus compañeros de clase rieron y el bajó la cabeza algo ruborizado.
La profesora Trelawney se comportó casi
con normalidad hasta que, dos horas después, terminó la comida. Atiborrados
con el banquete y tocados con los gorros que habían salido de los cohetes
sorpresa, Harry y Ron fueron los primeros en levantarse de la mesa, y la
profesora dio un grito.
—¡Queridos míos! ¿Quién de los dos se
ha levantado primero? ¿Quién?
—No sé —dijo Ron, mirando a Harry con
inquietud.
—Dudo que haya mucha diferencia —dijo
la profesora McGonagall fríamente—. A menos que un loco con un hacha esté
esperando en la puerta para matar al primero que salga al vestíbulo.
Incluso Ron se rió. La profesora
Trelawney se molestó.
—¿Vienes? —dijo Harry a Hermione.
—No —contestó Hermione—. Tengo que
hablar con la profesora McGonagall.
—Probablemente para saber si puede
darnos más clases —bostezó Ron yendo al vestíbulo, donde no había ningún loco
con un hacha.
—Y menos mal —dijo Ron—. A mí ya se me había olvidado que podía haber
uno.
Cuando llegaron al agujero del cuadro,
se encontraron a sir Cadogan celebrando la Navidad con un par de monjes,
antiguos directores de Hogwarts y su robusto caballo. Se levantó la visera de
la celada y les ofreció un brindis con una jarra de hidromiel.
—¡Felices, hip, Pascuas! ¿La
contraseña?
—«Vil bellaco» —dijo Ron.
—¡Lo mismo que vos, señor! —exclamó sir
Cadogan, al mismo tiempo que el cuadro se abría hacia delante para dejarles
paso.
Harry fue directamente al dormitorio,
cogió la Saeta de Fuego y el equipo de mantenimiento de escobas mágicas que
Hermione le había regalado para su cumpleaños, bajó con todo y se puso a mirar
si podía hacerle algo a la escoba; pero no había ramitas torcidas que cortar y
el palo estaba ya tan brillante que resultaba inútil querer sacarle más brillo.
Él y Ron se limitaron a sentarse y a admirarla desde cada ángulo hasta que el
agujero del retrato se abrió y Hermione apareció acompañada por la profesora
McGonagall.
Muchos miraron a Hermione con la boca abierta, ¿En serio se lo había
contado a la profesora McGonagall?
—Bien hecho, Hermione —le dijeron muchos. Lily, Remus y Molly entre
otros.
Aunque la profesora McGonagall era la
jefa de la casa de Gryffindor; Harry sólo la había visto en la sala común en
una ocasión y para anunciar algo muy grave. Él y Ron la miraron mientras
sostenían la Saeta de Fuego. Hermione pasó por su lado, se sentó, cogió el
primer libro que encontró y ocultó la cara tras él.
—Que mona —comentó Ron sin poder evitarlo. Cuando se dio cuenta de lo
que había hecho no pudo evitar que sus orejas se tornaran del color de su pelo.
—Que mono —dijo Hermione también, divertida, aunque tan roja como
Ron.
Harry y Ginny se miraron divertidos, les hacía mucha gracia el
comportamiento que estaban teniendo Ron y Hermione últimamente.
—Lástima que no vayan a comportarse así para siempre —se lamentó Ginny.
—Y que lo digas —le secundó Harry.
—Conque es eso —dijo la profesora
McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a la chimenea y examinando la
Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de decir que te han enviado una
escoba, Potter.
Harry y Ron se volvieron hacia Hermione.
Podían verle la frente colorada por encima del libro, que estaba del revés.
—¿Puedo? —pidió la profesora
McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de las manos la Saeta de
Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—. Mmm... ¿y no venía con
ninguna nota, Potter? ¿Ninguna tarjeta? ¿Ningún mensaje de ningún tipo?
—Nada —respondió Harry, como si no
comprendiera.
—Ya veo... —dijo la profesora
McGonagall—. Me temo que me la tendré que llevar; Potter.
—¿Qué?, ¿qué? —dijo Harry, poniéndose
de pie de pronto—. ¿Por qué?
—Tendremos que examinarla para
comprobar que no tiene ningún hechizo —explicó la profesora McGonagall—. Por
supuesto, no soy una experta, pero seguro que la señora Hooch y el profesor
Flitwick la desmontarán.
—¿Desmontarla? —repitieron muchos, como si la profesora McGonagall
estuviera loca.
—¿Desmontarla? —repitió Ron, como si la
profesora McGonagall estuviera loca.
—Tardaremos sólo unas semanas —aclaró
la profesora McGonagall—. Te la devolveremos cuando estemos seguros de que no
está embrujada.
—No tiene nada malo —dijo Harry. La voz
le temblaba—. Francamente, profesora...
—Eso no lo sabes —dijo Lily muy seria, apoyando totalmente el
comportamiento de la profesora McGonagall.
—Eso no lo sabes —observó la profesora
McGonagall con total amabilidad—, no lo podrás saber hasta que hayas volado en
ella, por lo menos. Y me temo que eso será imposible hasta que estemos seguros
de que no se ha manipulado. Te tendré informado.
La profesora McGonagall dio media
vuelta y salió con la Saeta de Fuego por el retrato, que se cerró tras ella.
Harry se quedó mirándola, con la lata
de pulimento aún en la mano. Ron se volvió hacia Hermione.
—¿Por qué has ido corriendo a la
profesora McGonagall?
Hermione dejó el libro a un lado.
Seguía con la cara colorada. Pero se levantó y se enfrentó a Ron con actitud
desafiante:
—Porque pensé (y la profesora
McGonagall está de acuerdo conmigo) que la escoba podía habérsela enviado
Sirius Black.
—¿Alguna vez piensas equivocarte? Aunque sea para
que pensemos que eres tan humana como nosotros... —dijo Ron divertido.
—Aquí acaba
—anunció James.
—¿Supongo que ya es hora de cenar, no? —preguntó
Hermione.
—Mi tripa me dice que sí —comentó Ron.
—Bueno, pues habrá que hacerle caso a la tripa del
señor Weasley, digo yo —dijo Dumbledore poniéndose en pie para que todo el
mundo le imitará y poder cambiar los asientos por las mesas y los bancos del
habitual comedor.
Ya sé que generalmente pongo una nota al final del capítulo y eso...
Pero es que, como hay capitulo doble y esas cosas, he pensado que me ahorro
escribir un poco si solo me despido en el siguiente capítulo. Estoy hecho un
ahorrador.
¡Hasta ahora!
No sabes la alegría que me has dado al ver que has actualizado.... Increíblemente genial �� :)
ResponderEliminarDéjame decirte amigo mío que tu escritura no se ve para nada oxidada, sigue siendo fantástica. :)
ResponderEliminarLo primero: TE AMO, hacia siglos que me moría por que volvieras ha actualizar.
ResponderEliminarY lo segundo: Mientras no se resienta tu salud y tus estudios, estaré agradecida de leerte cada vez que puedas actualizar. Así que a sido un poco imprudente (cosa que también he hecho, haría y haré) quedarte hasta las seis de la mañana, pero mientras tú puedas aguantarlo y no se convierta en una costumbre (porque no es muy bueno para la salud, dormir tan pocas horas) estaré agradecida.
Así que, muchísimas gracias por el capitulo y cuídate para que puedas seguir con todos los que faltan.
Atentamente:
Dandelion (Slytherin de corazón, Ravenclaw en Pottermore)
De tantos fics que hay ya tengo todas las historias revueltas, volvere a empezar para tenerlo fresco jeje que bueno que volviste ya era hora xDD
ResponderEliminarFELIZ REGRESO, tan creativo y gracioso como cuando te fuiste, continúa pronto por favor, y si aceptas sugerencias, has que Hermione tenga una apuesta con Harry acerca de que Trelony no puede hacer profecías, solo para ver como se le cae la cara al saber la verdad, además que tiene que darse cuenta de que los libros no son perfectos y que si los investigadores no criticaran lo que ya esta establesido en los libros entonces no hubiera progreso, pues sino seguiríamos creyendo que la tierra es plana (lo digo por lo del libro del príncipe mestizo) y que solo por no poder ver a los animales que Luna defiende no quiere decir que no existan.
ResponderEliminarWAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!! No tienes ni idea de lo feliz que estoy por tu regreso ¿Has visto ese video donde un chico corre lejos de la compu y se pone a bailotear mientras se desnuda? Pues lo he hecho quedar como un noob al punto en que mi madre me pregunto quien había declarado el día del chocolate. Lo estuve esperando como no tienes idea
ResponderEliminarEspero que todo vaya mejor en tu casa y tu escuela (entiendo lo que es eso, ahora mismo estoy peleando mi lugar en la Uni) aunque me fascine leerte se que los escritores tenemos otra vida ademas del escrito
ANIMO DAIT!! ahora que he sacado mi euforia me largo a leer el capitulo... :D
Un beso y Ciao!
Gracias!!!! Soy tu fan!!! desde que dejaste de publicar me senti muy triste, pero despues.... GRACIAS..... espero que actualices pronto, de todos los que han escrito historias sobre las lecturas de los libros ... me ha gustado mas estas porque aqui pusiste a Snape mas maduro, que reconociera que se equivoco muchas veces :)
ResponderEliminarHola!! que tal!!! es la primera vez que escribo un comentario.... no porque no quisiera... es que on sabia si podia poner un comentario o tenia que estar registrada para eso....
ResponderEliminarpero bueno, volviendo al tema... WAO!!! me gustan tus historias.... soy una fan tuya de estas historias de Harry Potter... por fis..... espero con ansias el proximo capitulo, ademas, espero tambien la lectura de hogwarts del caliz de fuego, la orden del fenix, etc tec.... SOY TU FAN!!!